jueves, 8 de noviembre de 2012

NOS GANAMOS LA BAHIA Y LA VIDA


Ingresé al barrio “el Canal” de Bluefields por un callejón. Un grupo de niñas y niños se aglomeraban alrededor de un pozo comunal, reían y gritaban a la espera de su turno para hacer girar la rueda de la bomba de mecate, mientras el agua se escurría entre las cubetas por el delantal del pozo. Avanzando por el estrecho andén sobresalían casas de madera construidas sobre tambo y un aroma marino, costero, pesado. Repentinamente el recorrido se tornó en un interminable zigzag hacia la bahía, cuyas aguas ennegrecidas se adentraban debajo de las casas en las que flotaban botellas y bolsas de plástico; en los pequeños patios sobresalían conchas de ostiones, regadas y amontonadas.

Un poco más al fondo estaban ellos y ellas, sentados en cajillas de plástico frente al volcán de ostiones, tomándolos con su mano izquierda cubierta por guantes viejos y con la derecha sosteniendo un cuchillo que velozmente los abría, raspando la concha interna color nácar, extrayendo la carne y depositándola en pequeños recipientes llenos de agua azulada. Desde la estructura de madera de una casa inconclusa, separándonos el andén, me senté a observarlos, disfrutando su pericia y el aroma que el intenso sol mañanero evaporaba.

Recordé a dos negros creole que en el pasado lo hacían: Brooks y la Melá. Ahora son mestizos, mujeres, hombres, la mayoría adolescentes. “Desde que tenía ocho años los pelaba, sigo haciéndolo ahora que tengo veinte”, dijo Modesta Dormus como respuesta sobre el número de personas que se dedican a la actividad. Trabajan en seis grupos compuestos por cinco personas cada uno y, en promedio, cada grupo les compra a los pescadores diez canastos cada dos días.

En la bahía de Bluefields, los bancos de ostiones más importantes se localizan en la parte norte, cerca de Halfway Cay y al sur de Rama Cay, a menos de un metro de profundidad durante la bajamar. Entre ellos, los más importantes son Bella Vista, Santa María, Coco Cay, Halfway Cay, Hone Sound, Punta de Lora y Cayo Wanu. Tradicionalmente los pobladores de Rama Cay, los Rama, principalmente mujeres y adolescentes, viajan a los bancos en cayucos llevando de una a tres personas. Los cayucos llevan velas hechas de tela o plástico negro. Las pescadoras calzan botas cortas o sandalias, ambas de goma, mientras que sus manos pueden ir con guantes o descubiertas. Caminan en los bancos con el agua hasta los muslos o la cintura, recogen los ostiones con sus manos y los depositan en los cayucos. Al regresar, descascaran lo suficiente para alimentarse con esa fuente de proteína animal y el resto lo venden por canastos.

“A veces alquilamos cayucos para pescarlos”, explicó Modesta. “Es pesado, nos cuesta sacarlos casi todo el día”, agregó. Obtienen un litro de ostión por cada canasto (30 kilogramos). La carne de ostión es lavada en panas de plástico y luego depositada en bolsas del mismo material con las que abastecen a comerciantes del mercado municipal y vendedores ambulantes que los ofrecen por las calles de la ciudad. Ellos los envasan en botellas de plástico de un litro o un galón que les solicitan propietarios de restaurantes y bares, o vendedores que a su vez los ofrecen en el muelle o en el aeropuerto a 150 córdobas el galón.

“¿Y las conchas?, ¿qué hacen con ellas?”, pregunté. “Con ellas nos ganamos la bahía y con la carne la vida”, expresó Modesta sonriente. En los alrededores, los tambos de las casas están cubiertos de conchas de ostión y los andenes de acceso a las casas son construidos con ellas. “Es un buen abono, ¡miré!, ¡miré estos chiles de cabro!”, dijo mostrando los sanos y florecientes arbustos plantados a la orilla de las gradas de su casa. “A veces vienen compradores de concha, vendemos el saco a 18 córdobas, hacen cal, pero la mayoría la usa para hacer rellenos en los patios o andenes”, agregó mientras cerdos, patos y gallinas se alimentaban de los residuos amontonados, todavía húmedos, como aves de rapiña. Al verlos, pregunté: “¿quiénes los apoyan?”, “nadie, nadie, sólo nuestras piernas y manos”, respondió Modesta.

Luego de conversar con Modesta y los chavalos que pelaban ostiones seguí caminando hasta el pequeño muelle del barrio “el Canal”. Observando el horizonte en dirección a Punta Masaya y Rama Cay, recordé a la Melá despidiéndome en el muelle municipal con un galón de ostiones en sus manos y sus palabras: “no seas pinche, vieras lo que cuesta”.

Ronald Hill A.
Miércoles, 07 de noviembre de 2012