Caminan de madrugada, de día y por las
noches. Son los caminantes de la playa. Se han acostumbrado a la arena que
levanta el viento, a la lluvia, al frío y al sol. Sus rostros bronceados son
manifestación de ello. No andan solos, caminan en grupos de tres personas o
más. La mayoría no son de El Bluff, han llegado desde varios sitios, pero
hablan en español, inglés creole, misquito y algunos con señas se dan a
entender.
Son grupos que tienen establecidos varios
campamentos, más allá al norte de la línea de playa de El Tortuguero, hoy
llamada Bluff Beach, en ranchos viejos abandonados, por el lado de la segunda
laguna, antes de llegar a Falso Bluff y más al norte. Los campamentos son
ranchitas que han levantado de madera rolliza, con plástico negro o palmas de
cocotero como techo. En los alrededores nadie se atreve a incursionar, es su
territorio, su casa, su hogar por varios meses del año. De noviembre a abril es
época para acampar, luego muchos se marchan, pocos quedan, coincidiendo con la
temporada de huracanes.
Recogen leña en la playa y adentrándose en
el manglar, asoman cabezas por Schonner Cay y caño Santiago en busca de carne
de monte y todo lo hecho por el señor para comer: venados, cusucos,
guardatinajas, animales que huyen en desbandadas en busca de refugio desde plantaciones
de Palma Africana establecidas en Kukra Hill. Icacaos, uvas de mar y nueces de
coco, la manzana de coco, son sus frutas preferidas, un manjar para su deleite,
y por ello, casi han desaparecido de la playa.
El movimiento de los caminantes no se
detiene. Caminan hacia el norte, pasan por Falso Bluff hasta llegar a la barra
de Pearl Lagoon. Otros van hacia el sur, pasan diciendo adiós en Bluff Beach,
llegan a la punta de la antigua pista de aterrizaje atestada por tetrápodos
sobrantes del proyecto inconcluso de aguas profundas, doblan a la izquierda y
caminan entre las rocas existentes al pie del acantilado, dándole la vuelta a
la loma del faro, salen por la ensenada llamada María Teresa, suben a la mina de los pobres y por la pista regresan nuevamente a la playa para continuar en
su recorrido hacia el norte.
Cual olímpicos, sus caminatas las hacen con
relevos. Los que van al sur descansan al regresar al campamento y otros siguen
hacia el norte, cruzan la punta de Falso Bluff, siguen hasta la barra de Pearl
Lagoon, detrás de Kulbia, en un recorrido total de sur a norte de unos cuarenta
y cinco kilómetros.
Ese es su andar, más allá al norte no
transitan porque entran en conflicto con otros caminantes de Pearl Lagoon, Set
Net Point y Tasbapounie y, como son muy respetuosos y no buscan conflictos,
simplemente caminan para encontrar la vida, la luz al final del agujero oscuro
que los sacará de la pobreza y la miseria, bajo el precepto de que lo que es arrojado
por el mar, es de quien lo encuentra.
Los caminantes permiten que sus mujeres lo
hagan de madrugada, antes del amanecer. Algunos campamentos están formados por
grupos de dos o más familias. Siempre son acompañadas por dos o más personas,
pero a media mañana regresan, y los hombres, ya recuperados de energía, siguen
la marcha en dependencia de la dirección tomada por sus mujeres.
Por las noches, mientras unos duermen,
otros se auxilian de focos a base de energía solar porque tienen acceso a la
tecnología al igual que teléfonos móviles, o con focos de baterías comunes y
corrientes. Por ello son caminantes las veinticuatro horas del día. Tienen
armas, pero esconden los fierros, mientras que las armas blancas están a la
vista.
Para alcanzar sus objetivos, caminar es su
plan estratégico, y por ello van altivos, aunque medio vestidos, barbudos con
el pelo largo y protegidos del sol con gorras y sombreros, con su mirada paranoica puesta en el horizonte del mar, en la espuma que se
levanta a lo lejos, en las olas cercanas y en el oleaje que revienta en la
playa, escudriñando con palos y machetes debajo de los troncos, y cuando sube
la marea por encima de la línea de playa, muy frecuente en estos tiempos de
cambio climático, buscan entre la vegetación aquello que los sacará del
agujero: un bolso, un saco, una maleta, un fardo emplasticado, todo lo que
contenga mariguana, cocaína o dólares.
Son bien considerados con los dueños de
los ranchos de la playa Bluff Beach. No les roban descaradamente, quizás
solamente y por allá, un radio dejado al garete, unas porras soperas, unos
vasos, una silla plegable, una hamaca, en fin, cosas de gran utilidad en el
campamento. Tienen gran empatía con los turistas extranjeros, antes de la
crisis actual y el Covid 19, pero ahora la practican con los pocos nacionales
que visitan la playa. Por esa amistad que cultivan fácilmente, los
turistas se hacen selfis con ellos y luego las suben a Instagram para que
circulen por el mundo. Por ello son conocidos como buena gente, necesitados, esforzados,
luchadores y la esencia misma de los explotados de la tierra.
Entre caminantes surgen pocos conflictos.
Han establecido normas y mantienen un nivel jerárquico. El jefe del campamento
es el líder, y el segundo, un miembro de otra familia que tiene reconocimientos
por todos, son los que toman las decisiones del día a día, tales como turnos de
caminatas, quién va con quién, permisos para salidas del campamento en
situaciones necesarias, distribución de alimentos, quehaceres y otros asuntos.
Son pocos los que caminan en base a sus
propios recursos, porque caminar hasta seis meses sin un ingreso fijo, con un
alto grado de incertidumbre, tiene un costo elevado. Requieren de alimentos
(arroz, frijol, azúcar, aceite, jabón, sal, café, agua), kerosín o gasolina,
reposición de lámparas, de baterías para la radio, un poco de roncito para el
frío, encendedores y cigarrillos, entre los principales productos, porque de la
mar se abastecen de pescado y en la costa de carne de monte, huevos de tortugas
y frutas.
La mayoría de los campamentos son
financiados por un jefe o patrón, que les facilita los recursos necesarios,
principalmente en especies, abasteciéndolos de productos el tiempo necesario,
con una tasa de interés alta, el cuarenta por ciento de cada bendición, así le
llaman al hallazgo anhelado, que les da la playa, sin importar sin son kilos,
miles o millones o si la bendición llega una vez a la semana, al mes, cada tres
meses o cada dos años.
Son pagadores puntuales, muy obligados,
porque en el negocio de los caminantes sólo hay dos caminos, y no es ir al
norte o al sur, sino mantener la ilusión de salir de la pobreza o pudrirse
tilinte en un pozo, en un caño, en el fondo del mar o en la bahía, amarrado del
cuello a una piedra como lastre. No tienen otra vía, ni quién los salve si no
cumplen los arreglos con el patrón o no dan cuenta de las bendiciones.
Entre ellos, las normas establecidas rigen
la distribución de la bendición, sin importar sin son pequeñas, medianas o
inmensas. Lo primero es apartar la parte del patrón, porque el cuarenta por
ciento es sagrado, no se manosea porque si lo hacen ya saben que es lo que les
espera. El resto de distribuye cincuenta a cincuenta, entre el jefe del
campamento y su familia, y los otros miembros.
Luego de apartar la parte del patrón, todo
se guarda en un lugar secreto y el jefe del campamento sale a su encuentro. Por
lo general, la entrega se hace por las noches, al lado de la bahía llega un
cayuco insignificante y retira sin generar sospechas y, en otros casos, una
panga rápida atraca en la playa. El hallazgo es negociado con el patrón en su
totalidad, principalmente cuando llega en kilos. Si surgen conflictos entre los
miembros del grupo, el insidioso es expulsado a las buenas o a las malas, no lo
aceptarán en otro campamento, regresa a su lugar de origen y calladito pasa la
vida porque se atiene a las normas y los procedimientos establecidos en esos
casos.
La bendición se celebra. Se da una
fiestecita en el campamento, luego se ve la alegría en algunos ranchos de Bluff
Beach, en cantinas de El Bluff y de Bluefields, así como en los alrededores por
varias semanas. La bendición se ve, se anuncia sola, aunque sea ilícita.
Surge un nuevo día y los caminantes van
hacia el sur y hacia el norte libremente, sin competir entre ellos,
compartiendo únicamente la playa por la cual caminan, en busca del fardo que
como un espejismo los sacará de la miseria en que viven.
1 de marzo de 2021
Foto propia.
Gracias por ese relato, había oído de los caminantes, pero no conocía esos detalles, son parte de nuestra realidad.
ResponderEliminarA usted por leerlo. Saludos.
EliminarQue buena historia, Ronald, te felicito, hasta yo ya estaba en la ilucion de encontrar una tortuga blanche o una white lobster. hasta quisiera ir a caminar, no por tener iluciones de salir de pobre pero por el ejercicio que esa gente mantiene pues cuando anduve por laguna de perlas veia con envidia que esa gente no tiene grasa en la pansa, no importa si son jovenes o viejos, el sudor les corre y la gordura brilla por su ausencia. las comida de fruta de pan, banano, y pijibayes con pescado o carne de monte son saludables y sin proceso. una vez por alla un endulgement de pan de coco o pan dulce, pero casi ni gaseosas. solo el cigarrillo es lo que me molestaria, pero eso me hago de largo y contra el viento. porque para esa gente un cigarrillo es hasta medicinal. si fueran puros no me harian daño pero los quimicos del cigarrillo son los mas dañinos. Gracias Ronald por tus escritos. son buenos y nos dejan ver una realidad de la costa que muchos no conocemos.
ResponderEliminarSaludos navegante. Gracias por leerlos y comentarlos. Que estés bien. Abrazos.
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