martes, 28 de febrero de 2012

¿EXISTE COMUNIDAD BLOGUERA NICARAGUENSE?

Una comunidad es, según la vigésima segunda edición del diccionario de la Real Academia Española, entre sus diversas definiciones: 1). Cualidad de común (que, no siendo privativamente de ninguno, pertenece o se extiende a varios). 2). Conjunto de personas vinculadas por características e intereses comunes.
           
Sobre la pregunta, ¿existe comunidad bloguera Nicaragüense?, la respuesta para muchos, principalmente aquellos ligados a grandes medios de comunicación impresos o digitales, sean estos revistas o diarios nacionales, oficialistas o no, es negativa y consideran a los “blogueros” como personas que tienen un espacio, un blog o bitácora, principalmente para evacuar desahogos en contra de empresas, servicios y condiciones reales que afectan su comunidad o derivan en conflictos sociales, culturales, ambientales, económicos y políticos. De tal forma consideran a los blogueros como dispersos, sin cohesión, “disparados”, según la percepción que cada quien tiene frente a la realidad.
           
En septiembre del año 2011, un grupo inicial de diez blogueros organizamos el I Festival de Blogs de Nicaragua. De diez, el grupo creció exponencialmente hasta constituirse en más de ciento diez blogueros nicaragüenses, dentro y fuera del país. El interés común que nos acercó fue la problemática real, muchas veces invisibilizada en los grandes medios de comunicación por la que atraviesan personas y familias que deben unirse al doloroso camino de la migración, con las secuelas que marcan sus vidas para siempre. Esta iniciativa exitosa es un ejemplo concreto de los esfuerzos por crear una comunidad bloguera y muchos de los participantes desde ya esperamos ansiosos una nueva versión del Festival.
           
El argumento esgrimido de atomización podemos irlo descartando. Cuando surge una idea que en consenso respaldamos, existe unidad y nos vinculamos alrededor de ella con nuestros “post” en diversos formatos (una narración, un poema, una fotografía, un video) y desde diversas herramientas: blogger, worldpress, twitter, facebook, que plasman la diversidad de matices y sentimientos, comunicando a los demás nuestra percepción del problema. Si lo hacemos de esa manera, ¿existe cohesión?; entendiendo cohesión como la acción y el efecto de reunirse o adherirse, unión de algo con otra cosa (mi blog diferente al tuyo, al de él y ella pero unidos alrededor de un tema en común), respondo que sí existe. Desde mi perspectiva existe comunidad bloguera, igual que existen otras comunidades: la comunidad lésbica, la comunidad gay, la comunidad católica, la comunidad de alcohólicos anónimos, etcétera.
         
La comunidad, la recíproca colaboración voluntaria, la conciencia de ser parte de una misma realidad, el reconocimiento de objetivos e intereses compartidos, la cohesión espontánea y natural, la asociación y agrupamiento para el logro de objetivos comunes bajo la filosofía de unidad en la diversidad, son aspectos vitales para que los blogueros nos consideremos parte de ella, nos permita continuar creciendo, en número de miembros y mejora de nuestros “post”, y acrecentando fortalezas con el fin de que nuestros detractores se convenzan de una vez por todas que la comunicación no se practica únicamente por periodistas profesionales en los grandes medios de comunicación, escritos y televisivos, y que podemos incidir positivamente en la construcción de una agenda ciudadana muchas veces invisibilizada por ellos.
           
Lo que no existe en la comunidad de blogueros Nicaragüenses son aquellos males que aquejan a casi todas las organizaciones o comunidades. No existe el autoritarismo centralizado y verticalista, no existe un “patrón” que baja “la orientación” difundiéndose como una ley divina entre sus adeptos y todos la ejecutan a ciegas sin cuestionarla, les guste o no. No existen salarios ni prebendas, no existe un horario de rígido cumplimiento, no existe competencia desleal, no existe el protagonismo ni el culto a la personalidad, no existe corrupción.
           
A partir de la experiencia del I Festival de Blogs de Nicaragua escribí “un encuentro sorprendente” y, entre varios puntos señalados, indicaba: “Tenemos resultados que deben ser capitalizados. Podemos seguir haciendo muchas cosas, no hay duda. Todo es cuestión de ganas. Cualquier organización, nacional o extranjera, que pretenda hacer incidencia en políticas públicas perfectamente puede financiarnos un proyecto. Para ello es preciso mantener un espíritu espontáneo, relajado, abierto, descentralizado, con un equipo organizador de apoyo que busque siempre el acercamiento y reconocimiento de la comunidad bloguera para que ésta continúe creciendo”. Lo sigo sosteniendo y podemos lograrlo porque existe la comunidad de blogueros Nicaragüenses y es preciso cambiar la visión de nuestros detractores.

Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
Lunes, 27 de febrero de 2012

miércoles, 22 de febrero de 2012

UNA NOCHE FRESCA

Ese miércoles estaba de paso por Managua. Luego de tres gestiones en el día —el tiempo no da para más— me encontraba sentado en la mecedora de la habitación del hotel observando las escenas sangrientas y desgarradoras del noticiero televisivo: lamentos de mutilados por accidentes de tránsito con carne y huesos expuestos sobre el asfalto, ruegos de desamparados, operativos policíacos tras jóvenes de los barrios empobrecidos, el cuchillo ensangrentado en manos asesinas, la sirena desesperada de la ambulancia despejando la vía, el “líder empresarial” augurando feroz lucha con los trabajadores por el salario y las declaraciones de políticos que, como parte de un elenco, posan frente a las cámaras tratando de convencernos de sus actos cargados de irrealidades que deslocalizan nuestra pertenencia al llenarnos de inseguridad por sus juegos de poder. “Suficiente, basta ya”, pensé y salí de prisa hacia el supermercado ubicado en la carretera de los sueños fugaces.
           
Al entrar al supermercado vi largas filas en las cajas registradoras, carritos vacíos, canastas llenas en la noche de verduras frescas, las preferidas de las amas de casa que aprovechan para encontrase entre amigas, escapar de la rutina diaria y aligerar la desesperación provocada por el desgastado salario. En el recorrido encontré a tres mujeres jóvenes que escudriñaban como auditoras en fiesta hasta descubrir, al ritmo apacible de sus voces y risas, las ofertas atractivas en las secciones de vestuario, calzado, útiles escolares y productos de uso personal.
           
Siguiendo a la distancia los pasos festivos de aquellas mujeres, el dialogó de sus imaginarios llenos de realidad, sus movimientos hechiceros, sus finas manos selectoras cargadas de acierto, fui tomando, sin lista previa, varios de los productos que seleccionaban. Al calcular la cuantía de los escogidos en la carretilla, giré hacia el ala izquierda del edificio y, pensando en la capacidad que ellas poseen para sortear la adversidad, me dirigí a la sección de verduras y frutas.

Un mundo multicolor, desvaneciéndose como un migrante al recorrer con la mirada los estantes, desde el rojo intenso, marrón, amarillo, naranja, verde selva y verde musgo, materializado en frutos generados por manos que labran la tierra, constituye la sección en fiesta. Un ambiente acogedor donde la baja temperatura que los conserva sube con el entusiasmo de las manos de mujeres, jóvenes, adultos y niños que admiran, seleccionan, acarician, absorben aromas, empacan en bolsas que desprenden de rodos sostenidos en el cobertizo, los muestran y pesan en basculas colgantes que brillan por el reflejo de las luces que enfatizan los rótulos de la promoción con rebajas de precio hasta del veinte por ciento.
           
Me aproximé admirando ese mundo de colores, aromas y texturas a la sección donde se exponen las raíces y tubérculos para indagar sus precios. Recorrí los estantes, seleccione los que en el trópico húmedo son escasos: lechuga, rábano, coliflor, brócoli, tomate manzano, mostaza china, perejil, apio y zanahoria. Al acercarme a la sección de las frutas escuché a un niño de unos siete años que le decía a su padre: “quiero más uvas, compra una pera de aquellas grandes”; el padre accedió y yo, siguiendo sus deseos, tomé manzanas, peras y uvas. 

El color y la tentación provocó que saboreara las uvas “jumbo” en la medida que escogía los racimos y, en un instante, escuché una dulce voz a mis espaldas: “señor, debe pesarlas y regístralas en caja para comerlas”. Regresé la mirada y descubrí sus finas pestañas encumbradas con pudor, tras cada movimiento de sus párpados opacó ese espacio iluminado con los destellos radiantes de la luz de sus ojos negros almendrados. “Disculpe, la excitación por saborearla es poderosa”, dije y tomé las frutas que con su ayuda pesamos. ¿Desea algo más?, preguntó y sin dudarlo respondí: ¡una sonrisa, regálame una sonrisa! Al expandir sus labios, dos bellos camanances se dibujaron en su rostro moreno y, luego de agradecérselo, me dirigí a la caja registradora donde las filas habían desaparecido.
           
Al salir del local, el aire seco y caluroso, el movimiento de autos en la vía, las manos extendidas por monedas y el recibo de pago con la tarjeta de crédito me ubicaron nuevamente donde las deudas son reales y se convierten muchas veces en susto. A pesar de ello, esa hora en el supermercado, los ojos y la sonrisa de la reina de la noche fresca, aligeró la sofocación y tensión que me provoca la estancia en Managua, donde todo lo imaginario se convierte en realidad.

Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
Domingo, 12 de febrero de 2012

jueves, 16 de febrero de 2012

LAS CENIZAS DEL DIABLO

Un joven de Torrington, Connecticut, logró una hazaña que nunca antes de 1949 se había realizado: navegó por el río Mississippi en una canoa de aluminio de diecisiete pies, saliendo de Chicago y terminando su viaje en Nueva Orleans, Louisiana. Ex infante de marina y combatiente de la segunda guerra mundial, a sus veintitrés años de edad, hizo el viaje en 41 días. Comenzó el 10 de septiembre y llegó a Nueva Orleans el 20 de octubre. Ni una sola vez durante el viaje tuvo problemas con su canoa, aunque sufrió varios sustos en los remolinos. Durante el trayecto, diecisiete días fueron lluviosos y en cinco de ellos tuvo que achicar la canoa por las intensas lluvias. Cubrió un promedio de 48 kilómetros por día, y en un día, cuando remó más tiempo, alcanzó los ochenta y cinco. Durante las noches puso su tienda de campaña en los bancos de arena y para comer hizo incontables disparos a animales, incluidos zorros y cuervos; por supuesto, comió mucho pescado. “El viaje fue emocionante, y al llegar a mi destino, fui recibido con los brazos abiertos por el Club Náutico de Nueva Orleans y tratado como un rey”, dijo al ser entrevistado Roberto Bartlett. Allí conoció a Albert Ruppel, un ingeniero industrial y arquitecto naval.
           
Se convirtió en capitán de barco carguero navegando por el Caribe de Centroamérica, pero luego se dedicó a la pesca en Costa Rica donde la Booth Fisheries tenía una compañía que Albert Ruppel dirigía y lo acogió como a un hijo. Posteriormente, en 1959, fue trasladado a Ciudad del Carmen en México, donde ocupó el cargo de gerente de operaciones de la flota pesquera de la empresa y responsable de salvamento, siempre bajo la supervisión de Albert quien le transmitió sus conocimientos. A inicios de la década de 1970 la Booth Fisheries Company abrió operaciones en el puerto de El Bluff reemplazando a la empresa francesa Casa Cruz. Por la riqueza marina de la costa Caribe de Nicaragua, cerró operaciones en Costa Rica y México concentrando su capital y flota pesquera en la península nicaragüense. Ruppel ocupó el cargo de gerente general debido a que era accionista de la empresa donde el capital norteamericano representaba el 51% pero Somoza también invirtió en el negocio, igual que liberales y conservadores. Bartlett llegó después de cerrar la empresa en México y asumió el cargo de gerente de operaciones.

    Era un tipo “campechano” y accesible, atendía a la gente y sabía escucharla. Hacia amigos fácilmente —dijo Oscar.
    Hablaba con un acento inconfundible de gringo-mexicano. Le encantaba contar chistes y trabajaba desde que salía el sol hasta el anochecer —agregó Dumar.

Desde su oficina se comunicaba por radio con la flota en faena, recorría la planta de procesamiento pendiente del avance de la descarga de los barcos según la prioridad establecida en una pizarra azul colgada en la pared del área de proceso que recorría hablando y bromeando con las mujeres creole de Bluefields, afanadas en la selección de camarones que circulaban en una banda para luego ser clasificados automáticamente por su tamaño en canastas y finalmente empacados en cajas de cinco libras. De igual manera inspeccionaba el área de procesamiento de langostas. Revisaba el avance de la fabricación del hielo, entraba a los cuartos de refrigeración y salía al lado de la bodega de materiales. En ese punto siempre había personas que los esperaban para hablar antes de subir nuevamente a la oficina o tomar su jeep, moto o un tractor para dirigirse al muelle de los barcos camaroneros.

    Había escuchado hablar de él, pero me imaginaba todo lo contrario —expresó Chacalín para luego añadir— Era de altura mediana, barba de pera entrecana, pelo negro tendiendo a castaño, grandes entradas en su frente, usaba las camisas desmangadas porque las arrancaba, siempre fumaba puros habanos y colgaba de su cuello una cadena de oro con un dije del Diablo.
     Tiene una barba canosa y puntiaguda. No requiere maquillaje para formar parte en un elenco y protagonizar a un capitán pirata de dos siglos atrás. En los tiempos de Henry Morgan, su enorme personalidad lo hubiera convertido en el más exitoso y, sin dudas, el más eficiente corsario de la America Española —señaló Sir Francis Chichester en su libro The Romantic Challenge, cuando lo conoció al atracar en su yate Gipsy Moth el 5 de febrero de 1971 en el muelle de la aduana de El Bluff.

Al llegar al muelle se dirigía a la oficina del jefe de flota con el que conversaba sobre los problemas de los barcos y subía a cada uno de ellos acompañado por Mr. Thomas, el jefe de mecánica. Bajaba al cuarto de máquina donde los mecánicos trabajaban, siempre bromeando, dándoles ánimos y atento a cualquier problema que no podían resolver. Después subía a los barcos que descargaban en la parte central del muelle y calculaba el tiempo preciso, según el plan de descargue y proceso, con que concluía la jornada del día. Por ultimo visitaba los barcos que llenaban sus bodegas con hielo a través de grandes mangueras que lo succionaban de los trailers mediante un motor estacionario y, al capitán y los marinos, les deseaba éxitos en la faena. “El premio, recuerden el premio del mes”, les decía haciendo referencia al bono que la empresa otorgaba a los capitanes y marinos que sobresalían en una flota compuesta por más de ochenta y cinco rastreros.

    Fuimos buenos amigos, pasaba saludándome por el taller. Andaba siempre de zapatos tenis y cuando calzaba botas las usaba desamarradas con el ruedo del pantalón dentro de ellas. La gente del puerto, los trabajadores y los capitanes de la flota pesquera lo llamaban “El Diablo” por el dije, pero cuando se dirigían a él lo llamaban por su nombre, don Roberto, Bart o Mr. Bartlett —dijo don Chon Benavides.

En un galerón contiguo al taller, los marinos reparaban las redes. Sentados en pequeños bancos con aguja de plástico en mano, rellenadas con hilo negro de nylon, cubrían sus piernas con las redes deterioradas haciendo nudos que unían al hilo nuevo en forma triangular, tejiéndolas nudo a nudo hasta repararlas. “Allí hacía demostraciones de su destreza como araña tejiendo”, dijo don Chon. Los marinos lo miraban sorprendidos y luego se retiraba dándoles bromas hacia el varadero del maestro Bermúdez. Subían los barcos en un carril dentro del agua, halándolos con un guinche hasta quedar varados. Les quitaban la pintura del casco a través de sandblast, reparaban propellers, plumas, ejes; los pintaban, volviendo al agua como nuevos. Al medio día regresaba a su casa de la Colonia.

    Mi tata llegaba a almorzar pero siempre lo buscaban para plantearle problemas —expresó Felipe.

Estacionaba el jeep o la moto inglés que usaba frente al muelle de la Colonia y subía por las gradas que festejaban sus pasos con dos áreas de descanso en el recorrido. Un total de doce viviendas fabricadas de madera en dos secciones, el porche de acceso forrado con malla metálica y sala-comedor con tres habitaciones mas la cocina, cubiertas con techo de zinc a dos aguas en dirección contraria siguiendo las especificaciones de los planos gringos, constituían la Colonia que era habitada por extranjeros vinculados a la Booth Fisheries. Desde el porche y a través de las ventanas de vidrio de la sala-comedor observaba las maniobras de entrada y salida de los barcos mercantes, langosteros y camaroneros por la barra, así como la costa de la isla del Venado, el casco hundido del Jamaica, el varadero y el muelle de los barcos camaroneros unidos por un brazo de playa de aguas mansas con la Colonia. Luego del almuerzo descansaba con una almohada bajo su cabeza tendido en el piso duro y fresco del porche y antes de la una de la tarde partía hacia la empresa.

    Su sitio preferido era el porche de la casa —dijo Morgan, su hija. — Allí pasaba la mayor parte del tiempo y recibía a sus amigos —agregó.

En Costa Rica y ciudad de El Carmen adoptaba mascotas, entre ellas tigrillos que alimentaba con biberones. “Me regaló una nutria”, dijo Morgan. Desde el muelle de la Colonia jugaba con ella; se sumergía hasta perderse y luego emergía ejecutando un grácil movimiento de patas y cola, de arriba hacia abajo, desplazándose en el agua a gran velocidad. Cuando desaparecía era porque nadaba hasta la ensenada y por el muelle de la aduana. Poseía un rebaño de cabras que pastaba a los lados de la carretera, en el promontorio de piedras contiguo a la pista de aterrizaje y al lado sureste de la costa. Le gustaba cocinar y agasajaba a sus amigos con mariscos y carne de cabro a la barbacoa en las fiestas que realizaba para navidad y año nuevo o en el cumpleaños de sus hijos, pero nunca revelaba el secreto de la salsa que preparaba para adobarla. “Todos los días almorcé en la casa de Bart. Otros visitantes también llegaban, un goteo constante de hombres de negocios y un día no menos de cinco embajadores de los países vecinos. No sé por qué estaban allí, pero no era extraño que su visita coincidía con la hora del almuerzo, porque Donata, la imperturbable cocinera y ama de llaves de Bart, siempre produjo interminablemente grandes platos de los mariscos más deliciosos, langostas, jaibas, camarones gigantes y excelentes pescados locales con platos de ensalada y una amplia oferta de pequeñísimos frijoles rojos, los preferidos de la gente local”, señala Sir Francis Chichester. 
           
Por las tardes volvía a su oficina donde coordinaba la salida de los barcos, revisaba los resultados del proceso de empaque y si era necesario, ampliaba el horario de trabajo hasta la noche para cumplir las metas. Los empleados recibían doble paga en concepto de horas extras los fines de semana. Como la mayoría era de Bluefields, construyó un barco de acero de poco calaje y de alta velocidad para su transporte exclusivo. A las siete y treinta de la mañana atracaba en el muelle de los camaroneros y los empleados eran trasladados a la planta en trailers, mientras que por las noches se observaba navegar hacia Bluefields como una línea de luz marcando su trayectoria sobre las aguas de la bahía. Cada veinte días atracaba en el puerto el Red Diamond para transportar los mariscos hacia Brownsville, Texas. Por las noches pasaba largas horas en el acrostolio de la nave conversando con el capitán y otros amigos del puerto, entre ellos empleados de la aduana. Con el paso de los años, ante el auge de la pesca, Albert Ruppel diseñó el sistema de refrigeración para acondicionar un avión que hiciera el vuelo entre el puerto y Brownsville.
           
“Montado en un tractor de oruga D6 construyó la pista de aterrizaje”, recordó Dumar. Estuvo al frente del corte, nivelación, conformación, compactación y pavimentación asfáltica de la pista que atraviesa la península de sureste a noreste. Celebraban la llegada del avión amarillo y, al abrir sus puertas, una lluvia de caramelos bañaba a los niños que corrían hasta la pista a su encuentro. Los vuelos eran semanales y transportaba doscientas cincuenta toneladas de mariscos. Luego de aterrizar en su primer vuelo invitó a los niños a montarse y sobrevoló el puerto dando varias vueltas.  “Al final Bart hizo la mayor parte de las reparaciones del Gipsy Moth, trabajando todo el día, desde cambiando mangueras, la estancia del puente rota, la pluma, el corredor de pista de dedal, la lámpara de inspección, la cocina; el talón de autodirección fue desmontado para ser limpiado de algas y luego pintado. Pensé que sería imposible reemplazar el aislante en Nicaragua pero un día Bart desapareció y a la mañana siguiente llegó calmado con el aislante adecuado en su bolsillo”, explicó Sir Francis Chichester sobre el trabajo que realizó reparando el yate. Cuando el cubano Xenón Viera se ahogó en las aguas del muelle de la aduana, trató de rescatarlo mostrando sus habilidades de buzo y rescatista pero le fue imposible sacarlo por el peso del tractor D6 de oruga que mantenía atrapado el cuerpo. 
           
“Hizo florecer el béisbol al igual que la pesca”, señaló Filmore McDonalds, alias “San Martín”. Con su respaldo, la empresa organizó varios equipos de béisbol, entre ellos, la Booth, los Capitanes y El Diablo. Los miembros del equipo eran empleados y jugadores sobresalientes del puerto. Todo el utillaje necesario, desde las pelotas hasta los dos uniformes, era importado. “Ganábamos sólo con el uniforme”, dijo San Martín. En la temporada que se desarrollaban los juegos de la liga mayor A en Bluefields, los empleados que formaban el equipo tenían permiso por las tardes para realizar sus prácticas en el viejo campo de béisbol bajo la tutela de Victorino Castro, alias “el hechicero”. Los días domingo salía el barco que transportaba a los empleados hacia Bluefields con los jugadores de El Bluff y la afición que los acompañaba. La alineación del equipo era impresionante y casi todos eran seleccionados para representar a Bluefields en las competencias de la serie del Atlántico. En su oficina exponía con orgullo los trofeos de campeón que el equipo ganaba junto a la colección de armas antiguas que poseía. 
           
El padre Edwin, párroco de la capilla, lo visitaba luego de celebrar misa para exponerle los problemas económicos que enfrentaba. Conversaban en el porche de la casa, lo invitaba a almorzar y tomaban whisky, preferido del cura. “Regresaba con una amplia sonrisa, más conversador y con su rostro anglosajón enrojecido”, dijo doña Rosa. El andén principal del puerto era reparado con regularidad con el apoyo de la empresa y, luego que la planta generadora de electricidad de la aduana no logró cubrir la demanda de energía, todos los habitantes del puerto accedieron a ese servicio que la empresa brindaba con un costo subsidiado. “La Juanita, la Juana Kilo Watts, era la que cobraba el servicio a los usuarios”, dijo doña Juana Angulo.
           
Festejaba la vida sin reparos. En fines de semana, organizaba actividades que le permitían disfrutar al aire libre la compañía de su familia y amistades. Con el trailer acoplado al tractor los llevaba a las lagunas a pasar el día. Allí se reunía a contar chistes, tomar cerveza o ron; siempre preparaba exquisitos bocadillos y asados a la barbacoa mientras sus hijos disfrutaban las aguas dulces con sus amigos. “Cuando sus hijos crecieron compró casa en Managua para que estudiaran en los mejores colegios de esa época”, evocó don Chon. Al quedar solitario, sus amigos lo visitaban en la casa de la Colonia y conversaban hasta tarde tomando tragos o cerveza. “Al caer la noche regresaba a bordo para cenar conmigo. Nos poníamos a platicar, pero casi al terminar una botella de coñac o ginebra, la conversación daba paso a las canciones vigorosas de marinero que Bart cantaba. Cuando estaba en plena canción abría un anillo en el firmamento, se sentía como si temblaba el casco del Gipsy Moth y los almacenes a lo largo del muelle de la aduana se sacudían como si hubiera un terremoto”, señala Sir Francis Chichester. “Una vez vi a Santos Carrasco llegar con el trailer lleno de mujeres del Viet Nam y el Sol y Mar y se armó una de esas fiestas infernales que terminan hasta el amanecer. Al verlas les ofreció un trago y les mostró el baño para que se ducharán”, dijo Oscar sonriendo.
           
Poco después que Sir Francis Chichester lo conociera, viajó a Irán. Mohammad Reza Pahlevi, monarca de Irán desde el 16 de septiembre de 1941 hasta la revolución iraní de 1979, contrató los servicios profesionales de Albert Ruppel para desarrollar la pesca en el golfo Pérsico o Arábigo. Una vez cerrado el contrato, su mano derecha lo siguió junto a varios capitanes de El Bluff y desarrollaron más de veinte plantas camaroneras. “Ni las condiciones climáticas adversas con temperatura mayor a los cuarenta y cinco grados pudieron frenar su espíritu aventurero. Recorría grandes distancias en el desierto para visitar bares y vaciar sus penas”, dijo Oscar. Al explotar los acontecimientos que desembocaron en la revolución iraní regresó a El Bluff luego de visitar a sus familiares en los Estados Unidos; otra aventura lo esperaba.
           
El diecinueve de junio de 1979, Dexter Hooker, llamado “comandante Abel”, en conjunto con dieciséis jóvenes de Bluefields asaltaron las instalaciones de Pescanica ubicadas en Schooney Cay. Luego de tomar rehenes, secuestraron tres barcos camaroneros cargados con más de cien mil libras de mariscos, provisiones y medicinas para socorrer a centenares de blufileños que estaban entrampados en El Rama al huir de los combates y bombardeos en la capital. En el trayecto por el río Escondido fueron atacados por los guardacostas que custodiaban esa vía de navegación, pero luego de amenazar con ajusticiar a los rehenes suspendieron los disparos de las ametralladoras.
           
Al cuarto día de permanecer en El Rama, los rehenes y la gente que escapaba hacia Bluefields abordaron dos de los barcos, mientras uno de ellos permaneció con los insurrectos en El Rama, escondido en la entrada del río Rama debajo de unos árboles. “En el trayecto hacia Bluefields un avión Push and Pull sobrevolaba cerca de los barcos y tiraba bombas al agua como tratando de asustarnos”, dijo Johnny. “Muy temprano apareció el Push and Pull, tirando varias bombas al pesquero que teníamos escondido (las bombas caían en el agua), todo el pueblo se asustó porque creíamos que iban a bombardear la ciudad” relata Dexter Hooker, en su libro ¿La Costa Atlántica es parte de Nicaragua?  Luego que el jefe de la guardia en Bluefields, el general Guerrero, se rindiera ante el comandante Abel, éste procedió a otorgarles responsabilidades a los miembros del grupo. A Wiltshire y Kent les asignó el rol de policías porque conocían todo Bluefields, a Matate lo nombró jefe de transporte, a Sabor de retaguardia para asegurarles comida, quien mató un buen semental para que comieran carne y a Jaque Bazzar junto a brother Ray los nombró jefes de El Bluff.

“Como a las nueve de la mañana del 20 de Julio me avisaron que una gente había llegado al Bluff procedente de Puerto Limón. No sólo llegaron refugiados sino toda la brigada internacionalista Simón Bolívar con más de doscientos integrantes y hasta su propio estado mayor, los que fueron recibidos por el Jaque Bazzar y brother Ray como jefe de plaza. Los jefes me enseñaron cartas firmadas por la comandancia del Frente Sur, estos sí eran grandilocuentes, sobre todo un negrito chaparrito y barbudo con voz de gigante llamado Kalalu, pero a los días tuve que recordarles que yo era el jefe”, dice Dexter.

Estando en El Bluff, Kalalu mandó a llamar a Bartlett. El internacionalista se encontraba en la casa que Somoza tenía contigua a la empresa constructora de barcos de fibra de vidrio llamada PACSA. “Cuando el Diablo llegó, lo encontró vestido con una bata de salida de baño de Somoza, un vaso lleno de whisky en su mano derecha y una prostituta cubierta de espuma dentro de la bañera”, dijo Oscar. “Mira la vida que se daba el hijo de puta de Somoza”, le dijo Kalalu. “Muy buena, pero para tenerla hay que trabajar”, le contestó el Diablo y logró convencerlo para que la flota camaronera saliera a pescar.
           
La región seguía en paz y el sector pesquero trabajando. “Kalalu y brother Ray me invitaron a El Bluff a la inauguración del primer puesto de salud. En el acto consultaron a la población sobre el nombre que iban a ponerle al centro y todos dijeron “Robert Bartlett”, pero se le puso otro. En realidad Bartlett era un personaje muy querido no sólo en El Bluff sino en toda la región. Le dije que era agente de la CIA, pero con una sonrisa contestó que el agente era otro, el que ordenó a los aviones no dejar caer las bombas en El Rama ni en los barcos”, señala Dexter. “Dos o tres semanas después del triunfo, el Diablo me contó lo del avión Push and Pull, dijo que los barcos eran para producir y no para ser bombardeados, mucho menos las ciudades con gente indefensa, que eso era de cobardes”, dijo Johnny. “Cuando mandé al Jaque Bazzar como jefe militar de El Bluff y a brother Ray como jefe político, les recomendé tener a Bart casa por cárcel, pero cuando llegué era su principal asesor y tenía una gran influencia en ellos. En el acto de inauguración de la clínica, el Jaque Bazzar dijo que era un enviado de Arafat, directamente del Tel-Aviv y tenía puesta una toalla en la cabeza tipo árabe, anteojos oscuros y un habano en la boca que le dio Bart; hasta le enseñó a manejar carro. Por otro lado, brother Ray usaba un quepis de Murkel, el jefe de la guardia y los guardacostas”, dice Dexter.
           
“Lo mantuvieron detenido varios días en el cuartel de la guardia en Bluefields donde llegaba a visitarlo. Le llevaba sus puros y platicábamos, nunca lo noté desesperado. Cuando registraron su casa y oficina encontraron la colección de armas antiguas que tenía, lo acusaron por ello y de ser agente de la CIA”, dijo Dumar. La embajada norteamericana presionó para que lo liberaran igual que Albert Ruppel. Una orden directa de Managua llegó y salió libre. Poco después abandonó el país y regresó a Brownsville, Texas.
           
En el periodo de gobierno de Arnoldo Alemán regresó a El Bluff. “Lo encontré junto a Fernando Hodgson y “el hechicero” Castro en Bluefields. Realizó una inspección exhaustiva en las instalaciones de la Booth porque pretendía reactivar la pesca pero no lo logró debido a que los nuevos poderosos del sector lo bloquearon y ya habían firmado con la empresa Gulf King”, recuerda Oscar.
           
Padeció la enfermedad de Alzheimer y su hija Morgan mantuvo frescas sus memorias. “En los últimos días su principal deseo era regresar a El Bluff”, dijo Morgan. Falleció el 4 de septiembre de 2005 en Rancho Viejo, Texas, a la edad de 80 años. Cuando la panga atracó en el muelle, una multitud en algarabía esperaba a sus hijos tras conocer la noticia de que sus restos llegaban con ellos. “Su vida fue emocionante, una constante aventura. Se enamoró de El Bluff, nunca pudo olvidarlo y por ello hemos depositado sus cenizas, las cenizas del Diablo, en las aguas de su bahía y en la playa del Tortuguero”, dijo Felipe con satisfacción luego de sellar con sus pies el orificio donde Bart inicia una nueva travesía.


Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
Lunes, 06 de febrero de 2012

lunes, 13 de febrero de 2012

LA COMUNIDAD: ALFA Y OMEGA DE LA ECONOMÍA

Existen insuficiencias en los modelos analíticos tradicionales que explican la organización y funcionamiento de la actividad económica empresarial; distinguen el capital y el trabajo, o bien, la tierra, el capital y el trabajo, como únicos factores económicos relevantes. Todo lo contrario: existen otros y es preciso comprender los procesos mediante los cuales se constituyen históricamente como realidades distintas para reconocerlos y profundizar el análisis económico.
         
La división social del trabajo es el proceso de diferenciación factorial de la producción que comenzó en una fase primitiva de la sociedad donde los factores económicos se encontraban integrados en la comunidad; efectuaban las tareas y funciones productivas, operando como fuerza de trabajo colectiva. Estaban unidos bajo uno solo: la comunidad, que trabaja, posee los medios materiales de producción, conoce los modos de hacer, toma decisiones y establece relaciones económicas con otros grupos.
         
Estudios históricos sostienen que el primer factor en diferenciarse fue el que llamamos administración, el poder decisional. Una o varias personas, destacadas de la comunidad, comienzan a dirigirla tomando decisiones en nombre del colectivo. Se separan de la fuerza de trabajo colectiva al dejar de participar en la ejecución de tareas productivas, limitándose a dirigir, controlar y coordinar el proceso. La gestión y administración se constituye en una actividad especializada.
         
El segundo factor que se separa es el que llamamos tecnología, esto es, el saber práctico. En las comunidades ciertas personas se destacan por su imaginación e inteligencia técnica; observan el trabajo de otros, descubren imperfecciones, ineficiencias e inventan modos de hacer las cosas de manera más fácil o con mejores rendimientos. Así surge el saber tecnológico como factor especial, una nueva especialización a la que se dedican sacerdotes y sabios, brujos y hechiceros, curanderos y nigromantes, quienes detentan el conocimiento necesario para aplacar a los dioses y controlar las fuerzas de la naturaleza, curar las enfermedades y proteger a la comunidad de fuerzas negativas, detener las plagas e incrementar la fecundidad de las tierras y los animales, controlar el fuego e inventar artefactos eficientes.
         
El tercer factor escindido son los medios materiales de producción. En cierto momento, algunas personas se adueñan o adquieren el dominio de porciones de tierra y, con ella, de los árboles, animales e instalaciones. También se apropian de instrumentos, herramientas, materias primas y demás elementos con que se produce. Los “propietarios”, al poder establecer las condiciones de producción, exigen recompensa por su aporte al proceso productivo y, al adquirir los medios suficientes para vivir, dejar de trabajar en tareas de ejecución.
         
El último factor que se separa es el financiamiento. Aparecen intereses particulares contrapuestos que dan lugar a la desconfianza y conflictos. La confianza ya no se intercambia por confianza, la credibilidad disminuye. La reciprocidad ya no está garantizada ética y culturalmente, lo que dificulta los procesos de cooperación e intercambio. Cuando hay intereses contrapuestos y cada cual busca maximizar los beneficios que obtiene con sus aportes, se hace necesario contar con elementos objetivos que sustituyan la confianza y credibilidad perdida, desplazándose hacia valores económicos objetivados. Metales preciosos, dinero, contratos de pago, se convierten en el lubricante que permite la circulación fluida de los aportes. Pero los “medios de pago” también son apropiados por individuos que los concentran en sus manos: los comerciantes e intermediarios. La confianza y credibilidad son aportadas por quienes poseen tales medios en cantidades suficientes, surgiendo la actividad que hoy llamamos “intermediación financiera”.
         
Desarticulada la comunidad, los trabajadores deben hacer valer su aporte propio, su trabajo particular como elemento que, siendo indispensable para producir, permite obtener su correspondiente participación en el producto y en los beneficios de la actividad económica colectiva. El trabajo se ha levantado también como un factor económico especial, diferenciado e independiente.

La comunidad empobrecida sigue siendo necesaria para producir. No basta la coordinación de voluntades mediante el poder administrativo; no es suficiente la combinación de los aportes mediante un saber articulador; no resulta suficiente la credibilidad y confianza creada por el dinero. La comunidad, la recíproca colaboración voluntaria, la conciencia de ser parte de una misma realidad, el reconocimiento de objetivos e intereses compartidos, la cohesión espontánea y natural de las personas, la asociación y agrupamiento para el logro de objetivos comunes, siguen siendo necesarios y proporcionando fuerza al proceso productivo.
         
La comunidad termina siendo un factor. El “factor comunitario”, el primero y ultimo de los factores, el alfa y la omega de la economía, efectúa su aporte, pero nadie recoge y exige las recompensas de su contribución porque nadie lo representa y, debido a ello, se hace difícil su reconocimiento, quedando fuera de la conceptualización en las teorías económicas. Su productividad se reparte entre los demás factores o son apropiados por los organizadores de las actividades económicas: los empresarios, que después de remunerar a los demás, se quedan con el beneficio residual, la llamada utilidad o ganancia.

Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
Jueves, 09 de febrero de 2012

lunes, 6 de febrero de 2012

BAJO LA ESPESURA DEL BOSQUE

Esa noche se nos vino encima un temporal con relámpagos y truenos. Llegamos a las seis de la tarde, luego de recorrer por quince días valles y montañas en los alrededores de Toro Bayo. “La misión encomendada fue recuperar los cuerpos masacrados por la Guardia Nacional de los compañeros miembros de la columna guerrillera Jacinto Hernández”, dijo Marcelo con tono nervioso quitándose la gorra azul y acomodándosela nuevamente para cubrir el cabello ralo de su cráneo emblanquecido. El grupo de rescate estaba formado por quince compañeros excombatientes contra la guardia en la lucha guerrillera, miembros del recién formado Ejército; llegamos a Nueva Guinea provenientes de diferentes lugares del país. “Mira, aquí está la prueba”, dijo mostrando un broche de combatiente histórico que le habían entregado. “Mis años de guerrillero los pasé en el Frente Sur”, agregó Marcelo.
           
La Guardia Nacional descubrió la incursión de la columna guerrillera y movilizó a sus fuerzas elites, la Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería (EEBI) por tierra y a la aviación, para frenar su avance. Los combatientes de la columna no lograron el apoyo de los campesinos de la zona porque los jueces de mesta, con los orejas de la guardia, dominaban los campos y los mantenían aterrorizados. En complicidad con ellos, a varios miembros de la columna les dieron de comer nacatamales mezclados con una planta llamada “camotillo” y en su marcha sufrieron nauseas, vómito y diarrea hasta quedar completamente deshidratados, sin fuerzas. En esas condiciones los masacró la guardia el 17 de mayo de 1979, antes del triunfo de la revolución. “A muchos los enterraron en el Paso de las Yeguas y en otros lugares donde fueron asesinados”, dijo Marcelo aspirando un largo sorbo de cigarrillo con sus manos temblorosas. No todos murieron en esa zona —dijo Alvaro. Es cierto —respondió exhalando una bocanada de humo como locomotora furiosa y agregó— otros cayeron en Punta Gorda.

Al regresar nos acomodaron en el ex cuartel de la EEBI, ubicado al lado sureste de la pista de aterrizaje. Era una casa de madera y tambo con un inmenso corredor a la que llamaban “casa blanca”. Luego de acomodar los cuerpos recuperados en una habitación, nos dieron de cenar y el jefe del grupo, Enrique, procedió a hacer el rol de guardia, de vigilancia. Me dormí en instantes en la covacha y me despertaron diez minutos antes de las doce para hacer posta de dos horas. Tomé café y me acomodé en una esquina del corredor. No se escuchaba ningún ruido más que el de la lluvia intensa sobre el zinc y había poca visibilidad por la neblina.
           
A las doce en punto escuché el ruido del motor de un jeep Willis que se aproximaba; al dar la vuelta en el extremo este de la pista vi el destello de sus luces. Se aproximaba de prisa, salpicando agua de los charcos en su recorrido. Al estacionarse bajó de prisa el jefe militar de la zona y despertó a Enrique. Hablaron un rato, luego despertaron a los miembros del grupo y nos reunieron formados en la sala. El jefe militar habló para darnos felicitaciones. Dijo que nuestro rescate pasaría a ser parte de la historia del país, de la lucha sandinista y que al día siguiente los cuerpos serían identificados por especialistas provenientes de Managua. Nos estrechó las manos a todos, luego se retiró. Mis compañeros volvieron a descansar y continúe en el rol de guardia.
           
Marcelo volvió a encender un cigarrillo, inhaló una profunda bocanada de humo, se quitó y acomodó la gorra como un acto reflejo. ¿De qué mes estás hablando?, dijo Alvaro. Fue hace muchos años, en agosto de 1979, recién el triunfo. ¿Nos tomamos un café? —preguntó Alvaro porque lo miraba inquieto. Dale, pues —respondió. Está bonito el broche —le dijo. Sí, es un reconocimiento a mi larga trayectoria. Aquí donde me ves, así sencillo y de botas de hule, nunca he pedido nada por haber combatido a la guardia cuando le cuereaba, ni por defender la revolución como hacen ahora ese montón de culitos chicha que buscan desesperados unas laminitas de zinc. Por esos tiempos —dijo y brindaron.

El frío de la noche lluviosa me calaba hasta los huesos. Acurrucado en la esquina del corredor me cubrí el pecho con el capote y, mientras la densa neblina y el silencio hechicero me acompañaban, recordé cada uno de los momentos del rescate de los combatientes heroicos.
           
Me encontraba bajo la espesura del bosque con mis compañeros y tres campesinos nos indicaban el lugar que daba muestras del enterramiento porque se notaba tierra removida, sobrante, de un color diferente. Tomé mi pala y comencé a excavar, al inicio con delicadeza, pero luego de prisa, con desesperación y el corazón latiéndome como tratando de volcarse sobre la fosa que iba abriendo. De pronto, como a una vara de profundidad, sentí que la pala pegó en algo diferente y comencé a remover tierra con mayor cuidado desde ese punto hacia los lados hasta llegar al nivel de profundidad que había alcanzado. Saqué tierra con la punta de la pala y vi el uniforme verde olivo. ¡Compañeros, compañeros, aquí encontré a uno! —grité. ¡Yo también, aquí hay otro! —gritó uno de los compañeros y seguido de él escuche a otros gritando lo mismo.

Al terminar de quitar la tierra de encima procedí a apartar la de los lados. No sentí mal olor, no lo sentía aun cuando el cuerpo estaba en estado de descomposición avanzada. Trate de sacarlo de un tirón pero no pude, el cuerpo se desprendió en partes. Volví la mirada hacia arriba y observé a uno de los campesinos que se cubría la boca y la nariz con un pañuelo; hasta ese momento sentí el olor de la muerte. Salí del hueco, tomé una bolsa de plástico de la mochila, un vaso de zepol y volví a bajar. No soportaba el olor, me unté zepol en la nariz y me cubrí con un pañuelo. Tomé el cuerpo de los pies, le quité las botas, abrí la bolsa y poco a poco lo fui metiendo por partes hasta culminar con la cabeza. Mis manos, mis piernas, todo mi cuerpo temblaba; con todas mis fuerzas, luego de amarrar la bolsa, lo levanté sacándolo a la superficie.
           
En ese punto rescatamos a veinte. En varios enterramientos había dos y hasta tres cuerpos, todos estaban completos. Luego de descansar un par de horas iniciamos la marcha de regreso a Nueva Guinea. Los más fuertes cargaron dos cuerpos, yo solamente traía al que había desenterrado. Tardamos dos días caminando hasta llegar al pueblo. ¿Y que pasó con los cuerpos? —preguntó Alvaro. Los identificaron y fueron trasladados a varios lugares del país, unos a Managua y otros a Rivas —contestó Marcelo luego de tomarse un trago de café con la mano derecha temblorosa.

“El que yo rescaté se llamaba Amado Caballero y cuando dejé la vida militar me convertí en cooperativista. Al organizar la cooperativa junto a otros campesinos de la zona, aún cuando muchos de ellos combatieron con la contra, ninguno se opuso a mí moción de nombrarla “Amado Caballero”, dijo Marcelo al despedirse y acomodarse la gorra azul con el logotipo de su organización.

Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
Martes, 03 de enero de 2012