miércoles, 11 de enero de 2012

LAS MOTIVACIONES POR ASEGURAR EL FUTURO

Vivimos en una agitada actividad cotidiana, inmersos en el presente por el afán de alcanzar bienestar y felicidad, por ser más y hacer obras que nos expresen socialmente, por relacionarnos e influir en los mercados en que interactúan todos los seres humanos y sus grupos de pertenencia.  A la vez, somos concientes que nuestra vida se despliega en el tiempo y que el futuro es incierto. Existen diversas circunstancias, oportunidades y amenazas que pueden cambiar nuestra existencia con la posibilidad y el temor de perder lo conquistado, o la oportunidad y la ambición de ganar nuevos espacios. El ser humano actúa en el presente mirando permanentemente al futuro.
        La búsqueda por asegurar el futuro es una motivación de alta intensidad y adquiere una fuerza poderosa porque vivimos llenos de temores que la incertidumbre exacerba y porque la lucha económica es dura, llegando a amenazar la existencia de las empresas y obras realizadas e incluso la misma existencia.  En esa búsqueda, los hombres y mujeres despliegan diferentes estrategias, según las circunstancias y posibilidades que se les presentan, conforme a sus propios valores y lógicas de comportamiento.
          Si pueden, no gastan o consumen en el presente todo lo que tienen y han adquirido, reservándose una parte de lo que no necesitan de manera inmediata para cubrir con ello futuras necesidades. Tratan que las actividades que realizan les deje excedentes. Atesoran y ahorran una parte de los que consiguen, en proporción al volumen de lo que tienen y según la intensidad de sus temores. También lo hacen con el fin de acopiar los medios para realizar nuevas iniciativas y proyectos que han ideado y que los entusiasman. Los productores tratan de disponer de crecientes cantidades de los mismos factores con que organizan sus actividades económicas. Algunos ponen énfasis en bienes tangibles, materiales, durables, porque piensan que su posesión es la mejor garantía. Otros, que viven mayor incertidumbre cotidiana o que se mueven en función de las oportunidades que ofrecen las coyunturas siempre cambiantes del mercado, prefieren disponer de activos que pueden fácilmente utilizar o vender; entre todos ellos, el dinero y las diversas expresiones del mismo que el mercado ha inventado precisamente para facilitar la financiación de las actividades.
          También es importante cuidar y acrecentar la credibilidad ante los demás agentes económicos, porque la confianza que ellos tengan es un patrimonio intangible, pero esencial para cada uno, del que depende la capacidad de interesar e integrar en ellos sus recursos, otorgándoles crédito. Debe entenderse que no solamente da crédito el que otorga financiamiento, sino también el que trabaja esperando un salario, el que ofrece una nueva tecnología con la expectativa de valorizarla y el que decide administrar y gestionar una empresa ajena arriesgando su propio prestigio.
          El futuro también se asegura disponiendo de la fuerza y el poder que puedan hacerse pesar sobre otros hombres, otros grupos y otras sociedades en el momento en que se enfrente una amenaza o una carencia que otros podrían resolverle. Al interior de cada sociedad se estructuran poderes de distinto tipo y dimensión, a cuyo control aspiran y tienden activamente las personas que se organizan para conquistarlo, acrecentarlo, conservarlo, perpetuarlo. Disponiendo del poder, estas personas y grupos están en condiciones de establecer leyes y tomar decisiones que condicionan y regulan el accionar de los integrantes de una sociedad, favoreciendo en tal modo sus propios objetivos e intereses y los que sostienen su propio poder. Regulan la producción, los mercados e incluso el consumo, con mayor o menor fuerza y decisión según el grado de poder adquirido y en la medida que se lo permitan quienes consientan o se sometan a sus decisiones. De este modo, acumulando poder, organizan el futuro económico de las sociedades y el suyo propio.
          Imaginemos una multitud de personas que estando en un lugar ven aproximarse un peligro inminente: un huracán, una jauría de fieras, una horda de forajidos. Lo más probable es que una parte de esas personas se desentiendan e incluso se olviden de los demás y, llevados por la consigna “sálvese quién pueda”, busquen protegerse o enfrenten la amenaza individualmente; se parapetarán detrás de objetos que los protejan, o tomaran instrumentos o cosas con las que harán frente al peligro. Como los medios de protección o defensa disponibles son escasos, insuficientes para todos, cada uno se apresurará y buscará proveerse de lo que más pueda, entrando así en competencia con los otros que actúen de igual modo.
          Un segundo grupo o parte de la multitud, buscará enfrentar el peligro desviándolo hacia otros, protegiéndose detrás de ellos, lo que implica actuar directamente contra los demás, cuya situación de amenaza se agravará al mismo tiempo que se alivia la propia. De algún modo, esas dos respuestas grafican los dos medios de asegurar el futuro referidos anteriormente: la acumulación privada de medios materiales y riqueza, y la acumulación de poder que pueda aplicarse sobre otros.
          Pero existe una tercera reacción posible ante la incertidumbre del futuro. La representa un tercer grupo de aquella multitud amenazada, que se congrega para protegerse unos con otros, que se unen para enfrentar el peligro con la fuerza acrecentada que les da la unidad, guiados por el lema “la unión hace la fuerza”. La incertidumbre del futuro disminuye para quienes se encuentran integrados en una comunidad que se preocupa de sus miembros, donde unos ayudan a los otros y todos cooperan en una vida cuyas vicisitudes comparten. Acrecentar las relaciones humanas y la integración comunitaria, desarrollar personal y grupalmente las propias capacidades, “acumular” comunidad y capacidad de trabajo es también un camino eficaz para superar la incertidumbre y asegurar el futuro.

Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
Lunes, 09 de enero de 2012

martes, 10 de enero de 2012

LA DANZA DE LA MAR Y EL RÍO

Caminando por el sendero flores encontré
blancas, rojas, azules, lilas,
arduas, suaves, lisas;
su fragancia disfruté.

Desde el valle del bosque admiré
densura, verdor selva, amarillo,
vegetación primaria, heridas abiertas;
caminé descansando en la ribera del río.

Subí a la cumbre del cerro,
el horizonte aprecie:
cielo azul, sol radiante,
luna llena, frío ancestral;
a lo lejos, el mar.

Apresuré el paso con esmero
para bajar
Mezclando sus aguas,
conjugándose en verbo,
impregnando vida de riquezas;
sin negarse, sin temores, sin ironías,
descubrí la danza de la mar y el río.

El olor y el néctar de las flores,
el verdor del bosque,
la visión desde la cumbre,
todo se desvanece.
Pero eternamente
perdura en la memoria el desborde:
revoloteo y pasión
del río y la mar que danzan.

Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
08/01/12

sábado, 7 de enero de 2012

UN FESTÍN MAÑANERO

Muy temprano, a eso de las seis de la mañana, los escuché cantar. Eran unos treinta chocoyos que desde hace varios días me visitan. Los árboles de acacia amarilla y leucaena están con vainas pero ellos con la fuerza de su pico las abren y se deleitan con las semillas. Aquí estas fotos donde los atrapé en su festín.




La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
07/01/2012

miércoles, 28 de diciembre de 2011

EL PICAPEDRERO

Un día estaba escribiendo una historia de esas que a muchos de ustedes les gustan, con todas las cositas necesarias para embrujarlos desde la entrada: una buena trama con los personajes idóneos, con sus debilidades y fortalezas, enfrentados en una lucha feroz donde solamente uno de ellos podía ganar. Llegó un momento en que cobraron vida, me quedé sorprendido: no encontraba el final. Trataba de concluirla de diferentes maneras, empujando las palabras, girándolas, volteándolas para encontrar esa chispa que provoca la magia para conseguir un cierre digno y me di cuenta que no acertaba. Se rebelaron en mi contra. Me di cuenta en ese momento que debía dejar de escribir. Y lo hice.
           
Con calculadora en mano, me doy cuenta que he contado muchas historias, algunas buenas, otras regulares y muchas malas. Es normal, escribir no es fácil. De un pasatiempo se ha convertido en una adicción. No puedo dejar de escribir en este blog, pero voy a hacer el intento. No crean que escriba de gratis, no. Tiene un costo y muy alto. Ahora que llegamos a diciembre, un mes mágico, voy a tomar unas vacaciones. No voy a Cancún ni a Nueva York, no voy a ningún lado, pero me voy de vacaciones. Me voy contento, hago una pausa para meditar cómo voy a hacer para lograr lo que me propongo el próximo año.

Algunos dirán qué diablos importa lo que hagas con tu vida, pero debo comunicárselos, porque de eso se trata esto: mantener el hilo de la nuestra. Tengo planes y son maravillosos. No, trabajar ya no, trabajé desde los 18 años y a esta edad, aunque no lo crean, me ofrecieron un trabajo de jefe a nivel nacional de un proyecto financiado por una organización de las Naciones Unidas y, aunque la paga era súper tentadora, lo rechacé desde la entrada. Problemas, envidias, cizañas, puñaladas por la espalda, serruchaderas de piso, enemigos gratis, ya no. Suficiente, ¿verdad?

Siempre he sido maestro y volveré a serlo, creo que al final ese es mi mejor perfil. Fíjense que en estos días unos clientes hicieron un taller de tres días y se hospedaron en mi negocio; para que no se durmieran en el taller, inventé la dinámica de leerles mis historias, mis mentiritas casi ciertas y diario les leía, una en la mañana y otra por la tarde. Se fueron encantados y por la atención que brindo. Pero mayor fue la satisfacción que yo tuve. Es increíble, escribir las historias y que ustedes las lean es genial, pero que yo lea las historias que escribo es otra cosa, no tiene precio, es inspirador, revelador. Me dedicaré un parte del año a provocar, a entusiasmar, a contagiar a otros a que cuenten sus historias.
           
También voy a seleccionar, mejorar y editar las más de 170 entradas que tengo en este blog, agregando unas chispeantes, para regalarles en el próximo año un librito. Sí, ya lo sé, voy a necesitar reales para ello, pero los reales al final salen sobrando. ¿Qué difícil? Ya lo sé, pero si necesito la ayuda de ustedes se los comunicaré. Dicen que todos debemos hacer tres cosas importantes en la vida: formar una familia, construir una casa y escribir un libro. Ya tengo las dos primeras, intentaré lograr la tercera.
           
Estaré bastante ocupado, espero que la tentación de escribir en este blog no supere lo que me propongo porque tengo un plan grande; y me voy a focalizar en ello. Como dijo Juan Carlos Onetti… “Cuando un escritor pide a la literatura algo más que los elogios de honrados ciudadanos que son sus amigos, podrá verse obligado por la vida a hacer cualquier cosa, pero seguirá escribiendo. No porque tenga un deber a cumplir consigo mismo, ni una urgente defensa cultural que hacer, ni un premio para cobrar. Escribirá porque sí, porque no tendrá más remedio que hacerlo, porque es su vicio, su pasión y su desgracia”. Si la nostalgia me invade hasta enloquecerme como el encadenado que pica piedras, siempre los buscaré.

Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
Miércoles, 28 de diciembre de 2011

sábado, 24 de diciembre de 2011

¡FELIZ NAVIDAD!

Reciban este simple mensaje de mi corazón,
levantando esta copa, dándole gracias a la vida,
gracias a Dios y gracias a todos ustedes,
gracias por los aplausos brindados.

Gracias por todos y cada uno de los niños de mi linda Nicaragua,
y rogando por todos ellos, que ninguno tenga necesidad y angustias.
Dándote gracias por todos los padres y madres de mí linda Nicaragua,
por los que son completamente feliz con sus hijos y por los que sufren pues ya no tiene a sus ángeles queridos, a sus madres.

Dándote gracias por todos y cada uno de mis amigos,
los cuales en realidad buscan tu camino, son sinceros,
y sobre todo tienen muchos detalles.
y a esos que siguen pidiendo justicia, justicia sincera.

Justicia que no se deja llevar por colores de piel ni políticos, justicia que se basa en tu amor.
Y pido justicia para los caídos, para todos los que murieron.
Y pido, con toda sinceridad, el consuelo de todos los que han sufrido los embates de la vida. Te pido por los presos, porque detrás de aquella celda una feliz navidad es un logro.
Pido por los que no tenemos recursos, pero que seguimos trabajando día a día.

Y levanto esta copa con dolor, para solamente decirte, gracias, porque tu eres el único que no nos falla, porque tu eres el único que teniéndolo todo, preferiste ser nadie. Enseña a mantenernos así.

Y por favor, que los reyes nunca olviden a los muchos niños que no tendrán juguetes este año, de los muchos niños que no escucharan villancicos, de los muchos niños que quizás nunca tendrán una feliz navidad, cuida a mis hijos, a mis nietos y ten misericordia de todos nosotros, que el mejor regalo que hemos tenido has sido tú.


Aquí les dejo este vídeo. Dale click.

jueves, 22 de diciembre de 2011

LA NOSTALGIA POR SUS PUEBLOS LA ACOMPAÑARÁ

La conocí por uno de sus escritos. Recuerdo sus bellas descripciones, sus imágenes como grabadas en óleo, su corazón palpitando en el papel, en cada frase y su anhelo por convencer de que somos un mismo pueblo, separado por líneas imaginarias llamadas fronteras. Un pueblo que celebra las mismas fiestas, que disfruta las mismas comidas, los mismos lagos y volcanes, los mismos ríos serenos, la misma música, el mismo cielo, el mismo sol y la misma luz plateada de luna que embruja a su mismo mar.  Un pueblo que sufre los mismos embates de la naturaleza: terremotos, inundaciones y huracanes. Un pueblo que sufre, día a día, golpes poderosos, las pisadas de animales jurásicos en combates frenéticos por ostentar el poder hasta saciarse de la misma sangre. Un pueblo con los mismos rostros, los mismos ranchos, los mismos árboles y las mismas flores. “Qué bella es”, pensé.
           
Luego, con el paso de los meses, participamos en el Festival de Blogs de Nicaragua. Y de allí para acá, nos hicimos amigos. Tiene una amplia sonrisa, de lentes que no necesita para observar con pasión la vida que transcurre a su alrededor. Nos comunicamos por correos, luego a través de mensajes en Facebook y al final por Skype. Al escuchar su voz recordé aquellas imágenes y, al verla, descubrí la alegría y grandeza de su corazón. Nunca coincidimos para estrecharnos la mano ni para conversar acompañados por nuestros cigarrillos y una buena taza de café, gustos que compartimos.
           
Siempre hablamos de nuestras pasiones: escribir. Ella tiene su blog, 1001 trópicos. Ella es Mildred, Mildred Largaespada. En una de nuestras pláticas me dijo que se iba definitivamente para España, a Córdoba, donde vivirá. “Voy por avión hasta Madrid y luego en tren hasta Córdoba”, dijo.
           
Estoy seguro que la nostalgia por sus pueblos la acompañará y desde lo más profundo de su corazón nos regalará en sus escritos, sentimientos renovados de esperanza en el futuro posible, enriquecidos de deseos para ver un día a sus pueblos libres de cadenas y botas sucias que los pisotean. El viaje será difícil, deja una parte de su corazón. La otra se va con su marido y sus hijos. La imagino pensativa, en el avión y en el tren. Las mismas imágenes, los mismos pueblos que describió resurgirán en su trayecto.

Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
21/12/2011 10:53 a.m.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

¡REVOLUTA!, ¡REVOLUTA!


Esperaban ansiosos que pasaran los prolongados meses lluviosos. El dinero que sus padres les entregaban para sus gastos en el recreo, durante las clases en Bluefields, lo ahorraban para comprar la mayor cantidad posible de chibolas o canicas. Entre más bolitas, más juegos y mayor la apuesta. Antes de dirigirse al muelle de las pangas y abordar el barco para trasladarse al puerto entraron a la tienda de Wing Sang. Recorrieron los estantes y se detuvieron en la sección para niños.

   Mira, aquí están las bolitas —dijo Pancho señalándolas con el dedo. ¿Cuántas vas a comprar?
    No sé —respondió El Tanquecito y se quedó pensativo, indeciso.
    ¿A cómo son? —preguntó Pancho a la chinita que los atendía.
    Tles pol chelín —respondió acomodándose un palillo en el moño de su pelo.
    Déme tres pesos —dijo El Tanquecito con decisión— y vos, ¿cuántas vas a comprar?
    Sólo me queda un peso porque compré cigarros. Dame un peso — le dijo a la chinita, mirando de reojo y con malicia a El Tanquecito.

Con sus bolitas en los bultos salieron corriendo hacia el muelle y partieron en el barco “La Lesbia” hacia El Bluff. Luego de dejar los bultos se cambiaban el uniforme por pantalones cortos, camisetas y botitas burro marca Adoc. Con permiso de sus padres o sin él, se escapaban para jugar por las tardes. Se reunían frente al patio de la casa de doña Carmelita, al lado derecho del andén, propiamente al dar la vuelta por la esquina de la casa de Miss Lilian, frente al muelle de los guardacostas y el mar azul sobre la playa de El Tortuguero. Pancho era el primero en acudir al sitio por vivir a tres casas distantes, frente a la bajada del muelle de la aduana. Luego se aparecía El Tanquecito, sonriente con la bolsa de bolitas amarrada en la faja del pantalón y el permiso de su mamá.

Inquietos esperaban la llegada de El Sapo y El Guerri quienes vivían en el otro extremo del puerto, siguiendo el andén hasta la capilla de la iglesia católica. Ninguno de los dos estudiaba en Bluefields. El Sapo era el mayor y el más rudo de ellos, trabajaba por las mañanas en la casa de Luis Uscudun, ayudándole a Marlon William a elaborar agujas de plástico para cocer redes y peinetas en una maquinita eléctrica donde dejaban caer finas pelotitas de plástico de diferentes colores en los moldes; al ser derretidas, salían los productos que pulían con esmero. El Guerri vivía al terminar el andén, contiguo al cementerio y era el más flaco de ellos, su tiempo transcurría en los alrededores de la cancha de basketball donde jugaba por las mañanas con sus amigos vecinos.

    Ya tardaron mucho —dijo Pancho. Hagamos el ring mientras los esperamos.

Sin opinar, El Tanquecito lo observaba. Tomó un pedazo de palo y sobre el suelo arenoso, a un metro del corredor de la casa continua a la de doña Carmelita en dirección a la de sus padres, trazó un círculo de unos cincuenta centímetros de radio. Decidido a trazar la raya comenzó a contar sus pasos.

    Espérate, espérate, no hagas la raya. Tenemos que ver con ellos a qué distancia vamos a jugar —dijo El Tanquecito.
    Ya se dilataron, se hace tarde —respondió Pancho.

Tres guardias que pasaban por el lugar se detuvieron para ver el juego. “A qué hora comienzan”, preguntó uno de ellos. “Esperamos a El Sapo y a El Guerri”, respondió El Tanquecito. “No tardan, El Guerri está esperando a El Sapo, frente a la casa de Uscudun”, dijo otro de los guardias. Segundos después aparecieron El Sapo y El Guerri con sus bolsas de canicas amarradas en la faja.

    Ya nos íbamos a ir —dijo Pancho.
     Mira, ya hizo el ring —dijo El Guerri.
    ¿Y la raya? —preguntó El Sapo.
    Ustedes deciden a cuántos pasos vamos a jugar —dijo El Tanquecito.
    A nueve —respondió Pancho y todos asintieron.

El Tanquecito se paró en el borde del círculo y comenzó a caminar contando los nueve pasos en dirección a la casa de Miss Lilian. Con la punta de su botita Adoc marcó el punto y Pancho trazó con el palo la raya de tres metros de largo, paralela al círculo.

    ¿De cuánto es la apuesta? —preguntó El Sapo.
    De cinco bolitas —respondió El Tanquecito.
    Vale, de a cinco y sin marrullas —dijo El Guerri.

Los cuatro se acercaron al círculo y sacaron las cinco bolitas. Las acomodaron de tal forma que quedaran separadas y cada cual estaba pendiente de que los otros cumplieran lo acordado. Luego cada quien lanzó con su mano la bolita hacia la raya, mientras los otros median la distancia a la que quedaba para determinar quién iniciaría de primero el juego: sacar la mayor cantidad de chibolas del círculo.
           
El Tanquecito quedó de primero, El Guerri de segundo, El Sapo de tercero y Pancho de último. Los guardias se sentaron en el andén observando el juego, igual que otras personas que pasaban. El Tanquecito se acomodó de cuclillas, midió una cuarta con su mano izquierda desde la raya, acomodó la canica entre los dedos pulgar y anular de su mano derecha y la lanzó con fuerza hacia el centro del círculo. No dio en el blanco y los otros sonreían por su fracaso. Luego siguió El Guerri y, en el preciso instante en que iba a lanzar de cuclillas su canica hacia el círculo, se escuchó un gritó.

    ¡Pancho! ¡Pancho! ¡Vago! ¡Rejodido! ¡Vení a jalar el agua que los tanques están vacíos!

Todos volvieron a ver en dirección a la casa de Pancho. Era doña Juana Angulo que sostenía una faja esgrimiéndola en su mano derecha mientras Pancho, como gacela, se aventó sobre el círculo de canicas y gritó: ¡Revoluta!, ¡Revoluta!, ¡Piso!, ¡Piso!, tomando todas las canicas y salió corriendo sobre los corredores de las casas vecinas en dirección a la suya. Los guardias reían a carcajadas mientras El Tanquecito, El Guerri y El Sapo lo maldecían enojados.

Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
Miércoles, 14 de diciembre de 2011

lunes, 19 de diciembre de 2011

SIGFRID ERWIN RUTHLING: CON LA SOGA AL CUELLO

De prisa, con el corazón palpitando como huyendo de sí mismo, entró a la casa. Introdujo sus grandes botas viejas llenas de lodo en la cuerda que, por el contrapeso, lo elevó al segundo piso de madera. Su cabello largo se sacudió en el trayecto y, al sentirse seguro, se sentó en la litera. De una patada apartó de su lado la cubeta y se asomó a la ventana como buscando fantasmas en la oscuridad de esa noche lluviosa. Encendió un cigarrillo, al terminarlo se acercó al precipicio de cuatro metros que lo separaba de la planta baja. Tomó la cuerda, la amarró de la viga que sostenía la estructura del techo a dos aguas, hizo un lazo y, con lágrimas en sus mejillas, se lo acomodó en el cuello. Se quedó pensativo y recordó su pasado.

En la euforia de su juventud, a inicios del decenio de 1980, llegó a Nueva Guinea como internacionalista, participando en una brigada de solidaridad proveniente de la República Federal Alemana. “Eran doce y se trasladaron a la colonia Jacinto Baca donde se desarrollaba un gran proyecto de cacao con cooperativas campesinas”, dijo Donald. Apoyaban a los campesinos en la construcción de viviendas y una noche fueron secuestrados por la contra. Los retuvieron enmontañados por cuarenta días mientras a nivel internacional y en distintos foros, el gobierno de Nicaragua denunciaba el hecho. Una columna del ejército desarrolló un operativo para liberarlos y el teniente Daniel Esquivel cayó en una emboscada en la zona conocida como el Naranjal, cerca de la colonia Talolinga. Fueron liberados y, al regresar a Nueva Guinea, fundaron un taller al que nombraron “Daniel Esquivel”, en honor al teniente que se hizo amigo de ellos mientras construían casas. El taller era para capacitar a los hijos de los campesinos organizados en mecánica automotriz, electricidad, soldadura y torno. “Después del susto, todos los integrantes de la brigada regresaron a su país, pero Sigfrid Erwin Ruthing se quedó”, agregó Donald.

Dominaba el arte de la construcción y la carpintería. Ejercía ambos oficios y los albañiles de la zona se quedaban admirados al ver su destreza, el esmero y la velocidad con que armaba el hierro, paleaba el concreto para hacer la mezcla chorreándolo en los cimientos, pegando bloques y su agilidad con la cuchara repellando paredes. Subía a las columnas para tejer la estructura del techo como araña. “Cuando perdían el tiempo era drástico, enojado les llamaba la atención y por ello muchos no querían trabajar con él. Decían que estaba loco, que se fumaba varios cigarros de marihuana”, dijo Agenor. Su aspecto poco le ayudaba. Alto, barbudo, gafas finas, pelo rubio largo con una colita amarrada tras la nuca, una chapa en la oreja derecha y, al caminar, daba grandes zancadas como desesperado sobre el lodazal. Los chavalos le gritaban su nombre al verlo por las calles tratando de burlarse, pero él no les hacía caso.

Con el tiempo, combinó su oficio con la labor de maestro. Impartía clases en INATEC sobre su arte y estudió magisterio por encuentros en la Escuela Normal. Posteriormente fue profesor de orientaciones prácticas en la Escuela Salinas Pinell donde trataron de obligarlo a cambiar su apariencia, mal ejemplo para los alumnos, pero se negó. Luego argumentaron que no podía seguir impartiendo clases porque no tenía título de bachiller. Decidido a obtenerlo se matriculó en el Instituto Nacional Rubén Darío donde se graduó. “Su mochila era una cubeta de cinco galones, allí cargaba los cuadernos, libros y lapiceros”, dijo Moisés. Una vez lo vi recostado en uno de los pilares de la discoteca Eclipse 2000 y tenía a sus pies la cubeta. El galerón estaba repleto de gente, bailaban “que vengan los bomberos”. Al concluir la pieza, el disc-jockey anunció la canción “the eyes of the tiger”. Todos se hicieron a un lado formando un círculo y Sigfrid se apoderó de la fiesta. Entró al círculo cubierto por un aura de bailarín de ballet y dio tres saltos, desamarró el nudo de la cola del cabello, sacudió la cabeza girándola, movió las piernas hacia atrás y delante, contorsionó todo el cuerpo y terminó bañado en sudor. La multitud lo aplaudía con gritos de entusiasmo. Tomó su cubeta y desapareció
           
Años después, al caer el muro de la vergüenza, regresó a su tierra para visitar a sus padres. Regresó triste. “No le gustó el ambiente, la vida citadina lo desesperó”, dijo Agenor. Añoraba la paz y tranquilidad que gozaba en esta tierra húmeda y montañosa. Compró una bicicleta y circulaba por las calles lodosas. Dejó de viajar en buses a Managua y, con la mochila en su espalda, recorría de ida y vuelta los doscientos ochenta kilómetros hasta la capital; se montaba en su bicicleta para visitar las colonias y comunidades. Cuando la bicicleta se deterioró por el trajín, sin pedales, la empujaba de tramo en tramo para hacer sus recorridos.
           
Al retirarse de Nueva Guinea, el último de los alemanes que formó parte de la brigada secuestrada le ofreció el cargo de administrador del taller, pero no lo aceptó. Por su destacada labor le donaron una manzana de terreno. Allí construyó, pieza por pieza, golpe a golpe, la casa que habitaba con el dinero que ganaba y la poca ayuda que sus padres le enviaban. De dos pisos, con techo a dos aguas, y piso de tierra la parte de abajo, sin escaleras para acceder a su dormitorio y evitar que extraños subieran a robarle.

Su mayor decepción la sufrió cuando las sandinistas perdieron las elecciones y el neoliberalismo se enseñoreó, abandonando el apoyo que recibían las cooperativas. Hizo un nuevo intento por regresar a su tierra para quedarse definitivamente, pero dos meses después regresó. Su caminar ya no era el de aquellas zancadas apuradas, se volvió lento y pesado, nostálgico. El mal humor inundó sus venas y trataron de quitarle la tierra que le habían donado. Para evitarlo, comenzó a vender solares y se quedó únicamente con el lote donde erigió su palacio y la parcela que tenía en la Reserva Indio – Maíz. Se desaparecía por meses y, en las profundidades de la selva, vivía la libertad que anhelaba, escuchando el rugir de los tigres, el canto de las lapas, cosechando el maíz y los frijoles que requería para alimentarse. La sociedad nunca lo comprendió. Lo miraban como a un vagabundo que vivía elevado en las nubes de cannabis. No se daban cuenta que de esa manera escapaba de sus penas.

Con la soga apretujada al cuello como a su vida misma, se mostraba indeciso. La lluvia caía con violencia sobre el techo de zinc y en el preciso instante que se preparaba para quitársela, el destello de un relámpago lo dejó ciego; un segundo después, el rugir de un trueno enardecido lo asustó y cayó al precipicio.

Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
Viernes, 09 de diciembre de 2011