viernes, 28 de agosto de 2015

UN PELÍCANO SOLIDARIO


Tomé un vaso para ponerle hielo y llenarlo de jugo de naranja. Eran como las once de la mañana y sonó el timbre del teléfono; estaba cargándose sobre una mesita esquinera. Para contestar la llamada, dejé a un lado de una mesa de estar el vaso con la pulpa amarilla fresca que llenaba con su aroma la sala. En la pantalla del teléfono apareció el nombre del Macho Silvio. Después del “hola” y del “cómo estas”, de preguntar por la familia y todo lo rutinario, el tono de voz de mi amigo blufileño se tornó inquietante, ansioso.

    Te voy a contar algo bonito, no es guayolada —dijo—.
    ¡Contáme!, ¿qué sucedió? —respondí expectante—.

“Iba caminando hacia mi finca, al otro lado de Punta Masaya. Era una mañana soleada y desde el camino, en la parte alta, vi a mi izquierda, en la distancia, a varios pescadores que tiraban sus tarrayas a unos veinte metros de la costa. A lo lejos, vos sabes, se aprecian varios cayos, el de Campbell por el brillo del techo de la casa y más allá Rama Cay. Los postes pintarrasqueados de color chicha sobre el agua que soportan los cables de la energía eléctrica para el suministro de El Bluff los había dejado atrás, una media hora después de comenzar a caminar. Repentinamente el cielo se nubló, miré hacia el horizonte y estaba claro, limpio, azulito como el mar. Comenzó a caer una lluvia chirre de una nube loca, de esas que se pierden en el trayecto, que se ponen tercas y no quieren ir hacía allá donde vos vivís, hacia La Guineyá”.

    ¿Y qué fue lo que pasó? — lo urgí.

“Me mojé un poco sin dejar de caminar. El camino se puso brillante, un brillo rojito como el del promontorio que sobresale en la bahía. Al acercarme, vi una mancha de pájaros sobre la bahía cercana a la costa, acosando a los pescadores cerca de los botes de canalete”.

La llamada se cortó; hice el intento de regresarla pero el tono de teléfono indicaba que no se podía realizar. “Este Claro Shit cada día está peor”, pensé y recordé que a mi mujer siempre se le cortan las llamadas. Tomé el vaso y bebí el jugo de naranja, heladito, fresco y pulposo, jugo natural. Volví a poner a cargar el teléfono. “Me va a volver a llamar”, pensé; dos minutos después lo hizo.

    ¡Ideay, Catracho!, ¡se cortó!
    Sí, hombre, está pésima la comunicación. ¿Entonces? —Invité a que continuara con el relato—.

“A unos veinte metros de la playa los pájaros volaban alegres, alrededor de los botes de canalete sobre el cardumen de peces. Los pescadores hacían tiros seguidos con las tarrayas, las recogían y, desde donde yo estaba, se miraba el montón de pescados; no te puedo decir de qué clase eran, sería mentiroso como Tapalwás, pero les miraba el brillo plateado cuando aleteaban, brincando y haciendo contraste con el color café oscuro de los botes sobre el agua mansa. Era uno de esos días en que la bahía estaba quieta, de color verde turquesa, sin ser perturbada por el viento ni contaminada con el agua terrosa proveniente del rio Escondido”.

    ¿Cómo cuantos pájaros había?

“Era una nube, para qué decirte cuántos eran si no los conté, pero había más gaviotas y más tijeretas que pelícanos. Las gaviotas estaban aglomeradas, peleaban entre ellas, disputándose los peces con los pescadores. Encima de ellas volaban las tijeretas y los pelicanos caían sumergiéndose y, al salir volando, cargaban en su pico peces de más de un pie de largo. Los pescadores no dejaban de tirar y levantar las tarrayas; las tijeretas también estaban de fiesta y competían con las avispadas gaviotas”.

    ¿Se dio vuelta un bote? — Intenté adivinar el final de la historia—.

“No, hombre, ¿no te digo que la bahía estaba mansa y clarita? En el pleito por los peces, una tijereta siguió a una gaviota que llevaba su presa en el pico, la gaviota hizo varias piruetas y, casi a nivel del agua, en el pleito, la tijereta se golpeó un ala y cayó de pronto sin poder alzar vuelo; estuvo luchando, aleteando sobre el agua y las gaviotas comenzaron a volar en su alrededor  entonando un canto agudo y triste”.

    Los pescadores la sacaron del agua — Volví a intentarlo—.

“¡Ja,ja,ja!, es que no me lo vas a creer. Parece mentira, nunca había visto algo semejante en mis 71 años cumplidos, y vos sabes que he sido hombre de mar. De pronto las gaviotas se alejaron de la tijereta volando en círculo”.

    ¿Se cansó y se ahogó? —Seguí tratando de adelantar el final de su relato—.

“Estaba sola, aleteando para elevarse; entre las gaviotas un pelícano bajó a su lado. Era un pelícano grande, bichaone, inmenso. El pelícano tomó el ala buena del ave en desgracia con su enorme pico y se elevó con ella. Los pescadores estaban inmóviles viendo lo que sucedía y las tarrayas quedaron quietas en el agua. Voló por encima de las gaviotas y como a unos veinte metros de altura la soltó”.

    ¡No jodas, Macho; desde el comienzo te curaste solo diciéndome que no era una guayolada!

“¿Te fijas?, yo sabía que no me ibas a creer, pero es ciertísimo lo que te cuento; yo lo vi, los pescadores lo vieron. La tijereta cayó como unos diez metros sin controlar el vuelo, en caída de paracaidista, en medio del círculo de gaviotas; sacudía el ala buena, girando y girando, repentinamente extendió el ala golpeada y voló casi al nivel del agua. Me quedé maravillado, nunca había visto algo igual. Los pescadores recogieron las tarrayas y volvieron a su labor. La fiesta de las gaviotas, tijeretas y pelícanos siguió llenando la bahía de alegría”.

    Ese pelícano fue solidario, salvó a la tijereta —Comenté asombrado—.
  
“Sí, hombre, vieras qué cosa. Nunca había visto algo igual. Después seguí caminando y pensaba en lo que había visto: algo maravilloso, inigualable, algo que pocos de nosotros, los humanos, podemos ver y, lo que es peor, algo que casi nunca podemos hacer, ayudar al que está jodido, al que tiene problemas, lo vemos y más bien nos alejamos, pocos actuamos como el bicha pelícano, no todos somos solidarios como decís vos. Tenés que escribirlo porque no es guayolada”.

    Claro que sí, claro que sí — Prometí—.

Foto: http://lachachipedia.blogspot.com/2014/03/el-pelicano.html

miércoles, 26 de agosto de 2015

EL DESARROLLO NUESTRO ES LA PRIODIDAD



Eso es lo que nos dice el presidente del COSEP en su artículo del diario La Prensa publicado el día de hoy titulado “Nuestra prioridad es el desarrollo”. Sí usted lo lee, descubrirá que el desarrollo de la economía del país es visto por el representante de la cúpula empresarial como condiciones generadas por factores externos y la inversión de grandes empresas. Es un enfoque del desarrollo miope, una visión sectaria, un desarrollo que se visualiza desde sus intereses.

La base de la economía del país descansa en el sector agropecuario así como en la mediana y pequeña empresa, y eso es algo innegable. Visualizar el desarrollo sobre la base de las inversiones que realizan grandes empresas sin considerar el rol y aporte que hacen miles de agentes económicos dispersos a lo largo y ancho de país, es ver la realidad económica con ojo pacho.

Imagínese usted a Nicaragua sin la producción que realizan los productores agropecuarios (granos básicos, carne, leche, etcétera) y la pequeña y mediana empresa (ropa, calzado, artesanía, prestación de servicios turísticos y una variada gama de productos que consume la mayoría de la población). Imagine que de pronto desaparecen como agentes económicos, que sus productos no existen en el mercado. Nicaragua sería el reino de las grandes empresas, el reino de la escasez para los sectores empobrecidos y la “clase media”. Los grandes empresarios dominarían la economía, el mercado y seríamos presa de sus bucólicos antojos por obtener cada vez más altos índices de ganancia. Ese es el desarrollo que visualiza el presidente del COSEP.

El banco, el pata de gallina, el trinomio “Gobierno – Empresarios – Trabajadores” ha sido creado para lograr estabilidad y “paz empresarial”. Allí se discuten los temas que son emblemáticos y que esgrime como indicadores de desarrollo el representante de la cúpula empresarial, pero a la hora de negociar en la pata de gallina el salario mínimo de los trabajadores en los diferentes sectores de la economía, el salario de los pobres, pegan brincos y abandonan su lugar.

El desarrollo del país será realmente desarrollo cuando todas las fuerzas productivas lo logren, recibiendo los beneficios que históricamente se les ha negado, no migajas, y que hoy disfrutan los grandes empresarios más que ayer.


lunes, 24 de agosto de 2015

EL ARADOR


I
Antes que los rayos de sol disipen la frescura provocada por la neblina de la madrugada, Alfonso se dirige en su caballo blanco hacia las tres esquinas. Cabalga a paso lento, sin prisa. Persistente espera buenas lluvias, distribuidas de tal forma que provoquen la floración de los cultivos. Baja del caballo, lo asegura en un poste del cerco, camina hacia la puerta de alambre; al intentar abrirla tres perros furiosos le ladran, defienden su territorio. Se abre la puerta de la casa.

    ¡Buenas!, ¿cómo amanece mi amigo? —saluda Alfonso receloso y pendiente de los perros que no parar de ladrar.
    ¡Buenas! —responde Payin. — ¡Sooo, perros! ¡Échense! —agrega dirigiéndose amenazante con una tajona a los perros; dos entran a la casa y el otro se echa bajo una carreta. — ¿Qué lo trae tan temprano por estos lados? —dice mientras abre la puerta de alambre sin esfuerzo para sacar el lazo del poste.
    Lo ando buscando porque quiero arar unas tierras, es tiempo de prepararlas —dice Alfonso estrechando su mano.
    Pase adelante, platiquemos aquí —dice Payin y le señala una banca de madera ubicada frente a la casa. — ¡Maritza, tráenos dos tazas de café! —grita a su mujer que prepara el desayuno.
    ¡Ya te lo llevo, espérame que baje la porra de frijoles! —responde desde el fondo de la cocina.
    Son cinco manzanas —dice Alfonso luego de sentarse en la banca y estirar sus largas piernas. Ya tengo asegurada la semilla del rojito y, a como veo las cosas, el precio va a estar bueno por la escasez provocada por las inundaciones en el Pacífico —agrega con mirada vivaz y fija en la de Payin esperando respuesta.
    Ya es tiempo. Las tierras están bien secas, perfectas para removerlas. Hay que aprovechar este veranillo de octubre —dice Payin.
    ¡Buenos días, Don Alfonso! —saluda Maritza mientras le entrega una taza grande con café Toro recién colado y caliente, desprende un aroma estimulante, mañanero. — Tomá la tuya, dulzuda como te gusta —le dice a Payin con tono alegre al entregarle la taza y regresar a sus labores.
    Ayer le preparé dos manzanas a Palacios, también va a sembrar frijoles —dice Payin luego de saborear su café.
    ¿Cuándo puede arar las mías?
    Hoy no puedo, tengo un compromiso. Debo hacer dos viajes de leña con la carreta. Mañana como a las siete voy a pasar por donde usted para que nos pongamos de acuerdo.
    Perfecto, lo estaré esperando. Estrecha nuevamente la mano de Payin y , antes de salir hacia su caballo, grita, “¡Gracias por el café Doña Maritza!”
    ¡De nada, Don Alfonso, salúdeme a su señora! —responde Maritza.

Al cerrar la puerta de alambre, Payin se dirige hacia la cocina. Un plato abundante con frijoles, huevos revueltos, tortilla y queso lo esperan para llenarlo de la energía necesaria que gasta en sus labores del día. Debe caminar junto a su carreta, jalada por sus incondicionales bueyes, ocho kilómetros de regreso en cada viaje, además de cargarla con la ayuda de Melesio.

    ¿Para qué te quería Alfonso? —pregunta Maritza inquieta mientras le sirve otra taza de café.
    ¿Para qué más puede ser?, quiere que le vaya a arar unas tierras —responde luego de saborear la comida y dar un sorbo de café.
    ¡Ve, qué bueno!, si no me equivoco en este mes ya llevas unas cuarenta manzanas aradas —afirma al sentarse en la mesa frente a Payin.
    Ojalá todos los meses así fueran. Marzo, abril, octubre y noviembre son los mejores, el problema es que todos esperan a última hora para preparar las tierras y andan apurados buscando quién les haga el trabajo —dice Payin.
    No te podes quejar. En este año te ha ido bien. Hasta le compraste a la Ángela esos dos novillos que estás adiestrando para bueyes —dice Maritza intentando darle ánimos.
    Lo sé mujer, no me quejo. Muchos me buscan porque arar las tierras con tractor es demasiado caro, no les resulta.
    ¿Cuándo vas a ir donde Alfonso?, ya sabes que tiene problemas con sus tierras, ese conflicto parece que nunca va a terminar y no te olvides que sacó tus bueyes de sus potreros.
    No te preocupes, siempre le he preparado sus tierras. Mañana lo voy a visitar para ponernos de acuerdo. El problema de los bueyes fue su culpa, se los presté y nos los ocupó, los fui a traer porque tenía que ararle unas tierras a Piña. Además, él me vino a buscar y con esa arada voy a reparar la carreta, la madera está pudriéndose. Me voy, se me hace tarde.
    Parece que ya vino Melesio. Que te vaya bien. Voy a ir al mercado a comprar un pollo para hacerte una sopita. No vengas muy tarde —dice Maritza al despedirse. “Este Payin cada día lo veo más cansado, ya no es el mismo de antes. Toda la vida se la ha pasado arando tierras, entrenando bueyes y jalando leña para poder mantenernos”, piensa Maritza al verlo partir.   

II
Alfonso llega a la casa después de recorrer los linderos de su finca. Desde que un grupo de cuarenta toma-tierras hicieron champas en una parte de ella, todos los días practica la misma rutina inspeccionando los linderos palmo a palmo en busca de indicios. Inspecciona el estado de los postes, el alambre, las puertas y, al pasar cerca de sus vecinos, apresura el paso del caballo con el fin de que lo observen en su labor. Lleva enfundada y colgada  a su cinturón una pistola Magnum 457. Es un hombre de sesenta años, su cabello muestra canas y lo lleva un poco largo.

    ¡Santito padrino! —dice Julián al acercarse con las manos juntas a Alfonso.
    ¡Santito Julián! ¿Cómo estuvo el ordeño? —dice Alfonso al bajarse del caballo, tocarle las manos y dirigirse a la hamaca que cuelga en el corredor.
    Peor que ayer patrón, hoy dieron quince litros. Ya los fui a dejar a la casa del pueblo —dice Julián luego de amarrar el caballo.
    Este veranillo está fuerte. Los pastos no rinden y las vacas no se acostumbran a comer la caña que sembramos el año pasado. A tiempo vendí aquellas cinco que daban poca leche para pagarle al abogado —dice Alfonso mientras se quita las botas sentado en la hamaca.
    Ojalá ese abogado le resuelva de una vez el problema de las tierras —dice Julián a la vez que busca un banco para sentarse.
    Eso espero. Si desde un inicio hubiera negociado con el sinvergüenza de Nicasio, pagándole para que me diera la escritura de la finca, hoy no tendría este problema. Estuviera inscrita en el registro de la propiedad de Bluefields y no andaría metido en estos clavos —dice Alfonso al acostarse en la hamaca.
    Usted me va a disculpar patrón, pero ¿por qué no lo hizo?
    Porque a su mujer ya le había pagado por la tierras. Eso fue cuando él estuvo preso. Después que estuvo preso por somocista, porque no creas que era buena cosa, era guardia, él quería que le pagara por ese papel. Ahora el borracho las reclama como suyas y ha comenzado a vender lotes a un montón de sinvergüenzas que jochea para que se metan en la finca, como el otro día.
    Pero patrón, si usted le pagó a la mujer por la tierra, él no tiene por qué reclamarlas, las tierras ahora son suyas. Usted tiene más de veinte años de tenerlas —dice sentado junto a la hamaca.
    Julián, vos no sabes nada de estos enredos. Mira, yo tengo la escritura que me dio la mujer, pero él tiene el título real inscrito en Bluefields. Al venderme no se deslindó de ese título que le dio el IAN. Solo me dio posesión y por eso él las reclama como propias. Ella no podía hacerlo.
    La verdad es que no entiendo, patrón. Eso es un enredo. Para mí las tierras son suyas porque pagó por ellas.
    Así debería de ser pero las leyes son jodidas. Mañana va a venir Payin, estate pendiente para que le vayas a enseñar la parte que vamos a arar para los frijoles, las que pegan al lado de la carretera. Yo voy a venir después para arreglarme con él.
    Estaré pendiente, no se preocupe. Bueno patrón, me disculpa, voy a ir a limpiar la yuca —se despide tomando el machete y un sombrero de paja.
    Va pues, dentro de un rato me voy para el pueblo. Este problema me tiene cansado y sofocado, no puedo dormir bien.

Sus pensamientos se nublan de incertidumbre al recordar la compra de las tierras. Tan baratas las compre en esos tiempos, piensa. Si algo bueno dejó la guerra a los que teníamos realitos fue la posibilidad de comprar tierras. La Amanda andaba desesperada sin saber qué hacer para poder sobrevivir mientras el viejo Nicasio se pudría en la cárcel. Tanto insistió en que le comprara que terminó convenciéndome. Si hubiera sabido que este sinvergüenza saldría con el cuento que le pagara por darme la escritura, desmembrando la finca, jamás las hubiera comprado. Bien hice al lotificar esas diez manzanas pegadas a la zona seis y venderlas a necesitados de terreno para construir sus casas, lo mismo que Nicasio quiere hacer ahora con las mías. Al final este capricho me ha salido más caro. Le hubiera hecho caso a mi mujer, así tendría un arreglo con él, pero ahora es tarde, es por la ley que nos arreglaremos. Minutos después sus ronquidos inundan la casa perturbando la quietud de la mañana, en la copa de una Ceiba  el pájaro gua  se lamenta con su canto pidiendo insistente la refrescante lluvia.

III

Al salir de su casa, Payin le indica a Melesio que los bueyes escogidos para trasladar la leña son el Gorrión y el Zanate. Inmediatamente procede a arrear al Bonito y el Ojo Negro hacia la plazuela que se ubica detrás de la casa. En ese espacio los encierra luego de pastorearlos una parte de la tarde en la antigua pista de aterrizaje, a donde los lleva desde que Alfonso le negó el pasto de sus potreros. Melesio arrea los bueyes, los junta y con la ayuda de Payin acomoda el yugo, quien lo observa atento comprobando el aprendizaje de Melesio, un joven que capacita en el oficio por encargo de su comadre Juana.

    ¡Espérate, espérate! Acomódalos en la parte plana para amarrar la carreta al yugo —dice Payin.
    ¡Cejaaa, cejaaa, cejaaa! — grita Melesio a el Gorrión y el Zanate, inmediatamente se detienen.
    ¡Viste, viste! —dice Payin admirado porque los bueyes obedecen a la misma vez. Ya están quebrantados, ya los tenemos educados. Son tres meses de estarlos preparando.
    Yo pensé que iban a dilatar más —responde Melesio entusiasmado.
    Todavía les falta aprender, hace falta que los pongamos a arar. Al paso que van dentro de unos días los podemos probar con el arado. A ver, amarremos la carreta con cuidado.

Entre ambos levantan el tiro de la carreta y lo colocan en el centro del borde inferior del yugo. Payin lo amarra con fuerza alrededor de la cuña de seguridad del tiro formando una equis con el mecate. Ambos se montan y, al grito de cejaaa y un leve hincón con una vara fina de Cortéz, emprenden su marcha hacia la parcela. Al bajar de las tres esquinas y tomar la carretera pedregosa hacia Los Ángeles, la carreta comienza a crujir como tratando de desprenderse de sus partes. El estaquero se mueve continuamente y el limón, la base donde van incrustados, se desplaza lentamente en un movimiento lateral. Payin vuelve la mirada hacia atrás de la carreta y le pide al Señor que no se desintegre, que le permita realizar los dos viajes de leña que tiene encargada.

    ¿Cree que aguante los dos viajes? —pregunta Melesio.
    Eso espero. Esteban me entrega la madera por la tarde y el fin de semana Chanco Chingo va a repararla. La madera está escasa y carísima, ni comparado con aquellos tiempos que me vine de Ticuantepe para estos lados.
    ¿Desde cuándo se vino para Nueva Guinea?
    Hace añales, cuando tenía cuarenta y cinco años —responde Payin inquieto por el crujir de la carreta. Son cuarenta y dos años los que tengo de haber venido.
    Yo ni había nacido —dice Melesio mirando las arrugas de la cara y manos gruesas de Payin.
    Esa época fue cuando comenzó el proyecto Rigoberto Cabezas, el PRICA le decían. Vendí mis bueyes y con esos realitos me vine. Imagínate que me ganaba veinticinco córdobas por arar una manzana. En esos tiempos no habían tractores y en la buena temporada araba de sol a sol.
    ¿Cómo aprendió a arar?, ¿quién le enseñó?
    Preguntás mucho. Préstale atención al camino, no dejes que los bueyes se vayan por las piedras gruesas. Este alcalde que tenemos habla mucho y no hace nada. Ya tienen más de tres años de no darle una patroleada a este pedregal. Solo viven sacando material del lado de Tierra Blanca y con esos camiones cargados es que han jodido el camino.
    ¡Ideay Payin!, ¿no es que usted es liberal?
    Las carreteras no tienen partido político. Aunque con ellas toda la vida ilusionen a la gente que vive en la montaña haciéndoles promesas que nunca cumplen. Al menos ellas nos sirven para trabajar y sacar la cosecha.
    No se me vaya desviando, parece que ya se cambió de bando. Cuénteme como es que aprendió a arar —insiste Melesio.
    Vos tenés más o menos diecisiete años. Cuando aprendí allá en Ticuantepe tenía apenas siete. Vieras qué difícil es aprender en esos cerros, aquí en estos llanos es sencillo. Un primo hermano que tenía llamado Eudijes me enseñó a gobernar los bueyes y a arar. Era un buen hombre, trabajador y honrado. Él también me enseñó que lo mejor que uno puede tener es palabra y ser honrado. ¡Mira, allá viene aquel IFA que chifla!, ¡hace la carreta hacia un lado y detené a los bueyes que no están muy quebrantados! —ordena Payin preocupado al ver el polvazal que levanta el camión.
    ¡Sooo, sooo!, ¡Paree, paree!, ¡Cejaaa, cejaaa! —grita Melesio a los bueyes y se detienen mientras el IFA pasa veloz cubriéndolos totalmente de polvo.
    Ve qué desgraciado ese chofer, como que no pudiera bajar la velocidad, ya nos bañó de polvo. Por eso es que a cada rato se dan vuelta pero nadie hace nada por controlarlos—dice Payin malhumorado, sacudiéndose el polvo con el sombrero.

Llegan a su parcela, llamada la Pedrera por haber sido explotado un promontorio para sacar piedras por la Alcaldía y el Ministerio de Transporte. Deben pasar un río que ostenta una pequeña pero profunda poza. En los meses secos es frecuentada por muchas familias para aplacar el sofocante calor veraniego mientras que por las noches, calurosas o lluviosas, parejas incursionan el promontorio de piedras, inundándolo de pasión y mezclando sus arrebatos clandestinos con el canto de pájaros nocturnos, grillos, chicharras y ranas. En una plazuela cercana a la casa detienen los bueyes. Sus dos hijos la manejan pastoreando diez vacas y sobreviven con la venta de la leche. No deja a los bueyes en esos potreros porque quedan muy distantes del pueblo donde se encuentra su clientela. Luego de saludarlos se adentra con Melesio en los potreros a cortar leña de los árboles sembrados como cercas vivas. No tumban árboles, hacen cortes de ramas de buen grosor, las cortan en trozos de una vara de largo amontonándolas en diversos puntos hasta completar la carga acarreándolas en manojos sobre sus espaldas hasta llenar la carreta. Cuatro horas después terminan agotados, descansan un rato y emprenden el viaje de regreso al ritmo de los bueyes. Ambos caminan detrás de la carreta, evitan cualquier sobresalto que interrumpa el esfuerzo de los bueyes y están atentos a los vehículos que se aproximan para detenerlos. Payin le habla a los bueyes en tono bajo, como tratando de darles ánimos y aligerar su carga.

Al pasar un vado cercano a la finca de Ángela, quebrado y lleno de hoyos por el paso de los pesados IFA’s, camiones ganaderos y volquetes, se escucha el resonar de la carreta y se desprende el limón derecho con todos sus estaqueros, regando la leña en el pedregoso camino como vómito insostenible de un intoxicado por herbicidas.

    ¡Melesio, para los bueyes, detenélos! —grita Payin apartándose para evitar golpearse con la leña que se amontona en el camino.
    ¡Hasta aquí llegamos! ¡No aguantó más! —dice Melesio luego de detener y sostener el yugo.
    Como que sabía que esto nos iba a pasar —dice Payin al inspeccionar el lado quebrado de la carreta.
    Al menos el estaquero aguantó tanto tiempo y ahora lo va a tener que vender como leña —dice Melesio mientras  Payin observa el promontorio de leña y ríe a carcajadas.
    Vos sos ocurrente. No sólo el estaquero, toda la madera la voy a tener que vender, no ves que ya no sirve para nada. Lo bueno es que estamos cerca del pueblo. Ándate rápido a la punta de la pista y busca a Pablo Crespo para que se lleve la leña en la Waza. Aquí te espero, no te dilates.

Payin hace cálculos. Con la venta de la carga obtendrá unos seiscientos córdobas, menos el costo del viaje de la Waza que estima en unos ciento cincuenta córdobas, le sobra suficiente para darlos como adelanto en el puesto de madera de Esteban. Con la arada de las tierras de Alfonso paga el resto y le cancela la mano de obra a Chancho Chingo por repararla. Media hora después aparece Melesio con Pablo Crespo.

    ¡Ideay Payin!, ¿qué le pasó? —pregunta Pablo Crespo inspeccionando la carreta.
    Hasta aquí llegó —responde Payin melancólico viendo el medio de transporte que por años ha utilizado.
    Toda la madera está podrida —dice Melesio.
    Esto ya no le sirve para nada —dice Pablo Crespo.
    Hombre, ¿andas algo allí con que podamos arrancarle toda la madera? —pregunta y agrega — que quede solo el tiro y las ruedas, es lo único que nos puede servir.
    Ando un macito en la cabina, ya lo traigo.
    Pensaba repararla pero veo que la tengo que volver a hacer los limones, la telera y el estaquero. Es como hacerla nueva.

Entre los tres cargan la Waza y Payin le indica que de una vez lo lleve a la zona dos donde doña Elisa, la señora que hace rosquillas y cosas de horno a entregar la leña, luego donde Esteban a retirar la madera y por último donde el carpintero a entregarla. Montado en la cabina con Pablo Crespo regatea el precio del recorrido mientras que Melesio arrea los bueyes que ahora jalan solamente el tiro y las ruedas, el resto va en la tina de la Waza como leña.

Al caer la tarde Payin regresa a las tres esquinas. Melesio ha llevado a pastorear los bueyes donde fue la pista de aterrizaje y le ha contado a Maritza lo sucedido después de encerrarlos en la plazuela. Al llegar a la casa cabizbajo, le da ánimos con una suculenta sopa de pollo que lo espera desde el mediodía.   
IV

A las cinco de la mañana Payin se levanta silencioso, se dirige a la cocina, enciende la radio y sintoniza la Manantial para escuchar el programa “amanecer ranchero”. No se ha acomodado en la mesa cuando Maritza ya ha despertado, enciende el fogón y le prepara café. Esa rutina se presenta todos los días como un juego entre ambos, un juego que practican desde hace más de cincuenta años.

    ¿Cómo amaneciste?, ¿dormiste bien? —pregunta Maritza observando fijamente su mirada. Está al tanto que toda la noche pasó inquieto moviéndose en la cama.
    Más o menos, me dormí tarde. Soñé que me ahogaba en la poza de la Pedrera —dice Payin mirándola en espera de la interpretación del sueño.
    Tenías rato de no soñar. Soñar con el agua a veces es bueno. Como la poza siempre está limpia eso significa que te va a ir bien, que vas a lograr lo que deseas.
    Lo que más quiero es tener mi carreta lista lo más pronto posible.
    ¿Cuándo te la entrega Chancho Chingo?
    Me dijo que el lunes de la próxima semana.
    No te desesperes hombre, solo son seis días —dice Maritza al servirle la taza de café humeante en la mesa. Te voy a freír unos frijolitos para que desayunes.
    Ya vengo, voy a llevar a los bueyes a la pista mientras viene Melesio —dice Payin luego de tomar lentamente un trago de café.

Recorre doscientos metros hasta la pista arreando los cuatro bueyes. Piensa en el sueño y en lo que ha dicho Maritza. Los deja cerca de la arbolada de acacia amarilla y regresa a la casa.

    Ya está listo el desayuno —dice Maritza al ofrecerle el plato con frijoles, cuajada y tortilla. ¿Qué más soñaste?, te veo preocupado.
    Nada más, ya te dije que me ahogaba en la poza.
    ¿Qué vas a hacer hoy?
    Voy a ir donde Alfonso a ararle las tierras.
    Allí está Melesio, ya vino. Ofrécele desayuno que quedan frijolitos —dice Maritza mientras prepara un plato.

Después de desayunar Melesio regresa a la pista y arrea los bueyes hasta las tres esquinas. Al llegar, Payin le indica que encierre al Gorrión y al Zanate. Hoy nos llevamos al Bonito y el Ojo Negro, están descansados le dice. Una vez enyuntados, ambos levantan el pesado arado de madera y lo acomodan invertido sobre el centro del yugo de tal forma que la reja, esteva y cama quedan sostenidos y proceden a amarrarlo mientras el timón queda colgando. Las belortas y el rabizo son amarradas en los costados de los bueyes.

    ¡Maritza, ya nos vamos! —grita.
    ¡Espérate un segundo, ya voy!, ¡estoy terminando de alinearles la comida! —responde desde la cocina.
    Melesio, arrea los bueyes, a las siete debemos estar en la finca de Alfonso, ya te alcanzo —indica Payin al sentarse en la banca pensativo, nostálgico por su carreta al observar únicamente el tiro y las ruedas frente al cerco.
    Aquí está la comida —le dice Maritza al entregarle dos porta-viandas de aluminio de tres depósitos cada una y un galón de pinolillo.
    Voy a regresar tarde, vengo como a las cinco y media — dice Payin despidiéndose luego de acomodar la comida en una mochila que carga en su espalda.
    Que te vaya bien, no te preocupes tanto, sólo faltan seis días para que te entreguen la carreta. Ándate con cuidado —dice Maritza al verlo partir de la tres esquinas.

V

Entran a la finca de Alfonso a través de una puerta de alambre y se dirigen hasta la casa ubicada al pie del único árbol de Ceiba existente a los alrededores de Nueva Guinea, reliquia del pasado, sobreviviente de la Plywood y de madereros actuales. Al llegar, Julián los espera, ya ha ordeñado y trasladado la leche a la casa del pueblo. Luego de los saludos los conduce al área que será arada para que Payin las inspeccione.

    Esas son las cinco manzanas —indica con las manos. Son tres lotes. La división de la izquierda son dos, el de la derecha y aquellas del fondo son de manzana y media cada uno.
    Vamos a medirlas cuando terminemos de ararlas —dice Payin.
    Como usted diga. Recuerde que vamos a sembrar frijoles en ellas —dice Julián.
    Parece que están limpias —dice Melesio inspeccionado el terreno con la mirada.
    Hace dos semanas el patrón las mandó a chapiar —aclara Julián y agrega — una parte fue fumigada con gramoxone.
    Ojala todos tuvieran limpias las tierras antes de ararlas —dice Payin.
    Bueno pues, vamos a hacer los surcos a una distancia de media vara porque es para frijoles. A ver Melesio y vos Julián, sostengan el timón para soltarlo y luego bajamos el resto.

Proceden a bajar las partes del arado y lo arman para iniciar a arar comenzando por el orden en que observaron los lotes. Payin se dirige a un arbusto y bajo sus sombras resguarda el galón de pinolillo y las portas-viandas. Regresa al lado de los bueyes para iniciar la labor y observa a Alfonso que se aproxima en su caballo blanco. Al llegar al punto donde se encuentran da una vuelta completa alrededor de ellos sin saludar, como tratando de imponer dominio y autoridad.

    Buenos días —saluda sin desmontarse. El caballo blanco cabecea insistente.
    Buenos días —responden a la vez Payin y Melesio mientras Julián se acerca a saludar con el acostumbrado santito.
    Ya le mostré las tierras que va a arar —dice Julián luego que Alfonso le corresponde el santito.
    ¿Viste que te las tengo bien limpias? Así no te va a costar mucho ararlas —le indica a Payin.
    Sí, ya las vimos. Cuando terminemos de arar las medimos —contesta Payin.
    Son cinco manzanas. Al fin, ¿en cuánto me las vas a arar?
    El surco es para sembrar frijoles. Ahora el costo de la manzana es de novecientos córdobas —dice Payin y agrega — si fuera para sembrar Yuca vale setecientos porque el surco va a cada cinco cuartas.
    Muy caro estás cobrando. El año pasado me las hiciste a seiscientos. Así ya no voy a poder arar las tierras —responde Alfonso al hacer girar el caballo alrededor de ellos.
    Ese es el precio, puede consultar con otros. Todas las cosas que necesito para mantenerme han subido de precio. La leche ha subido, la carne y el queso ni se diga —responde Payin con propiedad mientras Julián y Melesio escuchan expectantes.
    Vos no me podes contar de lo caro que está todo. Las vacunas, los desparasitantes, la sal para el ganado, todo, todo está caro. La semilla del frijol rojo que voy a sembrar me costaba seiscientos el quintal ahora lo conseguí a novecientos.
    Para que se fije, pues —contesta Payin. Usted conoce bien la calidad de la arada que hago, le protejo los suelos arándole faldeado las tierras para que no se laven con las lluvias y los surcos son parejitos. 
    Bueno, no sigamos discutiendo. Prepáralas a ese precio no vaya a ser que comience a llover en estos días. ¿En cuánto tiempo las terminas?
    En tres días, trabajando de sol a sol —confirma Payin.
    Dale pues, voy a regresar dentro de tres días para allí nomás ver tu medida del terreno. Julián va a estar pendiente de vos. Yo tengo que hacer gestiones con el abogado por el problema de las tierras.
    Espere Alfonso. Necesito que me dé un adelanto, estoy reparando la carreta y necesito unos realitos —dice Payin.
    Ve qué frescura la tuya, no has comenzado y ya me pedís reales. Ahorita no tengo plata, todos los reales se los he dado al abogado para resolver el problema. Cuando termines te cancelo todo de una vez. Nos vemos —dice Alfonso volteando y espueleando el caballo para retirarse apresuradamente.

Los tres guardan silencio. Observan a Alfonso que se retira galopando en el caballo blanco. Sus miradas se cruzan. Julián y Melesio se quedan viendo.

    ¡A ver, Melesio!, ¡apurémonos para que terminemos lo más pronto posible! —dice Payin con acento de disgusto.

VI

Dirigen los bueyes hacia el primer lote que será arado. Los acomodan en uno de los extremos, a una vara de distancia del cerco que los divide. Melesio se ubica frente a ellos mientras Payin toma el timón del arado, hinca a los bueyes con el chuzo gritando ¡cejaaa, cejaaa!, iniciando el recorrido. Payin sostiene con fuerzas el timón y el arado se hunde en la tierra removiéndola a ambos lados, abriendo el surco de una cuarta y media de profundidad que posteriormente será cubierto con la semilla de frijol. Al llegar al extremo del lote hacen girar a los bueyes, calculan la media vara de distancia entre surcos y proceden a arar regresando al punto de inicio.

Mientras Payin y Melesio cumplen con su labor, Alfonso llega a su casa del pueblo. Su esposa, Digna, ha estado inquieta esperándolo. Arquímedes, el abogado que a nada ni a nadie le teme, el que resuelve todos los problemas legales, le ha entregado una nota solicitándole que se presente en su oficina. Al leerla se da cuenta que Nicasio ha introducido una demanda por las tierras.

    ¡Ideay Arquímedes!, ¿cómo es esto que Nicasio me está demandando? —dice Alfonso al entrar a la oficina de Arquímedes.
    Cálmese, siéntese para que le explique —responde Arquímedes con tono de preocupación mientras le ofrece una silla.
    Cómo querés que me calme si ya llevamos en esto más de un mes. Dijiste que ibas a resolver este problema en dos semanas y nada —dice Alfonso al sentarse malhumorado.
    Deje que le explique. Tal como quedamos procedí a hacer las gestiones en Bluefields para la cancelación de la cuenta registral de la propiedad de Nicasio y evitar que siguiera vendiendo lotes.
    Eso es lo que quiero. Mira que le vendió al tal reverendo de Juigalpa diez manzanas y las fue a inscribir a Bluefields —dice Alfonso con amargura en la cara y agrega — ¿al fin, le anulaste la cuenta registral?
    Por eso es que lo mandé a llamar. Nicasio contrató a un abogado de Juigalpa de apellido Medrano y este introdujo ante la juez civil una demanda de nulidad del proceso.
    No estoy entendiendo, dijiste que ya tenías convencida a la juez con la oferta que le hiciste. Explícame bien.
    Pues sí, don Alfonso. El abogado de Nicasio argumenta que no se pueden anular los títulos de propiedad otorgados por el Estado de Nicaragua. Recuerde que a Nicasio nunca le confiscaron sus tierras. La juez rechazó la demanda de nulidad que hizo el abogado de Juigalpa, pero luego hizo una apelación que también rechazó.
    ¿Cuál es el problema?, entonces —dice Alfonso intrigado.
    El problema es que recusaron a la juez.
    A ver, a ver. Me estas enredando, explícame bien.
    Mire, el abogado introdujo un escrito solicitando que se separe a la juez del caso por intereses personales. Prácticamente se han dado cuenta que le ofrecimos lotes para que fallara a su favor.
    Esto cada día se complica más. ¿Qué vamos a hacer?
    El caso ha pasado al juez de distrito. Ha mandado detener todas las acciones que hemos hecho en el caso. Hay que esperar que se pronuncie sobre la recusación que hizo el abogado de Juigalpa.
    ¡Esperar!, ¿cuánto tiempo más voy a esperar? ¡Si sigo esperando el viejo Nicasio va a vender hasta mi casa y las vacas! —dice Alfonso.
    No podemos hacer nada más, tenemos que esperar el fallo del juez de distrito. Hay que tener calma.
    ¿Cuánto tiempo?
    Pueden ser quince días, un mes, tres meses. El tiempo que se tome el juez de distrito para fallar sobre la recusación.
    Vos dijiste que lo ibas a arreglar en quince días, te di cincuenta mil pesos y ahora me salís con el cuento de que espere calmadito mientras el viejo Nicasio hace y deshace en mis tierras.
    No se preocupe, todo lo vamos a arreglar. Necesito diez mil córdobas para seguir haciendo gestiones a su favor.
    Ya me salaste el día —dice Alfonso al levantarse de la silla, entregarle el dinero y salir de la oficina del abogado que a nada ni a nadie le teme.

VII

Tres días después, Payin y Melesio han concluido de arar el último lote de tierras. El olor que respiran a su alrededor es de tierra removida, colmada por el canto alegre de pájaros que las han invadido para alimentarse de mazamorras y gusanos. Igual de contento se encuentra Payin y proceden a medir los tres lotes verificando que el área total arada es de cinco manzanas. Al caer la tarde con la puesta de sol sobre las colinas del oeste, espera a Alfonso en la casa ubicada al pie del árbol de Ceiba junto a Melesio y Julián.

    Mañana es sábado y vamos a descansar dos días —dice Payin.
    ¿Y los bueyes? —pregunta Melesio.
    También —responde Payin mientras Julián le entrega una taza de café. Han trabajado bastante, sin parar y se lo merecen, agrega.
    Son buenos bueyes —dice Julián al entregarle el café a Melesio.
    ¿Cuándo le entregan la carreta? Estoy con ganas de estrenarla —dice Melesio.
    Chancho chingo dijo que el lunes por la mañana. Espero que la tenga lista —dice Payin.
    Allá viene Alfonso —dice Julián señalando.

Al llegar Alfonso se baja del caballo, Julián lo toma de las riendas y lo amarra en un pilar del corredor de la casa. Alfonso se dirige a la hamaca y se quita las botas.

    Ya están listas las tierras —dice Payin.
    Desde aquí las estoy viendo —dice Alfonso.
    Vamos a verlas para que las reciba —dice Payin.
    No, para qué. Se ven bien aradas. Vos haces un buen trabajo —dice Alfonso.
    Bueno, entonces necesito que me cancele porque voy a ocupar esos reales para pagar la madera y la reparación de la carrera.
    Mira Payin, ahorita acabado de entregarle diez mil pesos al abogado y no tengo reales.
    Pero ese no es mi problema, yo necesito que me cancele hoy mismo. Eso fue lo que acordamos, usted dijo que al terminar me cancelaba el trabajo.
    Sí, eso te dije, pero para mí es más importante resolver el problema de las tierras. Así que vas a tener que esperarte unos días.
    Le doy hasta el domingo. Me urgen, ya se lo dije.
    Llega a la casa del pueblo el domingo por la mañana.
    Eso me hubiera dicho antes, ahora le voy a quedar mal a Esteban y a Chancho Chingo. Usted sabe que la carreta es mi machete.
    Mi finca vale más que tu carreta y la arada de las tierras.
    A ver Melesio, vámonos. No vuelvo a tratar con usted —dice Payin al salir del corredor. Le hubiera hecho caso a la Maritza —agrega.
    ¿Caso de qué? —pregunta Alfonso.
    Ese no es su problema, dedíquese al de sus tierras. El domingo llego a buscarlo y me tiene listos los reales. Vamos Melesio —dice Payin al hincar con fuerza los bueyes.

Melesio observa que Payin camina de prisa y comienza a arrear los bueyes que cargan el arado. “Va encachimbado”, dice Alfonso. En la puerta de alambre Payin lo espera. Sus manos tiemblan y decide no entablar conversación. Al llegar a la casa de las tres esquinas Payin se quita las botas de hule y se sienta en la banca con los ojos perdidos, observando las deterioradas paredes del estadio de béisbol. Los perros juegan a su alrededor, mueven la cola y lo olfatean buscando la caricia acostumbrada pero no les presta atención, se encuentra ausente. Melesio desmonta el arado y el yugo, saca a los bueyes de la plazuela y los traslada a pastorear a la pista de aterrizaje. Al regresar encuentra a Payin en el mismo estado. Entra a la casa buscando a Maritza y no la encuentra. Vuelve a salir y decide acompañarlo hasta que regrese. Vuelve la mirada hacia Payin y se da cuenta que de su ojos brotan lágrimas. Al llegar Maritza y saludarlos con alegría, Payin continua inmutable. Melesio le explica lo sucedido y se despide. No le contestó ni una sola palabra y así permaneció hasta altas horas de la noche. Con todas sus fuerzas, dándole ánimos, lo metió a la cama pero no pudo obligarlo a comer.

Al despertar, Payin se dirige a la cocina y enciende la radio. Ya se ha recuperado, durmió como un niño, piensa Maritza. Escucha que abre la puerta de la sala, se acomoda en la banca y llama a los perros. Maritza se levanta, se dirige hacia él y se sienta a su lado.

    Veo que amaneciste mejor —dice Maritza.
    Estoy pensando en vender al Gorrión y al Zanate para no quedar mal con Esteban y Chancho Chingo —dice Payin con sentimiento de pesar en su voz.
    Pero cómo los vas a vender, apenas tienen tres meses de estar entrenándose. Si te los compran vas a venderlos casi regalados —dice Maritza.
    Pero qué puedo hacer, ya tengo el compromiso y no puedo faltar.
    A ver vení, vámonos para la cocina, está muy helada la mañana. No vaya a ser que te me vayas a enfermar —dice Maritza tomándolo de la mano y atrayéndolo hacia la puerta.

Payin se acomoda en la mesa mientras Maritza enciende el fogón para preparar el café y hacer desayuno. Maritza le pregunta sobre lo sucedido con Alfonso.

    Qué sinvergüenza es ese Alfonso. Te dije que no te confiaras, desde que sacó los bueyes del potrero supe que no era persona de fiar.
    Pero qué querías que hiciera mujer, necesitaba hacer ese trabajo, además de eso es que vivimos.
    Yo sabía que algo iba a pasar. El día que soñaste que te hundías en la poza de la Pedrera me di cuenta, pero no te lo dije para evitarte preocupaciones.
    ¿Qué es lo que no me dijiste?
    Mira, cuando una persona sueña que se está ahogando significa que lo van a engañar, que lo van a humillar —dice Maritza al servirle la taza de café humeante.
    Pero vos dijiste que cuando uno sueña eso es que le va a ir bien.
    Sí, es cierto, siempre y cuando el agua sea limpia como la de la poza. Pero como te estabas ahogando significa que te van a engañar —dice Maritza al servirle el desayuno y sentarse a su lado.
    Aunque me lo hubieras dicho no hubieras evitado que hiciera mi trabajo.
    Ya lo sé. No sigas preocupado, a ver, comamos tranquilos —dice Maritza.

Mientras desayunan, en radio Manantial anuncian el inicio del programa sabatino “el abogado en su hogar”. Maritza presta atención al programa y Payin desayuna con apetito amanecido. Todos los sábados, mientras Payin sale con los bueyes, ella escucha ese programa. Lo considera de gran valor porque orienta a los campesinos sobre los mecanismos a seguir para resolver los problemas legales, familiares, de violencia doméstica, divorcios, herencias y problemas cotidianos que se presentan en Nueva Guinea. Lo que más le gusta del programa es la comunicación que se da entre los campesinos con el abogado, un joven llamado Armando, que por muchos años se desempeñó como maestro en las comunidades y ahora ha regresado graduado, ejerciendo la profesión para ayudar a los necesitados de asesoría legal, haciéndose merecedor de prestigio y buena clientela.

    No deberías vender los bueyes —dice Maritza.
    ¿Qué quieres que haga? No puedo quedar mal, ya te lo dije. Palacios ya me ofreció comprarlos.
    No te desesperes. Alfonso te dijo que te paga mañana, así que espéralo.
    No creo que me pague el sinvergüenza.
    Nada pierdes con esperarlo. Además necesitas descansar, has trabajado todos estos días y te hace bien.
    Está bien mujer, mañana voy temprano donde Alfonso. Ya regreso, voy a llevar a los bueyes a pastorearlos en la pista.

VIII

A las diez de la mañana Payin se dirige a la casa de Alfonso ubicada en el pueblo. Digna lo recibe, le ofrece pasar a la sala pero Payin decide quedarse de pie en la entrada bajo el alero del corredor. Digna se despide porque debe asistir a la iglesia. Minutos después aparece Alfonso.

    Buenos días, aquí estoy para que me entregue el dinero.
    Mira Payin, no he podido conseguirte esos reales. Deberías de ponerte en mi lugar, este problema de las tierras me tiene jodido.
    Mire Alfonso, primero me dijo que me cancelaba al terminar el trabajo, después que viniera hoy. Yo necesito los reales con urgencia. Todos tenemos problemas.
    No compares mis problemas con los tuyos, una simple carreta no es nada comparado con mi finca.
    Eso es lo que usted piensa. Yo vivo de mi trabajo igual que usted de sus tierras. Si no trabajo no puedo mantener mi casa. Usted tiene ganado, cultivos, tierras mientras que yo vivo de arar y jalar leña.
    Tienes que entenderme y no te queda más remedio que esperarme. Sólo son tres meses para que salga la cosecha. Con lo que venda te voy a pagar esos miserables cuatro mil quinientos pesos.
    Miserables no son, me los he ganado con mi trabajo. No crea que por el hecho de ser pobre usted se va a aprovechar.
    Ya te dije, cuando salga la cosecha te pago.
    Usted es una persona que tarde o temprano va a pagar por todo lo que ha hecho. El de arriba tarda, pero nunca olvida.
    No me sigas molestando. Ándate y espérame.

Al llegar a su casa, Maritza adivina por su semblante que Alfonso no ha cumplido con el pago. Payin se sienta en la banca sin decir palabra. Le ofrece un vaso de refresco y se sienta a su lado.

    ¿Qué pasó?, ¿qué te dijo Alfonso?
    El sinvergüenza dice que no tiene reales, que no puede pagarme por el problema de las tierras y que lo espere hasta que salga la cosecha.
    ¿Cómo puede hacerte eso?
    Ni modo mujer, voy a tener que vender los bueyes. El señor se las cobrara con él.
    Una de las cosas que siempre he admirado de vos es que sos fuerte, trabajador y paciente —dice Maritza pasándole la mano izquierda sobre su espalda.
    Hasta las fuerzas estoy perdiendo —dice Payin con pesadumbre. Ya estoy cansado, cada día más viejo y ahora con este problema me siento desesperado. En todos mis años de trabajo nunca antes había tenido un problema de este tipo.
    Lo sé, ya estamos viejos para tener problemas pero no puedes seguir siendo sumiso como los bueyes, mucho menos benévolo con Alfonso. Ya te la ha hecho dos veces, primero te sacó los bueyes por su propia falta y ahora no quiere pagarte. Pareciera que también se hizo del movimiento de los que no pagan.
    No hay nada que hacer. Voy a ir donde Palacios a ofrecerle los bueyes.
    No Payin, eso no puede quedarse así. Tenemos que buscar ayuda.
    ¡Ayuda! Los únicos que me han ayudado toda la vida son los bueyes, nadie te ayuda en estos tiempos.
    Busca al abogado en su hogar, el que sale hablando en la radio Manantial. Se llama Armando y ayuda a resolver problemas como estos —dice Maritza mientras en sus pensamientos vive cada uno de los casos que los campesinos han expuesto al abogado en su hogar a través de la radio.
    Nunca en mi vida he buscado un abogado, además si lo hago tendré que pagarle y al final vamos a quedar igual, sin reales para pagar la madera y al carpintero.

Maritza se queda pensativa y duda sobre la conveniencia de buscar a Armando. Tiene claro que si se hace cargo del problema tendrán que pagarle. En un breve instante recorre en sus pensamientos todos los casos que ha escuchado por la radio y se levanta de la banca.

    Mira Payin, dejémonos de lamentos. Vamos ahora mismo a buscarlo. En la radio dicen que vive en la zona cinco.
    Pero hoy es domingo, hoy no trabaja.
    No perdamos tiempo. Nada perdemos con contarle lo que te está haciendo el tal Alfonso.
    Cuando se te mete una cosa en la cabeza nadie te saca de ella. A ver pues, vamos a ver qué hacemos —dice Payin al levantarse de la banca y salir detrás de Maritza.

IX

Recorren juntos la calle de cemento desde el rótulo de Nueva Guinea hasta el monumento de los Cuatro Evangelios. Doblan a la izquierda, llegan a la escuela Rubén Darío y Maritza pregunta en una vivienda de la esquina sobre el abogado en su hogar.

    ¡Buenas! —saluda Maritza mientras Payin espera en el anden frente a la casa construida después del huracán Juana por el proyecto Español y remodelada con esmero.
    ¡Buenas! —responde una niña que mira televisión en la sala. ¿Qué desea?
    Buscamos al señor Armando, el abogado en su hogar.
    Espere un minuto, voy a llamarlo.
    Ves, aquí está —le dice a Payin.
    Pasen adelante, está allá atrás en el taller de carpintería. Pasen por aquel pasillo de al lado.
    ¡Buenas! —saluda Maritza a tres hombres que con esmero lijan un juego de sillas abuelitas.
    ¡Buenas! —responde el más joven de los tres.
    Buscamos al señor Armando, el abogado en su hogar —dice Maritza mientras Payin observa a los otros en su labor.
    Soy yo, en qué puedo servirle. Disculpe que no les ofrezca asiento pero como ven estamos alistando estos muebles.

Payin procede a relatar lo acontecido. Armando los invita a conversar bajo la sombra de un frondoso árbol de mango y escucha con atención. En la medida que Payin explica el problema su semblante adquiere rasgos de desesperación y sus manos tiemblan.

    ¿Anda su cédula de identidad? —pregunta Armando.
    Si, aquí la ando —responde Payin.
    Lo espero mañana a las diez de la mañana en mi oficina. Queda cerca de la casa de piedra, allí pregunta. Voy a tener lista una demanda en contra de Alfonso —dice Armando luego de anotar el número de la cedula de identidad en su agenda.
    Pero dígame cuánto me va a cobrar —dice Payin.
    No se preocupe, lo que le interesa a usted es que Alfonso le pague y recuperar su carreta para trabajar. Después nos arreglamos —dice Armando.
    Gracias, muchas gracias —dice Maritza.
    De nada, lo espero mañana —le dice tendiéndole la mano a Payin y al estrechársela nota que ha dejado de temblar.
    Gracias, a las diez llego —dice Payin

De regreso en las tres esquinas Maritza nota que Payin se encuentra tranquilo. El ambiente de desesperación que lo inundaba ha desaparecido, lo nota aliviado y de buen humor. Después que almuerzan Payin le dice que va a dormir un rato y luego buscará los bueyes.  A las cinco de la tarde aún duerme y Maritza lo despierta, le ofrece una taza de café y lo observa reanimado, con nuevos brillos.

A las diez de la mañana del día lunes, Payin se presenta en la oficina del abogado en su hogar. Lo recibe con cortesía, le ofrece asiento y una taza de café. Payin lo observa con inquietud imprimir un documento.

    Listo —dice Armando. Venga, siéntese aquí —agrega mostrándole una silla ubicada frente a su escritorio. Este documento es una demanda por acción de pago que vamos a introducir en el juzgado civil en contra de Alfonso.
    Una demanda —dice Payin.
    Sí, una demanda. Con ella van a notificar a Alfonso para que se presente a responder.
    Él puede decir lo que se le ocurra —dice Payin.
    No se preocupe. También nosotros vamos a estar presentes —le aclara Armando. Además de esta demanda, él tiene otra por el problema de las tierras con Nicasio.
    Sí, por eso de las tierras es que no me quiere pagar —dice Payin.
    Firme aquí —dice Armando.
    No sé firmar.
    No importa, no se preocupe. Ponga su huella digital —le indica al pasarle un almohadilla con tinta.
    Perfecto. Puede irse a su casa. Yo voy a ir al juzgado para que hoy mismo notifiquen a Alfonso. ¿Tiene un número de teléfono donde pueda llamarlo?
    Sí, el que mantiene Maritza en la casa —dice Payin.
    Nos vemos entonces —se despide Armando luego de anotar el número en su agenda.

A las dos de la tarde Arquímedes se presenta en la casa del pueblo de Alfonso. En sus manos lleva la notificación del juzgado civil. Luego de recibirlo, Digna lo invita a pasar a la sala, llama a Alfonso y sale a la calle.

    ¡Ideay! —dice Alfonso sorprendido por la visita de Arquímedes. ¿Y ahora cuál es el problema?
    Tiene una demanda por acción de pago en el juzgado.
    ¿Demanda de quién?
    Un tal Payin dice que usted no ha cumplido con el pago de la arada de cinco manzanas.
    ¡Ve qué jodido este Payin! ¡No tiene nada de baboso!
    Usted no puede darse el lujo de tener más problemas con demandas. El caso de sus tierras con Nicasio es suficiente. Además la juez que ha sido recusada es la misma que tendrá que conocer este caso. No podemos llegar con este problema al juzgado —dice preocupado Arquímedes.
    ¿Y qué quieres que haga? ¿Cómo voy a pagarle? A vos te he dado hasta lo que no tengo para resolver el problema de las tierras y nada.
    Ese es otro caso y el más serio. Por estos cuatro mil quinientos pesos podemos perder todo lo que hemos hecho y hasta las tierras.
    ¿Qué es lo que pasa ahora? —pregunta Digna al regresar a la casa.

Alfonso le explica lo sucedido mientras Arquímedes escucha atento los argumentos. Digna es una mujer devota que pertenece a la organización de mujeres de la iglesia católica y reconocida por sus gestos a favor de los pobres del casco urbano, los campesinos pobres de las comarcas y el trabajo pastoral con mujeres que sufren maltrato y violencia doméstica. En sus años de juventud estaba decidida a convertirse en monja, pero desde que conoció a Alfonso se olvidó de amar solamente al Señor.

    ¿Cómo es posible que le hagas eso a Payin? No te da vergüenza quedar mal con un pobre viejo que vive de arar las tierras —dice indignada.
    No puedo cancelarle el trabajo. Todos los reales se los he entregado a Arquímedes para que resolvamos el problema de las tierras, le acabo de dar los últimos diez mil pesos que tenía.
    ¡Hoy mismo arreglas ese asunto! —dice Digna al dirigirse a la habitación y al salir agrega — Toma estos dos mil pesos que he ido guardando de los reales de la leche. Anda a resolver ese problema y arréglate con Payin.
    Vamos a la oficina de Armando —dice Arquímedes al ver que Alfonso toma el dinero.
    ¡Aquí no regreses sin resolver ese problema! —dice Digna al verlo salir de la casa junto a Arquímedes.
    No se preocupe doña Digna, ya voy a llamar a Armando para resolver este problema —dice Arquímedes al marcar el número desde su teléfono celular.

A las cuatro de la tarde Payin se presenta en la oficina de Armando. Reunidos en la pequeña oficina del abogado en su hogar el ambiente se vuelve tenso para Payin, nunca se ha enfrentado a una situación como ésta. La mayoría de sus arreglos han sido verbales, confiando en la palabra de sus clientes, los que han cumplido honrándola.

    Entonces lo que proponen es que arreglemos esto con una medicación —dice Armando dirigiéndose a Arquímedes y Alfonso.
    Este viejo es un terco, le dije que le pagaría al levantar la cosecha —dice Alfonso viendo con destellos de rabia a Payin.
    Un momento, por favor no insulte a mi cliente. Si se han hecho presente en mi oficina es que han aceptado llegar a un acuerdo. A ver, cuál es la propuesta que tienen para Don Payin.
    Don Alfonso propone pagarle a lo inmediato dos mil córdobas y los restantes dos mil quinientos al momento de levantar la cosecha de frijoles —explica Arquímedes y agrega dirigiéndose a Payin — usted conoce muy bien los problemas que enfrenta Alfonso con sus tierras.
    Sí, me doy cuenta, pero yo también tengo mis problemas —dice Payin.
    Entonces acepta lo que propone Alfonso —le pregunta Armando.
    Lo acepto en parte —dice Payin.
    ¿Cómo es eso que en parte? Eso es lo que te propongo y no tienes para dónde agarrar —dice Alfonso.
    Explique lo que usted propone —dice Armando.
    Acepto que me entregue hoy mismo los dos mil córdobas, también acepto que me cancele la diferencia al sacar la cosecha de frijoles.
    Eso es lo mismo que te estamos proponiendo —dice Alfonso sonriendo.
    También le exijo que me compense por el tiempo que debo esperarlo, son tres meses.
    Compensarte, ¿de qué estás hablando? —dice Alfonso inquieto buscando con su mirada a Arquímedes.
    Díganos cómo espera que lo compensemos porque con el pago de la diferencia se acaba este problema —dice Arquímedes.
    Se acaba para ustedes, pero cuando me entregue esa plata voy a comprar menos madera para reparar la carreta y menos provisión para mi casa.
    ¡Ideay! ¡Este ya se volvió economista! —dice Alfonso al levantarse de la silla señalando a Payin.
    Cálmese don Alfonso, siéntese por favor —le indica Armando. Díganos cómo quiere ser compensado —se dirige a Payin.
    Tengo cuatro bueyes que no tengo donde pastorearlos. Mientras espero los tres meses le pido a Alfonso que me deje alimentarlos en sus potreros.
    ¡Ve, qué lindo con lo que salís! ¡Ahora son cuatro bueyes! Los que vos siempre has tenido son dos.
    Eso es lo que pido como compensación por el tiempo que debo esperarlo —dice Payin mientras Alfonso hace cálculos mentales.
    El alquiler de potrero por animal vale ciento cincuenta pesos por mes —dice Alfonso. Sos un bandido. Te voy a dar dos mil ahorita, los dos mil quinientos al sacar la cosecha de frijoles y además el potreraje de esos bueyes que vale mil ochocientos. Al final te voy a pagar seis mil trescientos pesos —dice Alfonso con tono calculador.
    Por hacerme esperar los tres meses. Usted me buscó y yo le hice el trabajo cuando lo necesitaba —dice Payin.
    Bueno, esa es la propuesta de mi cliente. Pongámonos de acuerdo de una sola vez que otros clientes me esperan —dice Armando dirigiéndose a Alfonso y Arquímedes quienes cruzan miradas. Arquímedes asienta con la cabeza.
    ¿Qué dice don Alfonso? —pregunta Arquímedes.
    Ni modo, para dónde agarro. Si no resuelvo esta tontera la Digna se pondrá furiosa. A ver, ¿dónde voy a firmar?

Armando imprime satisfecho la mediación. Se la entrega a Arquímedes quien la lee en voz alta mientras Alfonso escucha con atención y furia en su interior. Al concluir la lectura le solicita a Alfonso firmarla y Armando a Payin que estampe su huella dactilar.

    Ya sabes, sólo son tres meses que te voy a dar potreraje —dice Alfonso dirigiéndose a Payin.
    ¿Y los dos mil pesos? Tenemos que hacer un recibo para presentar este documento ante la juez —dice Armando.
    ¡Aquí están, toma! —responde Alfonso y firma la mediación.
    Nos vemos —dice Arquímedes al salir con Alfonso de la oficina del abogado en su hogar.
    Muchas gracias —dice Payin. Sin su ayuda no hubiera podido resolver este problema. ¿Cuánto le debo?
    No se preocupe, aquí estamos para servirle. Qué le parece si en pago me hace el arado de una manzanita que quiero sembrar de frijoles.
    Con todo gusto. ¿Cuándo quiere que le haga el trabajo?
    Venga a avisarme cuando esté listo, después que resuelva el problema de la carreta.
    Gracias, muchas gracias por su ayuda. La Maritza me explicó bien lo que usted le dijo de la compensación.
    De nada don Payin, espero que escuche junto a doña Maritza el programa en la radio. Allí le damos consejos a los que enfrentan problemas como estos.

Al día siguiente, con los primeros rayos de sol, Melesio se dirige hacia la casa de las tres esquinas. Desde el portón principal de las oficinas de ENACAL se sorprende. No lo puede creer. Al llegar, incrédulo observa dando vueltas alrededor de la carreta nueva estacionada frente a la casa.

    ¡Ideay Payin!, ¿Cómo hizo para resolver el problema con Alfonso? —dice sorprendido.
    Después te cuento. Anda saca al Gorrión y el Zanate del potrero de Alfonso que está pegado a la plazuela. Abrí la puerta de alambre que hice. Vamos a ir a arar unas tierras.

Se dirigen hacia la colonia Río Plata y proceden a arar la manzana de tierra de Armando. Al regresar se encuentran con Alfonso quien monta su caballo blanco. Al pasar al lado le dice adiós a Payin. Melesio vuelve a sorprenderse. Le pide insistente a Payin que le explique lo sucedido. Payin se queda pensativo y le dice: “la vida es dura y nos enseña mucho. Hay que arar, plantar, cuidar el cultivo, quitar malezas de los surcos y siempre tener esperanzas de que el tiempo esté a nuestro favor para levantar una buena cosecha. Alfonso al final es un buen hombre, por sus problemas actúa mal, ojalá resuelva pronto el problema de sus tierras”.

Ronald Hill A. 
Nueva Guinea, RAAS

Nicaragua