Estoy sentado en
una banca de madera en el parque de la Zona 5 de Nueva Guinea. Es un día de
feria, fresco. De frente hay un monumento sin placa: la figura de una mujer que
carga en sus brazos a un niño, ocupa el centro de la pequeña plazoleta. En los
alrededores corren niños y niñas, entre ellos mi nieto, Ronald Tadashi. Más
allá, a mi izquierda, un pequeño edificio con cinco tramos sin paredes poco a
poco recibe personas que se van aglomerando. En el centro del parque hay un
galerón colorido, recién construido; desde allí suena la música que ameniza la
actividad.
"Vamos a
los chocolates", una niña le dice a un niño y corren detrás de otros
chavalos. Quince años atrás este mismo parque era sombrío: con pocas bancas,
pocos árboles, un andén incompleto, la grama descuidada, montosa, mucha basura
y poca seguridad. Pienso en los chocolates y camino hacia allí.
En uno de los
tramos hay una mesa cubierta por un mantel blanco donde se exhiben chocolates
en cajas de color rojo y café, otros en bolsitas de plástico. Los hay también
en forma de corazones, redondos y similares a una concha de mar. Me apetece
degustarlos.
Pregunto por los
sabores y una chavala se acerca. Dice que hay de varios: chocolate con café,
chocolate amargo, chocolate con pasas, chocolate con maní; muestra cada uno de
ellos. Todos son bombones de chocolate. Noto sus camanances, dos lunares en sus
mejillas y el cabello peinado en una hermosa trenza que cae sobre su hombro
izquierdo.
"Nosotros
los hacemos", dice un muchacho que se arrima a la chavala. Ella se muestra
entusiasmada y sigue sonriendo. Noto que sus ojos color café brillan un poco
más. Él toma una bolsita y ella una cajita roja que tiene una etiqueta con el
nombre: "Chocolates Nicarao".
Debido a que es
la hora del café de la tarde, pido chocolate con café. Me gusta y les digo que
me cuenten cómo es que se les ha ocurrido la idea para emprender el negocio de
los chocolates.
Ella se llama
Heymili Dávila y él Bryan Torrez. Se conocieron cuando cursaban el cuarto año
de Secundaria. Durante el año 2015, en quinto año y como parte de la clase de
orientación técnica y vocacional, presentaron un proyecto con el nombre
"Chocolates GARBIJ". El objetivo consistía en hacer uso de un recurso
local producido por los campesinos (el cacao), darle valor agregado y promover
el consumo de chocolate. Obtuvieron el primer lugar en un concurso a nivel
local y se dieron cuenta que una organización llamada "Red Local"
estaba seleccionado proyectos de jóvenes emprendedores para apoyarlos. Llenaron
los formatos que les pedían y en Managua participaron en un concurso donde
obtuvieron el segundo lugar de nueve proyectos seleccionados.
A partir de ese
momento comenzaron a ser apoyados para obtener su registro de marca y permisos
sanitarios. Elaboran un plan de negocios; optan por llamarle a sus productos
Chocolate Nicarao. La Red Local les dio una donación monetaria con la que
adquirieron dos molinos, moldes de policarbonato, una cocina para tostar y
materia prima (cacao, azúcar y vainilla).
Actualmente han
constituido su propia empresa con el nombre AMERICACAO, S.C.; cada uno posee el
50% de las acciones y, como tal, tienen los permisos legales para funcionar.
Pregunto cómo es que han logrado darle el sabor a sus productos, ella dice que
mediante prueba y error, que no quieren copiar recetas, que buscan siempre el
toque propio, original.
"Ustedes
están enamorados", les digo y se cruzan una mirada de cómplices, como
contestando con ella sin hablar; se les nota la felicidad en el rostro. Amor
con chocolate o chocolate con amor, no importa cómo es ese amor. Y cómo no van
a estarlo, me digo, si el chocolate contiene feniletilamina, una sustancia que
mima la oxitocina, una hormona que se libera en grandes cantidades cuando
estamos enamorados. Además produce buen humor, genera sentimientos afectivos y
reduce las emociones depresivas. Pero ¡ojo!, no es cualquier chocolate el que
da esa dicha: el de color blanco no lo hace, así que consumí el chocolate
oscuro y natural como el que ellos ofrecen para alcanzar esa misma dicha que se
les nota.
Afuera, en la
plazoleta, están organizando una competencia de baile entre los niños y niñas
que han acudido a la feria.
"Y los
planes a futuro, ¿cuáles son?", pregunto.
Él dice que
requieren apoyo para adquirir una tostadora, una trilladora, una refinadora,
moldes, y asesoría en procesamiento y calidad del producto.
"Así que 50
y 50 por ciento, ¿cómo solucionan los problemas, las diferencias?", sigo
preguntando.
Ella dice que
siempre trata de ver el lado positivo de las cosas. Él está pendiente de lo que
ella dice. "Trato de que nos pongamos de acuerdo, siempre dialogamos hasta
lograrlo. Hemos tenido diferencias pero las hemos superado", agrega y
vuelven a cruzar esa mirada que les brilla.
Los espectadores
gritan: la competencia ha comenzado. Ronald Tadashi está bailando y hace unos
movimientos de cintura exóticos. Me despido de los enamorados y me dirijo a ver
el baile de mi nieto.
Ronald Hill A.
25/01/18