martes, 25 de mayo de 2021

EL HOMBRE QUE ESPANTA A LOS PÁJAROS

 




El hombre ha pasado todo el día, desde las cinco y media de la mañana hasta las seis de la tarde, espantando pájaros. Va y viene, camina hacia el norte y les grita, regresa al sur y ajocha a sus tres perros para que corran tras ellos, mientras que los zanates con su fuerte graznido se comportan como burlándose de él. Va hacia el oeste y amarra en varios postes de la parcela pedazos de sacos coloridos. Camina hacia el este gritando, grita fuerte, son casi alaridos que acompañan los ladridos de los perros.

En el centro de la parcela, sobre el tronco de un árbol recién talado, se detiene y poco a poco va dándole forma a un espantapájaros, un asistente de trapo y plástico, sin forma humana, solamente son pedazos, parches alrededor y encima del tronco que se mueven al ritmo del viento, pero él lo mira con detenimiento, es su obra, su creación, ante la cual se maravilla.

Y se ríe solo a carcajadas, mientras los perros pequeños y ariscos, perros monteros, uno de color café y dos negros, giran a su alrededor y ladrando en un tono distinto, un tono de alegría y de aprobación, le transmiten al hombre algo como si le dijeran estamos orgullosos de vos y ahora sí vamos a librarnos de los pájaros, mientras él les responde sobándoles la cabeza, dándoles una pequeña muestra de cariño en esa inmensidad en la que revienta la semilla del maíz en el terreno labrado hace pocos días, donde los granos germinados le van dando una tonalidad verde incipiente y, al elevar la mirada, la ladera se muestra gloriosa entre el verde claro, verde selva y el amarillo de los palos de agua florecidos a su tiempo en lo alto de la colina.

El hombre se sienta al lado de su creación y los perros se echan a sus pies. Ha caminado todo el día. Se nota cansado. Su rostro muestra las arrugas de los años, su barba blanca y su cabello cano dan fe del tiempo que ha pasado por su cuerpo ahora cansado. Son él y sus perros, la tierra, los pájaros y la montaña. Estira las piernas, sus botas de hule están terrosas. Bebe agua de una botella de plástico; saciado les ofrece a los perros y en orden, de uno en uno, beben de un chorrito que les deja caer sin desperdiciarla.

Unos minutos después el hombre se levanta y los perros se arisquean. Una bandada de palomas San Nicolás se ha asentado en el extremo este de la parcela. “Jucho, jucho”, grita el hombre y los perros salen disparados hacia ellas. Al Norte se escuchan los graznidos de los zanates en bandada que oscurecen el entorno y el hombre grita, grita fuerte, “hijos de puta”, “hijos de puta” y corre en dirección a ellos.

La tarde cae. El hombre camina de arriba para abajo entre los surcos. Cubre con tierra tirada por sus botas las plántulas de maíz que los pájaros han sacado de la tierra. Sus pasos son cortos y lentos, casi arrastra los pies por el peso de la tierra y usa un pedazo de palo como bastón. Los perros ladran. Los pájaros alzan vuelo en busca de refugio. El hombre da un último recorrido revisando los sacos y el plástico. Se detiene frente a su espantapájaros como si de él se despidiera. Los perros se reúnen a su alrededor y en silencio, poco a poco, caminan hacia la montaña y se desvanecen con la oscuridad de la noche.

24 de Mayo 2021.

Foto de Ronald Hill.



lunes, 17 de mayo de 2021

EL PRIMERO EN ARAR TIERRAS EN NUEVA GUINEA.

Tengo 80 años de arar con animales, dice José Efraín Martínez Fonseca cuando le pregunto y de edad más de 90 y pico, el pico es de dos años. Desde chavalo comenzó a arar en Ticuantepe, en la Borgoña.

Rodolfo Mejía Ubilla lo fue a buscar a su casa en un jeep, después que le pidió tierras en la Borgoña, y se lo trajo para Nueva Guinea.

Fui el primero que comencé a arar aquí, dice señalando hacia lo que fue la parcela de don Rodolfo Palacios y que ahora ha sido solareada en la que se ha formado un nuevo barrio de Nueva Guinea, el barrio Misaela Palacios.

Yo fui él que botó todo el estiércol del mercadito cuando lo hicieron, dice, y añade que fue con carreta. No sé realmente qué relación existe entre el estiércol y el mercadito, pero me imagino que se refiere al estiércol que las bestias caballares y mulares dejaban regadas en los alrededores del sitio donde era el “mercadito”.

Aquí les dejo a PAYIN arando tierras en esta pequeña entrevista:


Si quieren leer más acerca de este emblemático hombre del campo de Nueva Guinea, aquí les dejo estos enlaces.

EL ARADOR es un cuento que escribí sobre Payin: https://hillron.blogspot.com/2015/08/el-arador.html

PAYIN: EL ARADOR es una entrevista que le hice sobre sus orígenes y situación actual: https://hillron.blogspot.com/2018/02/humanos-de-nueva-guinea-payin-el-arador.html


martes, 4 de mayo de 2021

EL HIPO DE CAT FISH

 

Cuatro hombres bajaron al capitán Cat Fish del barco camaronero. Alrededor de las once de la mañana atracaron de urgencia en el muelle de la Booth. Lo sacaron del camarote cargándolo en un cubre colchón, como en una hamaca, y entre el tramo del muelle de madera hasta el área de macadán, lo trasladaron en una carretilla de manos. Su rostro, además de las arrugas que le caían sobre su mandíbula inferior saliente, similar a la de Popeye, se mostraba pálido, con un color cuasi amarillo.

“Está bien mal”, dijo el güinchero. “Lleva tres semanas sin comer ni poder dormir por el hipo”, agregó.

¡Hip! … ¡hip! … ¡hip! …. ¡hip! ...  era el sonido que salía de su boca como una erupción volcánica desde sus entrañas. Sus ojos café claros se mostraban adormecidos y miraba a las personas a su alrededor como si hubiera perdido el control de ellos, que juguetones se volteaban en su cuenca, desapareciendo momentáneamente la pupila y el iris, dejándose ver únicamente la esclerótica manchada de color rojizo.

El cuerpo de Cat Fish, un hombre de unos cincuenta años de edad, parecía un saco de carne tirado en la carretilla sin que su estructura ósea y músculos respondieran a su voluntad, al igual que el hipo incesante.

De emergencia llegó al muelle un tractor con un tráiler, lo acostaron sobre un colchón y a toda velocidad fue trasladado al puesto de salud de El Bluff después que Pinolillo, el conductor, lograra disuadir al gentío que se aglomeraba alrededor de la carretilla para que permitieran el paso del gravísimo capitán Cat Fish.

Así, en esas condiciones, llegó al puesto de Salud de El Bluff. Allí lo esperaba Cristina, la enfermera responsable del puesto. Al ver la prisa del tractor y parte de la tripulación del barco que lo acompañaban, las personas que estaban en los alrededores corrieron hacia el puesto por curiosidad, a tal grado que se propagó la noticia de que a Cat Fish lo habían ingresado en estado de gravedad en los alrededores del campo de béisbol y hasta el barrio El Suampo.

Poco a poco fueron llegando conocidos y amigos del capitán, trabajadores de la Booth Fisheries Company, amigos de parrandas interminables y algunas mujeres del Vietnam y El Dragón de Oro que gritaban con lamentación por su querido Cat Fish que no cesaba de hipear.

Cristina le ordeno a los hombres que lo acostaran en una camilla del puesto de salud. Procedió a tomarle los signos vitales y, ante la expectativa de la multitud que se asomaba por la ventana, declaró que estos eran normales, pero presentaba síntomas de decaimiento general por lo que inmediatamente le canalizó la vena cefálica del brazo izquierdo para suministrarle un suero revitalizador.

“Hay que dejarlo descansar”, dijo Cristina y salió a tratar de calmar a la multitud aglomerada.

 “No es nada grave, es un simple hipo”, anunció e inmediatamente el gentío comenzó a gritar sus recetas para el hipo.

“¡Hay que asustarlo!, ¡acérquesele calladita y grite huy!, dijo uno.

“Hay que frotarle la nuca”, se escuchó desde el fondo.

“Dele un trocito de limón”, gritó un hombre.

“Que trague pedazos de hielo”, dijo otro.

“Con un sorbo grande de agua helada se le quita”, grito otro.

“Hay que jalarle la lengua con fuerza”, se escuchó del lado de la ventana.

“Se le quita colgándolo de las manos de un árbol”, dijeron desde el fondo.

“Agárrenlo con fuerzas y apriétenle los huevos”, se escuchó una voz de mujer desde el corredor.

Eran las voces de los pobladores que exponían los remedios caseros para aliviar el hipo y que para ellos funcionaría con el capitán Cat Fish, así que Cristina se decidió a realizarlos, pero para la última recomendación popular solicitó el apoyo de una de las mujeres del Vietnam.

En eso estaban cuando se presentó al puesto de salud "El Diablo", don Roberto Bartlett. Luego de ver el estado de deterioro y escuchar el intenso y prolongado hipeo de su compatriota, salió al corredor, encendió un habano y se quedó pensativo.

“No es nada grave”, dijo El Diablo. “Es un pequeño problema del diafragma. Se le cerró la laringe y por eso tiene hipo. De seguro es por el exceso de ron, pues antes de zarpar tuvo una racha etílica que casi rompe el record que mantiene Victoriano de días bebiendo en El Bluff”, agregó y la multitud se carcajeó casi a gritos.

“Es en serio, no se rían”, dijo Cristina, que estaba a su lado, dándole autoridad médica a las palabras del Diablo que volvió a su habano.

“Ese hipo es frecuente”, dijo Cristina. “Casi todos, un día, vamos a padecer de hipo. La verdad es que nadie sabe cuál es la causa”, agrego mientras desde el interior se escuchaba a Cat Fish hipear.

“Yo leí por algún lado, que hay un record mundial del hipo”, agregó El Diablo, exhalando humo de tabaco. “Sí señores, un granjero del noreste de Iowa, llamado Charles Osborne lo padeció constantemente durante sesenta y siete años. Se inició en 1911, cuando Osborne intentó levantar un cerdo de 160 kilos para matarlo, lo que de alguna manera provocó una respuesta en forma de hipo”.

La gente lo escuchaba con incredulidad, pero atenta y respetuosamente, a tal grado que los gritos se acallaron y solamente se escuchan sus palabras y el hipo de Cat Fish.

“Al principio Osborne hipaba 40 veces por minuto, aunque con el tiempo la cifra se redujo a unas 20. En total, se calcula que hipó 430 millones de veces durante siete décadas, durante las cuales nunca tuvo hipo mientras dormía. Un año antes de morir, el hipo de Osborne cesó de forma repentina y misteriosa”, agregó Bartlett.

“Ya, de una vez, apriétenle los huevos”, volvió a gritar la mujer y el gentío se carcajeo con una algarabía de gritos.

“Voy a contar las veces que hipea por minuto”, dijo Cristina y entró al cuarto donde Cat Fish yacía acostado con el suero revitalizador drenando hacia sus venas y notó que el semblante le había cambiado, pasando del amarillo pálido a un color rojizo en sus pómulos, y que sus ojos volvían a la normalidad. Notó una leve sonrisa entre una pausa del incesante hipo.

“Se va a mejorar”, le dijo Cristina y Cat Fish hizo el intento de levantarse, pero sus fuerzas no le respondían. Mirando su reloj de pulsera comenzó a contar la frecuencia del hipo: uno, cinco, ocho, diez, quince, treinta, treinta y dos. Hipó treinta y dos veces por minuto, dijo Cristina y salió al corredor a anunciar la cifra.

“No es nada bueno”, dijo El Diablo.

 “Está un poco mejor”, dijo Cristina.

 “Déjeme verlo”, agregó el Diablo y siguió a Cristina.

 “Viejo amigo, no estás nada bien”, dijo el Diablo al verlo.

 “Hip … hip … hip …  … muy jodido … hip … hip …”, contestó Cat Fish.

 “Hay que trasladarlo a un hospital”, recomendó Cristina.

 “Al militar de Managua”, dijo el Diablo.

Dos horas después subieron a Cat Fish en una avioneta que la compañía Booth Fisheries de Nicaragua solicitó a Aeronáutica Civil de Managua, acompañado por el güinchero.

Al tercer día de su partida regresó en otro vuelo fletado. La gente se aglomeró a su espera en la pista de aterrizaje. Cuando Cat Fish pisó la escalinata su semblante era otro. Se escucharon gritos de bienvenida y al pisar tierra la gente lo tocaba incrédulos por su mejora.

“Estoy mejor”, dijo Cat Fish. Su cuerpo volvía a ser el de siempre, los cachetes de su quijada de Popeye se mostraban rosados y daba sus grandes pasos con normalidad.

¿Qué le hicieron?, preguntó una voz.

“Ohh”, dijo el güinchero, “le metieron una manguera por la boca para explorarle desde la garganta hasta el intestino grueso y no descubrieron nada, pero cuando vio la imagen de sus tripas en el monitor le dio miedo y, más aún, cuando sintió algo incómodo allá atrás y vio el color blanco de sus calzoncillos. Fue entonces cuando dio un gran suspiro y como por arte de magia se le quitó el hipo”, concluyó el güinchero.

“¿Para eso lo llevaron hasta Managua?, gritó otra voz.

“Un gasto innecesario”, dijo otra.

“Aquí en el Vietnam lo hubieran curado sin gastar un centavo”, dijo otra voz y volvieron a carcajearse en grupo hasta llegar cada uno de ellos a sus casas.

Dos días después Cat Fish volvió a zarpar en una nueva faena de pesca de camarones. Nunca más se volvió a escuchar que padeciera de un ataque de hipo, a pesar de sus noches de bebederas, acompañado con las mujeres del Vietnam y el Dragón de Oro, al menos durante el tiempo que vivió en el puerto de El Bluff.

 

30 de abril de 2021.