viernes, 18 de noviembre de 2011

DÍA DE CABALLOS


Los caballos de Huete no pastan en los potreros de su finca. Son caballos machines, vagabundos que permanecen en los callejones y a orilla de la carretera. Cuando te quejas con él solamente se pone a reír. Ya le dije: “me vas a pagar potreraje”, porque entran por el portón a comerse la grama que cuido permanentemente y dejan una marimba de cascos en la tierra que dificulta el corte de la misma. Hoy entraron cuatro veces y tuve que salir corriendo a tirarles piedras. Son mañosos, ninguno de mis vecinos los quiere, todos los ahuyentan. Como me mantengo atendiendo a mis clientes, al verlos me avisan y salgo disparado a correrlos.

Cuando hay desfile de hípicos, Huete es uno de los principales organizadores. Monta un bello semental, de paso elegante y bailador. A ese lo cuida como a la niña de sus ojos, lo baña, lo peina, le da su ración de concentrado, pasto de corte y lo mantiene desparasitado y vitaminado, pero a los otros los margina, son los chapiollos que ni siquiera les asigna un potrero en su finca y los odiados por sus vecinos finqueros porque se saltan los cercos y arrasan con todo lo que encuentran.

Huete se vive quejando en la Policía porque en varias ocasiones los roba ganado han destazado reses en su finca. A cada rato veo pasar su camioneta con policías para que miren la huesera que le dejan. Un día de estos le destazaron una vaca, le sacaron los lomos y le cortaron una pierna. Si los caballos se comieran, estoy seguro que los mantuviera encerraditos, cuidaditos y ordeñaría a las yeguas para vender la leche. Me tiene al borde, me hace perder la paciencia. Cuando les tiraba piedras, pasó uno del ejercito y le grite: “préstame el AK para matar estas bestias” y se puso a reír. También pasó Norvin, el que corta la grama con una guaraña y, al verme tirar piedras, dijo: “dales un escopetazo, para nada tenés esa sarrosa”.

Al rato se apareció Bayardo, mi vecino, montado en su caballo. “El colmo, pensé, más caballos” y me puse a leer con disimulo. “Patrón, venga”, dijo Bayardo. “Este quiere guaro”, pensé, porque a veces agarra una farra de hasta quince días que tienen que ponerle suero para que deje de tapinear. Acercó el caballo a las gradas del restaurante y me entregó un sobre. “Lo tienen asoleado esos caballos”, dijo. Abrí el sobre y lo leí. “Te invito a mi cumpleaños el día sábado 19 de noviembre a partir de las cinco de la tarde”. Lo vamos a celebrar, le dije. “Sí patrón, nos vamos a beber una caballada de guaro, cuidado no llega”, dijo, espueleando al caballo para salir al trote por el portón.

Hablé con mi amigo el juez sobre el asunto. “No vale la pena meterse a clavos por esas bestias”, dijo. La alcaldía municipal debería multar a Huete, encerrar los caballos y entregárselos hasta que pague, pero nadie hace nada. Otro amigo me contó que una vez hicieron una ofensiva contra los caballos vagabundos que provocan accidentes en la carretera. "Nos organizamos y salimos armados de noche hasta la curva. A cada caballo que nos encontrábamos lo palmábamos", dijo. Ya acumulé piedras para ahuyentarlos, así voy calentando el brazo y el codo para el cumpleaños de Bayardo.


Ronald Hill A.
Jueves, 17 de noviembre de 2011