Víctor Barrera se subió al camastro del gigante gancho con
la seguridad de que en cualquier momento comenzaría a deslizarse sobre el
lodazal y lo llevaría sano y salvo a Nueva Guinea. “Cuando escuché el grito
alegre de Fulgencio Duarte, el ayudante del tractorista, indicando la salida
—¡jálela, jálela, jálela! —, sentí el arrancón bajo mis pies y me senté en el
piso de madera entre sacos de azúcar, latas de aceite, pacas de sal, cajas de
jabón y herramientas, sujetándome de los tablones”, dijo Víctor desde la
comodidad de su oficina.
Sobre el gancho, cortado de inmensos árboles, construían un
camastro rectangular que acoplaban con un cable al tractor Caterpillar D6 de
oruga, que lo jalaba para poder trasladar alimentos y combustible entre La
Gateada, propiamente en La Curva, y la recién formada colonia de Nueva Guinea.
Las puntas del gancho y su base eran ovaladas a punta de machete, permitiendo
que se deslizara sin resistencia en subidas y bajadas, apartando el agua de los
charcos en un crujido constante que se mezclaba con el ruido del tractor. En
terreno malísimo, principalmente en grandes hondonadas, el tractor cruzaba
primero y luego arrastraba a “la Camiona” —así le llamaban— con el cable del
guinche hasta la parte más alta para seguir avanzando entre el lodo y la espesa
montaña al ritmo de mansa boa.
Al inicio, los víveres se trasladaban en el lomo de treinta
mulas, pero como no aguantaban el trajín y se cansaban en los lodazales,
pasaron a ser usadas por los técnicos del Instituto Agrario. “A don Miguel
Torres se le ocurrió el invento porque él fue, en un tiempo, maderero y de esa
manera trasladaba el combustible y herramientas a los puntos de extracción más
avanzados en la montaña. Con la Camiona se resolvió el problema de
abastecimiento que sufríamos en los primeros años de fundación, entre 1965 y 1970,
antes de que se construyera la carretera desde La Gateada”, dijo don Víctor
Ríos Obando, uno de los fundadores de Nueva Guinea.
“En la Camiona me venía para acá cuando salía de vacaciones;
a veces la cargaban con combustible y, en otras, con víveres, porque no
transportaban las dos cosas al mismo tiempo. Cuando tenía que regresarme a
estudiar a Managua, en ella me montaba; iba cargada de gente y recipientes
vacíos. El viaje duraba cuatro días, dos de ida y dos de regreso. De Nueva
Guinea salían de madrugada, a eso de las cuatro de la mañana, y en el recorrido
se detenían por espacios breves en La Paula, La Santos y Río Rama, hasta que
llegaban a El Coral a las seis de la tarde. En esos tiempos, El Coral era una
callecita triste, pero allí descansaban, comían y dormían para salir tempranito
al día siguiente. Se detenían en La Ceiba y Quebrada Grande; llegaban a La
Curva entre la una y dos de la tarde, descansaban un rato, la cargaban de
productos y vuelta para atrás”, agregó Víctor Barrera.
El viaje duraba menos cuando comenzaron a construir la
carretera de todo tiempo porque la Camiona llegaba hasta el punto más avanzado
del camino. “La demanda de productos creció con el aumento de colonos y
trataron de sustituirla con uno de esos tráileres que se utilizan en los
ingenios, pero no les resultó: se embancaba o se daba vuelta en la trocha y la
carga quedaba regada en el lodazal”, explica Víctor.
“La esperábamos ansiosos por las tardes y muchos salían a su
encuentro montados en bestias hasta el río La Verbena. El rostro de Luis Morán,
el primer tractorista de la Camiona, brillaba de alegría por el recibimiento
que le dábamos cada vez que entraba por la primera calle que hicimos, la
principal de ahora. Cada cuatro o cinco viajes teníamos que hacer una nueva
porque se desgastaba en la trocha; todita se la carcomía el lodo. Siempre
escogíamos grandes ganchos de árboles duros y resistentes, como almendro y
guayabón, para que aguantara. ¡Éramos ingeniosos, en esos tiempos no nos
resignábamos!”, recuerda don Víctor Ríos Obando, lleno de orgullo.
El tractor se detenía frente a la oficina del Banco
Nacional, descargaban la Camiona y después distribuían los productos en la
cooperativa, al otro lado de la pista, en la esquina opuesta de la llamada
“catedral” de Nueva Guinea. “Allí me bajaba y después caminaba hasta la casa de
mi mamá en Río Plata”, dijo Víctor Barrera, mostrándome el sitio donde la parqueaban.
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