viernes, 10 de octubre de 2025

EL VIEJO Y LA BAHÍA

 



El viejo se sienta en el muelle,

los pies colgados sobre el calmo oleaje.

El sol cae despacio detrás del cerro,

y el cielo lentamente se torna naranja achocolatado,

como su piel, curtida por el viento y la sal.

 

Sopla la brisa marina,

trae consigo ese olor espeso

de la bahía cansada:

plástico multicolor usado,

machas de aceite quemado,

y vida que se niega a rendirse.

 

Los cayucos cruzan el horizonte,

mientras las gaviotas vuelan hacia los cayos,

velas rotas y alas blancas

dibujando despedidas en el aire.

El viejo los sigue con la mirada,

sin prisa, con respeto,

como quien despide viejos amigos.

 

Recuerda cuando la bahía era limpia,

cuando podía lanzarse al agua,

desde ese mismo lugar,

pero de un muelle tambaleante

con risas y gritos de alegría de sus amigos,

y salir oliendo a sol, no a petróleo.

 

Entonces sonríe, leve,

porque aun así respira junto a las olas

que todavía cantan, bajito,

entre las rendijas de las tablas húmedas del muelle.

 

El viento tienta sus rizos cenicientos,

le acaricia la cara y recuerda

que sigue vivo.

Y mientras la luz se desvanece,

él se queda mirando el horizonte,

con la paciencia antigua

de quien ha aprendido

a querer la bahía tal como es:

hermosa y herida.

 

 

8 de octubre de 2025.

Foto: Sergio Orozco Carazo.


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