martes, 28 de mayo de 2013

¡WAS BOSAWAS!

Río Bocay, cerro Saslaya y río Waspuk en el pasado formaron lo que fue una reserva de la biosfera llamada BOSAWAS. Herida a muerte, el daño queda impune. Los dividendos, los profits, se consumieron. Los territorios indígenas titulados fueron engañados, el engendro corruptor inmerso en su propia ley. ¡Was Bosawas! Un gobierno propio, otro engendro a la venta que desbocara en un distrito manoseado por los mismos depredadores.


viernes, 10 de mayo de 2013

UNA PAUSA POR LA SALUD DE MI ALMA


El que escribe necesitar con urgencia someter ante otros su trabajo. Yo lo hago aunque no esté seguro si soy lo suficientemente bueno para que aparezcan publicados en las páginas culturales de los periódicos. Siempre los envió aun cuando los publico en mi blog porque estoy seguro que al hacerlo me desarrollo en el arte de escribir. Sin embargo, cuando lo hago puedo oler el peligro, palpar el riesgo del fracaso y me siento vulnerable. Tal vez me he convertido en un cínico por hacerlo muy seguido o quizás me he quemado demasiado. ¿Cómo escribir de tal forma que no se agote la creatividad, que no se apague la llama de la inspiración, que la escritura sea un regalo y no una tarea más?

Escribo todos los días. Siempre someto mis escritos. Escribo de la mejor manera posible pero de ahora en adelante dejare de hacerlo dos veces a la semana. No más escritos, no más cuentos, no más relatos, no más envíos ni publicaciones en mi blog. Mis envíos serán para mí,  para descansar, pasar tiempo con mi familia, mis nietos. Comeré, beberé y disfrutare la vida que hasta hoy he dado a través de mis envíos.

Vivo en el trópico húmedo, en Nueva Guinea, uno de los municipios más fascinantes de Nicaragua. Llueve nueve meses al año y tres son secos, sin una gota de agua. Me acompañan días lluviosos, atardeceres soleados, las fases del ciclo agrícola con sus encantos y desencantos como espejo de la vida misma.

Escribo todos los días para publicar mis escritos y someterlos a otros. Lo hago porque soy escritor y porque los escritores escriben para otros. Dos veces a la semana dejare de hacerlo, de someter mis escritos y de preocuparme por la publicación de ellos.  En cambio me someteré a descansar, no escribiré y si lo hago, no lo haré para otros. Lo haré para mí mismo y por la salud de mi alma. Es una pausa y de ella cosechare abundancia para seguir adelante.

Viernes, 10 de mayo de 2013

martes, 7 de mayo de 2013

BLUEFIELDS ADORMECIDO


A las ocho de la noche las calles de la ciudad de Bluefields están desiertas, la aglomeración festiva de sus habitantes en las esquinas ha desaparecido, los taxi son escasos, los billares, bares y restaurantes están vacíos. El ruido de las discotecas no se escucha. La fiesta provocada por las rocolas de los callejones que abren paso a la bahía ha concluido. Las casas parecen deshabitadas, sus puertas y ventanas están cerradas y solamente se escucha el sonido del televisor encendido. El parque Reyes está desolado, los novios y amantes ya no lo frecuentan. La música de las casas de los barrios creole que alegraban las calles ha enmudecido. El destello intermitente de las luces emitidas por la camioneta azul celeste ahuyenta a los atrevidos que se reúnen después de las nueve de la noche en las aceras frente a los corredores de sus casas.

Durante el día se observa el movimiento de la gente por las calles en sus gestiones cotidianas, pero sus rostros muestran el cambio: las sonrisas y abrazos efusivos, la algarabía del encuentro entre amigos, las carcajadas y gritos expresivos se han esfumado. Las tiendas, casas comerciales, pulperías y ferreterías abren sus puertas a la espera de clientes. La música reggae o corridos mexicanos emitida por los taxis en su recorrido casi no se escucha. Los gritos de los vendedores ambulantes de mariscos, carne de tortuga y pattie son escasos.  

¿Dónde está el espíritu festivo de los Bluefileños?, ¿qué se hizo la alegría de vivir la vida?”, le pregunté a mis amigos. “Estamos hechos papillas, bienvenido a la nueva realidad de Bluefields”, respondió uno de ellos. “Hay escasez de agua potable, el costo de la vida es uno de los más alto del país, no hay fuentes de empleo e ingresos, el costo del transporte acuático en incosteable, la tarifa eléctrica todos los meses va en aumento y la lucha frontal contra la delincuencia nos mantiene temerosos”, agregó con pesadumbre.

Visité varias casas comerciales y tiendas del centro de la ciudad. Pregunté por el comportamiento de sus ventas. “Se han caído en más de un treinta por ciento”, respondieron todos. “¿Desde cuándo?”, volví a preguntar. Los propietarios, con dudas en el semblante, respondieron: “hace más de dos años”. Insistí sobre el problema con mis amigos Bluefileños y pregunté si la nueva realidad era producto de la lucha contra la delincuencia organizada, el narcotráfico y el lavado de dinero. “Se acabó la burbuja blanca”, se atrevió a asegurar uno de ellos

Otro amigo, dueño de un negocio, al comentarle lo de la burbuja blanca, lo negó rotundamente: “si acepto ese argumento es como decir que en mi negocio yo lavaba dinero proveniente de las drogas”, dijo un poco molesto. “No digo que la lucha frontal contra las drogas, el desmantelamiento de los cartelitos en la zona, no haya influenciado en esta situación, pero la droga sigue manteniendo la vida en los barrios”, aseguró. “La economía se nutre de la piedra”, agregó y explicó su argumento.

En Bluefields existen más de cuatrocientos pedreros, sobreviven de la chamba, hacen de todo para asegurar veinte pesos por la mañana y veinte por la tarde, además de robar lo que encuentran mal parqueado para venderlo. Con eso compran su piedra y pasan el día ambulando por las calles. En los barrios se fábrica la piedra, principalmente son mujeres las dedicadas a ello. ¿De dónde obtienen la materia prima?, no hay respuesta, pero cada mujer tiene a su alrededor un promedio de ocho vendedores que ganan por comisión. Los fuma-piedra son el sustento de la economía de esas familias y las pulperías los abastecen de los productos básicos que compran en las distribuidoras. Es la economía de la piedra la que los mantiene vivos y, a otros, casi la otra mitad, las remesas familiares. “¿Y la autonomía?, ¿y el desarrollo?”, pregunté. “Regresa en mayo y te vas a dar cuenta, vas a ver lo que se hace con autonomía, el tululu, otras conmemoraciones y promesas”, respondió.

Bluefields ha perdido brillo, su embrujo caribeño ha desaparecido, se encuentra adormecido mientras miles de sus habitantes viven en pobreza y en la hoguera de las drogas. La realidad se muestra parcialmente en los medios locales, priorizan la nota roja con sus balaceras, puñales ensangrentados y rencillas estériles, olvidándose de su rol social y el poder que tienen para avivar y despertar de su letargo a los pobladores de la ciudad más emblemática del Caribe Nicaragüense.

06/05/2013

viernes, 3 de mayo de 2013

RESCATE EN LA TROCHA DE BLUEFIELDS


En una hondonada, sin poder avanzar ni retroceder, frente a la última subida a vencer para llegar a San Pancho o Kukra River, nos quedamos atascados. El jeep Land Rover, luego de varios intentos frustrados, no logró subir la cuesta. Un río de agua se desprendía desde la cúspide abriendo surcos lodosos por la corriente en el camino barroso y la lluvia nos mantuvo retenidos dentro de la cabina, inmersos en la incertidumbre.

Antes de llegar a Naciones Unidas una llanta trasera fue devorada por el filo de una piedra; el tiempo que invertimos en cambiarla, más de media hora, marcó la diferencia entre un viaje placentero y uno infernal. “Regresemos a Nueva Guinea”, le dije a Jimmy Downs quien conducía. A su lado iba Tina, su esposa, en la parte de atrás Alberto Chang, su esposa Zoraida y yo. “Más adelante no hay piedras, es una trocha veranera”, respondió. Llamé por teléfono a mis amigos de Bluefields para decirles que si no llegábamos a las tres de la tarde es que nos habíamos quedado en el camino. “Plan Rescate, le voy a avisar al Ranger”, respondió Johnny.

La llanta que cambiamos estaba baja y en Naciones Unidas la rellenamos de aire. Preguntamos por las señas del camino y nos indicaron que no tomáramos un tramo de la derecha, “todo a la izquierda”, nos dijo un muchacho. Avanzamos unos doce kilómetros revestidos de todo tiempo, donde se observa el trabajo de cunetas y alcantarillas que realiza un módulo de construcción escuálido, sin la cantidad de equipos necesarios para avanzar en la obra, parqueado e inactivo al lado del camino. Unos pocos kilómetros más adelante avanzábamos sobre la trocha veranera sin revestimiento y pasamos una brigada de ENATREL que instala postes con un camión pesado y el cableado de fibra óptica hacia Nueva Guinea. El cielo en el horizonte se puso plomizo. Al culminar una subida encontramos una camioneta Land Cruiser de la misma empresa.

Cuando iniciamos el descenso la lluvia caía a cantaros. “No hay frenos, no se detiene”, escuche decir a Jimmy; rodamos sin control en la bajada, pero maniobró el jeep haciéndolo girar. Zoraida gritaba desesperada, abrió la puerta sin detenernos y, al frenar al lado de un paredón del camino, estábamos en dirección contraria, hacia Nueva Guinea. Abrí la puerta para bajarme pero Jimmy me indicó que no lo hiciera. Cuando escampó la lluvia, bajo la llovizna caminé hacia la camioneta. “Es mejor que no se muevan, hay que esperar unas tres horas para que se oree el camino”, dijo un conductor al explicarle lo sucedido. Al lado derecho había una vivienda y un poco más abajo una galera. “Aquí podemos dormir”, fue lo primero que pensé. Alberto y Zoraida subieron hasta ese punto y cruzaron la puerta de alambre en dirección a la vivienda. Jimmy caminó y minutos después subió con el jeep. Buscamos refugio en la casa. El dueño, de apellido Hernández, nos dio refugio amablemente con su familia. “No se preocupen, tenemos bastante maíz”, dijo en la pequeña sala atiborrada con sacos; volviendo a ver el piso de tierra agregó “la cama es grande”.

Luego que pasó la lluvia salimos a la plazuela. Me quité la camisa y la gorra para colgarlas en un mecate. “¿Usted fue militar?”, preguntó el campesino. “No”, respondí. “Es que los militares es lo primero que hacen, cuando se mojan ponen a secar la ropa”, dijo. Vi el reloj y me di cuenta que tenía hambre, era la una de la tarde. No había desayunado, no tenía planeado hacer el viaje a Bluefields con ellos pero a última hora me decidí. “En el jeep hay una bolsa de papas”, dijo Tina; con eso almorcé. La esposa del señor Hernández hirvió agua y preparé un café. “Aquí hay señal, allí en la orilla de la puerta”, dijo la señora, Zoraida hizo varias llamadas comunicando a Alfredo y Dorothy lo sucedido. Llamé a mi hijo Ronald y le dije que estábamos en la comarca “Villanueva”. “Si no hubiera venido estaría en mi cama acostado con White Bush”, le dije a Jimmy.

El sol comenzó a salir. A las tres de la tarde sentimos su intensidad y nos refugiamos bajo la sombra de un árbol. Un tucán voló hasta un árbol ubicado cerca de la galera y se los mostré a Tina y a Jimmy. Volvimos la mirada hacia el cielo, en dirección a Bluefields, lo vimos gris. “Eso es señal de lluvia”, dijo el señor Hernández. El camino se había secado un poco. Nos dijeron que San Pancho estaba a una media hora y que podíamos llegar si nos apurábamos; decidimos seguir avanzando en la trocha. “No se preocupen, avancen hasta donde puedan, nosotros nos regresamos a San Pacho y les ayudamos”, nos dijo el conductor de la camioneta. Eran las tres y media de la tarde.

En la capilla de Villanueva, antes de la bajada, encontramos una camioneta que avanzaba hacia Nueva Guinea. Un hombre se bajó cuando Jimmy preguntó por las condiciones del camino. “Casi nos damos vuelta en una bajada, gracias a Dios estamos vivos, Dios es grande, nos salvó”, dijo. “¡Regresémonos, regresémonos!”, decía Zoraida. “No hacerle caso, hombre, querer meternos el mono”, dijo el chino Alberto. “¿Que decís vos?”, le preguntó Jimmy a Tina. “Probemos”, contestó, y en medio del histerismo de Zoraida seguimos avanzamos.

En la última cuesta a vencer comenzó a garuar. En el primer intento el jeep avanzó hasta un cuarto de la pendiente. Me bajé para inspeccionar y dirigir la maniobra de Jimmy. Le hacía señas para que acelerara pero no lo hacía, el jeep no se movía. Vi que se abrió la puerta trasera y bajó Zoraida. La lluvia se intensificaba y el rio lodoso de desprendía desde lo alto. Tras varios intentos por subir nos dimos por vencidos y nos encontramos nuevamente en la cabina bajo la lluvia. A las cuatro de la tarde pasó un campesino montado a caballo que se dirigía a Villanueva. “No van a poder subir, mejor quiten el vehículo del centro de la trocha porque falta que pase un IFA que viene de San Pancho y se puede deslizar sobre ustedes”, nos dijo. “Avísele a los de ENATREL que aquí estamos”, le dije. Jimmy trató de subir de retroceso una pequeña pendiente que habíamos pasado antes de llegar a la hondonada pero fue imposible. Luego de varios intentos pudo ubicar el jeep al lado derecho del camino.

Varados y dentro de la cabina solamente pensaba que pronto anochecería pero no me confiaba en lo que había dicho el campesino. “Esta zona es limpia, no es peligrosa”. Me imaginaba tratando de dormir dentro del vehículo con una nube de zancudos sobre nosotros, pensaba en el “Plan Rescate” y en la brigada de ENATREL que no regresaba por la lluvia. Jimmy bajó del jeep y caminó hacia una casa ubicada arriba de la cuesta. “Después de esa subida todo es parejo”, dijo; Alberto  y Zoraida caminaron hasta la casita.

Minutos después pasó un muchacho con una señora de unos cincuenta años y un perro. Iban caminando hacia San Pancho, la lluvia había cesado. Nos dijeron que San Pancho estaba a media hora de camino y que había señal telefónica. “Si la señora llega, yo también”, pensé y tomé mi mochila. Le dije a Jimmy y a Tina que caminaría con ellos hasta San Pancho para llamar por teléfono. Comencé a caminar sobre la cuesta detrás de ellos. Encontré a Alberto y Zoraida que regresaban. “No, no te vayas, quédate con nosotros”, dijo pero no le hice caso. Eran las cuatro y veinte minutos de la tarde.

Luego de subir la cuesta mis zapatos burros pesaban mucho, la capa de tierra fangosa adherida a la suela era de unos cinco centímetros. Caminamos unos diez minutos sobre el cerro y súbitamente nos encontramos con una pendiente similar a la que no pudimos subir. La señora le pidió al muchacho que le cortara una vara para usarla de bordón y yo hice lo mismo porque cada paso era un desliz. Ellos calzaban botas de hule, el calzado ideal para esas condiciones. “Camine al lado del camino, es menos liso”, me dijo el chavalo y bajé sosteniéndome de la vara. En la hondonada, al bajar encontramos una camioneta parqueada al lado del camino. “Ni lo intente, nosotros estamos al otro lado”, le dije al conductor y me observó incrédulo. Continuamos avanzando y pude apreciar el cerro “La Toboba” a mi derecha. Pregunté por el tiempo restante de camino y el chavalo me mostró el techo de unas casas en el horizonte. “Allá, después de esas casas queda San Pancho”, dijo. Calculé la distancia, unos diez kilómetros de camino. “Oiga, oiga ese ruido, son vehículos que vienen”, dijo el muchacho. “No escucho nada, sólo los latidos de mi corazón, se me quiere salir”, le respondí; se detuvo para darme agua de una botella que llevaba en su mochila. “Es buena agua, de un manantial”, dijo y bebí. Estaba bañado de sudor, el lodo cubría los ojos de mis pies por encima de las calcetas y no aguantaba el peso de la mochila en mis hombros.

Cinco minutos después encontramos estacionado el camión IFA que viaja de San Pancho a Nueva Guinea. Me acerqué al conductor y le dije lo mismo que al de la camioneta. Continuamos caminando y nos encontramos una camioneta de tina que trataba de subir. “No le diga nada, no hacen caso”, dijo el chavalo y recordé lo que dijo el chino Chang: “no hacerle caso, hombre, querer meternos el mono”; estoy seguro que eso es lo que pensaban. “Usted no se preocupe, esta señora es dueña de un comedor, va seguro”, dijo el chavalo mientras caminábamos dejando atrás las cuestas. En una vuelta nos encontramos con una camioneta y les hice señas, les dije que no iban a subir, que mejor se regresaran. Luego aparecieron tres más, iban en caravana.

Noté que el camino era diferente, arenoso, y que la pendiente era cada vez menos marcada. “¿Ya estamos cerca”?, pregunté. “Sí”, respondió el chavalo. Eran las seis de la tarde, comenzaba a oscurecer. “Esta es la casa que le mostré desde el cerro”, dijo el chavalo señalándola al lado del camino. Diez minutos después salimos a un tope y caminamos hacia la izquierda. “Adelantito queda San Pancho”, dijo el chavalo. Vimos el destello de unas luces que bajaban del lado del cerro, una camioneta nos alcanzó y se detuvo. “Súbanse a la tina, los llevamos a San Pancho”, dijo el conductor. “Yo no dejo a mi perro”, dijo el chavalo. Me subí, le di la mano a la señora y el chavalo subió a su perro. Atrás venían las otras camionetas que iban en caravana.

En San Pancho encontramos a una mujer que al lado del camino hablaba por teléfono sin acercárselo al oído, sosteniéndolo con la mano derecha por encima de la cabeza. La camioneta se detuvo, las otras tres estaban cerca. Me bajé a buscar la señal telefónica. Los de la camioneta también la buscaban pero no pudimos encontrarla. “En San Pancho los dejamos”, dijo el conductor; al llegar al pueblo se bajó el chavalo con la señora y su perro. “¿Van para Bluefields?”, pregunté. “Sí, vamos de regreso”, respondió el conductor. “¿Se va a ir con ellos?”, preguntó el chavalo; le respondí que sí. “¿Me van a dejar aquí en la tina?”, le pregunté al conductor porque observé que sólo una muchacha iba en la cabina posterior. “En la vuelta se pasa”, respondió. Eran las seis y veinte minutos cuando entré a la cabina.

En el trayecto hacia Bluefields les comenté lo sucedido. Eran de la Juventud Sandinista, de la promotoría social que realizaba en Bluefields monitoreo al programa “Plan Techo” que impulsa el gobierno. El día anterior habían llegado por el mismo camino y salieron de regreso a las cuatro de la tarde. No dejaba de pensar en Jimmy, Tina, Alberto y Zoraida, los imaginaba dentro del jeep bajo la oscuridad de la noche, pero también pensaba en la brigada de ENATREL que estaba cerca de donde los había dejado. Encontramos un camioncito varado en el centro de la carretera. Entre todos, pasajeros, conductores y promotores, unos doce en total, lo empujamos bajo la llovizna y subió la pequeña pendiente en dirección a San Pancho. Más adelante encontramos un microbús embancado; hicimos varios intentos para sacarlo del hoyo en que estaba atorado pero fue imposible. Las camionetas pasaron sobre un charco y continuamos el viaje.

La luna comenzó a mostrarse en el horizonte. Repentinamente sonó mi teléfono por la señal que emiten las antenas desde el cerro Aberdeen. Llamé a mi mujer y luego a Dorothy. Pasamos suampo de Lara y a las ocho de la noche me bajé de la camioneta frente al Consejo Regional. Llamé a Alfredo Cordero y me dijo que llegara a su casa. Llamé a Johnny y luego a Ranger. Caminé hacia la casa de Alfredo, llamé a Mariano para comunicarle lo sucedido y me dijo: “vos fuiste el que inventaste esa mierda”, preocupado por Tina, su hermana. Al verme Alfredo en la acera de su casa salió y entré por el portón. Le conté lo sucedido y le pedí algo de tomar, baje la mochila de mis hombros y recordé que había metido unas sandalias. Me quité mis burritos lodosos, me obsequió una cerveza y entré a la casa. Allí estaban su esposa y unos amigos compartiendo. Luego apareció el Ranger y me di cuenta que el Plan Rescate sería hasta el amanecer. Minutos después llegó Dorothy. Hicieron la noche conmigo, nos reímos de lo sucedido y poco a poco quedé inmerso en su Reggae Style.

Esa noche dormí poco. Desperté a las cinco de la mañana, no pude dormir, pensaba en mis amigos atrapados en la hondonada antes de subir la última cuesta para llegar a San Pancho. A las cinco y media de la mañana sonó mi teléfono. Era Jimmy el que llamaba y me contó que la brigada de ENATREL los sacó de la hondonada halándolos con el guinche de la camioneta y con los empujones de los trabajadores. Habían llegado a San Pancho a las seis y media de la tarde y allí durmieron los cuatro, dentro del jeep Land Rover porque seguía lloviendo. Le comunique que el Plan Rescate ya había iniciado, que dos camionetas Land Cruiser habían salido en su búsqueda. Los volví a ver sanos y salvos a las once y media de la mañana en Bluefields.

Jueves, 02 de mayo de 2013

lunes, 29 de abril de 2013

REGGAE STYLE




Reggae Style es una forma, un estilo de vivir la vida y los acontecimientos que de ella se derivan de manera relajada, sin quebrarte demasiado la cabeza porque estás consciente que tarde o temprano se dará un hecho o varios que le pondrán fin. Es vivir la vida al suave, sin tormentos que te agobien y desvelen, es vivirla feliz.

Para ello es preciso seguir al pie de la letra lo que la mayoría de los médicos te recomiendan cuando descubren que tenés presión alta: “no se preocupe por nada, si se va a caer la casa deje que se caiga, pero antes busque como salirse”. Cuando lo asimilas, cuando sos capaz de vivir al ritmo del Reggae Style, tu vida cambia totalmente.

Desde hace muchos años me di cuenta que vivía nublado por los problemas y sufría la mayor parte del tiempo por la búsqueda desesperada, incisiva, de encontrarle solución a todo: “Ra flá, problema solucionado”. Para muchos estaba enfermo y siempre había alguien que me preguntaba: “¿Vos tenés azúcar?”, “ni para tomarme una tacita de café”, respondía.

Dar ese gran salto entre vivir agobiado y al ritmo del Reggae Style es difícil, pero cuando lo das te atrapa y posiblemente vivas muchos más años que el promedio de tus amigos y amigas que no lo han dado porque posee un alto valor terapéutico, es buena medicina para la mayoría de los males que nos aquejan.

Los que vivimos a ese ritmo somos como miembros de una familia ampliada, rápido nos identificamos y los otros, los sofocados y desesperados, también lo hacen. Es como llegar a una reunión de poetas sin serlo y, luego de escucharlos un buen rato, salir preguntando cómo hacen para inspirarse con esas metáforas tan vivas y versos llenos de pasión. Te quedan viendo como a un espécimen raro y se ríen de vos, pero si te gustan sus tertulias, los buscas y al final salís tirándote un par de versos sin darte cuenta. Te has convertido, has cambiado, ellos lo provocaron con su influencia. 

Nada de cumbia, nada de corridos rancheros, mucho menos los bullicios chinameros, la vida se vive mejor al ritmo lento, pausado del Reggae. Por eso los Caribeños somos longevos, todo lo vivimos al suave, sin prisa, sin preocupaciones, sin ponerle mucha mente a las tareas apremiantes cuyos plazos por cumplir se vencen, postergando para otros tiempos los problemas que desde siempre nos aquejan, especialmente en Bluefields.

viernes, 26 de abril de 2013

EL DIARIO DE LUISA: JULIÁN



Viernes, 26 de abril de 2013


Diyenia se fue a Bluefields el jueves santo y me quedé sola en casa pensando en su cacería de playa y en el sabor de la leche de coco, pero la provocación de Zahaira fue irresistible. “¡Anímate niña!, la finca está a una hora del pueblo, vamos y venimos por la tarde”, me dijo ese mismo día. No volvió a comentarme nada de Julián, su primo. Estoy segura que pensó que si lo hacía me negaría. “¿Por qué no?”, pensé y visité a doña Paula, mi vecina, para consultarle si podía cuidarme la casa. “Si niña, no se preocupe, vaya y diviértase”, contestó sonriente con una mirada de complicidad. Llamé a Zahaira para decirle que iría. “Sos un amor, vamos a pasarla súper, llego en una hora”, dijo. Alisté mi bolso con unas cositas de más: una toalla, el traje de baño, crema para el sol y una camiseta. Me puse un shortcito crema, una blusa celeste, tenis. Cerré la puerta trasera, las ventanas de los cuartos, las de la cocina y la sala.

A las nueve de la mañana apareció Zahaira entusiasmada, con su característica dulzura me abrazó y besó. “¿Aseguraste bien la casa?”, preguntó asomándose hasta en los cuartos. Salimos al porche. En la calle estaba la camioneta esperando. Al cerrar la puerta con doble llave, me sentí insegura, vacilante, con ganas de volver a entrar y disculparme con ella. “¡Apúrate niña!”, la escuche decir y bajé las gradas. “Él es Julián”, me dijo cuando lo vi bajarse de la camioneta y abrir la puerta para que entrara a la cabina posterior. El papá de Zahaira conducía, su mamá iba al lado y atrás nosotros tres, Zahaira, él, yo en el centro. La tina iba repleta de chavalos con neumáticos inflados y varios termos.

Al inicio del viaje estaba nerviosa, Zahaira me miraba de reojo y apretaba mi mano. La amabilidad de doña Carmencita me tranquilizó. “Qué bueno que te decidiste, yo le dije a Zahaira que te invitara, no es bueno estar sola estos días santos”, dijo. Don  Marcos, con su tendencia de consentirle todo, se carcajeó y expresó “por eso Juliancito nos visita desde Costa Rica”. “Siempre pienso en ustedes, los extraño y aprovecho las vacaciones para visitarlos”, dijo Julián. Lo volví a ver, me sonrió y noté en sus grandes ojos negros la honestidad de sus sentimientos hacia la familia de Zahaira. Me sentí relajada, a gusto en medio de los dos, aun cuando clavaba de reojo su mirada sobre mis piernas al hablar con don Marcos sobre el paisaje seco, los planes de comprar con sus ahorros una finquita y regresarse definitivamente para montar un negocio en la ciudad. Zahaira me hincaba las costillas, se había dado cuenta que me agradaba porque yo también disimulaba para ver sus gruesas piernas de reojo, inhalando en la cabina su aroma. Recordé lo que me dijo de él: “¡te va a encantar, es un amor, un caramelo, lástima que seamos primos!”.

Llegamos a la finca, bajaron los termos y los chavalos salieron corriendo hacia el río con sus neumáticos en una explosión de felicidad. Doña Carmencita le indicó a Zahaira que los acompañara porque era peligroso que estuvieran sin vigilancia. Caminamos los tres detrás de los chavalos. En la orilla del río, bajo la sombra de un palo de agua, nos sentamos a observarlos. ¡Metámonos niña!, me dijo Julián. ¡Dale, cámbiate allí detrás de esas piedras!, me indicó Zahaira y juntas lo hicimos. El agua estaba clara y tibia, igual que mis penas, pero Julián tomó mi mano con fineza y me deje llevar por el impulso hacia la poza. Me sentí un poco incomoda al ver a Zahaira observándome sonriente desde la orilla pedregosa. En cierto punto el agua cubrió todo mi cuerpo sin tocar fondo y me aferré a Julián con desesperación mientras los chavalos chapaleteaban agua alrededor de los dos. Me atrapó de la cintura atrayéndome hacia él. Una vez más volví a sentir ese mariposeo traicionero y provocador, mi corazón despertaba con latidos explosivos de su letargo y mi piel se erizó cuando me encontré con su cuerpo bajo el agua.

En todos estos días, desde la última vez que te escribí, he hablado por teléfono con Julián. Es un encanto, fino, amable. Luego de ese viaje a la finca del papá de Zahaira me visitó el domingo antes de regresar a Costa Rica. Todo lo tenía planeado para comérmelo enterito en mi nido, pero cuando tomé la iniciativa arrinconándolo en el sofá de la sala con besos y caricias desesperadas me di cuenta que era gay. “No te importa, ¿verdad?”, me dijo. “No Julián, eres un bombón, siempre seremos amigos”, le respondí y le di las gracias por liberarme de las heridas que me atormentaban.

sábado, 20 de abril de 2013

DESPEDIDA DE LA MUSA



Se ha ido, batió alas y desapareció.
Antes de despedirse, conversamos.
Te he dado todo, dijo con el brillo de musa en sus ojos.
Mis días y noches han sido tuyos, respondí.
Regresó la mirada, se sentó a mi lado en el corredor.
El cielo estrellado y el canto de chicharras fueron testigos esa noche.

Mis deseos se mueven al ritmo de tus susurros, elevan y bajan mi voz, expanden y contaen imágenes, observo el camino que develan y lo marco con mojones para no perderme, la hoja a vencer la mantengo frente a mis ojos respondiendo cada interrogante.

Me escuchó sin interrumpir.
Sus alas estaban contraídas, tensas, ansiosas.
Es hora de partir, dijo.
No me dejes, no te vayas, no sé qué hacer sin vos, respondí.
Seguí, no te detengas, el camino es largo y has comenzado el recorrido, agregó. Al levantarse y tomar impulso para volar, traté de detenerla pero fue imposible.
En la desesperación me aferre a sus alas y se desprendió una pluma.
Consérvala a tu lado, dijo sonriente y se fue.

domingo, 14 de abril de 2013

REENCUENTRO SOBRE UNA LÁPIDA


La última vez que nos encontramos fue en diciembre pasado; viajaba hacia Managua y pasé parte del día y la noche en Juigalpa siguiendo el consejo de mi mujer: “andá, nunca salís, visitá a tus amigos”.  Uno de ellos me dio un aventón hasta la ciudad de los caracolitos negros y en agradecimiento lo invité a almorzar donde “la Deyfilia”. Luego de despedirnos lo llamé por teléfono. “Ya llego”, dijo y minutos después apareció Miguel Traña Galeano como siempre: apresurado y sonriente. Conversamos toda la tarde, revivimos pasajes de la etapa en que trabajamos juntos y nos aventuramos como docentes bajo un ambiente de guerra y sueños vencedores de la muerte.

Ella recibió la noticia por parte de una amiga, pero me lo dijo después. Quizás por olvido o tal vez no quiso que saliera de noche en mi cacharpa apresurado a su vela porque al hacerlo, horas más tarde, descubrí en sus ojos la angustia que reconoce el dolor de quien ha perdido a un amigo. Quise llamarlo marcando su número pero me retuve, sabía que al hacerlo escucharía la voz de Janet Tablada, su esposa, o la de unos de sus hijos en ese momento desgarrador.

Salí a su despedida por la mañana y en el trayecto reviví los momentos que pasamos juntos. Desde el primer instante en que nos conocimos, cuando llegué en busca de trabajo a la delegación de gobierno de la entonces V Región, luego de entregarle mis documentos al delegado del Ministerio de Planificación, le di la mano y, al comunicarme que la plaza disponible ya tenía a una persona designada desde Managua, Miguel Traña me dijo: “no creo que aguante, le doy menos de quince días”; así fue. Una mañana me buscaron y él se encargó de ubicarme en el salón de la oficina, procurando que quedara a su lado porque hacíamos equipo atendiendo el sector agropecuario, él era analista de la parte agrícola y a mi encargo estaba la pecuaria.

Dos horas después estaba en Juigalpa. Me atreví a llamar a su número. “Estamos en la UNAN”, respondió su hijo. El auditorio estaba repleto de gente. En el fondo, colgada en la pared, su fotografía y, al pie del pódium, su féretro custodiado por la guardia de honor y coronas de flores. Quería estar a su lado al igual que los dirigentes de la universidad y los estudiantes. Quería contar mi historia sobre él, pero ya no formaba parte del mundo académico que le rendía honores. Luego de escuchar las palabras emotivas de Emilio, el decano, me dirigí a hacerle guardia de honor. Allí, a su lado, recordé su advertencia en uno de los incontables viajes de asesoría a los municipios de Chontales en un jeep Toyota, cuando en esos tiempos de primero se montaban los fusiles estando conscientes que las balas de una emboscada no nos dejarían ni manipularlos. Al dormirme en el trayecto de una palmada me despertó y dijo: “maestro, no se duerma, puede despertarse en otro mundo”.

A las doce en punto terminaron de rendirle tributo. Vi a Janet y caminé hacia ella. La tomé del brazo y, al verme, de sus ojos brotaron lágrimas, nos abrazamos en el dolor;  con voz desgarrada dijo: “se nos fue Miguel”. Miguel, el que abandonaba su escritorio cruzando el salón y se sentaba frente a ella para cortejarla, el que después de tener los resultados sobre el comportamiento del sector agrícola los vinculaba con el análisis que ella realizaba sobre el comercio interior generando una visión más real, más cruda sobre la carestía de la población que hacia colas interminables en los centros de abastecimiento. Miguel, el mismo que guardaba silencio en las reuniones de trabajo, pero lo retenido explotaba en palabras críticas contenidas en sus informes. Miguel que les abría la mente a sus alumnos con sus cátedras de economía política, matemática financiera y filosofía.

A las tres de la tarde del 11 de abril se celebró la misa en la capilla del colegio San Francisco. Allí estaban caras conocidas que tenía muchos años de no ver y viejos amigos, los de una época que forjó hombres y mujeres como Miguel. Un hombre sin apego a los bienes materiales que vivió sin pretender cargos ni puestos de trabajo para ostentar lo que no es propio. Marchamos detrás de él y, al llegar a su destino final, sobre una lápida nos reencontramos reviviendo entre amigos parte de su vida. ¡Descansa en paz, Miguel!

Sábado, 13 de abril de 2013