Se ha ido, batió alas y desapareció.
Antes de despedirse, conversamos.
Te he dado todo, dijo con el brillo de musa en sus
ojos.
Mis días y noches han sido tuyos, respondí.
Regresó la mirada, se sentó a mi lado en el corredor.
El cielo estrellado y el canto de chicharras fueron
testigos esa noche.
Mis deseos se
mueven al ritmo de tus susurros, elevan y bajan mi voz, expanden y contaen imágenes,
observo el camino que develan y lo marco con mojones para no perderme, la hoja
a vencer la mantengo frente a mis ojos respondiendo cada interrogante.
Me escuchó sin interrumpir.
Sus alas estaban contraídas, tensas, ansiosas.
Es hora de partir, dijo.
No me dejes, no te vayas, no sé qué hacer sin vos, respondí.
Seguí, no te detengas, el camino es largo y has
comenzado el recorrido, agregó. Al levantarse y tomar impulso para volar, traté de
detenerla pero fue imposible.
En la desesperación me aferre a sus alas y se
desprendió una pluma.
Consérvala a tu lado, dijo sonriente y se fue.
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