jueves, 11 de mayo de 2017

MALA JUGADA


La lámpara de la oficina se apaga. La batería inicia a sonar con un bip, bip que se intensifica al paso de los segundos. Veo la hora en mi teléfono celular, las diez de la mañana, y me doy cuenta que está descargado. Sin energía y con el teléfono descargado, nada peor. Recuerdo que tengo una batería externa, un power bank, y busco en las gavetas del escritorio, en los anaqueles del librero, en la mesa de trabajo pero no lo encuentro.

El jeep, voy a cargarlo con el jeep encendido. Camino hacia el jeep. El motor arranca luego de cuatro intentos. No tiene combustible, la aguja indica que tiene poco menos de la reserva. Hace tres días, quizás cuatro, lo dejé con medio tanque de combustible. Debo reabastecerme. Entro en mi habitación y me quitó el pijama. No sé a qué hora volveremos a tener energía eléctrica, pero debo tomar las cosas con calma. Voy a reabastecerme de combustible y regreso.

Ojalá pueda llegar. Ya antes me ha pasado, me he quedado varado y he dejado el jeep tirado, tomar un taxi y buscar la gasolina. Recorro la ruta más corta: frente al Aguilar giro a la derecha tomando la avenida con boulevard y doblo en la esquina de la Juanita, cruzo el parque y salgo frente a la gasolinera. Me he detenido por el tránsito de vehículos. El calor es sofocante, un calor húmedo, propio del trópico húmedo. En el trayecto he ido saludando a Yelba, a Mocho Robles, a Justo, a Juanita y a Abel. Tenía muchos días de no verlos, quizás un mes. La calle se ha despejado y la traspaso.

Me estaciono detrás de un camión que está cargado de piñas, tan cargado que se pueden caer. Las piñas de Nueva Guinea son dulces y bastante apetecidas en los mercados. Veo a los ayudantes del camión, dos hombres jóvenes que bajan de los barandales y estiran el cuerpo en el piso techado de la gasolinera. Sus botas de hule lodosas hacen contraste con el suelo salpicado de manchas de aceite. Se dan cuenta que muchas piñas están por caerse, las jalan y luego las colocan en el centro del camión. El conductor ha descendido de la cabina. Debe ir lejos, quizás a Managua, sí, en Managua las piñas son apetecidas y se venden a buen precio. El conductor se ha dado cuenta que lo observo. Saluda de manos y de manos regreso el saludo. Detrás del jeep se encuentra un motociclista, lo he visto desde el espejo retrovisor.

Un taxista se abastece de combustible en la bomba de gasolina contigua y detrás de su vehículo otros dos están a la espera. Un vigilante descansa su espalda cerca de la puerta de la tienda de la gasolinera, a sus lados hay exhibidores de aceites, a su derecha la bodega de combustibles y lubricantes y más allá varias motocicletas estacionadas. Desde adentro de la tienda se escucha música ranchera y tras los ventanales de vidrio observo gente en movimiento. Por la calle se escucha el rugir de las motocicletas, los depósitos de basura están rebalsados y a su alrededor hay bolsas en el suelo.

El conductor del camión IFA sube a la cabina, enciende el motor, los dos hombres de botas sucias suben al camastro. Es mi turno. El camión tarda en salir, observo a un taxi que da marcha atrás. El camión gira un poco a su derecha y sale. Me preparo para estacionarme frente a la bomba y en un suspiro el taxi se me adelanta, se estaciona frente al jeep. El taxista se baja, le entrega un papel al bombero y sonríe al verme. Lleva varios pasajeros. El bombero también me observa pero no muestra emociones en su rostro. La rutina lo agobia, más en un día atareado. Los taxistas se saludan.

El motociclista que está detrás comienza a tocar el pito de la moto. “Me estás atrasando, avanzá”, grita pero como no se da cuenta de lo que sucede frente a mí, no le hago caso. Sigo esperando a que el taxista se abastezca, debe tener mucha prisa, es posible que se dirija a una de las colonias, talvez lleva a una persona enferma hacia el hospital. Llega otro taxi y se estaciona detrás del taxi que ha ocupado mi lugar. El taxi se marcha y el que acaba de llegar trata de hacer lo mismo. La moto pasa por mi derecha y se estaciona frente al jeep, frente a frente con el taxista. El hombre del taxi se baja, el motociclista también lo hace y comienzan a discutir. El vigilante se acerca, los bomberos están atentos. Me bajo del jeep. El aroma de aceite y combustible me golpea, el piso está resbaloso.

Es el turno del jeep, dice el vigilante. El motociclista me observa. Sos pendejo, por qué dejas que te quiten el lugar, dice. No tengo prisa, respondo. Es el turno del jeep dice el bombero que atiende la bomba que he estado esperando. Retrocedé, le dice el vigilante al taxista. Esta gasolinera es de nosotros, responde el taxista. Nosotros somos clientes, dice el motociclista. Da la vuelta, parquéate al otro lado, le indica el otro bombero al taxista. El taxista entra al taxi y le da un jalón fuerte a la puerta. Es tu turno, dice el motociclista y empuja la moto para que me estacione al lado de la bomba. No, no, le digo, llená el tanque, no tengo prisa. ¡Por Dios que sos pajista!, dice y se estaciona para llenar su tanque.

El taxista llena el tanque en la bomba contigua, al otro lado, y sale velozmente de la gasolinera. El motociclista también lo hace. El bombero me hace señas para que me estacione frente a la bomba. Le entrego la llave. Trescientos córdobas, digo. Debe ser un día bastante atareado, no hay emociones en su rostro. La próxima no permita que le quiten su lugar, no deje que le hagan una mala jugada, dice al entregarme la llave.

Regreso por el mismo trayecto. Pienso en la mala jugada del taxista y en la intención de hacerla del motociclista. Mejor no sigo pensando, las malas jugadas están en todos lados.