martes, 30 de abril de 2024

UN ACTO DE TERNURA Y VALENTÍA

 



Los bordes de la carretera hacia Juigalpa se muestran

cubiertos de vainas de guanacastes, impregnándolos

de una tonalidad marrón en contraste con el hormigón asfaltico.

 

La luz temprana de la mañana avanza suavemente

sobre la copa de los arboles y el pasto seco de los potreros.

Robles y malinches florecen en las fincas del trayecto.

 

El ganado volverá con las lluvias

mientras los caballos pastan alegres por el rocío

y así pasarán todo el día, solos y felices.

 

Otra vez en casa, ella canta canciones de cuna,

“los cochinitos y los elefantes”, llena la sala de ternura

al ritmo de la mecedora, mientras Thiago balbucea alegre.

 

La madre no olvida, vuelve una vez más

a cantar, a dar calor y alegría, y me acerco a ella

contagiado por su ternura, llenándome de gozo, una vez más.

 

Thiago está en mis brazos, en mis piernas, y le hablo

achiquitando la voz, le hago cosquillas, no deja de sonreír,

se empuja y mueve su cabecita tratando de levantarla.

 

Estoy en una mecedora en horas de la madrugada,

canto las mismas canciones a mis hijos, les doy su pacha,

y me duermo al llegar a los quince elefantes. ¡Papá, los elefantes!

 

Es un acto de valentía, de gozo al sentir la tierna piel.

Me doy cuenta de que no hay nada como esa ternura,

y que, si volviera al pasado, cantaría toda la vida.

 

Cae la tarde, los árboles a mi espalda pierden su luz.

El tránsito se torna lento y los ojos de los caballos

que pastan brillan con la luz de los vehículos.

 

Ella va a mi lado. Su silencio dice lo dichosa que está.

Lleva un halo de ternura, el mismo que tuvo al acurrucar

y cantarles a sus hijos, a sus nietos y ahora a su sobrino segundo.

 

 

28 de abril de 2024.

Foto Internet.