martes, 15 de octubre de 2013

TODO POR UN RONDÓN

Cuando pensé que tenía todo lo necesario para hacer el rondón llamé por teléfono a la Tere; “tenés que traer el pescado”, dijo. Iba hacia el muelle de las pangas que viajan a El Bluff con mi primo Javier Álvarez, “el Tanquecito” y tuvimos que regresar a la esquina de la bajada del mercado Teodoro Martínez de Bluefields para comprar el pescado: unos yellow tail de tamaño mediano, los ofrecen los vendedores en cubetas de plástico en ese sector que, por eso, tiene una fragancia particular. “¡Llevar pescado al puerto, qué locura!, ¡al monte no se lleva leña!”, le dije a Javier. “Hasta los mutruz desaparecieron”, respondió riéndose.  

Al pasar el portón del muelle, tres hombres estaban sentados en una banca ubicada frente a la boletería; tomaban aguardiente y conversaban tan contentos que todos los volvían a ver por sus carcajadas. No esperamos mucho tiempo, el cupo de pasajeros se completó en media hora. Eran las diez de la mañana cuando le pasé las bolsas con las compras a Javier, quien estaba de pie, y me sostuve de su hombro para abordar la panga. El viento no agitaba olas. Un bote largo repleto de carbón maniobraba para atracar en el muelle del mercado, casi metiendo la proa en el basural acumulado debajo del edificio. Cuando el panguero encendió el motor fuera de borda sentí más intenso el aroma de la gasolina mezclada con aceite que cambiaba la tonalidad del agua, entre azul y amarillo, por el ardiente sol.

No vi botes de pescadores en la travesía de veinte minutos, caminamos por el andén hasta la casa de doña Juana Angulo, ubicada frente a la bajada del eterno cuartel de los guardacostas. Con la cadena oxidada que asegura el portón de zinc, Javier dio varios golpes para ser escuchado. “Entren, no tiene candado”, gritó doña Juana. No ingresamos hasta estar seguros de que nos había oído porque recordamos que, a pesar de su avanzada edad, no le falla un rifle calibre 22 bien aceitado para espantar a los intrusos que se aventuran a entrar en su patio.

    Ya ni pescado se encuentra aquí, se acabaron esos tiempos —dijo doña Juana al saludarla. Estaba en la salita sentada en una mecedora de más de medio siglo de antigüedad.

Javier
Luego de la bienvenida nos dispusimos a preparar el rondón a un lado de la cocina. Javier es un gran cocinero y desde un inicio pensé que prepararía el rondón, pero la Tere se impuso. Entre pláticas les conté que mi papá decía que el rondón debía prepararse entre familiares y amigos, preferiblemente en la playa, a la orilla del mar, para lograr su magia al degustarlo. La Tere ralló los cocos y extrajo la leche, peló los plátanos, bananos, yuca y el quequisque, depositándolos en una pana de plástico mientras yo trataba de encender el carbón. Cuando Javier terminó de preparar el pescado dijo: “Se nos olvidó algo” y se ofreció para buscar una botella de ron.

Con un pedazo de cartón soplaba el fogón lleno de carbón. Desde la sala doña Juana Angulo estaba pendiente de nosotros. “En este fueguito va a dilatar mucho tiempo”, le dije repetidas veces a la Tere. “Cálmate, muchos jodes, ya vas a ver, así lo he hecho siempre”, respondía. Hizo astillas un pedazo de madera roja, la echó en el carbón y se encendió. Puso una parrilla encima del fogón y sobre ella el caldero hasta la mitad de leche de coco. “No dejes de soplar”, dijo. “Esta mujer es mandona”, le dije a doña Juana y rio a carcajadas. “Acordate de los condimentos”, respondió doña Juana y la Tere salió al patio. Regresó con una hojitas de orégano y albahaca que esparció en el caldero y le echó sal, pimienta, chiltoma y cebolla mientras estaba pendiente del pescado que sofreía en una paila. Javier apareció, cortó unos cocos, los peló y con esmero nos atendía. Con delicadeza la Tere acomodó el plátano, el banano, el quequisque y la yuca y de último, cuando hervía la leche, acomodó el pescado sofrito. Mientras se cocinaba el rondón conversamos de diferentes temas y doña Juana Angulo mostró fotos del pasado, de sus hijos y sus nietos.

Este ritual fortalece nuestra identidad caribeña, funciona como centro y motor de cohesión a través del cual se aglutinan voluntades y esfuerzos. Me di cuenta, nuevamente, que la amistad se fortalece alrededor de una mesa al degustar el plato preferido y más aún cuando es preparado con la participación activa de amigos y familiares. Pensando en ello, luego de saborear el exquisito rondón bajo la sombra de los árboles de Mango cuidados por el rifle 22 de doña Juana Angulo, hice una siesta revitalizadora en una hamaca, escuchando las pláticas placenteras de Javier y la Tere.

Lunes, 14 de octubre de 2013