lunes, 24 de junio de 2013

DEJANDO DE FUMAR

He tomado la decisión de dejar de fumar. Un gran reto considerando que tengo décadas de hacerlo y que el hábito, esas ganas irresistibles de hacerlo, se incrementan al sentarme a escribir en la computadora. La decisión la tomé el día de ayer. Es difícil, es una lucha contra mí mismo, la peor de las luchas que podemos enfrentar es contra nosotros mismos. 

Muchas veces, sin darme cuenta, el inconsciente bromeaba conmigo al encender un cigarrillo y ver otro sin terminarlo en el cenicero. En este instante el cenicero ha desaparecido de mi vista, al igual que la cajetilla de cigarrillos y el encendedor. He hecho desaparecer de mi lado todo lo que me lleve a la tentación de fumar.

Hace dos días me fumaba casi dos paquetes al día. Me di cuenta que podía hacerlo porque siempre he tenido un espacio libre de cigarrillos, un espacio de no fumar: mi cuarto. Sí en el no fumaba, aunque era imposible hacerlo dormido, mientras estaba despierto, después del mediodía hasta las tres de la tarde, ¿por qué no dejar de fumar en otras horas del día en diferentes lugares como la oficina, la sala, los corredores, la hamaca, el inodoro?, ¡el inodoro, es donde la tentación se eleva!

Allí está el reto conmigo mismo. Para superar la tentación como les he dicho, he desparecido de mi vista los cigarrillos, el encendedor y el cenicero. Ahora mi oficina, este espacio desde donde escribo es área de no fumar. Pero para hacerlo, para dejar de fumar, no crean que ya dejé de hacerlo, no, todavía no. Llevo en una libreta un registro de los cigarrillos que me he fumado según las horas del día. Ayer me fumé únicamente cuatro cigarrillos, uno entre las seis y ocho de la mañana, uno entre las ocho y las nueve, ese fue el del inodoro, uno entre las doce y la una de la tarde, el después del almuerzo, y uno después de cenar, entre las seis y siete de la noche.  Hoy, cuando sumé los cigarros que ayer me fumé, hice la comparación de esos cuatro con los casi treinta que me fumaba antes. He avanzado muchísimo, deje de fumarme una cajetilla y un poco más y puedo dejar de hacerlo.

Hoy, como todo los lunes, aparecieron los vende cigarros y no compré el cartón. Estoy sumando los que hoy me fumé. Fueron tres, uno menos que ayer. Entre las seis y las ocho de la mañana, uno; entre las doce y la una de la tarde; otro. Al terminarme ese, el después del almuerzo, tuve un mareo, y entre las siete y ocho de la noche, hace poquito, uno más. Tres en total, uno menos que ayer. Mañana espero fumarme sólo dos y luego uno para al final ninguno. Es difícil pero creo que lo lograré más aun cuando les he contado que estoy dejando de fumar. El día que deje de fumar del todo, les contare.

jueves, 20 de junio de 2013

EL REESTRENO DE LA CAMA

El carpintero afilaba el serrucho cuando entré al taller ubicado en el fondo de la casa. Sentado en una mesa, sostenía con los dedos índice y pulgar de sus manos una fina lima triangular que pasaba con movimientos perpendiculares sobre los dientes del serrucho volteado, trabado por dos tablillas frente a él. La mitad del serrucho brillaba y el chillido del contacto entre los metales, áspero y ligero, hizo que sintiera un agudo escalofrió. “Estoy aprovechando que no hay luz, se me estaba poniendo mocho”, dijo después que le di los buenos días.
En la pared de la casa, al lado de la cocina, habían mochetas recostadas, ventanas inconclusas, patas de mesas, sillas a la espera de ser enjuncadas; en los alrededores, a la izquierda y derecha de la galera, tablas y tablones estaban expuestos al lado del alero para ser secados al natural por las ráfagas del viento y los rayos del sol.
“Necesito que me hagas un trabajito urgente”, le dije.
“¿Qué necesitas?”, preguntó sin mirarme.  La energía eléctrica se había suspendido desde muy de mañana, a eso de las siete, y pensé que no aceptaría.
“Se quebró una pata de mi cama, quiero que le hagas una base para que sostenga el colchón”, respondí.
“¿Y te urge?”, preguntó sin dejar de afilar el serrucho.
            “Sí, pero no te preocupes, tengo la madera para hacerla”, respondí. “Desde hace más de un año corté un árbol de Acacia mangium que amenazaba con sus enormes ramas el techo de la casa. Lo di a aserrar, saqué varios tablones que fumigué contra la polilla y los puse a secar de la misma manera que vos lo haces”, le conté.
“Tengo que medir la cama”, dijo y detuvo lo que estaba haciendo.
Nos montamos en su camioneta y nos dirigimos a la casa. La cama estaba recostada sobre la pared del cuarto sin una pata de plástico en un extremo. Se quitó la cinta metálica de la faja, midió el ancho y lo largo sin anotar los resultados.
“Es una medida normal”, dijo.
“Medí las patas para que tenga la misma altura”, le indique sosteniendo en mis manos la pata quebrada. Midió tres de las seis patas. “Tienen diez centímetros”, dijo y preguntó por la madera.
Me siguió a la parte posterior de la casa donde estaba arpillada cerca de los cachivaches que se dejan de usar, acumulándose en el olvido con el paso del tiempo.
            “Allí está la madera”, le dije.
“Tenés un montón”, dijo dando vuelta alrededor de los tablones. “Es buena madera, está bien sequita”, agregó y midió varios tablones. Sin hacer cálculos apartó dos y un tabloncillo.
 “Con esto es suficiente, salen las cuatro reglas de los lados y las que irán cruzadas para sostener el colchón, del tabloncillo voy a sacar las seis patas”, explicó.
“¿Y en cuánto me vas a hacer el trabajito?”, le pregunté.
“¿Cómo lo querés?, ¿cepillado, lijado y embarnizado?”
“Sí, que quede bien hecho”, respondí.
“Porque somos conocidos, en quinientos pesos”, dijo.
“¿Cuándo me lo vas a entregar?”, seguí preguntando.
“Pasado mañana”, contestó.
“¡Pero es urgente!, ¿podés hacerlo para mañana?”
“No, mirá que no hay luz, si hubiera hoy mismo te lo hago”, respondió.
Le ayudé a cargar la madera en la camioneta. Antes de arrancar le pedí su número de teléfono; “no tengo, no me gusta andar con esos aparatos, llegá al taller, siempre estoy allí”, dijo al despedirse.
“¿En qué quedaste con el carpintero?”, preguntó mi mujer cuando llegó de hacer las compras.
 “Pasado mañana tiene lista la base de la cama”, respondí.
“Acomodemos la cama para mientras, pasado mañana la reestrenamos”, dijo ella luego de quitarle las patas y acomodarla en su lugar.
Por la noche me sentía extraño en la cama, la ausencia de sus patas, esos diez centímetros de diferencia en su altura, eran la causa. La mesa de noche quedaba por encima de mi hombro izquierdo, miraba el televisor sobre el ropero mucho más alto y las rodillas me quedaban inclinadas al sentarme en el borde de la cama.
El día acordado visité entusiasmado al carpintero. La base de la cama no estaba lista. Dijo que la luz lo había atrasado, que había tenido otras urgencias y que lo esperara dos días más. Cuando regresé a la casa, mi mujer dijo al verme: “No hay reestreno, los carpinteros son como las costureras, se comprometen y nunca cumplen”.
 Una semana después reestrenamos la cama y todo volvió a estar a la altura acostumbrada.


19/06/2013

martes, 11 de junio de 2013

UN CHORRO DE ALEGRÍA




Los cuatro hacían turno para meterse; brincando y girando formaban círculos de alegría con el agua que reventaba en sus cuerpecitos.

Zapatos, pantalones, camisas y mochilas estaban sobre la baranda. No llevaban mucho tiempo allí. Tres pasaron por la esquina y cuando comenzó a lloviznar se metieron corriendo al pasillo de la casa.

Desde la caseta del vendedor de frutas, ubicada en la esquina opuesta, los observaba mientras esperaba que escampara el agua.

Uno de ellos, el mayor, se acercó, metió la mano al chorro de agua que se desprendía del canal saturado por la lluvia, explotando en la acera de la calle. Los otros dos, el flaquito y el más bajo, lo observaban pegados a la pared de madera. La puerta y las ventanas de la casa estaban cerradas. La chispa luminosa de los relámpagos y los truenos habían dejado desolada la calle.

“Míralos, ¿crees que se metan?”, le pregunté al vendedor de frutas, quién las cubría con un plástico.

“Lo dudo”, respondió volviendo a verlos y estirando el plástico para amarrarlo a las patas de la mesa.

El mayor se acercó a los otros dos pringado por el agua. Hablaron entre ellos, el más bajo se hizo a un lado, hacia la ventana izquierda, porque el flaquito intentó sacarlo a la calle halándolo de las manos. El mayor le dio un empujón al flaquito y se sentó en el piso de madera, se quitó los zapatos, luego los calcetines y al levantarse los acomodó sobre la baranda.

“Se va a meter”, le dije al frutero. La rayería y la tronadera se habían calmado pero seguía lloviendo intensamente.

El flaquito intentó quitarle la mochila al más bajo pero dejó de hacerlo cuando el mayor se quitó la camisa y la colgó al lado de los zapatos. El más bajo se puso a reír palmeando sus manos cuando vio que se quitó el pantalón, lo puso al lado de la camisa y salió corriendo a meterse al chorro de agua.

“Los otros también”, dijo el vendedor de frutas.

El mayor gritaba y le hacía señas para que lo siguieran. El flaquito y el más bajo se acercaron al chorro desde el corredor, la ventana derecha se abrió y un chavalo asomó la cabeza. El flaquito y el más bajo hablaron con él. El flaquito se quitó la ropa, la puso en la baranda y corrió hacia el chorro. La puerta se abrió, un chavalo gordito salió al corredor en calzoncillos y la cerró despacito. Habló con el más bajo y salió disparado hacia el chorro, el mayor y el flaquito se apartaron para que se metiera. El bajito se reía y no se aguantó: se quitó la ropa, la colgó y salió corriendo.

“Viste”, le dije al vendedor de frutas.

Estaban felices, uno empujaba al otro dentro del chorro, giraban formando círculos de alegría con el agua que reventaba en sus cuerpecitos. Un carro dobló en la esquina y se parqueó frente a la casa.

“Se les acabó la fiesta”, dijo el frutero al ver a una mujer que se bajó cargando varias bolsas de plástico en sus manos.

La mujer le gritó al gordito. Se quedó quieto por unos segundos, luego caminó cabizbajo hacia el corredor. El mayor, el flaquito y el más bajo tomaron sus cosas y salieron corriendo, temblando de frío se metían en los corredores de las casas vecinas hasta que desaparecieron al dar la vuelta por la esquina.

“Que dicha, para ser eterna”, le dije al vendedor de frutas. Al voltearme hacia él lo vi de espalda, encorvado sobre la mesa de frutas.

“Alégrate vos también”, respondió al darse la vuelta. Sostenía en su mano izquierda una bolsa llena de rebanadas de mango maduro. Hablamos sobre los tiempos en que nos metíamos a los chorros de agua sin pensar en los problemas que ahora nos mantienen tensos hasta que pasó la lluvia.

Foto Propia: White Bush en la lluvia.


martes, 4 de junio de 2013

EL MONUMENTO DE NUEVA GUINEA


Si caminas o recorres en vehículo la calle central de Nueva Guinea, te darás cuenta que a sus lados existen miles de negocios; tiene una particularidad: si sos observador vas a descubrir que existe sólo una acera, ubicada del lado izquierdo, de Oeste a Este.  Encontrarás negocios de todo tipo: un hotel, ni una sola cantina aunque no lo creas, varias iglesias evangélicas, el parque central, pulperías, fritangas, librerías, microfinancieras, ferreterías, talleres de motos, barberías, oficinas de instituciones del Estado, cyber-café, oficinas de abogados, farmacias, clínicas médicas, centros de medicina natural, casas comerciales y casinos. Son 10 cuadras que huelen a dinero y en el fondo está el monumento, el mercado municipal, y la parada de buses y camiones que viajan hacia Managua y las colonias.
El mercado municipal es como el “oriental” de Nueva Guinea. Si te bajas de un bus, podés recorrer el laberinto de tramos donde se oferta con trato acogedor todo lo imaginable. Los jueves es el día del mercado porque los campesinos que viven cerca de la ciudad bajan a vender sus productos y encontrarás un movimiento increíble de gente en los alrededores. Si necesitas un taxi, allí mismo lo podés tomar porque los carritos con forma de zapato permanecen parqueados al lado de las camionetas de acarreo, obstruyendo el estacionamiento y el tránsito de vehículos en “la esquina del movimiento”.
Si vas a caminar, es seguro que cuando salgas de la parada de buses te vas a encontrar con el monumento, así le llaman, “el monumento de Nueva Guinea”. Te lo voy a describir para que lo identifiques. Está ubicado en la esquina sur del mercado municipal, propiamente en la boca calle, su base está formada por grandes piedras apiladas; sobre ellas vas a ver una figura rara, unas veces pintada de azul y blanco, en otras cubierta con propaganda partidista. Esa figura es la extracción del mapa de Nicaragua de lo que antes fue conocido como el departamento de Zelaya y encima tiene un rótulo que indica el nombre y dirección hacia las colonias.
Te voy a contar parte de su historia. Allá, a finales de la década de 1960 se desarrolló un proyecto de colonización llamado “Rigoberto Cabezas” que tuvo su auge en la década de 1970. Me imagino que sabes quién fue, pero para que no te enreden te digo que se tomó por las armas la Mosquitia cuando estuvo de Presidente el General José Santos Zelaya y al hecho le llamaron “la reincorporación de la Mosquitia”. Cuando hicieron las primeras colonias con asesoría israelita, se le ocurrió a un señor llamado Benicio Castillo, administrador del proyecto gestionado por el Instituto Agrario (IAN), construirlo para la inauguración de la trocha entre La Gateada y Nueva Guinea en el verano de 1971.
El día que inauguraron la trocha, el propio Anastasio Somoza Debayle lo develó. Una placa de bronce tenía escrito lo siguiente: “General, cuando usted venga a estas tierras se enamorará de ellas como yo me enamoré de la Mosquitia”. Era el fragmento de una carta que le había enviado Cabezas a Zelaya luego de “la reincorporación”. ¡Qué lindo!: luego de irrumpir violentamente con armas en las ahora Regiones Autónomas, se enamoró de ellas. Muy romántico, ¿verdad?
Somoza explicó su significado a los que se aglomeraron: “esto es símbolo del progreso, con él ponemos un límite, el límite entre la ciudad y la selva, un mojón entre el progreso y el atraso”. “Cuando lo escuché, comprendí lo que era para él. De allí para acá estaban los del pueblo, los civilizados, y para allá los campesinos, los macheteros”, dijo don Víctor Ríos Obando, uno de los fundadores de Nueva Guinea, al preguntarle sobre el monumento de Nueva Guinea.
Para Miguel Barrera Duarte “es el sitio ideal para localizar a la persona buscada, asiento de transeúntes cansados, urinario predilecto de perros y borrachos desorientados, y más de una vez ha servido de tarima a varios locos que anuncian la venida inminente de los ángeles del Armagedón. A su lado han posado presidentes, generales, guerrilleros, brujos, prostitutas, lustradores, pordioseros, campesinos, sacerdotes, enamorados, escritores y poetas”.
Allí está, ya lo sabes, pero, ¿el monumento sigue manteniendo ese significado? ¿Es símbolo del progreso o de resistencia campesina? A propósito, la mayoría de la población, técnicos, profesionales y funcionarios de Nueva Guinea no lo saben. Ándate con cuidado, no vayas a chocar con el si vas conduciendo y tómate varias fotos a su lado para que te queden de recuerdo cuando visites Nueva Guinea.

Martes, 04 de Junio de 2013.

jueves, 30 de mayo de 2013

EL DÍA DE MI MADRE

Mi madre se elevó a los cielos sin una cana, sin una arruga, llena de vida. Inconsciente en una cama, sosteniéndole la mano le dije que la quería, que despertara, que perdonara mis estupideces infantiles, que era lo mejor del mundo y que sin ella todo acabaría. Al salir de la habitación, con lágrimas en los ojos mi padre me abrazó y sellamos el dolor de nuestro destino sin ella. Dos días después recibí su llamada. “Se ha ido”, dijo. Y cada día desde entonces, está presente en el aire que respiro.

Hoy es su día, el de mi madre. Y la veo sonriente, despertándome cada día muy de mañana para desayunar y poder tomar a tiempo el barco que me cruzara por la bahía. En las fotografías del pasado su bella letra describe cada uno de los momentos que quedaron grabados para siempre. “Ronald, tres meses. Para White Bush, su papi que lo quiere mucho”. “Ronald, Tony e Indiana, navidad de 1962”. Y otras, muchas más que recogen los momentos que disfrutamos a su lado: piñatas, navidades, primera comunión y al final al lado de mis hijos, sus nietos y de los hijos de mis hermanos.


Nunca dijo adiós. Nunca hubo despedida. Mi madre, Ofelia, está en mí, en mis hermanos, en mis hijos, en mi hija y en mis nietos.

martes, 28 de mayo de 2013

¡WAS BOSAWAS!

Río Bocay, cerro Saslaya y río Waspuk en el pasado formaron lo que fue una reserva de la biosfera llamada BOSAWAS. Herida a muerte, el daño queda impune. Los dividendos, los profits, se consumieron. Los territorios indígenas titulados fueron engañados, el engendro corruptor inmerso en su propia ley. ¡Was Bosawas! Un gobierno propio, otro engendro a la venta que desbocara en un distrito manoseado por los mismos depredadores.


viernes, 10 de mayo de 2013

UNA PAUSA POR LA SALUD DE MI ALMA


El que escribe necesitar con urgencia someter ante otros su trabajo. Yo lo hago aunque no esté seguro si soy lo suficientemente bueno para que aparezcan publicados en las páginas culturales de los periódicos. Siempre los envió aun cuando los publico en mi blog porque estoy seguro que al hacerlo me desarrollo en el arte de escribir. Sin embargo, cuando lo hago puedo oler el peligro, palpar el riesgo del fracaso y me siento vulnerable. Tal vez me he convertido en un cínico por hacerlo muy seguido o quizás me he quemado demasiado. ¿Cómo escribir de tal forma que no se agote la creatividad, que no se apague la llama de la inspiración, que la escritura sea un regalo y no una tarea más?

Escribo todos los días. Siempre someto mis escritos. Escribo de la mejor manera posible pero de ahora en adelante dejare de hacerlo dos veces a la semana. No más escritos, no más cuentos, no más relatos, no más envíos ni publicaciones en mi blog. Mis envíos serán para mí,  para descansar, pasar tiempo con mi familia, mis nietos. Comeré, beberé y disfrutare la vida que hasta hoy he dado a través de mis envíos.

Vivo en el trópico húmedo, en Nueva Guinea, uno de los municipios más fascinantes de Nicaragua. Llueve nueve meses al año y tres son secos, sin una gota de agua. Me acompañan días lluviosos, atardeceres soleados, las fases del ciclo agrícola con sus encantos y desencantos como espejo de la vida misma.

Escribo todos los días para publicar mis escritos y someterlos a otros. Lo hago porque soy escritor y porque los escritores escriben para otros. Dos veces a la semana dejare de hacerlo, de someter mis escritos y de preocuparme por la publicación de ellos.  En cambio me someteré a descansar, no escribiré y si lo hago, no lo haré para otros. Lo haré para mí mismo y por la salud de mi alma. Es una pausa y de ella cosechare abundancia para seguir adelante.

Viernes, 10 de mayo de 2013

martes, 7 de mayo de 2013

BLUEFIELDS ADORMECIDO


A las ocho de la noche las calles de la ciudad de Bluefields están desiertas, la aglomeración festiva de sus habitantes en las esquinas ha desaparecido, los taxi son escasos, los billares, bares y restaurantes están vacíos. El ruido de las discotecas no se escucha. La fiesta provocada por las rocolas de los callejones que abren paso a la bahía ha concluido. Las casas parecen deshabitadas, sus puertas y ventanas están cerradas y solamente se escucha el sonido del televisor encendido. El parque Reyes está desolado, los novios y amantes ya no lo frecuentan. La música de las casas de los barrios creole que alegraban las calles ha enmudecido. El destello intermitente de las luces emitidas por la camioneta azul celeste ahuyenta a los atrevidos que se reúnen después de las nueve de la noche en las aceras frente a los corredores de sus casas.

Durante el día se observa el movimiento de la gente por las calles en sus gestiones cotidianas, pero sus rostros muestran el cambio: las sonrisas y abrazos efusivos, la algarabía del encuentro entre amigos, las carcajadas y gritos expresivos se han esfumado. Las tiendas, casas comerciales, pulperías y ferreterías abren sus puertas a la espera de clientes. La música reggae o corridos mexicanos emitida por los taxis en su recorrido casi no se escucha. Los gritos de los vendedores ambulantes de mariscos, carne de tortuga y pattie son escasos.  

¿Dónde está el espíritu festivo de los Bluefileños?, ¿qué se hizo la alegría de vivir la vida?”, le pregunté a mis amigos. “Estamos hechos papillas, bienvenido a la nueva realidad de Bluefields”, respondió uno de ellos. “Hay escasez de agua potable, el costo de la vida es uno de los más alto del país, no hay fuentes de empleo e ingresos, el costo del transporte acuático en incosteable, la tarifa eléctrica todos los meses va en aumento y la lucha frontal contra la delincuencia nos mantiene temerosos”, agregó con pesadumbre.

Visité varias casas comerciales y tiendas del centro de la ciudad. Pregunté por el comportamiento de sus ventas. “Se han caído en más de un treinta por ciento”, respondieron todos. “¿Desde cuándo?”, volví a preguntar. Los propietarios, con dudas en el semblante, respondieron: “hace más de dos años”. Insistí sobre el problema con mis amigos Bluefileños y pregunté si la nueva realidad era producto de la lucha contra la delincuencia organizada, el narcotráfico y el lavado de dinero. “Se acabó la burbuja blanca”, se atrevió a asegurar uno de ellos

Otro amigo, dueño de un negocio, al comentarle lo de la burbuja blanca, lo negó rotundamente: “si acepto ese argumento es como decir que en mi negocio yo lavaba dinero proveniente de las drogas”, dijo un poco molesto. “No digo que la lucha frontal contra las drogas, el desmantelamiento de los cartelitos en la zona, no haya influenciado en esta situación, pero la droga sigue manteniendo la vida en los barrios”, aseguró. “La economía se nutre de la piedra”, agregó y explicó su argumento.

En Bluefields existen más de cuatrocientos pedreros, sobreviven de la chamba, hacen de todo para asegurar veinte pesos por la mañana y veinte por la tarde, además de robar lo que encuentran mal parqueado para venderlo. Con eso compran su piedra y pasan el día ambulando por las calles. En los barrios se fábrica la piedra, principalmente son mujeres las dedicadas a ello. ¿De dónde obtienen la materia prima?, no hay respuesta, pero cada mujer tiene a su alrededor un promedio de ocho vendedores que ganan por comisión. Los fuma-piedra son el sustento de la economía de esas familias y las pulperías los abastecen de los productos básicos que compran en las distribuidoras. Es la economía de la piedra la que los mantiene vivos y, a otros, casi la otra mitad, las remesas familiares. “¿Y la autonomía?, ¿y el desarrollo?”, pregunté. “Regresa en mayo y te vas a dar cuenta, vas a ver lo que se hace con autonomía, el tululu, otras conmemoraciones y promesas”, respondió.

Bluefields ha perdido brillo, su embrujo caribeño ha desaparecido, se encuentra adormecido mientras miles de sus habitantes viven en pobreza y en la hoguera de las drogas. La realidad se muestra parcialmente en los medios locales, priorizan la nota roja con sus balaceras, puñales ensangrentados y rencillas estériles, olvidándose de su rol social y el poder que tienen para avivar y despertar de su letargo a los pobladores de la ciudad más emblemática del Caribe Nicaragüense.

06/05/2013