lunes, 27 de diciembre de 2010

EL DUQUI Y LOS JUEGOS DE AZAR EN BLUEFIELDS

Es parte de la ciudad. Ha transitado de generación en generación. Es un juego de azar. Primero llamado “chance” y luego “duqui”. Según Hugo Sujo Wilson, en su libro Historia Oral de Bluefields, “los chinos fueron los primeros en introducir a Bluefields la minilotería conocida hoy como “duqui”; pero no dependían de la lotería nacional o cosa parecida, sino que tenían su propio equipo casero”. Una de las primeras vendedoras de “duqui” fue Marta Hamilton, quien se dedicó a ello desde 1950. Otro que se menciona es Milton Cash. Su auge comenzó en los barrios creoles de Beholden y Old Bank.

Cupones de la lotería local de Bluefields
Su característica principal era escoger un número y anotarse en el cuaderno de la vendedora de la suerte, la creadora de ilusiones. Hoy en día son escasos los cuadernos y para jugar debes comprar un ticket o cupón que casi un centenar de vendedores, la mayoría mujeres, ofertan en las calles de Bluefields.

Este juego de azar está presente en todo el Caribe. Se juega en Belize, las islas de la Bahía en Honduras, el Caribe Nicaragüense, Puerto Limón en Costa Rica y Panamá. En Bluefields se juega tres días a la semana: martes, viernes y domingo. El precio del ticket o cupón varía en precio según el premio; los hay de diez, veinte y cincuenta córdobas. La dueña o “cuponera” tiene un promedio de quince a veinte vendedoras. En la RAAS existe un total de treinta “cuponeras”, de las cuales dos son de Kukra Hill, tres de Laguna de Perlas y quince de Bluefields. Se vende un promedio de treinta mil números en los días de juego.

La “cuponera” es la responsable de pagar el premio que se rifa. Hace mucho tiempo, la rifa se corría con la lotería de Panamá y los jugadores, igual que las vendedoras, escuchaban la radio, pendientes del número ganador. En la actualidad, se juega con la lotería de Costa Rica y están atentos de la televisión tica o a la radio Monumental. En cierto momento apareció una rifa de la Lotería Nacional llamada la Costeñita, pero no duró mucho; algunos dicen que no se juega con la lotería Nacional por desconfianza.

Vendedoras y cuponeras de Bluefields
Como todo juego de azar, el “duqui” es un negocio. Un negocio que atrapa a casi treinta mil jugadores, la mayoría de Bluefields. De igual manera, es un medio, una forma de ganarse la vida por parte de las vendedoras ante la ausencia del empleo productivo. Por la venta de un cupón de cincuenta córdobas, cuyo premio es de mil doscientos dólares, la “cuponera” le entrega a la vendedora el treinta por ciento del valor, es decir quince córdobas. Así, si logra vender cien números, gana mil quinientos córdobas y lo hace tres días a la semana. Muchas de las vendedoras tienen a sus asiduos jugadores que al ganar le entregan una parte del premio en agradecimiento por darle la suerte.

Para muchos, el juego del “duqui” o “cupón” está íntimamente relacionado con la superstición. El profesor Hugo Sujo Wilson señala: “para jugar la pequeña lotería local conocida como “duqui”, cada accidente, cada evento, cada ocasión especial y cada sueño, simbolizan el número ganador. Así que la mayoría de la gente compra sus números de acuerdo con esas creencias”. Los sueños son su fuente de inspiración y los creoles son los más supersticiosos. La compra de determinado número, el número escogido, es el resultado de la interpretación de los sueños, donde miles concurren al libro mediante el que se interpretan. Si se sueña con un color, con una situación determinada, si se tienen pesadillas; cada aspecto corresponde a determinado número. Por ejemplo: si se sueña que estas borracho, el número de la suerte es el catorce; si sueñas con dinero es el treinta y dos; con un muerto es el cuarenta y siete; con un ladrón es el setenta y nueve y con la iglesia es el ochenta y cuatro. Imagínense cuantas personas soñamos. Si todos vamos a comprar el número ganador según la interpretación del sueño, todos nos sacaríamos el premio. ¿Fácil no?, pero la situación es otra.

La realidad es que todos o casi todos juegan en Bluefields. Es una pasión que llevamos en la sangre. Nadie escapa de la tentación de jugar y ganar. En Bluefields alguien decía: “aquí todos juegan, hasta los pastores de las iglesias lo hacen, aún cuando a sus fieles se lo prohíben”. El problema es cuando se convierte en un juego patológico, compulsivo, una enfermedad llamada ludopatía; trastorno que consiste en perder el control de nuestros impulsos ante el juego y nos volvemos adictos. Hay diferentes tipos de juegos, unos dependen de nuestras habilidades (como el béisbol, baloncesto o el fútbol) y aquellos en que el resultado no depende del sujeto, como la ruleta, el bingo, las peleas de gallos, el “duqui” y los florecientes casinos en Bluefields.

Casa de juego en Bluefields. Foto Kenny Siu.
Para la persona que juega, el comportamiento tiene muchas consecuencias agradables que contribuyen a que lo mantenga. Por un lado, la persona cree que va a ganar mucho dinero, y que con este dinero le van a respetar y apreciar más. Si cuando va perdiendo, de repente le toca un premio, vuelve a sentirse bien. Esta ganancia hace que no se fije en todo lo que ha podido perder antes y alimenta su esperanza de obtener nuevos premios, lo que hace que siga jugando. Si la persona se pone a jugar tras una discusión, un mal día, un problema y obtiene un premio que le hace olvidarse del enfado, estar más contento o sentirse mejor, no le importa lo que haya perdido, porque por fin le pasa algo bueno en todo el día. Así, cada vez que se encuentran mal, juega para aliviar estas sensaciones negativas. Cuanto peor se siente más juega, cuanto más juega peor se siente y, en consecuencia, más juega.

Con el tiempo, se empiezan a asociar determinados sonidos, colores e incluso olores, a las sensaciones placenteras que proporciona el juego. De esta forma, cada vez que el jugador tiene alguna de esas sensaciones, se acuerda del juego y le entran ganas de jugar. Es un círculo vicioso y muchos han dejado su dinero, sus vehículos y hasta sus casas en los casinos de Bluefields, donde un abogado está a la orden para realizar cualquier documento legal que garantice la prenda.

Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
Miércoles, 22 de diciembre de 2010