Las chispas del fuego suben al cielo
como si quisieran imitar a las estrellas.
La leña cruje y, entre el humo,
el viejo fija la mirada en un punto lejano,
allá donde la bahía se vuelve sombra y
misterio.
Se pasa la lengua por los labios,
siente el sabor de la sal que el viento
levanta
y deja escapar un suspiro largo,
de esos que huelen a mar y a tiempo vivido.
—¿Ven allá donde el mar se estira
y parece tragarse la luna? —dice
mientras señala con el mentón—.
Allí están las tres islas. Las que todos
miran,
pero pocos entienden.
Juntas forman un triángulo, como anzuelo
hundido en el corazón de la bahía.
Ese canal que ves en medio,
por ahí pasan los hombres del mar
desde antes que yo naciera.
Algunos con motores viejos,
que suenan como si lloraran,
y otros con canaletes, golpeando el agua
al ritmo de sus brazos duros.
Antes que el gallo cante, ya están allá
afuera,
lanzando redes, con el sueño metido en el
pecho
y los ojos apuntando al horizonte.
Y cuando el sol se vuelve rojo, pesadote,
y cae sobre los cocoteros, todo el mundo se
calla,
porque la noche es la única que manda en la
bahía.
El viejo toma una ramita y mueve el fuego,
dejando que las brasas chisporroteen.
—La mayor de las tres, la del Venado, es la
más brava.
Se alarga como una costilla gigante,
y su destino parece ser el de cuidar a las
otras,
protegerlas del oleaje y de esos vientos
locos
que bajan en temporada ciclónica.
La más pequeña, la Chiquita,
ya no tiene piel verde.
Es pura piedra y tierra colorada,
pero no se ha rendido.
Aún sirve de faro para los pescadores,
y las aves marinas la cubren como si fuera
su reino.
Hace una pausa,
bebe un sorbo de café frío que aún huele a
humo.
—La de Miss Lilian es distinta.
Aún respira verde, pero hace años
la desnudaron de sus piedras.
Hombres sin alma vinieron y
le arrancaron su escudo para venderlo como
piedrín,
sin pensar que con cada piedra
le quitaban un pedazo de corazón.
Desde entonces, cuando el mar golpea
fuerte,
parece que la isla gime… y yo les digo,
muchachos, que las islas también tienen
memoria.
Un soplo de viento revuelve el humo y las
brasas,
y los ojos del viejo brillan
como si el fuego encendiera sus recuerdos.
—El tiempo no perdona a nadie, ni a las
islas.
Pero ese canal sigue vivo,
lleno de lanchas con chacalines
y peces que brillan como monedas.
Y allá arriba, las gaviotas se ríen del
mundo,
como si fueran dueñas del cielo.
El viejo guarda silencio un momento,
mira hacia el horizonte negro
y vuelve a hablar con voz más baja.
—Del lado oeste de Miss Lilian… ah, de ese
rincón
se cuentan historias que ponen la piel de gallina.
Allá van las parejas de
enamorados,
buscando paz y silencio,
escondiéndose de las malas lenguas.
Pero no siempre fue así.
Ese lado también vio cosas oscuras,
cosas que el mar no olvida.
Las chispas del fuego saltan
y se apagan en la arena mientras
el viejo baja la voz, como si hablara con
fantasmas.
—Había un hombre, Herrera.
Cruzaba la bahía cada tarde en un bote de
canalete,
con una vela blanca chiquita.
Era el hombre de la dueña de la isla,
y todos lo miraban con respeto.
Cavaba en la arena,
escondía su dinero en potes de aluminio,
como si confiara más en el mar que en su
mujer.
Dicen que aún hoy, cuando el viento está
quieto,
se escucha el golpeteo de su canalete sobre
el agua.
El viejo se inclina hacia el fuego, susurra
casi en secreto:
—Pero lo más pesado de esa isla son los
piratas.
Sí, piratas de verdad.
No de cuentos, de esos que mataban sin
parpadear.
Allí tenían su guarida.
Entre borracheras, saqueos y mujeres
robadas,
enterraban no solo cofres de oro y armas,
sino también a quienes se atrevían a mirar
demasiado.
Cavaban de norte a sur, de este a oeste,
y dejaban el silencio como único testigo.
El viento sopla fuerte y el viejo se cubre
el rostro, pero sigue:
—Años después, algunos botes se perdían
allá,
en ese lado oscuro.
Iban con picos, palas y provisiones,
buscando el tesoro que nadie ha visto.
Y todavía hay quienes se meten ahí,
unos por codicia, otros por simple
curiosidad.
Pero yo les digo, el mar no suelta lo que
guarda.
Si algo fue enterrado allí, se quedó allí…
y el que lo busque, que sepa que el mar
cobra caro.
El viejo calla.
El silencio los envuelve.
La fogata cruje, el mar respira,
y las gaviotas allá lejos
cierran la noche con su canto.
Noviembre 2025.
Foto Propia.


