El carpintero afilaba
el serrucho cuando entré al taller ubicado en el fondo de la casa. Sentado en
una mesa, sostenía con los dedos índice y pulgar de sus manos una fina lima
triangular que pasaba con movimientos perpendiculares sobre los dientes del
serrucho volteado, trabado por dos tablillas frente a él. La mitad del serrucho
brillaba y el chillido del contacto entre los metales, áspero y ligero, hizo
que sintiera un agudo escalofrió. “Estoy aprovechando que no hay luz, se me estaba
poniendo mocho”, dijo después que le di los buenos días.
En la pared de la casa, al lado de la cocina, habían mochetas recostadas,
ventanas inconclusas, patas de mesas, sillas a la espera de ser enjuncadas; en
los alrededores, a la izquierda y derecha de la galera, tablas y tablones estaban
expuestos al lado del alero para ser secados al natural por las ráfagas del
viento y los rayos del sol.
“Necesito que me hagas un trabajito urgente”, le dije.
“¿Qué necesitas?”, preguntó sin mirarme. La energía eléctrica se había suspendido desde
muy de mañana, a eso de las siete, y pensé que no aceptaría.
“Se quebró una pata de mi cama, quiero que le hagas una base para que
sostenga el colchón”, respondí.
“¿Y te urge?”, preguntó sin dejar de afilar el serrucho.
“Sí,
pero no te preocupes, tengo la madera para hacerla”, respondí. “Desde hace más
de un año corté un árbol de Acacia mangium que amenazaba con sus enormes ramas
el techo de la casa. Lo di a aserrar, saqué varios tablones que fumigué contra
la polilla y los puse a secar de la misma manera que vos lo haces”, le conté.
“Tengo que medir la cama”, dijo y detuvo lo que estaba haciendo.
Nos montamos en su camioneta y nos dirigimos a la casa. La cama estaba recostada
sobre la pared del cuarto sin una pata de plástico en un extremo. Se quitó la
cinta metálica de la faja, midió el ancho y lo largo sin anotar los resultados.
“Es una medida normal”, dijo.
“Medí las patas para que tenga la misma altura”, le indique sosteniendo
en mis manos la pata quebrada. Midió tres de las seis patas. “Tienen diez
centímetros”, dijo y preguntó por la madera.
Me siguió a la parte posterior de la casa donde estaba arpillada cerca de
los cachivaches que se dejan de usar, acumulándose en el olvido con el paso del
tiempo.
“Allí
está la madera”, le dije.
“Tenés un montón”, dijo dando vuelta alrededor de los tablones. “Es buena
madera, está bien sequita”, agregó y midió varios tablones. Sin hacer cálculos
apartó dos y un tabloncillo.
“Con esto es suficiente, salen las
cuatro reglas de los lados y las que irán cruzadas para sostener el colchón, del
tabloncillo voy a sacar las seis patas”, explicó.
“¿Y en cuánto me vas a hacer el trabajito?”, le pregunté.
“¿Cómo lo querés?, ¿cepillado, lijado y embarnizado?”
“Sí, que quede bien hecho”, respondí.
“Porque somos conocidos, en quinientos pesos”, dijo.
“¿Cuándo me lo vas a entregar?”, seguí preguntando.
“Pasado mañana”, contestó.
“¡Pero es urgente!, ¿podés hacerlo para mañana?”
“No, mirá que no hay luz, si hubiera hoy mismo te lo hago”, respondió.
Le ayudé a cargar la madera en la camioneta. Antes de arrancar le pedí su
número de teléfono; “no tengo, no me gusta andar con esos aparatos, llegá al
taller, siempre estoy allí”, dijo al despedirse.
“¿En qué quedaste con el carpintero?”, preguntó mi mujer cuando llegó de
hacer las compras.
“Pasado mañana tiene lista la base
de la cama”, respondí.
“Acomodemos la cama para mientras, pasado mañana la reestrenamos”, dijo
ella luego de quitarle las patas y acomodarla en su lugar.
Por la noche me sentía extraño en la cama, la ausencia de sus patas, esos
diez centímetros de diferencia en su altura, eran la causa. La mesa de noche quedaba
por encima de mi hombro izquierdo, miraba el televisor sobre el ropero mucho
más alto y las rodillas me quedaban inclinadas al sentarme en el borde de la
cama.
El día acordado visité entusiasmado al carpintero. La base de la cama no
estaba lista. Dijo que la luz lo había atrasado, que había tenido otras
urgencias y que lo esperara dos días más. Cuando regresé a la casa, mi mujer
dijo al verme: “No hay reestreno, los carpinteros son como las costureras, se
comprometen y nunca cumplen”.
Una semana después reestrenamos la
cama y todo volvió a estar a la altura acostumbrada.
19/06/2013
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