viernes, 26 de octubre de 2012

¡DESAHÓGATE, ESCRÍBELO!


Natalie abrió la puerta y entró cautelosa a la sala. Se quitó los zapatos de tacón y descolgó la cámara fotográfica de su hombro. Vio el reloj de pared, contrastó la hora con el de su pulsera y se dio cuenta que llegaba con dos horas de retraso. “Estará en casa”, pensó mientras caminaba hacia el comedor. En el respaldar de una silla colgó la cartera y la cámara. Observó dos candelas rojas consumidas, una copa de vino hasta la mitad y otra vacía. En el centro de la mesa sobresalía un jarrón blanco con rosas rojas y una nota reclinada en su base. “Perdóname. Te amo. Robert”. Se inclinó sobre las flores, recogió su cabello liso e inhaló el fresco aroma. Su cutis blanco enrojeció, apagó las luces, caminó hacia la habitación y, al abrir la puerta, la tiró con todas sus fuerzas.

Robert despertó. Dormía boca abajo con las piernas abiertas. Encendió las luces, abrió el closet, tiró bruscamente los zapatos en la zapatera y se sentó en la cama. Percibió a Robert volteándose y al sentir que la acariciaba con los pies se levantó repulsivamente. Se desvistió gradualmente, una ceremonia exquisita que Robert disfrutaba viéndola quitarse la pulsera, la cadena, los pendientes, la blusa, la falda, el sostén y las medias hasta quedar su delgado cuerpo cubierto únicamente por las finas bragas. Recogió el vestuario y lo depositó en un canasto. Apagó las luces, sacudió con la colcha de algodón el lado derecho de la cama y se acostó en el borde dándole la espalda. Robert estiró su brazo y con su mano izquierda acarició su espalda. Una leve sonrisa brotó de su rostro y se cubrió con la sábana sin volver la mirada. Robert insistió y ella, estirando sus largas piernas, lo golpeó en la rodilla. “Me perdonará”, pensó y se acercó a ella hasta rozar su cuerpo. Lo apartó de un codazo, un golpe veloz en su pecho y comprendió que no lo perdonaría, al menos esta noche no lo haría; “es un descontento efímero, similar a los momentos que consume en cualquier bar de Managua”, pensó y se acomodó en su lado.

El timbre del despertador sonó a las seis de la mañana y Robert despertó. La figura de Natalie y su calor estaban adheridos en su costado. Cuando salió de la habitación escuchó la melodía que tatareaba en la ducha, sonrió con la seguridad que lo perdonaría y se dirigió a la cocina. Regresó con el desayuno servido en una bandeja: huevos fritos, pan tostado con mantequilla, mermelada y jugo de naranja. Natalie se cubría con una toalla y frente al espejo del tocador peinaba su cabello fino. Robert colocó la bandeja en el tocador, atrapó su cintura estrechándola contra su cuerpo y acarició su cuello con la mejilla. Suspiró profundamente y la toalla rodó por su cuerpo hasta caer en el piso. Robert buscó sus grandes ojos negros y notó escrito con lápiz labial en el espejo: “Te abandono”. Giró hacia él y se apartó de su lado. Robert siguió con la mirada su frágil figura, la vio vestirse y salir de prisa hacia la calle sin despedirse con la cámara colgada en su hombro.

“No lo sabía, se lo hubieras dicho”, dije. “Me equivoqué, quise su perdón sin palabras”, contestó. Desde ese día no es el mismo; su voz, su mirada y hasta su sonrisa ha cambiado. “No puedo vivir sin ella”, dijo. “Desahógate, escríbelo”, respondí. “No puedo, sin ella no puedo”, agregó. Sigue llamándola por teléfono pero no contesta sus llamadas.

Viernes, 26 de octubre de 2012