José
Sanles Sampedro hizo varios viajes por el mar Caribe, pero el último no logró
completarlo. Nació el 8 de Abril de 1924 en Galicia, España, y en plena
juventud se embarcó en La Coruña hacia Rotterdam como marino mercante. Desde
allí cruzó el Atlántico hasta Nueva Orleans huyendo de las secuelas ocasionadas
por la guerra civil española. Visitó el puerto de El Bluff en varias ocasiones,
disfrutó atardeceres en la playa del Tortuguero, noches bohemias en las
cantinas, hizo amistades con los lugareños y estibadores, pero sus ojos se
iluminaron cuando vio caminar por primera vez a Elena en el estrecho andén.
“Hola, guapa”, le dijo al pasar a su lado y, sin palabras, ella lo cautivó con
la inocencia de sus ojos negros. A partir de ese instante la travesía entre el
puerto y Nueva Orleans a bordo del navío “Jacaranda” se tornaron en tormentos
de marinos solitarios que buscan calmar su alma errante como barcos a la
deriva, intentando afianzar el ancla en aguas seguras.
Indeciso
recorría el puerto; en sus andares conoció al vasco Luis Uzcudun que trabajaba
en la recién formada empresa Casa Cruz junto a San Jorge, otro vasco, que
fungía como jefe de la flota pesquera. Iniciaban la construcción del edificio
de la empresa pero procesaban los mariscos en una de las bodegas de la aduana.
El barco “Mary Nicole” atracaba con sus bodegas llenas de hielo y zarpaba hacia
Panamá cargado de riqueza marina. En ese ambiente de prosperidad para los
hombres de mar, una tarde de verano del año 1961, José Sanles Sampedro
desembarcó del “Jacaranda” en el muelle con la maleta de cuero, el pasaporte
español y la licencia de marino vencida para quedarse de por vida.
—
Era experto en hacer redes —dijo Silvio Lacayo
en el corredor de su casa.
La solidaridad
de sus compatriotas, Uzcudun y San Jorge, no se hizo esperar. Gracias a su arte
en el manejo de la aguja y los hilos lo recomendaron en la empresa y comenzó a
laborar tejiendo redes. La fortuna estaba de su lado. Luis Uscudun había
contraído matrimonio con Ana Rosa, prima de Elena, la joven de ojos negros que
lo cautivó. La madre de Elena, Herminia Granizo, conocida como “La Machú”, era
propietaria de “La Pachanga”, una de las primeras cantinas del puerto. La
familia Granizo lo acogió con la ayuda del vasco que lo invitaba a su casa y,
con su acento al hablar, fue tejiendo la amistad con Leónidas, Enriqueta y
Eufemia, hermanos de “La Machú”, lo que le permitía cortejar a Elena.
—
En esos años prosperaba el que se lo proponía
—aclaró doña Juana Angulo al mecerse en la mecedora de madera que tiene más de
cincuenta años.
El auge de la
pesca industrial comenzaba en el puerto con la construcción de la planta
procesadora y la introducción de los primeros barcos pesqueros de madera desde
Panamá, junto al trencito de la alegría. Un aspecto particular de esos barcos
es que todos se llamaban Mary, entre ellos el “Mary Ana”, Mary Elena”, “Mary
Gloria”. “Eso sí, ninguno Mary Juana”, agregó doña Juana Angulo carcajeándose.
José Sanles Sampedro no tardó mucho tiempo en recibir su oportunidad y se hizo
capitán de barco en el camaronero llamado “Lolita Rupell”; sus deseos eran
capitanear al “Mary Elena”, pero lo logró hasta que cruzó el umbral de la
capilla del puerto y contrajo matrimonio con Elena.
Construyó una
casa de dos pisos frente a la casa de Luis Uzcudun, separados por el andén que
recorre el puerto. Ese sector del puerto, la parte central, era uno de los más
atractivos y alegres. La cantina de Miss Lilian en la esquina, el cine hogareño
de don Alberto Gómez, la casa tienda de Toño Real y doña Estercita, y la
cantina de Miss Pet, eran frecuentados por todos los lugareños y extranjeros.
Junto a mi padre, amigo de los dos españoles, y mi madre, amiga de siempre de
Elena porque cumplían años el mismo día, acudía por las noches a la casa de don
José Sanles.
Era una casa
inmensa con una pequeña ventecita al lado derecho de la puerta principal en la
que se entretenía “La Machú” atendiendo a sus clientes y halándole la rienda a
Leónidas, el papá de los “Pica Pollo”, por sus excesos etílicos. En esas
visitas se pasaban la noche jugando naipes. José era corpulento, de baja
estatura y de buen humor, mientras que Luis era delgado, medio cascarrabias y
cojeaba al caminar, por eso los lugareños le decían “el renco Uzcudun”. Eran
aficionados a jugar “Pedro” y “desmoche” con apuestas y hacían competencias
entre ellos por escuchar quién se tiraba el pedo más fuerte en el salón de la
casa. En una ocasión, don José Sanles nos sorprendió porque no jugó naipes; se
esmeraba en la cocina preparando la cena en un perol que inundaba la casa con
su aroma. Salió a sala con varios platos servidos de pescado con papas en
trozos y un caldo oloroso que al degustarlo hizo chuparme los dedos.
—
Todos hicieron fortuna con la pesca, en esos
tiempos no había nada de droga — explicó Silvio.
Con dedicación
al trabajo en la faena de pesca, sin despilfarros, con ahorros y su obstinación
característica, logró adquirir tres barcos: el “Lolita Rupell”, “Coral Reef” y
“Camarón 570”. Con su morena de ojos negros floreció la familia Sanles Wilson
al procrear cinco hijos: cuatro mujeres y un varón. Corría la década de los años
1970 y se dio el esplendor del puerto con las exportaciones de mariscos,
la generación de empleo que creaba la empresa Booth de Nicaragua a cargo de Roberto
Bartlett, llamado “el diablo”, y las importaciones de diversos productos que
abastecían el pujante comercio de la ciudad de Bluefields. Sus hijos, igual que
todos los jóvenes del puerto, cruzaban la bahía todos los días para acudir al
colegio en la ciudad de Bluefields, en una verdadera travesía de sueños. Para
brindarles seguridad, en el año 1976, compró una vivienda en la ciudad de
Bluefields y se trasladó a vivir con la familia a la ciudad de los campos
azules mientras alquilaba la casa del puerto.
Dos años
después, en el mes de Mayo de 1978, la tragedia ahogó el
corazón del marino que desembarcó del “Jacaranda” buscando como establecerse al
perder a su morena de ojos negros. Quedó viudo y sus hijos al cuido de “La
Machú”, convirtiéndose en el pilar de la familia. Con el triunfo de la
revolución sandinista se inició una progresiva debacle en la actividad pesquera
por el bloqueo económico, pero José Sanles trató de sortear la adversidad
convirtiendo el pesquero “Camarón 570” en un barco de cabotaje para prestar
servicio de traslado de carga entre el puerto y Corn Island. La guerra
contrarrevolucionaria también se daba en los mares y el puerto del Bluff era
acosado por naves rápidas, conocidas como “pirañas”, que perpetraban sabotaje
contra la actividad portuaria.
José, igual que
muchos otros extranjeros que se asentaron en el puerto de El Bluff, fue objeto
de persecución y hostigamiento por parte de las autoridades sandinistas, muchos
de ellos provenientes del Pacífico de Nicaragua y desconocedores de la historia
y realidad de Bluefields y el puerto. “Catearon la casa, descubrieron una radio
de comunicación que iba a instalar en el Camarón 570, se la confiscaron y lo acusaron de contrarrevolucionario sin
poder demostrarlo, hasta el vehículo Mercedes Benz se lo querían confiscar”,
cuenta Silvio Lacayo. Ninguna de estas acciones en su contra pudo frenar su
espíritu emprendedor y continuó prestando el servicio de cabotaje.
En ese ambiente
difícil, las autoridades no permitían que entraran ni salieran barcos al puerto
después de las cinco de la tarde. Una tarde, a finales del mes de diciembre de
1983, José Sanles, con el barco cargado hizo dos intentos de salir hacia la
isla de Corn Island, pero los fuertes vientos y la marejada se lo impedían. Las
autoridades le habían otorgado el zarpe pero regresó al muelle en dos ocasiones
por el fuerte oleaje. El barco iba repleto de cervezas, cemento, víveres,
gaseosas, varios pasajeros y la tripulación. “Un cuarto del barco iba fuera del
agua”, expresó doña Juana Angulo. Antes de caer la tarde, el marino del
“Jacaranda” convertido en Blofeño de corazón, hizo el último intento, zarpó
decidido y nunca más regresó a su hogar.
En los primeros
días del mes de Enero de 1984, a dos horas en dirección hacia la isla de Corn
Island, Ubense García, capitán de barco pesquero, hizo arrastre en las aguas y
al elevar redes encontró el ancla y la brújula del “Camarón 570”, junto con
cajillas de cervezas. Muchas conjeturas corrieron en torno al hundimiento del
barco. Para algunos habitantes del puerto, se hundió por el fuerte oleaje y la
sobre carga; para la mayoría, José Sanles Sampedro, experto marino, hizo el
intento de regresar al puerto al caer la noche y, desde la loma del faro, se
escuchó el estruendo de un cañonazo que desbarató en mil pedazos los sueños del
marino español junto a los pasajeros y sus tripulantes.
Ronald Hill A.
Jueves, 13 de diciembre de 2012