martes, 21 de abril de 2015

LA FRUTA MILAGROSA


Crucé la calle para dirigirme al taller de Iván Zavala después de comprobar que los chavalos lavaban adecuadamente el jeep: carrocería, chasis, capota, motor e interiores. Lo encontré sentado en el kiosco y su hijo sostenía una computadora portátil; chocamos los puños cómo saludo, noté la grasa y el aceite acumulado por años de trabajo en sus manos.

    ¿Qué están viendo? —pregunté.

Un camión Mercedes Benz ubicado frente a ellos tenía levantada la capota del motor y abiertas las puertas de la cabina. Al fondo, unos cinco metros a la izquierda, bajo la galera del taller, otros camiones estaban parqueados a la espera de sus manos expertas. En el suelo de los alrededores sobresalían los resultados de su incansable labor: manchas de grasa, aceite, trozos de mangueras, pernos y tornillos sarrosos, perlines, camastros embancados, envases con aceite, rines de diferentes tamaños, diminutos cortes de láminas de acero de miles formas, empaques y rodajas de tubos ennegrecidas por la inclemencia del tiempo y el paso de los años.

    Desbloquear un diferencial —respondió Iván.

Me acerqué a la pantalla y noté el diagrama que observaban. Sentí una brisa fresca que provenía de la parte posterior del kiosco; al volver la mirada noté un arbusto repleto de pequeñas frutas rojas.

    ¿Cómo se llama esa planta? —pregunté y me dirigí hacia ella.

José Antonio, su hijo, cerró la portátil. Ambos se levantaron y me siguieron. Observaba entusiasmado la planta, nunca antes la había visto. Iván cortó una pequeña baya roja y extendió su mano.

    ¡Chúpala! —dijo con la fruta roja sobresaliendo entre sus dedos de mecánico.
     ¡Ummm! —expresé. —Alguna broma me querés hacer —dije alejándome.
    ¡No, hombre, es dulce! —dijo sin apartar su mano.

Con dudas me llevé la pequeña baya roja a la boca. La cutícula roja dio paso a un color verde amarillo y la saboree.

    Tiene un gusto raro pero no es muy dulce —dije.
    Espérate, ya vas a ver —expreso. Anda tráele un limón ácido —le dijo a José Antonio.

El chavalo regresó con un limón de castilla pelado y se lo entregó a Iván.

    Me querés vacilar —le dije.
    Chupa el limón, vas a ser testigo de un milagro —expresó con una gran sonrisa en su rostro.

Iván y José Antonio me miraban expectantes ante mi reacción. Lo hice, no sentí su acidez, al contrario, su sabor era totalmente dulce.

    ¡Está dulce, el limón es dulce!
    ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Te fijas!
    ¿Cómo se llama esa fruta?
    Yo he oído que le dicen la fruta de la dulzura —respondió Iván.
    Pero qué raro —dije y corté varias.
    ¿Dónde la conseguiste?
    En Auxilio Mundial. Cuando trajeron plantas de diferentes tipos y lugares me la regalaron; tenía como una cuarta de tamaño.
    Voy a tomarle fotos.
    Mirá, también podés llevar hijos —dijo señalando los alrededores de la planta.

Chupé otra baya, recibí conforme el jeep y llegué a casa con la noticia, hablé de “la fruta milagrosa”. Era la hora del almuerzo y Emilce había preparado arroz aguado con pollo y de bastimento guineo cuadrado con una rodaja de queso entero, unos de mis platos preferidos.  El sabor del arroz aguado era  dulce.

El nombre científico de la planta es Synsepalum dulcificum o Sideroxylon dulcificum, un arbusto tropical de la familia de las Sapotaceae. La “fruta milagrosa” o “baya mágica” es una planta frutal originaria del oeste de África; tiene la capacidad de volver dulce los alimentos ácidos que se ingieren después de probarla. Fue dada a conocer en Europa desde comienzos del siglo XVIII, supuestamente por exploradores franceses.

Se le conoce como fruta milagrosa debido al contenido de miraculina en la pulpa, una glicoproteína que se enlaza a las papilas gustativas y enmascara completamente los sabores ácidos y amargos durante un tiempo prolongado, entre 30 y 60 minutos. Esta propiedad le ha dado cierto prestigio culinario en Japón, Europa y EUA, y ha motivado su empleo como edulcorante substituto del azúcar en alimentos dietéticos para el control de la diabetes y la obesidad.

La fruta mágica ha cobrado una gran popularidad en ciudades como Nueva York, donde se organizan “viajes de sabor” (a 15 dólares el “trip”), reuniones donde aficionados prueban diversos platillos y productos después de ingerirla, con el fin de llevar las papilas gustativas al límite. Algunos bares han estado ofreciendo cócteles con la fruta, sin embargo, su costo pone en duda su éxito, ya que cada baya cuesta 2 dólares. Mientras la fruta es consumida, la miraculina se esparce sobre toda la lengua y bloquea las partes que pueden reconocer los sabores amargos y agrios. 

Ya la conoces. Por mi parte, tengo preparado un pedacito de tierra donde voy a sembrar varias de las plantitas que se encuentran al pie de la planta madre que tiene Iván en el terreno de su taller de mecánica. La planta es lenta en cuanto al crecimiento: a los tres años de plantada produce la primera cosecha y al año da dos. Cuando coseche te sigo contando. 

Ronald Hill A.
20/04/2015