Ya hace días he
pensado
en un amigo de
juventud,
muy querido por los
blofeños
de mi generación y la
que antecede.
De la época de un
andén multicolor
y casas de madera bien
cuidadas.
A mi amigo Mario
Montero
trato de escribirle
este poema libre,
como él, a mano, en papel
amarillo,
con un lapicero de
punta gruesa,
suave y de tinta negra
no permanente.
Porque si hay que
escribir
recordando a quienes
fueron amigos,
debe ser a mano,
porque es lo más
cercano que tenemos al
corazón.
Era un hombre joven,
bien parecido,
educado, con una
mirada y sonrisa
que encantaba a las
mujeres.
No era muy alto, de
figura delgada,
cabello negro peinado
hacia atrás,
con entradas marcadas,
ojos café y patilla
larga
cercana a su nariz
vigilante.
Mario era aficionado a
los deportes.
Jugaba fútbol,
voleibol, básquetbol,
ping pong, y era
experto en juegos de naipes.
Lo veía en los
corredores
de las casas de sus
amigos,
bajo una bujía
amarilla,
jugando Pedro o
Desmoche
hasta altas horas de
la noche,
entre una nube de humo
amarillento.
Era fumador
empedernido.
Yo admiraba cómo lo
hacía.
Sacaba el cigarro del
paquete,
lo golpeaba con el
filtro
contra la uña del
pulgar izquierdo.
Decía que así sabía
mejor.
Y yo lo imité por
años, muchos,
mientras fui también
fumador.
“Cara de Gallina” le
decían.
No sé el motivo.
Quizás
para desvirtuar su
buena presencia.
Cuando escuchaba el
apodo,
solo volvía la mirada
y sonreía.
Trabajó muchos años
como oficinista en la
aduana.
Ducho en la máquina de
escribir,
rápido y con pocos
errores.
Siempre impecable:
camisa fajada, zapatos
bien lustrados
y perfume importado.
Me fui de El Bluff y
dejé de verlo.
Supe por amigos que se
hizo marino,
en camaroneros y
barcos mercantes,
y así viajó a Cartagena, Colombia,
donde vivió varios años.
Hasta que un día me
enteré
que estaba detenido
en la penitenciaría de
Bluefields.
Lo encontraron en un
cayo,
custodiando un buzón
de abastecimiento y
cocaína.
No delató a nadie.
“Todo es mío”, dijo.
Lo condenaron a larga
pena.
Un día recibí una
llamada
de un número
desconocido.
Era él, desde prisión.
Me sorprendió.
“Aquí todo es
posible”, dijo,
y pidió dinero para
recargar el teléfono
en vez de alimentos.
Con el tiempo supe
que lo liberarían
por un cáncer
terminal.
Salió y lo hospitalizaron. 7
Me contaban que
llegaba a visitar amigos
en mal estado,
delgado, demacrado,
y que vivía en la casa de una
mujer generosa
que lo acogió.
Y así, un día, se fue
Mario Montero.
“Cara de Gallina”.
entre ellos la Tere,
Martín, el Flaco,
el Cabe, el Tanquecito
y otros,
se encargaron de
velarlo
y darle sepultura
digna.
He pasado sentado en una silla,
con un lapicero de punta gruesa,
escribiendo en papeles amarillos,
haciendo borrones,
evocando su vida aventurera
para que la tierra que lo cubre no borre su sonrisa.
7 de noviembre de
2025.
Foto Propia.

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