La península de El Bluff siempre ha sido un refugio
de vida silvestre. Desde la zona de Kukra Hill y Laguna de Perlas, muchas
especies huían de los incendios provocados en las plantaciones de banano y caña
de azúcar, atravesaban la franja costera pasando por Falso Bluff y las lagunas
de agua dulce hasta adentrarse en la loma del faro y el bosque ubicado en el extremo
sureste, cercano a la pista de aterrizaje.
— Por eso
me convertí en cazador, por la abundancia — dijo don Abraham Rodríguez, llamado
Tapalwas con mucho cariño por los Blofeños.
Se encontraba frente a la escuelita de doña Carmelita, propiamente en la esquina de Miss Lilian. Era la hora del recreo y varios
estudiantes lo rodeaban para escuchar sus anécdotas de otros tiempos. Entre ellos
figuraban el Macho Silvio, Charol y Taigá, los que se habían separado de los
chavalos menores que jugaban y corrían en el patio de la escuela.
—¿Qué cazaba
y dónde? —preguntó Taigá.
—Mejor pregúntame
que no cazaba. Porque te voy a decir que me recorría toda la costa, hasta
llegar a Falso Bluff. Pasaba por la primera y la segunda laguna, me cruzaba en
cayuco a Caimán Rock y me regresaba. Cuando no me iba bien, subía a la loma del
faro, aunque al coronel Brenes no le gustara porque el mandador me corría, y
luego me iba a la montañita de al lado de La Colonia. En otras ocasiones
buscaba mis presas en los grandes árboles de esa época —dijo Tapalwas.
—¿Dónde le
iba mejor? —insistió el Macho Silvio.
Tapalwás adoptó pose de inspiración y su mirada
brilló más que las aguas de la bahía bajo el sol a las dos de la tarde. Guardó
silencio por varios minutos mientras recorría con la mirada el corre corre de
los chavalos en el patio de la escuelita y la algarabía que se formaba con
ellos en la tienda de Toño Real y doña Estercita.
—Nunca fui
a la escuela —dijo Tapalwas —. En mis tiempos de chavalo a uno le enseñaban las
letras y los números en las casas, la mamá o los hermanos mayores que ya habían
aprendido lo hacían. Con eso se tenía suficiente para defenderse en la vida,
una vida que era más pausada, sin muchos problemas, sin muchos sinvergüenzas y léperos de
los que cuidarse como ahora.
“Pero volviendo al caso, agregó, aprendí a
cazar al lado del río Punta Gorda, en las tierras de la familia de mi mujer, los McRea. Esas enseñanzas me sirvieron para aprovechar la abundante caza en El
Bluff. No me van a creer, pero de todo había en esta puntita. Es que los
animales no son tontos, allá los sacaban corriendo con las quemazones y aquí se
refugiaban porque nadie los andaba jodiendo, no como en estos tiempos que con
costo se agarra una guardatinaja. Y hablando de guardatinaja, una vez me fui a
la segunda laguna porque días antes vi el rastro de varias en la orilla”.
» Las lagunas era uno de los mejores sitios de
caza, porque los animales descansaban y tomaban agua, se relajaban pues y yo
aprovechaba. Un día me alisté, limpié bien mi rifle calibre 22 de cinco tiros,
la Panchita me preparó una comidita, le di filo a mis cuchillitos y me fui muy
temprano. Cuando llegue a la playa el sol salía en el horizonte y, luego de una
hora de caminata, llegue al sitio. Recogí varios cocos secos, los abrí y puse
el cebo al pie de un gran árbol de Mangle, a la orilla de la laguna. Me subía
al Mangle y allí me estuve por un buen rato, esperando que aparecieran.
—Se va a
acabar el recreo y usted no termina de contarnos —dijo Charol.
—No te
preocupes —dijo el Macho Silvio. Doña Carmelita tiene visitas.
—Este
chavalo es impaciente —respondió Tapalwas y siguió con su relato.
» Para ser un buen cazador hay que llenarse de
paciencia. Y así me estuve por un gran rato. Vi que la marea estaba bajando
porque Caimán Rock se miraba más grande y las gaviotas, pelicanos y tijeretas
se posaban en las piedras cubiertas de algas. De pronto se aparecieron tres
guardatinajas, hermosas, con el brillo característico de su pelaje y sus
manchas blancas. Se acercaban al pie del Mangle donde tenía el cebo de coco,
pero bien nerviosas como que se imaginaban que las estaba esperando. Dejé que
comieran un poco de coco. Sus patas estaban dentro de la laguna como si se
refrescaran después de una larga caminata entre el mangle, los cocoteros,
icacos y uvas de mar. Apunté a una con el 22, respiré profundamente y veo en la
punta de mira a un gran cuajipal que sale como volando del agua y la atrapa de
un tapazo, le da dos mordiscos y se pierde con ella en el agua oscura de la
laguna. Las otros dos desaparecieron en un segundo y me quedé oliendo la punta
del rifle.
—Usted es un
mal cazador —dijo Taigá. Le ganó el cuajipal —agregó.
—Pero debe
tener otras historias —dijo el Macho Silvio.
—Tengo
muchas, un buen cazador siempre cuenta sus historias, eso lo satisface, además
del acto propio cazar, la excitación que se siente cuando vas tras la presa es algo único —dijo Tapalwas.
» Una
tarde me fui a buscar un venadito que andaba rondando el bosque ubicado entre
la pista y las casas de la Colonia. Le seguí las huellas desde la punta de la
pista y llegué hasta el bosque. Andaba preparado como siempre. Puse un cebo de
banano maduro y me subí a un árbol de Guaba. Allí me estuve un rato pensando en
mis tiempos de juventud, de las cosas que nos suceden y las que nos perdemos
por no decidirnos. De pronto el venado se acerca a los bananos y comienza a
comer. Le puse la mira fija entre los cuernos de tres puntas. Se agachó y
comió. El venado es un animal super arisco y de pronto levantó la cabeza. Creo
que sintió mi olor, pero apreté el gatillo y dobló sus patas delanteras. Allí
quedó, entre los bananos. Cuando me bajé del árbol, en la mera frente tenía el
orifico y sangraba detrás de la oreja derecha por donde salió el tiro.
—Ahora sí le
creo que es un buen cazador —dijo Taigá.
—Las
visitas ya se van —dijo Charol.
—¿Qué hizo
con el venado? —preguntó el Macho Silvio.
—Cuente,
cuente, que ya nos van a llamar —dijo Charol.
» Le hice un corte para desangrarlo. Lo levanté
de las patas traseras y esperé un rato para echármelo a tuto. Tenía que subir
la ladera de la loma y calculé que pesaba unas ochenta libras y en efecto, eso
era lo que más o menos pesaba cuando lo levanté. Comencé a subir la ladera con el
venado, el saco y el rifle a tuto. Avancé cuesta arriba unas veinte varas
cuando sentí el triple de peso sobre mis espaldas. Ya me estoy poniendo viejo,
me dije, traté de hacer más fuerza para culminar la ladera, pero daba pequeños
pasos, casi no avanzaba. Así, poco a poco, llegué hasta la cúspide y decidí
detenerme.
—Doña
Carmelita nos llama, apúrese —dijo Taigá.
» Pues aventé al venado hacia un lado y cuando cae
veo a un tigre que se lo estaba comiendo y me voy de rodada. Imagínense, venía
cargando al venado y al tigre que se lo comía. Del susto salgo corriendo, pero
me acuerdo del rifle, lo busco y ya no veo ni al tigre ni al venado. El tigre
bandido se me robo el venado. Lo busqué por todos lados, dispuesto a cazarlo y
recuperarlo, pero fue imposible ubicarlo. El tigre se escapó, pero dicen que una
noche el coronel Brenes lo cazó en el tambo de la casa de los Bermúdez.
—Te
imaginas que vas cargando un venado y encima va un tigre comiéndoselo —dijo el Macho
Silvio.
—Vámonos, vámonos,
doña Carmelita ya tocó la campanita —dijo Taigá.
—Ni
guardatinaja, ni venado, ni tigre, nada puede cazar, solo puede contar sus guayolas,
sus mentiras —gritó Charol y corrieron hacia el acceso de la escuelita.
—¡Los voy a
acusar con doña Carmelita, son unos mal educados! ¡También voy a ir a quejarme
a sus casas! —gritó Tapalwas mientras ellos subían las gradas de la escuelita
de doña Carmelita.
jueves, 3 de marzo de 2022
Muy buen cuento Ronald...
ResponderEliminarGracias. Saludos.
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