martes, 2 de marzo de 2021

LOS CAMINANTES DE LA PLAYA

 

Caminan de madrugada, de día y por las noches. Son los caminantes de la playa. Se han acostumbrado a la arena que levanta el viento, a la lluvia, al frío y al sol. Sus rostros bronceados son manifestación de ello. No andan solos, caminan en grupos de tres personas o más. La mayoría no son de El Bluff, han llegado desde varios sitios, pero hablan en español, inglés creole, misquito y algunos con señas se dan a entender.

Son grupos que tienen establecidos varios campamentos, más allá al norte de la línea de playa de El Tortuguero, hoy llamada Bluff Beach, en ranchos viejos abandonados, por el lado de la segunda laguna, antes de llegar a Falso Bluff y más al norte. Los campamentos son ranchitas que han levantado de madera rolliza, con plástico negro o palmas de cocotero como techo. En los alrededores nadie se atreve a incursionar, es su territorio, su casa, su hogar por varios meses del año. De noviembre a abril es época para acampar, luego muchos se marchan, pocos quedan, coincidiendo con la temporada de huracanes.

Recogen leña en la playa y adentrándose en el manglar, asoman cabezas por Schonner Cay y caño Santiago en busca de carne de monte y todo lo hecho por el señor para comer: venados, cusucos, guardatinajas, animales que huyen en desbandadas en busca de refugio desde plantaciones de Palma Africana establecidas en Kukra Hill. Icacaos, uvas de mar y nueces de coco, la manzana de coco, son sus frutas preferidas, un manjar para su deleite, y por ello, casi han desaparecido de la playa.

El movimiento de los caminantes no se detiene. Caminan hacia el norte, pasan por Falso Bluff hasta llegar a la barra de Pearl Lagoon. Otros van hacia el sur, pasan diciendo adiós en Bluff Beach, llegan a la punta de la antigua pista de aterrizaje atestada por tetrápodos sobrantes del proyecto inconcluso de aguas profundas, doblan a la izquierda y caminan entre las rocas existentes al pie del acantilado, dándole la vuelta a la loma del faro, salen por la ensenada llamada María Teresa, suben a la mina de los pobres y por la pista regresan nuevamente a la playa para continuar en su recorrido hacia el norte.

Cual olímpicos, sus caminatas las hacen con relevos. Los que van al sur descansan al regresar al campamento y otros siguen hacia el norte, cruzan la punta de Falso Bluff, siguen hasta la barra de Pearl Lagoon, detrás de Kulbia, en un recorrido total de sur a norte de unos cuarenta y cinco kilómetros.

Ese es su andar, más allá al norte no transitan porque entran en conflicto con otros caminantes de Pearl Lagoon, Set Net Point y Tasbapounie y, como son muy respetuosos y no buscan conflictos, simplemente caminan para encontrar la vida, la luz al final del agujero oscuro que los sacará de la pobreza y la miseria, bajo el precepto de que lo que es arrojado por el mar, es de quien lo encuentra.

Los caminantes permiten que sus mujeres lo hagan de madrugada, antes del amanecer. Algunos campamentos están formados por grupos de dos o más familias. Siempre son acompañadas por dos o más personas, pero a media mañana regresan, y los hombres, ya recuperados de energía, siguen la marcha en dependencia de la dirección tomada por sus mujeres.

Por las noches, mientras unos duermen, otros se auxilian de focos a base de energía solar porque tienen acceso a la tecnología al igual que teléfonos móviles, o con focos de baterías comunes y corrientes. Por ello son caminantes las veinticuatro horas del día. Tienen armas, pero esconden los fierros, mientras que las armas blancas están a la vista.

Para alcanzar sus objetivos, caminar es su plan estratégico, y por ello van altivos, aunque medio vestidos, barbudos con el pelo largo y protegidos del sol con gorras y sombreros, con su mirada paranoica puesta en el horizonte del mar, en la espuma que se levanta a lo lejos, en las olas cercanas y en el oleaje que revienta en la playa, escudriñando con palos y machetes debajo de los troncos, y cuando sube la marea por encima de la línea de playa, muy frecuente en estos tiempos de cambio climático, buscan entre la vegetación aquello que los sacará del agujero: un bolso, un saco, una maleta, un fardo emplasticado, todo lo que contenga mariguana, cocaína o dólares.  

Son bien considerados con los dueños de los ranchos de la playa Bluff Beach. No les roban descaradamente, quizás solamente y por allá, un radio dejado al garete, unas porras soperas, unos vasos, una silla plegable, una hamaca, en fin, cosas de gran utilidad en el campamento. Tienen gran empatía con los turistas extranjeros, antes de la crisis actual y el Covid 19, pero ahora la practican con los pocos nacionales que visitan la playa. Por esa amistad que cultivan fácilmente, los turistas se hacen selfis con ellos y luego las suben a Instagram para que circulen por el mundo. Por ello son conocidos como buena gente, necesitados, esforzados, luchadores y la esencia misma de los explotados de la tierra.

Entre caminantes surgen pocos conflictos. Han establecido normas y mantienen un nivel jerárquico. El jefe del campamento es el líder, y el segundo, un miembro de otra familia que tiene reconocimientos por todos, son los que toman las decisiones del día a día, tales como turnos de caminatas, quién va con quién, permisos para salidas del campamento en situaciones necesarias, distribución de alimentos, quehaceres y otros asuntos.

Son pocos los que caminan en base a sus propios recursos, porque caminar hasta seis meses sin un ingreso fijo, con un alto grado de incertidumbre, tiene un costo elevado. Requieren de alimentos (arroz, frijol, azúcar, aceite, jabón, sal, café, agua), kerosín o gasolina, reposición de lámparas, de baterías para la radio, un poco de roncito para el frío, encendedores y cigarrillos, entre los principales productos, porque de la mar se abastecen de pescado y en la costa de carne de monte, huevos de tortugas y frutas.

La mayoría de los campamentos son financiados por un jefe o patrón, que les facilita los recursos necesarios, principalmente en especies, abasteciéndolos de productos el tiempo necesario, con una tasa de interés alta, el cuarenta por ciento de cada bendición, así le llaman al hallazgo anhelado, que les da la playa, sin importar sin son kilos, miles o millones o si la bendición llega una vez a la semana, al mes, cada tres meses o cada dos años.

Son pagadores puntuales, muy obligados, porque en el negocio de los caminantes sólo hay dos caminos, y no es ir al norte o al sur, sino mantener la ilusión de salir de la pobreza o pudrirse tilinte en un pozo, en un caño, en el fondo del mar o en la bahía, amarrado del cuello a una piedra como lastre. No tienen otra vía, ni quién los salve si no cumplen los arreglos con el patrón o no dan cuenta de las bendiciones.

Entre ellos, las normas establecidas rigen la distribución de la bendición, sin importar sin son pequeñas, medianas o inmensas. Lo primero es apartar la parte del patrón, porque el cuarenta por ciento es sagrado, no se manosea porque si lo hacen ya saben que es lo que les espera. El resto de distribuye cincuenta a cincuenta, entre el jefe del campamento y su familia, y los otros miembros.

Luego de apartar la parte del patrón, todo se guarda en un lugar secreto y el jefe del campamento sale a su encuentro. Por lo general, la entrega se hace por las noches, al lado de la bahía llega un cayuco insignificante y retira sin generar sospechas y, en otros casos, una panga rápida atraca en la playa. El hallazgo es negociado con el patrón en su totalidad, principalmente cuando llega en kilos. Si surgen conflictos entre los miembros del grupo, el insidioso es expulsado a las buenas o a las malas, no lo aceptarán en otro campamento, regresa a su lugar de origen y calladito pasa la vida porque se atiene a las normas y los procedimientos establecidos en esos casos.

La bendición se celebra. Se da una fiestecita en el campamento, luego se ve la alegría en algunos ranchos de Bluff Beach, en cantinas de El Bluff y de Bluefields, así como en los alrededores por varias semanas. La bendición se ve, se anuncia sola, aunque sea ilícita.

Surge un nuevo día y los caminantes van hacia el sur y hacia el norte libremente, sin competir entre ellos, compartiendo únicamente la playa por la cual caminan, en busca del fardo que como un espejismo los sacará de la miseria en que viven.

 

1 de marzo de 2021

Foto propia.


4 comentarios:

  1. Heidi Ruth Grenda3 de marzo de 2021, 9:17

    Gracias por ese relato, había oído de los caminantes, pero no conocía esos detalles, son parte de nuestra realidad.

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  2. Que buena historia, Ronald, te felicito, hasta yo ya estaba en la ilucion de encontrar una tortuga blanche o una white lobster. hasta quisiera ir a caminar, no por tener iluciones de salir de pobre pero por el ejercicio que esa gente mantiene pues cuando anduve por laguna de perlas veia con envidia que esa gente no tiene grasa en la pansa, no importa si son jovenes o viejos, el sudor les corre y la gordura brilla por su ausencia. las comida de fruta de pan, banano, y pijibayes con pescado o carne de monte son saludables y sin proceso. una vez por alla un endulgement de pan de coco o pan dulce, pero casi ni gaseosas. solo el cigarrillo es lo que me molestaria, pero eso me hago de largo y contra el viento. porque para esa gente un cigarrillo es hasta medicinal. si fueran puros no me harian daño pero los quimicos del cigarrillo son los mas dañinos. Gracias Ronald por tus escritos. son buenos y nos dejan ver una realidad de la costa que muchos no conocemos.

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    1. Saludos navegante. Gracias por leerlos y comentarlos. Que estés bien. Abrazos.

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