El camión IFA gira a la izquierda y retrocede; su motor, deteriorado por el uso, ruge como un demonio en conjuro. Seca los charcos, dispersa el lodo que vuela hacia los lados por el peso que trae. Los descargadores dirigen la maniobra: ¡dale, daalee, daaalee; máaas, máaas; yaa, yaaa, yaaaaa! Se estaciona justo en el borde de la galera. Abren su camastro y muestra la carga. En un instante suben para iniciar la descarga de los mojados, lodosos y pesados sacos. Abajo, el supervisor los cuenta uno por uno.
Sin terminar la descarga, tres hombres la trasladan con carretillas de mano hacia una gran pila horizontal de concreto llena de agua. Vierten su contenido, el agua cambia de color y consistencia. Las manos de cuarenta mujeres se introducen para atrapar los tubérculos. Frotan sus manos en ellos con movimientos rápidos, horizontales y circulares, hasta dejarlos limpios. Los depositan en una cajilla de plástico que tienen a su lado y, sin pensarlo, con un acto reflejo, vuelven a tomar otro para continuar en su labor. Otros sacos se vierten en la pila. El IFA enciende su motor y sale de prisa hacia el campo en busca de más carga.
El supervisor recorre ambos lados de la pila. Observa a las mujeres dobladas en su faena, cuenta las cajillas llenas y entrega una ficha por cada una. Los ayudantes del lavado las retiran para introducirlas en barriles que contienen una solución contra hongos diluida en agua, las escurren y colocan en el área de secado. Las mujeres están atentas, llevan la cuenta de sus fichas y de las otras.
Con el paso de las horas se escuchan carcajadas. La rigidez inicial desaparece. El ambiente se torna ameno. Conversan entre vecinas. El supervisor trata de disimular que no está pendiente de las pláticas. Ellas lo saben y no descuidan su esmero. Las manos se cansan, están húmedas y las palmas muestran surcos, fisuras por el roce con los tubérculos.
─ ¡Ve cómo tiene las manos la Inocencia ! ─ dice Ignacia, la lavadora de mayor experiencia del grupo. Desde que comenzamos le dije que se pusiera el calcetín pero no me hace caso. ─ ¿Creen ustedes que aguante hasta el medio día? ─ pregunta mientras el ayudante le retira la décima cajilla y el supervisor entrega otra ficha.
─ No lleva ni siquiera dos y ya esta lloriqueando─ comenta Rosa volviendo a ver a Ignacia que le cierra un ojo. Inocencia las mira sonrojada, sabe que debe soportar el cansancio de sus manos, el dolor de su espalda y las burlas de las expertas, de las que tienen manos gruesas, de las que lavan y ganan más. Saca los calcetines de su delantal y poco a poco introduce sus manos por el ardor que siente. Vuelve a seguir lavando.
─ No te rajes, tienes que hacerle capricho, chavala ─ dice el supervisor al pasar a su lado. ─ Te dije que este trabajo no era sencillo, aguanta que apenas empezamos. ¡No chimes mucho el Quequisque, por eso te arden las manos! ─concluyó riéndose y volviendo a ver a Ignacia.
─ ¡Sí chavala, no lo chimes tanto, no le des con mucha fuerza! ─ agrega Ignacia. ¡A tu marido es al que tienes que chimar así, duro, con fuerza, para que no te deje por otra! ─ concluyó riéndose y provocando carcajadas entre todas las lavadoras.
El ambiente se torna caliente y húmedo. Inocencia no soporta más. Una lágrima recorre su mejilla y con disimulo frota las manos mojadas en su cara. No presta atención a sus vecinas de lavado. Piensa en su casa, en sus dos hijas que la esperan donde su madre quien las cuida, en la urgencia del dinero y en que llegue el medio día para descansar y almorzar.
El camión IFA vuelve a llegar y rellenan la pila. Cae la tarde y las mujeres han lavado cuatrocientos sacos. Están agotadas, casi sin fuerzas, pero contentas porque se han ganado el día, un día extraordinario, de buena paga. Al terminar limpian entre todas la galera y regresan juntas a sus casas despidiéndose como hermanas.
Comienza el día. Van de prisa con paso seguro. La ilusión y alegría se muestra en sus rostros. En el camino se juntan, una espera a la otra, se dan ánimos, le ríen a la adversidad y, al llegar a la galera, la colman de vida. Forman parte del ejército de lavadoras de raíces y tubérculos de Nueva Guinea.
Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
Miércoles, 22 de septiembre de 2010
Excelente reseña Hill, me sacaste varias carcajadas. :)
ResponderEliminarSaludos desde El Salvador.
Néstor Uriel Ramos.
Buenisimo!
ResponderEliminarGracias Uriel y Graciela. Saludos!
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