Los días
lluviosos, nublados, ventosos, no son mis preferidos. Doy vueltas y vueltas siguiendo
las cuatro paredes porque ni a los corredores puedo salir. Todo se torna
húmedo; la tierra está embebida, las hojas de los árboles abatidas, el piso
helado, el agua fría, los perros acurrucados en nudo, la lora no habla ni
silba, los pájaros no cantan y las gotas de lluvia sobre el techo de zinc
ahogan todo alrededor.
—
¿¡Ya te bañaste!? —pregunta ella con la toalla
en mano como que descubriera lo que pienso.
—
No, hay mucho frío —respondo.
—
Apúrate, pareces chavalito —exclama, dando la
vuelta.
No voy a ningún
lado, por qué dice que me apure. Te imaginas el baño con la ducha caliente
inservible y el agua fría en la pana cayéndote encima. Enjabonarte sin hacer
espuma es como jugar sin ganas de hacerlo, sólo por compromiso, porque te vean,
por parecerte a otros, por sacar ventaja de algo o de un lugar que no es el
tuyo.
Veo su figura que pasa por el pasillo y no
dice nada más.
—
Regálame un cafecito —le digo.
No contesta,
sale y cierra la puerta. Enjabonarme sin hacer espuma no me gusta. Es raro, es
como jurar lealtad hasta entregar tu propia vida por una causa que no es justa,
a una bandera diferente, a un país ajeno. Enjabonarme sin hacer espuma es como
vivir sin vivir.
—
Tomá tu cafecito —dice poniendo la taza humeante
en la mesa, a la orilla del teclado.
—
Gracias, qué haría sin vos.
—
Pasar todo el día sin bañarte —responde
mostrando la calentadora de agua en sus manos.
—
Y eso, le pregunto.
—
Que estás escribiendo, pregunta.
—
Sobre la lluvia, respondo.
—
No te creo —dice y se aleja.
Enjabonarme sin
hacer espuma es como mirar los toros desde el palco de la barrera, ver correr
la sangre, pegar gritos y sólo hacer bulla. Cuando te enjabonas sin hacer
espuma no quedas limpio, sos culpable de tu propia mezquindad convertida en
necesidad para aparentar lo que al final te engaña.
—
¡El agua está hirviendo!, ¡ya está en la tina!,
grita desde el baño.
—
Gracias, me salvaste una vez más, respondo.
Camino al baño,
veo la toalla colgada en la cortina, el jabón y el shampoo sobre el banquillo y
la tina que humea agua caliente. Me enjabonaré una vez más haciendo espuma
gracias a ella.
Que bueno que tiene su otra mitad, complemento perfecto diría yo, no m quiero ni imaginar ocho meses de invierno cerca de usted y utd sin ella, jajajaja, comparto que el frío no es uno de los mejores amigos, pero como todo en la vida todo en exceso es malo, y a veces de vez en cuando no es malo pedirle al colochón algo de frío pa sentir que deben apapacharnos...
ResponderEliminarTodo se torna húmedo; la tierra está embebida, las hojas de los árboles abatidas, el piso helado, el agua fría, los perros acurrucados en nudo, la lora no habla ni silva, los pájaros no cantan y las gotas de lluvia sobre el techo de zinc ahogan todo alrededor.
ResponderEliminar