Ella dibujó su alma en mi cuerpo con la pintura roja de
su lápiz labial durante la noche, y al amanecer, se despidió desde la puerta número
dos del aeropuerto sembrado de estatuas negras.
Tengo planes, planes para los dos, dijo con sus frágiles
brazos sobre mi pecho y sus largas piernas adheridas a las mías, tratando
de posponer el momento inevitable.
Las cosas van a cambiar, agregó susurrando mi mejilla con su aliento rosa, puede suceder en cualquier lugar pero... no te
imaginas como quisiera verte en Bilwi, caminar de tu mano en el muelle con
nuestras sombras bailando al ritmo del oleaje del mar Caribe, compartir la isla solitaria que tengo escondida con vos, mirar el brillo de la luna en tus
ojos cuando se levanta sobre la bahía de Bluefields, bailarte al ritmo de tambores garífunas en la grama de
Orinoco y manchar el cielo azul con la intensidad de nuestras pasiones.
Me di cuenta que todo era un consuelo, que después de morir en sus brazos, de transitar entre la muerte y la vida a su lado, ella descubrió el dolor que sentía por su partida. Y por eso le dije que me arrepentía de haber llegado tarde a su vida, esa vida de mujer intuitiva y con convicción, libre y alegre, con deseos de vivirla intensamente para mantenerse reluciente y jovial a sus casi treinta años, casi por cumplirlos. Si yo pudiera… dije y selló con su mano mi boca. Tus sueños son los míos, no compliquemos el inicio de algo que estoy segura sucederá, agregó y se levanto de la cama.
El trayecto al aeropuerto fue vacío e interminable como las calles trasnochadas de Managua, sólo nuestras manos se encontraban aferradas unas a la otra. Cuando salí del taxi para abrir la puerta, la vi bajar con el brillo de libertad que descubrí al conocerla y me sentí dichoso de ser parte de su vida.
Avanzó sobre la alfombra gris de los pesares, nos vemos el próximo año murmuró desde la distancia y con sus manos dijo adiós, borrando las huellas de lo que ahora es parte de mi pasado.
Me di cuenta que todo era un consuelo, que después de morir en sus brazos, de transitar entre la muerte y la vida a su lado, ella descubrió el dolor que sentía por su partida. Y por eso le dije que me arrepentía de haber llegado tarde a su vida, esa vida de mujer intuitiva y con convicción, libre y alegre, con deseos de vivirla intensamente para mantenerse reluciente y jovial a sus casi treinta años, casi por cumplirlos. Si yo pudiera… dije y selló con su mano mi boca. Tus sueños son los míos, no compliquemos el inicio de algo que estoy segura sucederá, agregó y se levanto de la cama.
El trayecto al aeropuerto fue vacío e interminable como las calles trasnochadas de Managua, sólo nuestras manos se encontraban aferradas unas a la otra. Cuando salí del taxi para abrir la puerta, la vi bajar con el brillo de libertad que descubrí al conocerla y me sentí dichoso de ser parte de su vida.
Avanzó sobre la alfombra gris de los pesares, nos vemos el próximo año murmuró desde la distancia y con sus manos dijo adiós, borrando las huellas de lo que ahora es parte de mi pasado.
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