Nueva Guinea,
abundancia de árboles, ríos y
praderas,
suficiente para sustentar una
familia,
como lo probaron los fundadores
y miles que anhelaban un pedazo
de tierra.
Un lugar donde los Ulwas y los
huleros
confiaron en la madera y el agua,
en un juego salvaje y
floreciente,
marcado por huellas, cascos,
pezuñas y alas.
Pradera donde la hierba crece
más alta que un hombre,
nutrida por el calor, el frío, la
lluvia y la sequía,
sostenida por raíces de hondura
inimaginable.
Hoy, vidas y raíces se han
alterado;
asentamientos, concentración de
tierras,
monocultivo y ganadería nos
empujan
hacia el sureste, camino al
litoral.
El prado del Caribe central fue
arado,
sus suelos han dado abundancia,
han nacido colonias, parcelas y
fincas
que sostienen miles de familias.
Aquí, en los senderos de las
fincas,
se tocan historias de vida,
semillas que respiran azul y
verde,
que escuchan la música del
insecto, la hoja, el pájaro,
el eco del puente sobre el arroyo
que fluye y nos une.
Nos conecta con el pasado,
donde meditamos inmersos en el
flujo de la esperanza,
en la adversidad, la alegría y la
tristeza de esta tierra,
donde tantos deambularon y
quedaron hechizados al pasar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario