jueves, 5 de julio de 2012

LA GONGOLONA

El segundo camino que hicieron los fundadores entre la Guinea Vieja y Nueva Guinea salía propiamente frente a un inmenso árbol de Ceiba, el más grande de la entonces colonia. “Una mañana, al salir al claro del camino, vi una gallina de monte grande llamada Gongolona, color azul, pintada, sin cola, echada entre las inmensas gambas de la Ceiba. Al vernos salió volando, le tiré el machete y le saqué plumales nada más, no la maté, se me fue”, recuerda Donald Ríos Obando, uno de los primeros diecisiete colonos que fundaron Nueva Guinea. Desde entonces a ese lugar le llamaron “La Gongolona”.
           
A inicios de la colonización en Nueva Guinea había diversos tipos de aves, entre ellas pavones, gallinas de monte y Gongolona (Crypturellus soui), todas comestibles. La Gongolona pertenece a la familia de las Tinamidae por lo que se les llama Tinamúes. Pertenece al clado (rama del árbol filogenético) de las ratites (Ratitae). A diferencia de otras ratites, los tinamúes pueden volar, aunque en general no son fuertes voladoras. Todas las ratites evolucionaron de las prehistóricas aves voladoras y los tinamúes son los parientes vivos más cercanos de ellas. La palabra Crypturellus soui  es un diminutivo de Crypturus, (género de otro tinamú), proviene del griego kruptus que significa escondida y hace alusión a la cola muy corta que queda cubierta o escondida por las plumas que cubren la cola. El epíteto soui, es el nombre que le daban los indígenas y se refiere a la vocalización del ave.
           
“El primer muerto que tuvimos fue Migdonio Amador. Estaba limpiando el monte en la parcela de don Eleazar Marenco para la siembra de postrera y cortó a una culebra barba amarilla por la mitad, pero un pedazo se le fue. Dejó una burra de monte, se emburró y regresó por la tarde para terminar el trabajo. La mitad de la barba amarilla, la parte de la cabeza, estaba allí y le picó arribita del ojo del pie. En esos tiempos no se usaban botas de hule sino que unos zapatos que llamábamos “burrones”, eran de cuero con tachuelas en la suela. Don Eleazar lo llevó al salto del río el Zapote, al “vivero” y allí murió. Nos pusimos a pensar en dónde lo íbamos a enterrar y nos acordamos del lugar donde vimos a la Gongolona. Allí lo enterramos, a la orilla del camino y desde entonces así se llama el cementerio general de Nueva Guinea”, explica Donald.

A la Gongolona la cazaban con disparos de rifles calibre 22 o las atrapaban con trampas; hacían jaulas de madera donde colocaban cebo de arroz o maíz, con un pedazo de cabuya o un buen bejuco, llegaban y tropezaban quedando adentro. También había palomas pequeñas de color blanco y las comunes. Esas aves ya no se encuentran en la zona, solamente en la reserva biológica “Indio–Maíz”.

“Después de ése siguieron muriendo chavalos, principalmente de diarrea y enfermedades propias de la montaña. Venía el doctor Parajón, por allá, cada seis meses, a vacunar y nos traía medicina. También había un practicante que era guardia que nos daba medicamentos, sobretodo para la malaria. Don Miguel Torres nos enseñó que la cáscara o corteza del arbusto llamado “hombre grande” es bueno para la malaria, aunque bien amarga. También había bastante raicilla o ipecacuana que se usaba para la diarrea, pero por muy amarga no se le daba a los chavalitos”, explica Donald.

En 1967 murió la primera mujer que fue enterrada en La Gongolona. “Era mi esposa, murió de parto, se llamaba Irma Palma Hernández”, recuerda Donald con nostalgia. Con la llegada de nuevos colonos los difuntos se fueron incrementando, algunas mujeres morían de parto o al dar a luz. Para tiempos de la guerra, la Gongolona fue muy visitada. “Se llenó para la guerra, a veces enterrábamos a ocho o más de once. En una emboscada entre San Antonio y San Martín, en un lugar llamado El Infiernito, en una vuelta entre cerros, mataron a once trabajadores de EFOCFASA y los enterramos en la Gongolona. También recuerdo que mataron a otros ocho en una emboscada en el campamento de la misma empresa, allí donde se llama ahora Puerto Príncipe”, agrega.
           
Por la misma mortandad que se dio en tiempos de la guerra no se respetó el ordenamiento de La Gongolona, quedó desordenado. “Habíamos hecho andenes y callecitas, pero la gente no les hizo caso. Por eso es que ahora, cuando entras al cementerio, tenés que caminar sobre las tumbas”, explica Donald.
           
Para Donald Ríos Obando, ex alcalde de Nueva Guinea, La Gongolona debe ordenarse para seguir utilizándose. “Hay lugar todavía pero debe ordenarse, aún demoler varias casas, porque han hecho construcciones muy grandes que ocupan demasiado espacio. Es necesario construir hacia arriba, hacer las bóvedas sobre los familiares que están enterrados. La Gongolona no tiene cerco perimetral y el de alambre de púas está caído en varias partes. Cuando fui alcalde construimos el muro de entrada, en el frente, al lado de la carretera, pero debimos hacerlo todo”, recuerda Donald.
           
Con la guerra muchos perdieron a sus familiares, de ambos bandos, los enterraron allí, vendieron sus parcelas y se fueron para otros lados. Nadie llega a verlos, están abandonados en La Gongolona. Según Freddie Altamirano, director de servicios municipales de la alcaldía, existen más de 1300 personas enterradas y en el día de los muertos solamente un veinte por ciento, unas 300 personas, acuden a visitar a sus familiares, les llevan flores y medio arreglan las tumbas. Ante la problemática existente en la Gongolona, la municipalidad ha construido otro cementerio en la zona número siete del casco urbano llamado “Monte de los Olivos”, en el que existen 546 lotes ocupados y 25 reservados.
           
La Gongolona, esa ave maravillosa, queda en el recuerdo de los primeros colonos de Nueva Guinea, pero los familiares de los sepultados en el cementerio que lleva su nombre, con el paso de los años, los han olvidado por diversas causas. Como tributo a los primeros colonizadores y al ave extinguida en el municipio, el gobierno local debería mejorar el cementerio general mediante ordenamiento, obras de infraestructura y ornato para que ambos, ave y sepultados, perduren en la memoria.

Ronald Hill A.
La Colina, Nueva Guinea.
RAAS
Martes, 03 de julio de 2012