jueves, 5 de septiembre de 2013

UN BELLO NIÑO RAMA

Los botes esperaban en el muelle de los pescadores. Edward y su madre, Rosemary, se sentaron en la popa; un indio de Rama Cay comenzó a remar poniendo en movimiento la embarcación. Teodoro bajó de prisa las gradas de tierra desde la esquina de Miss Lilian y se sentó en el bote, el indio Rama más joven lo alejó del muelle empujándose con el canalete. Navegaron en línea recta y pasaron los guardacostas. Edward escuchó el golpe de los canaletes del otro bote en el agua; anochecía y no podía verlo. Los indios Rama remaban con fuerza y veloces con el fin de entrar en la corriente.
“¿Dónde vamos, mamá?”, preguntó Edward cuando el bote giró a babor.
Se deslizaban en la bahía paralelo al puerto sobre la fuerte corriente, alimentada por las aguas del rio Escondido, pasando los muelles de la aduana y la Texaco. Edward notó las lucecitas tristes de las casas y, más allá de una mancha oscura, las luces de los barcos camaroneros atracados en el muelle de la Casa Cruz.
“A la Isla del Venado. Una señora está enferma”, dijo Rosemary sosteniendo un bolso y señaló hacia una lucecita entre el puerto y Bluefields, al lado izquierdo de Half Way Cay.
El bote en que iba Teodoro llegó primero. Cuando desembarcaron se guiaron por la chispa de los cigarros que fumaban. El indio Rama empujó el bote hasta la arena seca, Teodoro le dio un cigarro y comenzaron a caminar. El indio joven iba adelante cargando el bolso y Rosemary alumbraba el camino con su foco. Pasaron un cocal, recorrieron un sendero húmedo donde se escuchaba el movimiento de cangrejos; al subir una ladera observaron luces en una choza de madera. Dos perros salieron a su encuentro y una anciana esperaba en la puerta con una lámpara.
“Tiene tres días”, dijo la anciana cuando Rosemary vio a la mujer tendida en la cama de madera, cubierta por una cobija sobre un colchón de zacate seco envuelto en sacos de bramante.
Desde Rama Cay llegaron dos ancianas a ayudarle; no tuvieron resultado. Decidieron avisarle a Rosemary por su maestría en el arte de traer a este mundo a más de la mitad de los pobladores de El Bluff y, en su juventud, antes de trasladarse a vivir al puerto, a los primeros habitantes de la isla del Venado y a cientos de indios Ramas que poblaban los cayos de la bahía de Bluefields y Kukra River. Cuando Teodoro y Edward entraron, la mujer gritaba y sintieron un fuerte aroma. El indio Rama se alejó de la casa seguido por los perros, más allá del cocal para no escuchar los gritos enloquecedores.
“Va a parir”, le dijo Rosemary a Edward. Le indicó a una anciana que calentara agua en un perol. “Por eso grita, por los dolores, la criatura quiere nacer y ella quiere que nazca. Sus músculos están tratando que salga, eso pasa cuando grita”, agregó.
“Sí”, contestó Edward y Rosemary se acercó a la mujer. “No puedo más”, le dijo. La anciana que calentaba el agua le avisó a Rosemary que ya hervía y echó la mitad del líquido en una pana. Rosemary se lavó las manos y palpó el vientre de la mujer, sobándolo con un trapo tibio. De su bolso sacó una lata que contenía hierbas y las sumergió en el perol. “Tienen que hervir”, dijo.
Edward observaba con detenimiento a su madre masajear la barriga de la mujer. “La criatura viene en mala posición. Voy a meterle mano para acomodarla”, dijo. Le pidió a la anciana un pocillo con el té y la mujer lo bebió. Llamó a Teodoro y le entregó los trapos húmedos, le pidió que retirara la cobija y que vaciara en sus manos el aceite de olivo que estaba en el bolso.
Luego, al intentar meter la mano moviéndola con esfuerzo, Teodoro, el remero joven y la otra anciana, sujetaron a la mujer. Edward sostenía el tarro de aceite al lado de su madre que tardaba, rezaba y sudaba mientras la mujer gritaba. Finalmente, luego de acomodar ambas piernas, sacó a la criatura, le dio dos palmadas en la nalga para que respirara y se la entregó a la anciana que cuidaba el agua.
“Es un bello niño Rama”, le dijo a Edward mientras él apartaba la mirada para no verla cortar el cordón que lo mantenía unido a la mujer. “Ese fue el parto más hermoso que atendió mi mamá”, contó Edward muchos años después en El Bluff.

31/08/2013