domingo, 8 de enero de 2017

NO NOS FUIMOS, NUNCA LO HICIMOS


En tu cama protegida por barrotes de bronce fundidos el siglo pasado, en la cocina de tu mamá donde nos robábamos las latas importadas de frutas en conserva y te calentabas al lado del horno, bajo la sombra del árbol de mango donde chupábamos su dulce amarillo, en el swing de tu casa donde nos mecíamos todas las tardes, en la bodega donde tu papá guardaba barriles de guarón y calaches viejos, en la popa del barco pos-pos en que viajábamos al regresar de clases con los delfines incitándonos, no lo hicimos.

Nunca nos fuimos, siempre estuvimos allí, pies descalzos en la arena. Nunca lo hicimos, ni en la grama de playa retenida por los muros azules del parque de la loma, ni en la banca que adornaba el solitario árbol de Laurel, ni sobre las hojas de uvas de mar, ni sobre las rocas azules iluminadas por nuestra sombra en noches de luna llena.

Ni en la ensenada donde atrapábamos chacalines para usarlos de carnada, un pretexto para pescar solitarios hasta anochecer en el muelle de los pescadores, no lo hicimos. Camino a la playa, esquivando el lodo con saltos entre piedras gigantes hasta salir corriendo agarrados de la mano en la arena, las olas explotando en nuestros cuerpos, hasta rodar en el agua, no lo hicimos.

Siempre estuvimos juntos en los picnic de familia. Sumergidos hasta la cintura en las aguas calmas de la segunda laguna, vos temerosa de los cuajipales y yo sosteniéndote por detrás, no lo hicimos; reposando nuestras cabezas en un tronco blanco de balsa, observando en silencio el cielo estrellado y la espuma del mar cubriendo nuestros cuerpos, no lo hicimos; tendida en el tronco de un palo de coco, con tu falda bailándole al viento, desde el barranco del faro viendo zarpar los barcos camaroneros, no lo hicimos. No pudimos, no lo hicimos.   

Caminamos tomados de la mano por el largo andén hasta detenernos frente a la capilla de la iglesia y nos recostábamos en el muro de la escuela donde perfeccione mis movimientos de dedos para quitarte el sostén frente al árbol de zapote, testigo de esa primera vez que me tocaste sobre el pantalón y tus pezones florecieron como sus frutos, luego de un largo silencio me dijiste al oído, “siento que nos miran”. No lo hicimos.

Hoy que la lluvia lo inunda todo, te encuentro vacía en la soledad del tiempo. No nos fuimos, siempre estuvimos allí, nunca lo hicimos.