viernes, 13 de octubre de 2023

EN UN ANDÉN MULTICOLOR

 


Después de los meses de verano, con la llegada de las primeras lluvias, las flores llamadas brujitas florecían a los lados del andén. Caminar sobre el concreto mezclado con basalto de color azul y arena de mar con los colores amarillos, rosa y blanco de las brujitas, creaba una sensación de querer estar allí, de arraigo, de pertenencia y de caminar y caminar sin que el trayecto llegara a su final, no importando la dirección del recorrido, si era hacia el lado de la iglesia católica o hacia el lado de los pescadores.

Nadie escapaba a ese embrujo llamativo provocado por las brujitas florecidas. Visitantes que se dirigían a la playa, parejas de enamorados, mujeres vendedoras de hornadas y pan dulce con sus panas bien protegidas, el vendedor de lotería, el barbero con su instrumental en el maletín, el vendedor de sorbetes con su carretón y su campanita insistente, afiladores de cuchillos y tijeras, estibadores, marinos mercantes, pangueros, gestores de aduana, la mayoría de ellos provenientes de Bluefields. Todos disfrutaban el ambiente florecido en su recorrido.

Y allí, al caer la tarde, la vi caminar por ese andén multicolor. Su figura delgada, alta, vestida con una camiseta del algodón, pantalón blue jeans y calzando tenis blancos, con su cabello castaño casi rubio ondeando al ritmo de la brisa proveniente de la playa de El Tortuguero, saludándome con un hola, un hola en una voz de extranjera, surgiendo de su boca y labios de señorita que lo ha traducido del inglés en su mente, y gesticulado con sus manos, su cuerpo en movimiento, sus pasos desplazándose sobre los colores, mostrando una sonrisa plena que brilla con la luz de sus ojos verde miel. Una chavala en vacaciones visitando a sus familiares que la agasajan todo el tiempo.

En la playa de El Tortuguero, con su bikini azul, es el centro de las miradas. Nada como atleta y deja que la cubran hasta el cuello de arena; le encantan las uvas de mar y los icacos; quiere agua de coco y  tres chavalos corren a subirse a los cocoteros; hace castillos de arena y los regala, este para vos y aquel para él; le fascina recolectar conchas de mar y las organiza en paletas de colores; quiere estrellas de mar y nuevamente corren en busca de ellas. Descansa en un tronco blanco de balsa y se extiende con la cara al sol. Su cuerpo no es voluminoso, está en desarrollo, pero se dibujan sus pechos, su vientre con un ombligo profundo, sus piernas largas y, al girarse para tener un bronceado ligero y uniforme, crea una superficie de arena inestable que cae desde el contorno más alto de su cadera. Levanta las piernas, las balancea hacia atrás y hacia adelante, las sostiene por varios segundos en alto, revelando la fuerza de su cuerpo que se contrae y expande al vaivén de sus movimientos. Se incorpora minutos después, está cubierta de arena, sacude su cuerpo, pasa con delicadeza sus manos por la cintura y corre hacia la playa. “Let´s go, let´s go", dice invitando con sus manos, y todos, embelesados, vamos detrás de ella.

Por la noche hay una fiesta en su honor en la Cabaña. El rancho está de gala para la ocasión. Los cocoteros a ambos lados del andén de acceso están iluminados por bombillos que invitan a recorrerlo. Al llegar a la puerta de acceso, ella está en el centro, de pie, dando la bienvenida a los invitados que le llevan regalos. Muchas gracias, no debieron molestarse, muy amables, dice en ese español tan propio de gringuita. Viste con sencillez: una falda ajustada a su cadera, una blusa que muestra sus hombros y la línea de sus pechos bronceados, calza sandalias de cuero. Lleva el cabello suelto. Su sonrisa colma la cabaña. Frente al amplio bar, una mesa grande es ocupada por sus familiares: abuelos, hermanos y primos. Mesas para cuatro están acomodadas en los otros espacios y en un costado un grupo musical de Bluefields afina sus instrumentos. Allí están los invitados y la mayor parte de los adolescentes del puerto. Los meseros recorren con bandejas el salón ofreciendo bebidas y cocteles. En la parte posterior de la Cabaña, bajando las gradas, se escucha el sonido de las olas reventando en la playa de El Tortuguero. La suave brisa marina mueve las ramas de los cocoteros y hace volar chispas desde los asadores donde se preparan carnes y mariscos para los invitados.

Suena la música, música de verano, y todos quieren bailar con ella. Ella, muy educada, se disculpa, “Oh, I´m sorry”, dice con esa gracia de bella gringuita, y son sus primos los primeros que se turnan para bailar con ella. Su rostro, su nariz y su boca buscan un poco de aire, necesita respirar porque no está acostumbrada a bailar de esa manera, a ese agarre extenuante, fuerte y con presión de su espalda y caderas contra el cuerpo de ellos. Sus manos descansan en los pechos de ellos, no cruzan sus hombros, y se nota como si estuviera atrapada en unas garras que creen poder merecer y conseguirlo todo. Entre piezas musicales va hacia la mesa familiar, aprovecho la ocasión, me acerco y extiendo mi mano invitándola a bailar y corresponde.

Nos hemos movido hacia el centro de la cabaña, ella ha caminado un poco más allá de la mesa de sus familiares. La música es parte del popurrí del grupo musical. Mi mano izquierda toma su mano y la derecha toca su espalda. Ahora, al acercar mi cuerpo al de ella, me doy cuenta de que es más alta. Mi mejilla llega un poco más arriba de la línea de sus pechos, su rostro sobresale por encima del mío y repentinamente me atrae hacia ella con un impulso desmedido. Sus piernas se entremezclan con las mías y me dejo llevar por su ritmo con movimientos laterales y ondulantes de caderas y de piernas hacia adelante y atrás. En ese constante roce, con el aroma de vainilla y canela que desprende su cuerpo, el peso de sus hombros sobre los míos, ella se separa un poco y me mira con sus ojos iluminados por toda la luz que inunda La Cabaña como si al fin me reconociera, como recordando el hola que me dijo al encontrarnos en el andén, “are you ok”, pregunta, traducido al español en su voz dulce de gringuita, y trato de procesar su pregunta, por qué lo hace, y me doy cuenta que mi corazón palpita a mil latidos por segundos, que mis manos la han apretujado con la fuerza de quien trata de salvarse aferrándose a lo que más quiere cuando un volcán está a punto de erupcionar. “You are so funny”, dice con una gran sonrisa, mirando mi rostro enrojecido. Nos separarnos, pero uno de sus primos aprovecha y le extiende la mano para que continúe bailando con ella.

Acostado en la cama pensé en ella con la brisa sacudiendo el mosquitero y acurrucándome entre las sábanas. Es bella, es linda, que no se vaya, que estudie en Bluefields para verla en el barco todos los días, que se quede por siempre, y así, en la oscuridad de la noche, la fui pensando hasta verla caminar por el andén azul, florecido a sus lados de brujitas blancas, rosadas y amarillas, con su pelo al vaivén de la brisa proveniente de la playa de El Tortuguero y entregándome su mano para caminar a su lado, escuchando su voz de gringuita encantadora al ritmo de sus pasos largos, en un ir y venir sin fin por el andén multicolor.

 

11/10/2023

Foto: Internet.

2 comentarios:

  1. Buena narrativa. Resalta la naturaleza y el encanto que otros no vemos en Bluefields.

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