martes, 8 de julio de 2025

EL AMOR CAMINA DORMIDO ALGUNAS NOCHES


La familia lo ve otra vez en la sala.

Camina despacio, como si el sueño lo llevara de la mano.

Frente a la mesa de billar invisible,

se convierte en campeón de pool.

Toma el taco imaginario, lo cubre de talco,

lo gira en el aire como hélice de avión,

sopla la punta con delicadeza.

—Cedita, cedita… allí te va —susurra,

como si los rivales estuvieran atentos a su jugada.

Con precisión de experto golpea cada bola, una tras otra,

hasta que la bola ocho rueda y desaparece en el agujero final.

Entonces suelta el taco y abre la puerta del porche.

 

Ahora navega. Pilotea una panga en alta mar.

Con la boca imita el ronquido del motor.

Sus manos, firmes en el respaldo de una silla,

mueven el rumbo mientras su cuerpo brinca,

siguiendo el vaivén de las olas que sólo él siente.

Nadie se atreve a despertarlo.

Temen que un susto le robe el corazón en plena madrugada.

 

Su madre, desde la mecedora, no duerme.

Lo mira así sonámbulo con los ojos húmedos,

las manos apretadas como si rezara sin voz.

"Mi cipote... mi pobre hijo —piensa—,

tan lejos, tan adentro, y yo aquí sin poder alcanzarlo".

A veces se culpa en secreto,

como si alguna tristeza vieja se hubiera metido en sus sueños

y no lo dejara volver.

Ya no le basta con dejar la puerta abierta.

Ahora deja también la luz del corredor encendida,

por si una claridad lo guía de regreso.

 

El hermano menor, en cambio, ya no soporta más.

Se revuelca entre sábanas.

—¡Otra vez, mamá! ¡Otra vez! —murmura—

¿Y si se cae? ¿Y si no vuelve?

¿Y si esta vez sí se va del todo?

 Pero nadie lo dice en voz alta.

En esa casa, las noches se llenan de pasos mudos

y preguntas sin respuesta.

 

Atraca en el muelle invisible.

Camina por un callejón, silbando, la cabeza erguida.

Tararea su canción favorita: Bahía de Bluefields, puertecita del mar.

Nunca pasa de esa línea. No necesita más.

 

Ha pasado mucho tiempo.

La familia, cansada, le da vueltas.

—Ya es hora… regresá, buscá el camino.

 

Su mujer siempre está allí.

No duerme del todo. Lo espera. Lo escucha.

Cuando él pasa, sonámbulo, con la mirada ida,

ella se incorpora sin hacer ruido,

y le toma las manos tibias,

como si al tocarlas pudiera espantar la oscuridad.

Siente el corazón acelerado de su marido,

y quisiera decirle que regrese, que no se pierda,

pero ya aprendió que en ese mundo no se habla.

Lo guía en silencio, paso a paso,

como quien acompaña a un niño extraviado

por un bosque que solo él conoce.

Y cuando tropieza, no lo suelta.

Cae con él, por él,

porque el amor también camina dormido algunas veces.

 

Al amanecer, despierta feliz.

Por la tarde, como cada día,

sale a caminar por las ocho cuadras

del downtown de Bluefields

como si la noche anterior no hubiera existido.

 

2 de junio de 2025


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