lunes, 17 de octubre de 2011

“LA IGLESIA NO ROBA, BUSQUEN EN OTROS LADOS”

Foto: Ronald Hill A.
En su casa tiene una habitación exclusiva: la más distante de la sala, en el fondo. Llegas a ella a través de un pasillo oscuro y, en la medida que te vas acercando, unos treinta pasos, percibes un olor horrible, olor a papel viejo, putrefacto. Al tomar la llave para abrirla, sus manos lo hacen con ligereza, destreza, seguridad, raflá. La podredumbre salía como los pecados expuestos en confesión y, con orgullo, mostró los más de mil quinientos sacos amarrados, arpillados hasta el techo, unos encima de otros, como cuando hace sus negocios. Con orgullo y sonriente, tomó uno de los recién guardados, le quitó el nudo y mostró su contenido: cartas de venta; allí guarda millones de ellas, acumuladas con el paso de los años.
           
Los novillos, toros, toretes, bueyes, vacas y terneros, asentados en ellas han vuelto a la tierra, la nuestra, la venezolana, la gringa, a la tierra de la humanidad por cuestiones fisiológicas, pero él las guarda como un recuerdo placentero, como prueba de su trabajo y por si las moscas. El origen de esos semovientes en diverso: llegan a él de mano en mano, desde las profundidades de la montaña y en los alrededores de su finca; sus agentes, cercanos y distantes, hacen el trabajo como hormiguitas afanadas en recoger los animales y descansan hasta que el lote vale la pena, nunca menos de treinta. Tienen sus bodegas, como llama a sus fincas, más de cinco mil manzanas a ambos lados de la carretera, hasta donde te alcanza la mirada. En su comunidad nadie le mete las manos, nadie se atreve a competir contra él, nadie le vende a otro. Eso sí, cuando recibe los papeles, paga constante y sonante, no le gustan los chequecitos: “son inhumanos”, piensa.
           
Como es emprendedor, para no tener problemas compró sus camiones ganaderos. Nada de andar regateando el precio del viaje hasta los mataderos industriales; muchos pretendían llevarse una tajada en el negocio. Ahora él determina el valor del viaje a Managua, Juigalpa, Nandaime y hasta Sukarne. Los otros, por no entender el concepto de “encadenamiento productivo”, según los especialistas, ahora hacen fila y casi lloran para que les garantice uno de sus viajecitos, porque al año demanda setecientos cincuenta para mover doce mil cabezas.
           
Tienes que estar pendiente de sus trámites en la alcaldía. Ni se te ocurra coincidir cuando sus empleados hacen las gestiones para legalizar las cartas de venta porque todas las ventanillas son exclusivas para ello: los camiones parqueados, llenos de ganado, obstruyen el tráfico de otros vehículos, mientras los policías, al ver la carta de venta en manos del chofer, autorizan su salida.

En el año 2006, cuando se construía la “catedral” de Nueva Guinea, el padre Julio Falagan, entonces cura párroco de la localidad, obtuvo una parte del financiamiento para ello. Como la iglesia está exenta del pago del quince por ciento del IGV, con eso y la ayuda de miles de pequeños productores, logró concluir la obra. Realizó kermeses, rifas de vehículos y, de comunidad en comunidad, pedía a los ganaderos el apoyo con un novillo para luego venderlo al matadero. Recogió más de cuatrocientos con carta de venta; realizaba personalmente los trámites y se encontró con una burocracia que lo atrasaba, revisaban montados en el camastro del camión el “santo y seña” de cada uno de los animales. Desesperado por ver concluida su obra, porque el tiempo se le vencía, gritaba frente a la alcaldía y después por la radio: “la iglesia no roba, busquen en otros lados”, refiriéndose a las triquiñuelas que hacían los compradores en las ventanillas de la alcaldía municipal ubicadas en las colonias y cabeceras distritales para legalizar el ganado. El cura también hizo otras denuncias que motivaron el desmantelamiento de bandas asesinas de robadores de ganado, pagados por los mismos ganaderos, poniendo en “jaque mate” a todo el sistema jurídico y legal en la zona.

Las alcaldías del país y la Policía Nacional han establecido que, para realizar una compra de ganado, de ahora en adelante, tanto el vendedor como el comprador, deberán estar presentes con el fin de reducir el abigeato. Es de celebrarse: al fin los invisibles del sistema ganadero del país, los “bota de hule”, podrán mostrar su rostros y estampar su firma en un documento legal. Los empaquetadores de cartas de venta, los representantes de las grandes organizaciones de ganaderos del país y de los mataderos industriales, desde ya argumentan que esta medida les resta “competitividad” porque tiene más de cien años de estar trabajando con el sistema anterior.

¿Cual competitividad? No hay, es falso. Deberían trabajar por una ganadería sostenible, mejorando el sistema de producción que tiene más de cuatrocientos años de ser igual e incrementar el promedio de los índices productivos y reproductivos. Nicaragua demanda cambios y uno de los más importantes está en la mentalidad de los ganaderos.

Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
Sábado, 15 de octubre de 2011