jueves, 25 de enero de 2018

CHOCOLATES CON AMOR


Estoy sentado en una banca de madera en el parque de la Zona 5 de Nueva Guinea. Es un día de feria, fresco. De frente hay un monumento sin placa: la figura de una mujer que carga en sus brazos a un niño, ocupa el centro de la pequeña plazoleta. En los alrededores corren niños y niñas, entre ellos mi nieto, Ronald Tadashi. Más allá, a mi izquierda, un pequeño edificio con cinco tramos sin paredes poco a poco recibe personas que se van aglomerando. En el centro del parque hay un galerón colorido, recién construido; desde allí suena la música que ameniza la actividad.

"Vamos a los chocolates", una niña le dice a un niño y corren detrás de otros chavalos. Quince años atrás este mismo parque era sombrío: con pocas bancas, pocos árboles, un andén incompleto, la grama descuidada, montosa, mucha basura y poca seguridad. Pienso en los chocolates y camino hacia allí.

En uno de los tramos hay una mesa cubierta por un mantel blanco donde se exhiben chocolates en cajas de color rojo y café, otros en bolsitas de plástico. Los hay también en forma de corazones, redondos y similares a una concha de mar. Me apetece degustarlos.

Pregunto por los sabores y una chavala se acerca. Dice que hay de varios: chocolate con café, chocolate amargo, chocolate con pasas, chocolate con maní; muestra cada uno de ellos. Todos son bombones de chocolate. Noto sus camanances, dos lunares en sus mejillas y el cabello peinado en una hermosa trenza que cae sobre su hombro izquierdo.

"Nosotros los hacemos", dice un muchacho que se arrima a la chavala. Ella se muestra entusiasmada y sigue sonriendo. Noto que sus ojos color café brillan un poco más. Él toma una bolsita y ella una cajita roja que tiene una etiqueta con el nombre: "Chocolates Nicarao".

Debido a que es la hora del café de la tarde, pido chocolate con café. Me gusta y les digo que me cuenten cómo es que se les ha ocurrido la idea para emprender el negocio de los chocolates.

Ella se llama Heymili Dávila y él Bryan Torrez. Se conocieron cuando cursaban el cuarto año de Secundaria. Durante el año 2015, en quinto año y como parte de la clase de orientación técnica y vocacional, presentaron un proyecto con el nombre "Chocolates GARBIJ". El objetivo consistía en hacer uso de un recurso local producido por los campesinos (el cacao), darle valor agregado y promover el consumo de chocolate. Obtuvieron el primer lugar en un concurso a nivel local y se dieron cuenta que una organización llamada "Red Local" estaba seleccionado proyectos de jóvenes emprendedores para apoyarlos. Llenaron los formatos que les pedían y en Managua participaron en un concurso donde obtuvieron el segundo lugar de nueve proyectos seleccionados.

A partir de ese momento comenzaron a ser apoyados para obtener su registro de marca y permisos sanitarios. Elaboran un plan de negocios; optan por llamarle a sus productos Chocolate Nicarao. La Red Local les dio una donación monetaria con la que adquirieron dos molinos, moldes de policarbonato, una cocina para tostar y materia prima (cacao, azúcar y vainilla). 

Actualmente han constituido su propia empresa con el nombre AMERICACAO, S.C.; cada uno posee el 50% de las acciones y, como tal, tienen los permisos legales para funcionar. Pregunto cómo es que han logrado darle el sabor a sus productos, ella dice que mediante prueba y error, que no quieren copiar recetas, que buscan siempre el toque propio, original.

"Ustedes están enamorados", les digo y se cruzan una mirada de cómplices, como contestando con ella sin hablar; se les nota la felicidad en el rostro. Amor con chocolate o chocolate con amor, no importa cómo es ese amor. Y cómo no van a estarlo, me digo, si el chocolate contiene feniletilamina, una sustancia que mima la oxitocina, una hormona que se libera en grandes cantidades cuando estamos enamorados. Además produce buen humor, genera sentimientos afectivos y reduce las emociones depresivas. Pero ¡ojo!, no es cualquier chocolate el que da esa dicha: el de color blanco no lo hace, así que consumí el chocolate oscuro y natural como el que ellos ofrecen para alcanzar esa misma dicha que se les nota.

Afuera, en la plazoleta, están organizando una competencia de baile entre los niños y niñas que han acudido a la feria.

"Y los planes a futuro, ¿cuáles son?", pregunto.

Él dice que requieren apoyo para adquirir una tostadora, una trilladora, una refinadora, moldes, y asesoría en procesamiento y calidad del producto.

"Así que 50 y 50 por ciento, ¿cómo solucionan los problemas, las diferencias?", sigo preguntando.

Ella dice que siempre trata de ver el lado positivo de las cosas. Él está pendiente de lo que ella dice. "Trato de que nos pongamos de acuerdo, siempre dialogamos hasta lograrlo. Hemos tenido diferencias pero las hemos superado", agrega y vuelven a cruzar esa mirada que les brilla. 

Los espectadores gritan: la competencia ha comenzado. Ronald Tadashi está bailando y hace unos movimientos de cintura exóticos. Me despido de los enamorados y me dirijo a ver el baile de mi nieto.

Ronald Hill A.
25/01/18