sábado, 1 de noviembre de 2025

BAJO LA TENUE LUZ DE LOS RECUERDOS

 



Llegas a la orilla.

Saltas del cayuco —¡splash!—

y lo arrastras con esfuerzo

hasta vararlo entre las raíces del manglar.

Centenares de cangrejos azules y ojones

han hecho su hogar en los alrededores,

orificios de todos los tamaños, según familia.

 

Cruzas la cuerda que llevas en la mano

entre troncos jóvenes y viejos,

tratando de asegurar ese medio pequeño

que te ha llevado, tantas veces,

de una orilla a otra,

con tus recuerdos y los míos.

 

Y dudando si quedó bien amarrado el cayuco,

lo compruebas una y otra vez,

como quien no confía ni en el nudo

ni en los días que lo alejaron del suyo.

 

Yo te observo, en silencio,

como quien mira al hermano que tuvo cerca

y ya no sabe cómo hablarle.

 

En todo —vida y mar—

navegas con calma y suavidad,

sin prisas, sin remordimientos,

sin grandes expectativas,

porque ya todo lo has dejado atrás.

 

Caminas en silencio

bajo la luz rosada del atardecer,

con los pasos pesados, lentos,

como si temieras que el suelo recordara

los juegos, las voces,

la infancia que compartimos.

 

Cuentas tus historias

como antes,

esas que te llenan de felicidad:

joven, guapo, valiente,

cosechando amores y promesas.

A veces callas, pensativo,

y de pronto lo dices todo de un golpe,

como un faro que lanza su luz al horizonte,

sin mirar si alguien la ve.

 

Un día decidiste ir por el mundo

en busca de la fe perdida.

Subiste montañas heladas,

navegaste ríos caudalosos,

alcanzaste tus sueños y anhelos

y un amor siguió tu navegación errante.

 

Ahora es fácil seguirte:

vas cansado, solitario,

con pocos amigos,

alejándote cada vez más

en tu viejo cayuco,

como si olvidar fuera tu único destino.

 

Hoy, que los vivos prenden velas

y los muertos se asoman al recuerdo,

te pienso con la congoja

de quien vela lo que aún respira.

No has muerto, lo sé,

pero tu silencio me duele,

como si el mar te guardara

del otro lado de la luz.

 

Vuelves la mirada a la izquierda,

y allí estoy.

No dices nada.

Solo sigues el vuelo de una tijereta

que busca cangrejos en la orilla

con la fe que tú has perdido.

 

Sopla fuerte el viento,

el mismo que separa a los barcos del muelle,

el mismo que aleja a los hermanos

sin razón ni despedida.

 

Y ambos, desde la muralla invisible que has puesto,

flotamos durante el día,

bajo la tenue luz de los recuerdos.

 

 

1 de noviembre de 2025.

Foto: Sergio Orozco Carazo