miércoles, 30 de marzo de 2016

EL RATONCITO TRU - TRU


Érase una vez un ratoncito muy simpático y muy alegre. Siempre iba por la calle cantando tru, tru, tru, tra, tra, tra. Por eso le llamaban Tru-Tru. Vivía Tru-Tru en un agujero cerca de la palma de coco.  Cada vez que salía de su casita, primero sacaba su cabecita con mucho cuidado, miraba hacia arriba para comprobar que no le cayera encima algún coco maduro y no le aplastase  entero. Después de confirmar que no había peligro salía de su agujero corriendo, hasta alejarse del cocotero.

Los amigos de Tru-Tru le tenían envidia.

 – Tru-Tru, descríbenos cómo sabe el coco – decían ellos –, tú lo sabrás mejor que nadie, ya que vives justo debajo del árbol. Y el pequeño ratoncito empezaba a inventar mil sabores que no existían. Le daba vergüenza reconocer que aún no lo había probado. Pero Tru-Tru no era un mentiroso y se sentía muy mal cuando tenía que mentir a sus amigos.
 
Un día iba a salir, cuando vio justo delante de su puerta un coco que le estaba cortando el paso. ¡A ver! Pensó Tru-Tru. ¡Vivo debajo del  cocotero! ¿Es qué no tengo boca o gusto, para probar el coco? Dicho y hecho. Hizo un agujero y ¡hala, estaba dentro bañándose en la deliciosa leche de coco! Y se bañaba, y cantaba: – tururú-tururú, qué maravilla,  tururú-tururú, la vida es una fiesta.

Comía la pulpa, bebía la leche, daba volteretas y ¡cómo no, cantaba!  Estaba tan feliz, que no pensaba en nada más que disfrutar de su fiesta sorpresa.  No sabía cuánto tiempo llevaba allí, había comido tanto  que la barriguita se le había hinchado como un globo. Poco a poco le entró sueño y se quedó dormido. Al parecer tenía dulces sueños, porque una sonrisa iluminaba su pequeña carita. De repente, ¡buum! un terrible ruido le hizo despertar de sus dulces sueños.

– Ay, ¿qué ha pasado? – dijo el ratoncito bostezando –. Bueno, hay que salir de aquí.
– ¡Qué bien me lo he pasado! – pensó el ratoncito.
Sí, pasar se lo pasó muy bien. Pero en cuanto se acercó al agujero, por donde había entrado: ¡Vaya desgracia! ¡Qué agujero más pequeño!
Así que, decir que iba a salir era fácil pero hacerlo, muy difícil.
Y el ratoncito empezó a chillar:
 – Ay, ay, ay, me he hinchado dentro del coco, me he quedado aquí  atrapado. Ay, ay, ay, ay… Ahora ¿cómo salgo  yo, convertido en un globo, de este agujero tan pequeño? 
Y lloraba, y movía su cabecita con desesperación. Pobre Tru-Tru, estaba atrapado dentro del coco.

 – Pero ¿quién eh, quién me mandó entrar aquí? – se lamentaba el pobre ratoncito.
 – ¡Socorro, socorro! Que alguien me saque de aquí.
Ya empezaba a guardarse el sol. Todo el mundo estaba en sus casas. El único vecino que había salido a pasear, era el peor enemigo de Tru-Tru, adivinen, el gato sordo. Este sólo vio el coco moviéndose y se acercó.
– Mrr… ¡Qué coco tan extraño! – dijo el gato sordo –. ¡No sabía que los cocos se movieran! Mrrr…

Pobre Tru-Tru, lo que le faltaba. Ver al gato, fue el colmo. Perdió los nervios y empezó a llorar a mares. Afortunadamente, el gato como era sordo, no oía nada. Se limitó a mirar y se marchó.

Tru-Tru lloró tanto, que no le quedaron más lágrimas. Mientras lloraba desesperadamente se acordaba de su casa, de su padre, de sus amigos, de sus largos paseos  que daba cuando era “libre”… 

De repente abrió los ojos y ¡qué alegría! delante de sus narices el agujero había crecido. Y el ratoncito había vuelto a ser el mismo pequeño Tru-Tru de antes. Se había deshinchado de tanto llorar. Salió del coco y se fue corriendo a su casita. Juró ante el retrato de su padre, que jamás de los jamases volvería a comer coco, por muy delicioso que fuera. Tru-Tru había aprendido la lección: nunca más mentiría a sus amigos, para no tener remordimientos, y jamás se metería en agujeros desconocidos. 

Marina Mikayelyan