lunes, 2 de septiembre de 2013

CREACIÓN LITERARIA Y AUTONOMÍA

Víctor Obando Sancho
“En un panal de rica miel
dos mil moscas acudieron
y por golosas murieron
presas de patas en él”.

Antes de cruzar la acera del Palacio Municipal vi a un hombre delgado con gafas, de mediana estatura, cubría con una boina negra una trenza larga de cabello medio gris y sostenía una libreta en sus manos. El hombre caminaba en círculos bajo la sombra de un centenario árbol de Caoba y volvía su mirada en varias direcciones confirmando la hora en su reloj de pulsera. “Es el”, pensé. En diversas ocasiones estuvimos en contacto por correo electrónico, pero hace un año, en ocasión del día de la Autonomía en Bluefields, nos vimos. Llamé a su número telefónico y quedamos de encontrarnos al día siguiente en el parque Reyes, cerca de la glorieta. Sin conocernos personalmente, me vio cuando agité las manos. “¿Dónde platicamos?”, preguntó Víctor Obando Sancho luego de estrecharlas. “Allá, en aquella banca que queda al lado del monumento en honor a los policías asesinados en su cuartel, bajo la sombra del árbol de Caoba”, respondí y caminamos hacia el sitio.

    Cuéntenos sobre sus inicios en la poesía.

Contar estas experiencias es parte de mi historia, de mi infancia, porque aún recuerdo cuando la abuela me subía en una mesa; apenas tenía yo a lo mejor cuatro o cinco años. En el campo, mientras los campesinos subían de haber vendido su producto, su banano, hacían una parada en la casa, en Kukra River, donde vivían mis abuelos, se tomaban una tacita de café, mi abuela hacía pan, empanada y aprovechaba para subirme a una mesa y yo les recitaba una que otra poesía. Siempre me acuerdo de una que inicia así: En un panal de rica miel/dos mil moscas acudieron/y por golosas murieron/presas de patas en él. Allí me inició en la poesía, ya después bajo a la ciudad, al San José; leer poesía de Rubén y otros autores me ayudó. En secundaria, en el Colón, en una ocasión se nos invitó a interpretar el “Brindis del Bohemio” y formamos un grupo que lo escenificamos. Yo escribía pero, como suele suceder, o no tenés oportunidad o el material no es de alguna calidad, jamás publicamos, hasta en los años 70, cuando cae Carlos Fonseca en Zinica; en el año 1976 yo escribo mi primer poema que es representativo, titulado “Yo Campesino” y allí digo que yo no puedo cultivar en esos campos donde hay cadáveres desconocidos, amontonados. El  padre Justiniano, que era párroco de aquí, me preguntó que si yo le daba permiso para publicar ese poema en La Vida Parroquial pero que tuviera cuidado porque la guardia tenía sus medios de seguridad y yo le dije que lo publicara, que asumía las consecuencias.

    ¿Yo Campesino?

Yo Campesino. Para mí éste fue, digamos, como el primer golpe que le di a la poesía porque ha prevalecido el poema. Un amigo de Cataluña que conoció el poema dice que le gustó mucho, que le impactó, fue en aquellos años en que tenía juventud. Después seguí escribiendo y conseguí una beca para estudiar lingüística en México donde continúe haciendo borrones. Al regresar, trabajando en la universidad URACCAN, es cuando comienzo a ordenar ya algún material, sistematizado y corregido. En  el año 2010 publico mi primer poemario personal. Pero antes de eso, en 1998, contribuí en el equipo que organizó la Primera Antología de Poesía de la Costa Caribe, con el finado Ronald Brooks y Eddy Alemán que todavía está allí en el barrio. Organizamos el material y con un financiamiento que gestionó la URACCAN publicamos esa primera antología. En el 2000 participé en un certamen nacional y gané en ensayo y poesía. Me entusiasmé tanto que pensé, “bueno, aquí hay algo que seguir fortaleciendo”. En el año 2003, cuando Bluefields estaba celebrando el primer centenario de ser elevada a ciudad, participé en un certamen financiado por el Banco Mundial a través de la alcaldía, cuando era Moisés Arana el alcalde; gané un segundo premio en leyendas de la Costa Atlántica con el tema El Otro, la Leyenda, donde abordé aspectos sociológicos. El tribunal consideró que lo merecía. En Antologías Nacionales he tenido oportunidad de publicar algunos poemas. En el año 2011, en diciembre, organizamos la Segunda Antología de la Poesía Caribeña. Esa ha sido someramente parte de la historia de Víctor Obando en la poesía.

    El poeta se inspira en el mundo que tiene a su alrededor, lo siente, corre por sus venas, lo procesa y manifiesta a través de la poesía. ¿Qué influencia ha tenido el proceso autonómico que se vive en la Costa Caribe en su quehacer poético?

Mucho, porque es el aspecto social, político y cultural que forma parte del entorno para escribir y por ello la poesía debe reflejarlo obligatoriamente. Como cualquier poeta o escritor, hay un motivo, una frase, una palabra, una imagen, y uno corre a anotarlo para luego desarrollarlo. Pero sobre todo la poesía conduce al ser humano a una mayor sensibilidad, a una mayor calidad humana. El lenguaje que se cultiva. Por allí decía uno que mi poemario tenía un lenguaje rebuscado, pero no, yo estudie lingüística, di clases en primaria, en secundaria y universidades; y todo lo que he leído, bueno yo manejo términos que son parte de mi mundo cotidiano. A uno el lenguaje lo vuelve más sensible y, como decía este filósofo alemán, Wittgenstein, “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”.

    ¿Cree usted que con veinticinco años de autonomía se ha dado un florecimiento cultural alrededor de la creación literaria, del verso y la prosa?

Yo diría que con salvedades. No se ha institucionalizado lo suficiente.

    ¿Se refiere a falta de apoyo?

No sólo de apoyo sino también falta de visión. Cada quien que ha publicado ha sido un esfuerzo duro, un esfuerzo personal. Yo he tenido que sacar de mis ahorritos para publicar mi poemario que la gente lo ha valorado bien, a los estudiantes les ha gustado bastante, pero no hay una institución, o sea la visión autonómica todavía no ve claramente cómo la creación literaria, la prosa  y el verso, la literatura, puede contribuir a formar una personalidad autonómica, a fortalecer la propia autonomía. De tal manera que los pocos esfuerzos se ven opacados por el contexto social que son los estudiantes, los obreros, que no conocen porque este producto literario no fluye de manera sistemática a la juventud, a la niñez, a la adolescencia y yo sostendría que si lo hiciésemos así, en términos de unos cinco o diez años, estamos viendo ese florecimiento literario cultural en la Regiones Autónomas. Se nos está muriendo la gente y no estamos conociendo todo ese saber. Por ejemplo, Mango Ghost se murió este año. Le hice un poema porque, ¡caramba!, un personaje como ese no se puede morir sin quedar plasmado en las letras, en la poesía. Tantos otros que se están muriendo, se nos están yendo con toda esa riqueza y nuestro deber, nuestro compromiso, es rescatarlos para que sean parte de la simbología autonómica local.

    Entonces, ¿hay poco apoyo al quehacer literario por parte de las autoridades regionales?

Casi ninguno. Hace poco en la universidad BICU se realizó una semana literaria. A mí me invitó Pedro Chavarría. Yo dije que ojalá no pasen otros 25 años para que se realice otro evento como ese. Porque allí estuvieron Abelino Cox, que es un misquito de Bilwi, Fabio Ramón de El Rama y Allan Budier de aquí. Estuvieron versando sobre sus enfoques alrededor de la poesía, participaron en poesía coral los niños, escribieron poesía que yo leí los textos, algunas están bien, muy bien, muy críticas y también declamaron. Eso debe hacerse con frecuencia, cada seis meses, cada año y llevar un historial, sistematizar para no caer en el viejo refrán de “coyol quebrado, coyol comido”, porque cómo vamos a hablar de historia autonómica si no hacemos esos eventos de manera organizada para mejorarlos. Pero no existe esa visión institucional.

    ¿Existe alguna dependencia en el Gobierno Regional que debería apoyar y promover la cultura, incluida la creación literaria?

Sí, tanto en el Consejo Regional, gobierno Regional, e inclusive en la alcaldía. A lo mejor tienen planes y suficientes recursos, pero este aspecto específico de lo literario y poético y de cómo trabajar este aspecto de lo humano en el quehacer cultural general no está bien claro. En la práctica se nota porque yo llego a un aula y le pregunto a los alumnos “¿conocen a tal persona y su obra?” La respuesta es no y tal vez ellos son parte de la antología poética caribeña que ya se ha publicado. No existe promoción, no es tangible porque no se dan cuenta de este patrimonio cultural existente.

    ¿Cuáles son sus planes en el corto plazo?

Antes que me suceda cualquier cosa, tengo preparado un poemario y me han prometido cierto financiamiento para publicarlo quizás a finales de este año, seguramente será en el 2013. Pero tengo un compromiso muy familiar, mi abuelo, mi abuela y mi padre, mis raíces, el terruño que fue mi entorno, el escenario donde pasé mis primeros años. También publicar La Leyenda del Castaño: donde yo nací, en el patio de la casa había un enorme Castaño que servía de refugio a los pájaros, daba fruta, daba sombra, daba frescura y alimento. Estamos organizando una antología ya mayor que incluya poetas del norte y del sur de la Costa Caribe, para lo cual estamos haciendo gestiones con el poeta David Mcfield, un gran personaje para nosotros, para obtener algún financiamiento.



martes, 27 de agosto de 2013

UNA BRISA CÁLIDA

El viejo leía reclinado en el swing del corredor con los pies descalzos y las piernas estiradas a sus anchas. Sus sandalias estaban en el piso y frente a él, a un costado de la casa, un chavalo jugaba con su mascota, una perrita ñata color crema sin cola, tan peluda y colochona que sus ojos no podían verse. El chavalo, de unos once años, corría en círculos llamándola por su nombre y la perrita lo seguía, al detenerse se acostaba en la grama como en un colchón olfateando las flores amarillas; cuando le rascaba la pancita, se balanceaba sobre su espalda levantando las patitas con alegría.
“¡Abuelo!, ¡abuelo!, ¡mírela!, ¡mire cómo se revuelca!”, gritó  el chavalo con tono fatigado.
            El viejo se incorporó para verlo sobre sus lentes y los papeles se sacudieron en sus manos. “Sí, sí”, dijo, asintiendo con movimientos de cabeza. Por las tardes, luego de la siesta, salía de su habitación a mecerse en el swing. Su ritmo biológico lo exigía. Con el paso de los años, su cuerpo necesitaba el calor que le brindaban los rayos de sol al ponerse en el Oeste. Por ello, muchos años después de plantar con sus propias manos diversos tipos de árboles alrededor de su casa, los mandaba a podar para recibir el calor que ahora disfrutaba en su adolorida espalda. Sus manos, antes firmes,  temblaban, su mirada sin lentes era borrosa, pero recordaba con lucidez los detalles de su vida.
 El chavalo levantó a la perrita y caminó hacia él dejando en la grama marcadas sus huellas, las florecillas amarillas se doblaban tras sus pasos. Sus mejillas rosadas, su nariz y cabello húmedo brillaban frente al sol. Al arrimarse, el viejo levantó sus piernas frágiles formando la figura de una pirámide sin base a punto de derrumbarse y, deslizándose entre ellas, el chavalo se sentó en un extremo del swing sosteniendo a la perrita con su mano y antebrazo izquierdo.
“Yo también jugaba en la arena con mi perro”, agregó el viejo mientras estiraba sus piernas para hacerlas descansar sobre las del chavalo. Tras ese contacto se miraron al vaivén del swing. El afecto entre ellos creció como la brisa cálida que fluía entre los árboles podados. 
“¿En el mar, abuelo?”, preguntó el chavalo mientras la perrita descansaba quieta entre sus manos y los pies del viejo.
“Se llamaba Ringo, era más grande que tu perrita y también corría detrás de mí, alegre y dando vueltas, pero cuando miraba a los pájaros picotear en la arena los seguía desesperado para atraparlos. Nunca pudo hacerlo, los pájaros volaban a su alrededor riéndose con su canto. Una tarde lo encontré sin moverse debajo de mi cama, lo cuidé con esmero pero murió, no pude hacer nada”, explicó el viejo.
“Pobrecito”, dijo el chavalo, colocó a la perrita en el suelo y se acurrucó abrazándolo de las piernas. El viejo le acarició el cabello pasando sus manos por encima como tratando de alborotarlo y la brisa se detuvo por un instante formando un vacío cálido en los alrededores, estremeciendo la humanidad del viejo. Así permanecieron por unos minutos hasta que el chavalo se levantó y corrió detrás de la perrita que ladraba en la grama.
El viejo volvió la mirada y noté sus ojos enrojecidos. Por ello estaba allí, igual que su nieto, para acompañarlo en esos atardeceres que pasaba solitario, disfrutar de su amena conversación, sus recuerdos y anécdotas, compartir libros y los borradores de mis escritos.
Siempre lo había dicho, “llega a mi casa”, pero fue hasta los últimos seis meses que acudí a su lado y descubrí la pasión que llevaba dentro. A sus setenta y cinco años le quedaban pocas fuerzas. Disfrutaba de una escuálida pensión del seguro social que le permitía satisfacer sus necesidades básicas, pero seguía aferrado a la vida materializada en su nieto en el que se miraba a sí mismo cuando mostraba fotos del pasado, la mayoría de ellas deterioradas por los años, mencionando nombres de personas y lugares en que se encontraba. “Se parece a mí, ¿verdad?”, decía mirándolo jugar con la perrita en la grama florecida.
El chavalo llegó a despedirse cuando el sol moría tras la colina. Al abrazarlo, los ojos del viejo se nublaron; apartó la mirada buscando la última ráfaga de brisa cálida y sus lágrimas, desprendidas de su alma solitaria, se evaporaron sin dejar huellas del dolor que su ausencia le causaba. Caminó hacia la casa y me entregó los papeles. “Regresa otro día”, dijo.


23 de agosto de 2013.

martes, 20 de agosto de 2013

LA MEJOR COMIDA DE BLUEFIELDS

Independientemente de la razón por la que visites la ciudad de Bluefields (viaje de negocios, conocer su gente y cultura, visitar amistades luego de pasar muchos años fuera del país, disfrutar del Palo de Mayo, sus fiestas patronales o el día de la Autonomía), siempre vas a preguntarte dónde puedo saborear la mejor comida bluefileña. Por la mejor comida me refiero a la autóctona, esa que tiene un toque distintivo y particular que el bluefileño hace propio, formando parte de su patrimonio e identidad cultural.

¿Dónde puedo saborear la mejor comida bluefileña?, pregunto a mis amigos y sus respuestas son similares. “Anda a Pointeen, allí está el rancho de Lalá, el Tía Irene y el Pelícano o al Linda Vista en Punta Fría, en cualquiera de ellos te das gusto”. Estos sitios tiene la particularidad de estar ubicados a la orilla de la bahía donde disfrutarás su brisa fresca al atardecer con barcos, pangas y cayucos de vela navegando y, por la noche, si la luna está llena, su majestuosidad ilumina la espuma plateada de las olas desbaratándose en sus costados o debajo de la mesa en que estás sentado.

“También podés ir al Luna´s Ranch”, te dicen. Es un sitio agradable, tiende a la promotoría cultural con adornos de viejas nalgonas y machos ratones de tamaño natural utilizados en las fiestas de San Jerónimo, así como fotos del pasado de la ciudad. Si andas con tu familia y querés pasar un rato ameno, visítalo. “También está el Salmar, allí es bueno”, agregan. Es un sitio atractivo, la atención es buena; te lo recomiendo para compartir con tus amigas y amigos. Al lado queda el Chez Marcel y cuando lo mencionan dicen “tiene aire acondicionado, hay buena atención, pero es caro”.

Todos ofrecen mariscos en su menú, pero éstos son platillos que podés degustar en cualquier lugar, tanto en el Pacífico como en el Centro y Norte del país. Otro aspecto que llama la atención es que no existe un restaurante especializado en comida china, a pesar de la gran influencia que los asiáticos tuvieron en la cocina bluefileña. En cualquiera de los mencionados te sirven sopa de tallarines y chop suey “especial”, pero de ello poco tienen.

En una ocasión le comenté a un amigo que deseaba comer carne de tortuga —que no se te erice la piel porque es una de las carnes que más se consume— y me dijo que comprara la carne porque la empleada de su casa podía prepararla. La compré en una esquina, la carne fresca la ofertaban sobre la concha; la empleada, una joven creole, preparó el plato de tortuga más exquisito que he comido en Bluefields. Luego de almorzar le pregunté donde había aprendido a prepararlo. “En casa de mi mamá”, respondió.

Si sos de los que les encanta el postre luego de la comida principal no te hagas muchas ilusiones, no encontrarás nada nuevo porque lo primero que te ofrecerán, si tienen, es Tres Leches y Pio Quinto, comunes en todos los restaurantes del país. Sin embargo, en las calles de la ciudad los vendedores ambulantes ofertan los propios: queque de quequisque, de yuca, de plátano, Johnny cake, pan bon y otros más, todos ellos hechos en hornos caseros.

A estas alturas debes estarte preguntando “¿dónde voy a saborear la mejor comida?” En ciertas ocasiones podés hacerlo en los festivales gastronómicos que se organizan inmersos en festividades mayores como las mencionadas al inicio. Para ello la gente sale de sus barrios y sus casas, de sus hornos y cocinas, con los mejores platos, con la mejor comida de Bluefields para que sea degustada. Esa comida es la mezcla de diversas culturas: misquita, inglesa, africana, china y mestiza, cada una de ellas realizó sus aportes para enriquecerla con productos y sabores novedosos. La mejor comida Bluefileña se encuentra en los hogares de los barrios creole, en los de ascendencia asiática, en los peroles de los misquitos y en las mesas mestizas que la han adoptado como propia.

La mejor comida de Bluefields no forma parte del extenso menú que te facilitan al acomodarte en la mesa de uno de sus restaurantes. Por ello, frente a procesos hegemónicos como la globalización, es preciso que las universidades, junto con la Cámara de Turismo y los dueños de restaurantes, se den a la tarea de recuperarla, revitalizarla, mostrarla y compartirla con orgullo para ser degustada por los visitantes porque forma parte del patrimonio e identidad cultural del bluefileño.


Viernes, 16 de agosto de 2013.

sábado, 17 de agosto de 2013

BAHÍA DE BLUEFIELDS


El autor del poema Bahía de Bluefields es Beltran Bustamante.Es una obra clásica sobre Bluefields y aquí les dejo la letra y a Osberto Jerez interpretándolo con saxofón.

Bahía de Bluefields
Puertecita del mar
Sus almejas y ostiones
Son riquezas natural

En noche tibia
De luna plateada y sentimental
Las criollitas cual ninguna
En botecitos se ven remar.

Bahía de Bluefields
En tu despertar
Aparecen tus isletas
Que al poeta hacen soñar.

En noche tibia
De luna plateada y sentimental
Las negritas cual ninguna
En botecitos se ven remar.


Bahía de Bluefields










martes, 13 de agosto de 2013

DOS CARIBEÑOS EN LA BARRERA DE JUIGALPA


José Santos lo anunció al despedirse en el porchecito de la casa: “voy a contratar a los chicheros para que te toquen toda la tarde en la barrera”. Al día siguiente, Fidel Gallardo pasó buscándome; en la esquina de doña Comelia Zambrana —una cuadra antes de llegar al parque Palo Solo de Juigalpa— nos encontramos con Fulvio y Teco. Minutos después vi que “Machete”, así le decíamos a José Santos, salía apresurado de su casa sin olvidarse de pasarle la cerradura a la puertecita de hierro del corredor. “Vámonos antes que me mire mi mamita”, dijo Machete volviendo a ver hacia su casa con una sonrisa maliciosa dibujada en el rostro.

Caminamos en dirección al parque central, bajando por la calle de Palo Solo, desde  ahí se observaba el movimiento de la gente en los puestos de venta instalados alrededor del parque. Al llegar a la esquina de la catedral doblamos hacia la derecha en dirección a la barrera de toros. En el trayecto se escuchaba el reventar de morteros y cohetes que apresuraban el paso de la gente para conseguir lugar y disfrutar de una corrida más en la fiesta brava de Juigalpa.

Subimos las gradas del costado norte de la barrera y nos quedamos de pie. Debajo del piso de madera se sentía el movimiento provocado por el pataleo de los toros. Frente a nosotros, en el centro de la barrera,  estaban los jinetes montados en sus caballos de campo, “los campistos”, girando los mecates por encima de sus sombreros; los sorteadores arrastraban sus capas rojas levantando polvo y varios grupos de personas tomaban, dispersos en los alrededores mientras las reglas de la barrera, las llamadas varas, estaban repletas de gente.

“Caminemos para el lado de los chicheros”, me dijo Machete al oído y nos movimos hacia la izquierda, entre la gente que bailaba dando brincos y taconazos sin ceder una pulgada de su lugar. Llegamos a orillas del palco asignado al comité de las fiestas, estaba separado del resto por malla ciclón, ahí tocaban los chicheros y los invitados especiales hacían compañía a la novia de la fiesta. “Para que mires, pues, allí están, los contraté para que toquen porque es tu cumpleaños”, me dijo José Santos. “Gracias hermano, sos un buen amigo, gracias”, le dije mientras Fidel sonreía.

Comenzaban las corridas de los toros, salían dando brincos desesperados para quitarse de encima a los montadores; unos rodaban por el suelo después del primer salto del animal enfurecido que era jochado por los sorteadores, otros, luego de vencer, cabalgaban sobre sus gruesos lomos alrededor de la barrera levantando sus brazos en señal de victoria, del dominio de la bestia por el hombre.

Los gritos, el estallido de cohetes y morteros, el taconeo de los bailadores sobre el piso de madera y el son de los chicheros enmudecieron dando paso a un murmullo de asombro colectivo cuando una estampida de toros se apoderó de la barrera. “Se soltaron”, escuché decir a uno que estaba pegado a la malla porque sólo se escuchaba la música de los chinamos instalados alrededor de la barrera, como fondo relajado de la excitada fiesta.

Los campistos al galope los esquivaron, los sorteadores y los grupos de tomadores corrieron hacia las varas huyendo de ellos. En el centro de la barrera quedó un hombre solitario y despistado. Era un negro caribeño. La gente le gritaba: “¡negro!, ¡negro!, ¡correté!, ¡corré hacia las varas!” Un inmenso toro Brahman blanco se apartó de la manada y se dirigía furioso hacia el negro. Los sorteadores corrieron en su ayuda tratando de llamar la atención del toro, los campistos intentaban detener a los otros que enfurecidos levantaban la cabeza para embestir con sus largos cuernos a los que se colgaban de las varas, pero el toro blanco se dirigía hacia el negro. Segundos después, el negro reaccionó: corrió con el toro detrás de él y desapareció de la barrera al resbalarse entre las varas. La barrera volvió a rugir eufórica.

Varios años más tarde conocí a Allan Forbes en Nueva Guinea y le platiqué del engaño que me había hecho José Santos en la barrera con el toque de chicheros por mi cumpleaños. “Yo era ese negro”, dijo Allan. “Cuando me resbalé entre las varas, iba todo embarrado porque el maldito toro blanco era racista y, al salir debajo de una de las mesas de un chinamo, me agarraron a patadas gritando ¡este negro mañoso algo se anda robando!”.

12 de agosto de 2013.


viernes, 26 de julio de 2013

ESTAMPIDA Y ESCRITURA

Controlar una estampida de toros es casi imposible. Cuando se deciden salen tirados hacia donde se les ocurre. Si la quieres controlar, debes subirte a un caballo y cabalgar rápido y furioso detrás de ellos.

Sin embargo, podés influir en la dirección que tome el rebaño que truena en su recorrido y destruye lo que encuentra a su paso. Cabalgando a su lado, gritando y aullando, puedes influir en esta o en aquella dirección. No puedes tramar anticipadamente sus pasos o su ruta exacta. Solo puedes conseguir que se dirijan de alguna manera a Juigalpa, si la barrera de esa ciudad es tu final deseado.

Así que la próxima vez que te sientes a escribir, deja que tus pensamientos corran. Déjalos deambular. Apártate del camino y, solamente de vez en cuando, dales un pequeño grito para que tomen una dirección deseada. Pero sobre todo, obsérvalos con detenimiento en su recorrido. 

Muchas veces lo hago y resulta.

lunes, 15 de julio de 2013

LA CAMIONA

Víctor Barrera se subió al camastro del gigante gancho con la seguridad de que en cualquier momento comenzaría a deslizarse sobre el lodazal y lo llevaría sano y salvo a Nueva Guinea. “Cuando escuché el grito alegre de Fulgencio Duarte, el ayudante del tractorista, indicando la salida —¡jálela, jálela, jálela! —, sentí el arrancón bajo mis pies y me senté en el piso de madera entre sacos de azúcar, latas de aceite, pacas de sal, cajas de jabón y herramientas, sujetándome de los tablones”, dijo Víctor desde la comodidad de su oficina.

Sobre el gancho, cortado de inmensos árboles, construían un camastro rectangular que acoplaban con un cable al tractor Caterpillar D6 de oruga, que lo jalaba para poder trasladar alimentos y combustible entre La Gateada, propiamente en La Curva, y la recién formada colonia de Nueva Guinea. Las puntas del gancho y su base eran ovaladas a punta de machete, permitiendo que se deslizara sin resistencia en subidas y bajadas, apartando el agua de los charcos en un crujido constante que se mezclaba con el ruido del tractor. En terreno malísimo, principalmente en grandes hondonadas, el tractor cruzaba primero y luego arrastraba a “la Camiona” —así le llamaban— con el cable del guinche hasta la parte más alta para seguir avanzando entre el lodo y la espesa montaña al ritmo de mansa boa.

Al inicio, los víveres se trasladaban en el lomo de treinta mulas, pero como no aguantaban el trajín y se cansaban en los lodazales, pasaron a ser usadas por los técnicos del Instituto Agrario. “A don Miguel Torres se le ocurrió el invento porque él fue, en un tiempo, maderero y de esa manera trasladaba el combustible y herramientas a los puntos de extracción más avanzados en la montaña. Con la Camiona se resolvió el problema de abastecimiento que sufríamos en los primeros años de fundación, entre 1965 y 1970, antes de que se construyera la carretera desde La Gateada”, dijo don Víctor Ríos Obando, uno de los fundadores de Nueva Guinea.

“En la Camiona me venía para acá cuando salía de vacaciones; a veces la cargaban con combustible y, en otras, con víveres, porque no transportaban las dos cosas al mismo tiempo. Cuando tenía que regresarme a estudiar a Managua, en ella me montaba; iba cargada de gente y recipientes vacíos. El viaje duraba cuatro días, dos de ida y dos de regreso. De Nueva Guinea salían de madrugada, a eso de las cuatro de la mañana, y en el recorrido se detenían por espacios breves en La Paula, La Santos y Río Rama, hasta que llegaban a El Coral a las seis de la tarde. En esos tiempos, El Coral era una callecita triste, pero allí descansaban, comían y dormían para salir tempranito al día siguiente. Se detenían en La Ceiba y Quebrada Grande; llegaban a La Curva entre la una y dos de la tarde, descansaban un rato, la cargaban de productos y vuelta para atrás”, agregó Víctor Barrera.

El viaje duraba menos cuando comenzaron a construir la carretera de todo tiempo porque la Camiona llegaba hasta el punto más avanzado del camino. “La demanda de productos creció con el aumento de colonos y trataron de sustituirla con uno de esos tráileres que se utilizan en los ingenios, pero no les resultó: se embancaba o se daba vuelta en la trocha y la carga quedaba regada en el lodazal”, explica Víctor.

“La esperábamos ansiosos por las tardes y muchos salían a su encuentro montados en bestias hasta el río La Verbena. El rostro de Luis Morán, el primer tractorista de la Camiona, brillaba de alegría por el recibimiento que le dábamos cada vez que entraba por la primera calle que hicimos, la principal de ahora. Cada cuatro o cinco viajes teníamos que hacer una nueva porque se desgastaba en la trocha; todita se la carcomía el lodo. Siempre escogíamos grandes ganchos de árboles duros y resistentes, como almendro y guayabón, para que aguantara. ¡Éramos ingeniosos, en esos tiempos no nos resignábamos!”, recuerda don Víctor Ríos Obando, lleno de orgullo.

El tractor se detenía frente a la oficina del Banco Nacional, descargaban la Camiona y después distribuían los productos en la cooperativa, al otro lado de la pista, en la esquina opuesta de la llamada “catedral” de Nueva Guinea. “Allí me bajaba y después caminaba hasta la casa de mi mamá en Río Plata”, dijo Víctor Barrera, mostrándome el sitio donde la parqueaban.

 

15 de Julio de 2017.

miércoles, 10 de julio de 2013

EMOTICONOS

Emoticono es un símbolo gráfico que se utiliza en las comunicaciones a través de correos electrónicos o en las redes sociales (facebook, twitter, etc.) y sirve para expresar el estado de animo del remitente. Aquí te dejo algunos emoticonos para que los tengas presente o los utilices.

:-)  Sonrisa

:-(  Tristeza

:-D  Hablar sonriendo

X-D  Tronchado de sonrisa

:-l  Inexpresivo

;-)  Guiño de complicidad

:-X  Besos

>:-)  Sonrisa diabólica

:´(  Llorar

:´)  Llorar de emoción


Si conoces otros o los utilizas envíamelos.