Viviendo en El Bluff, antes “el Paraíso”, no ahora, sino cuando era chavalo, ese lugar del muelle que llamábamos el de las pangas, era uno de mis lugares favoritos. Acudía por la mañanas para salir en panga hacia el colegio, un tiempo después de viajar en barcos pos pos. Por allí pasaron grandes personajes de el puerto de El Bluff en su época de auge económico y esplendor que los he incorporado al libro Hijos del Tiempo y la Arena – Relatos de El Bluff.
En Bluefields son como ecos de memoria. En ellos he escuchado voces y gritos de las diferentes etnias que atracan con cayucos llenos de alimentos para la insaciable población (desde carne de monte hasta frutas, verduras y raíces), llenándolos de multicolores y alegría, y de desechos que se tiran en la bahía generando olores característicos de la ciudad. Muelles de madera, en zancos y muelles de concreto que cambian con el tiempo la fisionomía de las orillas de la ciudad frente a la bahía. Son muelles improvisados de madera tal marimba sobre zancos, algunos nuevos, otros abandonados, varios perdidos que reviven en la nostalgia por el pasado. Muelles de restaurantes, de bares y cantinas asentadas a la orilla por la vista espectacular de la bahía al amanecer y en noches de luna llena.
Todos esos muelles en que he estado no solo son madera. Son espera, despedida y regreso. La genta va a ver quién llega y quién no. Eso pasa.
En los muelles el sonido manda. Agua golpeando pilotes, sogas crujiendo, motores cansados, voces que se reconocen a lo lejos. Si no se escuchan no es muelle.
La gente vibra en los muelles. Pescadores, cargadores, vendedores, niños descalzos, viejos mirando el horizonte, pasajeros y marineros. Cada uno con un fin y un ritmo diferente.
Los muelles tienen su olor. Sal, diesel, gasolina, pescado, alga, madera húmeda. El caribe primero entra por la nariz.
En los muelles el tiempo es lento. Aunque tengas prisa, nada es urgente. Siempre se espera: la marea, el clima, la lancha, el visitante, los pasajeros. El muelle enseña paciencia.
En los muelles se nota el desgaste. Hay madera carcomida, clavos oxidados, pintura desgastada. Eso cuenta historias sin hablar.
La relación de los muelles con el mar no es una postal. Es respeto, miedo y dependencia. El mar da, pero también quita.
En los muelles muchas cosas no se dicen. Hay silencios largos, miradas fijas en el agua, gestos mínimos. Allí está lo más fuerte.
El muelle es frontera. Entre agua y tierra, entre irse y quedarse, entre la vida diaria y lo que puede pasar.
13 diciembre de 2025.
Foto: Muelle de la Colonia en El Bluff..

Ese muelle es el que iso la casa cruz luego la y la booth fisher 🤗
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