sábado, 7 de octubre de 2017

LA CHAVALA DE LA TOALLA BLANCA


En días de semana, luego de regresar de clases de Bluefields y hacer las tareas, caminaba por el andén de El Bluff en dirección a la casa de Miss Myrtle, la mamá de Glen Hunter. Al terminar el andén, frente a la capilla de la iglesia católica, caminaba unos metros en dirección al campo de béisbol y luego doblaba a la derecha para subir sus gradas.

Era una casa de madera, construida sobre gruesos pilares. El corredor en forma de L era amplio y en el casi siempre Miss Myrtle, sentada en una mecedora, me daba la bienvenida con las notas alegres de un violín que ejecutaba. Sin dejar de tocarlo me indicaba que Glen estaba en la sala o en su habitación, y si no se encontraba, que había salido de casa.

Siempre fui amigo de Glen Hunter, aunque él me llevaba unos años de más, la pasión por el béisbol nos unió en una amistad que perdura en el tiempo. Partíamos al campo de béisbol a realizar nuestras prácticas con el equipo de Los Diablos y, al vernos Victorino Castro, llamado “El Hechicero”, nos indicaba la rutina que debíamos hacer.

Si ninguno de los dos estábamos designados para abrir juego el día domingo en el estadio de Bluefields porque le correspondía a Davis Hodgson o a Filmore Banks, llamado “San Martín”, nos indicaba que debíamos correr por más de una hora desde el área del home plate hasta el center field, y él se dedicaba a realizar las prácticas con los jugadores del campo y los fildeadores.

Luego de la hora nos llamaba para las prácticas de los pitcheres; tomaba una pelota y, a una distancia de unos cuatro metros la tiraba velozmente hacia la izquierda para que corriéramos, nos agacháramos, la tomáramos, se la regresáramos a nivel del suelo y volvía a tirarla hacia la derecha para volver a hacerlo. Pasábamos en ese adiestramiento que nos brindaba agilidad para enfrentar las jugadas de toque de pelota y fuerza en nuestras piernas así como flexibilidad de cintura por más de media hora hasta terminar exhaustos. Nos dejaba descansar unos quince minutos y después nos mandaba a calentar el brazo, a tirar rectas en las esquinas, en el centro, a la altura del pecho de bateador, y ejecutar curvas y drops. Luego de las prácticas, nos despedíamos frente a su casa y regresaba por el andén a la casa de mis padres.

En los fines de semana o en la época en que no competíamos en la liga de béisbol de Bluefields también lo visitaba. Glen era, al igual que su madre, Miss Myrtle, aficionado a la música, tocaba la guitarra. En la sala de la casa tenía un tocadiscos, ponía sus canciones preferidas en un longplay y, desde el corredor, seguía el ritmo y los tonos con su guitarra, así escuche sus acordes y voz acompañando a los Beatles, a los Creyentes de Agua Clara, a los Rolling Stones y otros grupos que en esa época estaban en apogeo. La música era la reina de la casa de Glen. Siempre lo había pensado pero luego me di cuenta que era una especie de terapia familiar para hacer más llevadera la vida en el puerto de El Bluff.

Un día sábado por la mañana acudí como siempre a la casa de Glen. Miss Myrtle me indicó que estaba en su habitación y entré a la sala. Lo llamé pero escuché susurros de voces en la habitación y, luego de unos minutos salió en short, calzando chinelas y sin camisa. “¡Estoy ocupado!”, dijo. ¿Qué estás haciendo, y la guitarra?, pregunté. “Andá da una vuelta y luego regresas”, respondió. Me quedé pensando en qué estaría haciendo. Iba a girar para salir hacia el corredor y la puerta de la habitación se abrió.

"Voy al baño", dijo una chavala que cubría su cuerpo con una toalla blanca. Quedé paralizado, no podía moverme, solamente mis ojos se movían, seguían el movimiento de sus caderas atléticas al caminar hacia el baño, calculé su altura, noté la blancura de su cuerpo, sus largas piernas y firmes pantorrillas y el cabello castaño que le llegaba hasta los hombros al vaivén de sus pasos de reina.

¡Ve que negro!, le dije a Glen al salir del encanto que me había provocado la chavala de la toalla blanca. “Regresa más tarde”, dijo y me despedí sin poder verla regresar.

¿Ya irse?, dijo Miss Myrtle al verme salir de la sala. “Hoy no haber guitar”, agregó. Me despedí de Miss Myrtle y nunca, nunca dejé de pensar en la chavala de la toalla blanca que vi esa mañana en su casa. Luego de unos meses Glen dijo su nombre: es Carmen, ¿Te gusta?, preguntó.


10 de Octubre de 2017.

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