Fuiste mía,
solo un instante,
pero ay, qué instante…
fuiste mía.
Tus labios —mi condena—
sabían a piña rosada prohibida,
a deseo que no se disimula.
Los rocé,
y el mundo se volvió un suspiro.
Fuiste mía,
un fuego que no avisa,
un adiós sin sonrisa,
fuiste mía.
Tus besos bajaban despacio,
como si cada uno dijera:
“no hay regreso, solo eternidad.”
Y yo, loco de vos,
me perdía sin culpa.
Tu cintura era un río lento,
una curva que pedía ser leída
como oración sin iglesia.
La recorrí con las manos temblando,
como quien toca lo prohibido… y se queda.
Y aunque el mundo te llevó,
y aunque el miedo te escondía,
yo me quedo con la herida…
porque fuiste mía.
Tus palpitaciones eran golpes de tambor,
cada uno más cerca, más dentro.
Bajo mis dedos,
tu piel hablaba,
decía lo que tu boca callaba.
El calor de tu cuerpo —ay, amor—
era un incendio dulce.
Tu espalda sudaba ternura,
y tu vientre era la puerta
que abriste sin pedir permiso.
Solo un instante,
pero ay, qué vida…
fuiste mía,
fuiste mía.
Mi ser creyó en tus promesas suaves.
Fue altar de palabras gastadas,
hogar de silencios fingidos,
una farsa que pedía caer…
y yo caí.
29 de Junio de 2025.
Foto: Sergio Orozco Carazo