sábado, 8 de noviembre de 2025

MARIO MONTERO

 



Ya hace días he pensado

en un amigo de juventud,

muy querido por los blofeños

de mi generación y la que antecede.

De la época de un andén multicolor

y casas de madera bien cuidadas.

 

A mi amigo Mario Montero

trato de escribirle este poema libre, 

como él, a mano, en papel amarillo,

con un lapicero de punta gruesa,

suave y de tinta negra no permanente.

Porque si hay que escribir

recordando a quienes fueron amigos,

debe ser a mano, porque es lo más

cercano que tenemos al corazón.

 

Era un hombre joven, bien parecido,

educado, con una mirada y sonrisa

que encantaba a las mujeres.

No era muy alto, de figura delgada,

cabello negro peinado hacia atrás,

con entradas marcadas,

ojos café y patilla larga

cercana a su nariz vigilante.

 

Mario era aficionado a los deportes.

Jugaba fútbol, voleibol, básquetbol,

ping pong, y era experto en juegos de naipes.

Lo veía en los corredores

de las casas de sus amigos,

bajo una bujía amarilla,

jugando Pedro o Desmoche

hasta altas horas de la noche,

entre una nube de humo amarillento.

 

Era fumador empedernido.

Yo admiraba cómo lo hacía.

Sacaba el cigarro del paquete,

lo golpeaba con el filtro

contra la uña del pulgar izquierdo.

Decía que así sabía mejor.

Y yo lo imité por años, muchos,

mientras fui también fumador.

 

“Cara de Gallina” le decían.

No sé el motivo. Quizás

para desvirtuar su buena presencia.

Cuando escuchaba el apodo,

solo volvía la mirada y sonreía.

 

Trabajó muchos años

como oficinista en la aduana.

Ducho en la máquina de escribir,

rápido y con pocos errores.

Siempre impecable:

camisa fajada, zapatos bien lustrados

y perfume importado.

 

Me fui de El Bluff y dejé de verlo.

Supe por amigos que se hizo marino, 

en camaroneros y barcos mercantes, 

y así viajó a Cartagena, Colombia, 

donde vivió varios años.


Hasta que un día me enteré

que estaba detenido

en la penitenciaría de Bluefields.

Lo encontraron en un cayo,

custodiando un buzón

de abastecimiento y cocaína.

No delató a nadie.

“Todo es mío”, dijo.

Lo condenaron a larga pena.

 

Un día recibí una llamada

de un número desconocido.

Era él, desde prisión.

Me sorprendió.

“Aquí todo es posible”, dijo,

y pidió dinero para recargar el teléfono

en vez de alimentos.

 

Con el tiempo supe

que lo liberarían

por un cáncer terminal.

Salió y lo hospitalizaron. 7 

Me contaban que llegaba a visitar amigos

en mal estado, delgado, demacrado,

y que vivía en la casa de una mujer generosa

que lo acogió.

 

Y así, un día, se fue Mario Montero.

“Cara de Gallina”.

 Una tarde gris, un grupo de blofeños,

entre ellos la Tere, Martín, el Flaco,

el Cabe, el Tanquecito y otros,

se encargaron de velarlo

y darle sepultura digna.


He pasado sentado en una silla,

con un lapicero de punta gruesa,

escribiendo en papeles amarillos,

haciendo borrones,

evocando su vida aventurera

para que la tierra que lo cubre no borre su sonrisa.


7 de noviembre de 2025.

Foto Propia.



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