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martes, 13 de febrero de 2024

AMORES

 


Me encanta ver el sol al amanecer

entre los árboles brillando.

Me encanta la luz del atardecer

cuando las garzas pasan volando.

 

Me encanta el ruido de la lluvia

cuando cae en el techo de zinc por la noche.

Amo la neblina en mi rostro

cuando surge la luz rosácea del amanecer.

 

Amo la mar y su profundidad azul.

Me encantan las olas cuando revientan en la playa

susurrado palabras con su ronca voz.

Amo las bandadas de gaviotas y sus agudas letanías.

 

Me encanta caminar en la arena,

con las palmas de cocoteros ondulándose en el horizonte.

Amo nadar y bucear con esnórquel en el arrecife de coral,

pero más que todo eso,

Amo a mi amor ausente.

 

 

12 de febrero de 2023.

Foto: Internet

jueves, 30 de marzo de 2023

EN LA PISCINA DE LA COLINA

Ella nada en la piscina de la colina,

me transfiguro en la alberca,

siento su presencia de mujer madura

desplazándose en mi cuerpo de agua.

 

Sus manos y sus piernas en sincronía

salpican mis aguas y sus movimientos

provocan el canto de los pájaros,

mientras el sol ilumina el día.

 

Sale erguida a observarlo,

y veo su esbelta figura a contraluz,

sus piernas largas, sus caderas altivas,

y sus pechos llenos de vida al viento.

 

En ese momento, todo se detiene,

el mundo se convierte en un poema,

y yo estoy cautivado y atrapado

por la belleza y la gracia de su ser.

 

Soy testigo silencioso

de su baño matutino, intimo,

y aunque ella no me ve ni me oye,

soy bendecido por su presencia

y por el milagro de la vida.

 

Miércoles, 30 de marzo de 2023

Foto propia.

sábado, 1 de abril de 2017

EL PRIMER DÍA DE ABRIL



El encanto del amanecer cubrió su rostro. Su apariencia se transfiguró por la luz de mañana, cubriéndola bajo el dintel de la puerta. Por unos instantes quedó inmóvil, iluminada por los primeros rayos del sol del primer día de Abril.

En sus ojos negros descubrí la belleza de la noche, y entre toda su hermosura, la gracia del día ruborizándose por el enrojecido cielo. Escuché su voz diciendo su nombre, el canto de una paloma en las altas ramas de los árboles de caoba, la música de una dulce melodía. De su sonrisa los destellos de luz irrumpen al amor, el contenido de todas las virtudes de su fascinante corazón.

Y en este primer día de Abril, los pájaros en bandada señalan el cielo, a mis oídos aburridos, a mis ojos cegados por nostalgia, que ella sigue conmigo, que su belleza está intacta, que irradia siempre cada uno de mis amaneceres.


martes, 11 de septiembre de 2012

¡BUENAS!, ¡BUENAS!

Despierto, vuelvo la mirada hacia ella, aparto la colcha suavemente y me incorporo. Con la palma de los pies busco las chinelas, las reúno, las tomo de los ganchos para alzarlas y, con la mano izquierda, levanto lentamente el manojo de llaves que descansa en la mesa de noche.

Observo el amanecer a través del color ámbar de la cortina que cubre la ventana, deposito suavemente las llaves en la bolsa del pantalón corto y, en dirección hacia la puerta de la habitación, giro hacia la derecha evitando estrellarme contra el abanico. Me detengo frente al tocador, el reflejo de la tenue claridad en el espejo es mi guía.

Oprimo las chinelas con el brazo en mi costado izquierdo, tomo el encendedor y la cajetilla de cigarros, los coloco en la bolsa derecha, doy tres pasos sobre el piso de baldosa, tomo la cerradura de la puerta, la giro con cuidado, halo la puerta evitando el crujir de las bisagras, salgo al pasillo y escucho ¡uuummm!; es ella, estirándose placenteramente en su cama.

Calzo las chinelas. En dos pasos estoy frente al lavamos y enciendo la lámpara. El agua está fría, sólo en la ducha tengo agua caliente y, luego de lavarme la cara y cepillarme los dientes, mi primer deseo es tomarme una taza de café humeante. “Otro día”, pienso luego de secarme con la toalla y verme en el espejo.

Camino hacia la sala, observo el gris amanecer a través de los ventanales, abro la puerta y salgo al corredor humedecido por la bruma. Respiro profundamente, en los árboles el canto de los pájaros anuncia el forcejeo de los rayos del sol con la neblina por aclarar el día. Hace frío, bajo las gradas, salgo al porche y camino por el andén hacia la cocina. En lo alto, la cima de la colina dormita cubierta por el manto lóbrego de la mañana.

Froto con la camiseta mis lentes empañados, saco las llaves de la bolsa y abro la puerta de acceso a la cocina. Enciendo las luces, lleno un cuarto de la cafetera con agua y la enchufo en el tomacorriente. Me acompañan el ruido del motor de la refrigeradora, los platos, los vasos, tenedores y cucharas y, sobre un estante de tres secciones, plátanos, papas, chayotes, zanahorias, yuca, quequisque, piñas, bananos y una cabeza de ajo.

Hiervo el agua, llega el momento esperando, la vierto sobre el café y se desprende el aroma que termina de despertarme. Debajo del alero de la cocina, en el salón de restaurante, me siento en una silla, doy dos sorbos de café y enciendo un cigarrillo. Me quedo pensativo viendo cómo aclara el día, el saltar alegre de los pájaros, el movimiento de las hojas provocado por el viento que fluye desde el Este, destilando gotas de agua, y escuchó el aleteo de la Tieta.

Abro la puerta posterior de la cocina. Al verme dice “¡Buenas!, ¡Buenas!”, espera su recompensa. Levanto la ventanilla de la jaula, baja hacia mi mano y, antes de atrapar la rodaja de pan con su pico, vuelve a decir agradecida “¡Buenas!, ¡Buenas!” Una hora después ella llega, entre dormida y despierta, se acomoda en la mecedora mientras le preparo su cafecito; “¡en la taza de la Virgen!”, escucho que me dice.

Regreso a la silla, bebo café, enciendo otro cigarrillo y pienso que este es un buen tema para darles los buenos días. “¿En qué estás pensando?”, me pregunta. “Ya te vas a dar cuenta”, le contestó al dirigirme a mi oficina. Escribo.

Domingo, 9 de agosto de 2012.