miércoles, 18 de diciembre de 2024

EL PESO DE LO QUE NO VIVIMOS

 


La muerte lo tomó por sorpresa, como un ladrón que se desliza en la penumbra. Había sentido un leve vacío en el pecho, algo extraño, pero no alarmante. Sin embargo, cuando abrió los ojos, ya no estaba ahí. Se encontró flotando, ligero como una hoja que pierde su raíz en el árbol. Abajo, la cama deshecha y el cuerpo inmóvil que antes lo contuvo. ¿Esa figura sin vida era él?

No estaba listo. Claro que no. Había tantos libros sin abrir, viajes que aún esperaba, disculpas que nunca ofreció y abrazos que aplazó pensando que siempre habría otro momento. Desde ahí arriba, todo era pequeño: los platos y pailas sucias en la cocina, la ventana entreabierta por donde entraba el sol de la mañana, los zapatos gastados que siempre le acompañaron tirados en el sofá. Pero esas cosas pequeñas ahora parecían monumentales, cargadas de una nostalgia imposible de tocar.

Alrededor, la vida continuaba. Su esposa, apenas despertando de su siesta, no se había dado cuenta de lo ocurrido. En la mesa, la taza de café seguía medio llena. En el patio, sus nietos jugaban ajenos, lanzando risas al aire. Él observaba con un nudo en lo que solía ser su garganta, deseando gritarles, abrazarlos, quedarse un poco más.

Entonces, el peso de las decisiones no tomadas lo golpeó. Nunca aprendió a tocar la guitarra como lo prometió; nunca reparó aquella bicicleta vieja para su hijo; nunca devolvió la llamada a su mejor amigo que hacía años había esperado una despedida. Ahora su tiempo se escurría, cada instante convertido en un recuerdo no vivido. Su alma flotaba, y todo abajo lo jalaba, como si el mundo mismo estuviera conspirando para hacerle saber cuánto quedaba sin hacer.

Fue entonces cuando algo más profundo lo tocó, una claridad repentina. Mientras miraba ese mezcla de momentos y cicatrices de la vida humana, se dio cuenta de que, a pesar de todo, esa humilde, efímera e imperfecta vida merece la pena. Que no importa si la juventud se esfuma, si la carne se vuelve flácida o si al final acabamos arrastrando los pies. A cada instante, la vida ofrece algo valioso: la chispa de una sonrisa, el eco de una carcajada, las manos que sostienen otras manos. Esos fragmentos son suficientes, si los sabemos atesorar.

Una voz suave, apenas un susurro, le recordó que el tiempo nunca es suficiente si no se aprovecha. Y así, entre lágrimas que ya no corrían y el vacío de lo inalcanzable, entendió que la muerte no perdona, pero tampoco olvida. Alzó los ojos hacia la luz, temblando de despedidas silenciosas. Pero antes de irse, desde lo más profundo de su ser dejó caer una súplica: “No olviden que la vida es corta, vívanla”.

 

18 de diciembre de 2024.

Foto: Internet.