Desde el barranco la miraba entera,
manglares a cada lado, resguardándola,
trozos de madera sacudidos al sol de la bahía.
Por su vereda anduve sin reloj ni prisa,
de casa al muelle de los pesqueros, ida y vuelta,
viendo pangas bordar la espuma.
A las cinco pm, sin falta, cantaba la Poponé,
y el viento, burlón, se robaba su canto
entre Miss Lilian y la isla chiquita.
En la carbonera olía a carbón de antaño,
ahí hurgaba entre troncos por chacalines
para tentar peces en la orilla del Murito.
Sus aguas eran cristal en verano azul,
pero el Escondido, en lluvia brava,
le traía su barro como herida abierta.
Pequeña y bien formada, como una concha
viva,
allí aprendí el arte de flotar y remar,
bajo un cielo que aún recuerdo.
Botecitos hechos de balsa,
con velas cortadas de sacos,
competían en regatas de fantasía.
Ahora sobre sus aguas atracan pangas,
mis amigos de antaño —los de siempre—
allí pasan las horas aún con esperanzas.
Otros han poblado sus orillas,
con casas, negocios y ruido en el muelle,
dejando desechos que la contaminan.
28 de Junio de 2025
Foto: Propia. Muelle sobre la ensenada y Wesley.
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