martes, 27 de agosto de 2024

CERDOS BLANCOS Y HERMOSOS

 


Los primeros rayos de la luna aparecieron a través de la ventana. Abrí la cortina para que se mostrara y, entre la leve neblina, se veía radiante, con esas nubecitas oscuras que coqueteaban con ella al anteponerse en su movimiento hacia el oeste. Una brisa húmeda inundó la habitación, y me asomé para admirarla. Estaba fabulosa, era una luna de esas que inspiran a los enamorados, a poetas melancólicos, admirada por pescadores, mujeres enamoradas. campesinos y habitantes de las ciudades que salen a espacios abiertos, a la playa, a miradores en las colinas y valles.

Desde siempre, la luna llena había tenido un efecto peculiar en mí, como si despertara recuerdos enterrados de tiempos lejanos. Ese magnetismo me atraía, especialmente en esta casa de madera, aislada en el campo, donde buscaba refugio de una vida que se me escapaba entre las manos.

Desde la ventana, emergiendo entre la niebla, vi que dos cerdos blancos y bien cebados, de la raza Landrace, provenientes de la plazuela, entraban debajo del tambo de la casa. Era una casa construida sobre gruesos pilares, con una escalera de acceso en su parte frontal. Miraba desde la primera ventana del costado norte.

La brisa que acompañaba la neblina repentinamente se tornó un poco fría, así que busqué mi chaqueta para arroparme. Luego volví a asomarme por la ventana y vi que otros tres cerdos, similares a los anteriores, corrían apresurados buscando refugio debajo de la casa. Ahora eran cinco cerdos blancos, y decidí salir al corredor para observarlos.

Escuché el gruñido de los cerdos, ¡oinc, oinc!, provenientes del bosque, más allá de la plazuela, que se mostraba iluminada y húmeda. Seguidamente, entraron más cerdos blancos, apresurados y jadeantes, gruñendo con intensidad, pero ahora no podía contarlos porque era una piara de cerdos blancos que entraban por cada uno de los costados de la casa.

Era extraño. Había algo en esos cerdos que no cuadraba, como si no fueran simplemente animales, sino algo más... algo que mi mente no alcanzaba a comprender, pero que mis instintos reconocían como peligro.

Bajé el primer escalón de la escalera, al pie de la subida, y noté que no salían de la protección que les daba la sombra de la casa. Allí estaban esos cerdos blancos, cebados, hermosos y ahora agitados, gruñendo con intensidad. Era una piara de más de treinta cerdos que circulaba en contra del sentido de las manecillas del reloj, de este a oeste, girando debajo de la casa, destruyendo el suelo compactado con sus pezuñas, tirando y destrozando albardas, calderos, pichingas y cinchos, hasta convertir su incursión en una tormenta descontrolada, escandalosa, que se fortalecía a medida que los rayos de la luna aumentaban su luminosidad.

Algo provocó que se me erizaran las vellosidades de los brazos. Luego escuché un zumbido intenso y mis manos comenzaron a temblar. Sentí un profundo temor y corrí de prisa para subir las escaleras y refugiarme en lo alto del corredor, con los cerdos girando velozmente debajo de la casa.

Me asaltó una sensación extraña, un recuerdo difuso de otra noche, hace años, cuando era adolescente y algo similar había ocurrido. Nunca supe qué fue, aunque a muchos les conté y pregunté, y desde entonces, no volví a dormí tranquilo en noches de luna llena.

Desde la profundidad del bosque, más allá de la plazuela, y desde la ventana donde ahora volvía a observar con temor, escuché un disparo que estremeció mis oídos, luego dos más, y minutos después noté que los cerdos volvían a calmarse. Dejaron de dar círculos y, poco a poco, se echaron en grupos fuera del corredor, en la plazuela, alrededor de la casa.

Esa noche de luna llena tuve un sueño ligero; despertaba dando saltos y me asomaba por la ventana con temor, pero los cerdos se calmaron. Eran cerdos blancos y hermosos, echados en círculos, uno encima del otro, durmiendo profundamente. Pero en mis sueños, las imágenes eran distintas. Veía a esos cerdos transformarse, su piel blanca convirtiéndose en sombras que se alzaban y se retorcían bajo la luz de la luna, como si algo maligno estuviera atrapado en sus cuerpos.

Desperté tarde y bajé al tambo de la casa. Había una gran fosa entre los seis pilares de la casa y todos los instrumentos de trabajo y enseres domésticos estaban destruidos. Los cerdos habían desaparecido. A las siete de la mañana llegó uno de los vecinos que colinda con mi propiedad. “¿Disparó usted?”, pregunté. “Sí,” respondió, “un hermoso tigrillo atrapó a una ternera. Lo vi alejarse con el claro de la luna y desaparecer en el bosque.”

Pero algo en su mirada me hizo sospechar que no me estaba contando toda la verdad. Como si él también supiera que aquella noche había sido diferente, que algo más había acechado en la oscuridad, algo que ambos preferíamos no nombrar. Y mientras veía la luz del día disipar los últimos vestigios de la neblina, comprendí que la calma que sentía era solo temporal, una tregua antes de que la luna llena volviera a alzarse y trajera consigo nuevos horrores.

 

22 de agosto de 2024
Foto: Internet.

martes, 20 de agosto de 2024

AMANECER ACTIVO

 



Desperté un poco más tarde hoy, a las 4:20 de la mañana. ¡Creo que me regalé unos minutos extra de descanso, y se sintió increíble! Después de todo, nunca se duerme demasiado cuando se trata de cuidar de uno mismo.

A las 4:40 de la mañana, ya me encontraba caminando en el parque, disfrutando del fresco inicio de un nuevo día.

Según mi registro, inicié la caminata a las 4:46 a.m. Prado y Lilian ya estaban en acción, como siempre, comenzando con energía su rutina diaria. Es un gusto saludar a los compañeros de camino, esos que, si faltas un día, te lo hacen saber con cariño porque te extrañan.

Hoy vi a pocos caminantes, pero cada uno tiene su historia. Hay quienes te sorprenden con su dedicación y transformación. Después de tantos meses corriendo juntos, es inspirador ver cómo el esfuerzo da frutos. Un muchacho, cuyo nombre no sé, hace seis meses era un gordito simpático, ¡pero ahora lo vi más alto, más fuerte y corriendo a gran velocidad! Es evidente que madrugar para respirar aire fresco y sudar vale la pena. Con el tiempo, algunos de esos rostros conocidos se convierten en compañeros de camino, y compartir la jornada con ellos hace todo más ameno.

Ayer fui a comprar un medicamento en la farmacia y, de paso, decidí pesarme. "¡Son 150 libras!", dijo Magdalena, la dueña de la farmacia, con una sonrisa. "¿En serio?", pensé sorprendido. Me preguntaba si la balanza estaba bien calibrada. Magdalena me pidió que lo intentara de nuevo, y ahí estaba, el mismo número: 150. "Pero si hace poco pesaba 158 libras, a finales de junio", le comenté. "Es por todas esas caminatas diarias que haces. Si las dejas, verás cómo subes de peso", me respondió con un guiño. Le di las gracias, pagué los medicamentos y seguí con mis tareas del día.

Pero volviendo a la caminata, hoy completé 6.43 kilómetros en 1:30:03 horas, con un ritmo medio de 14 minutos por kilómetro. ¡En total di 9,210 pasos, con una zancada promedio de 70 cm!

Y aquí estoy, compartiendo con ustedes mi mañana, los caminantes, mi peso y los logros del día. ¡Casi lo olvido! Después de un desayuno energizante con miel, frutas, yogur, ciruelas, café y pan con margarina y mantequilla de maní, continúo con mi rutina de ejercicios: 30 repeticiones de Curl para bíceps con mancuernas de 15 kilos en cada brazo, y luego 30 repeticiones de Press de hombro con 20 kilos.

Y mientras observo por la ventana, me pregunto con entusiasmo qué nuevas sorpresas y logros me esperan en este día que recién comienza.

 

20/08/2024

Foto: Internet.


miércoles, 14 de agosto de 2024

ECOS DE VIDA

 



En el lienzo del tiempo, un esbozo trazado,
cada rayo de sol, cada sombra abrazada,
los caminos recorridos,
los trabajos que construyeron mi ser,
las risas compartidas en cada lugar,
y las despedidas que dejaron huella.

Desde El Bluff, donde las olas susurran,
bajo el cielo vasto del caribe,
y Bluefields, donde la brisa acaricia,
los días de niñez y adolescencia en la arena dorada,
he vivido en los ecos de la historia,
en el murmullo del mar,
y en la quietud del amanecer.

En Managua, época de estudios,
aventuras y trabajos;
vida urbana casi anárquica,
cambios bruscos y sorpresas cotidianas,
donde los sueños se entrelazaban
con la vibrante energía de la ciudad.

Cada rayo de sol, cada sombra,
una época de madurez en la adversidad,
resonando en Juigalpa, caracolitos negros,
Amerrisque y sus llanos ganaderos.

Ahora, al cumplir 67 años,
mi corazón resuena con gratitud,
en Nueva Guinea, el trópico húmedo,
donde vivo y cosecho nietos,
por cada paso, cada lucha,
cada momento que tejió mi destino.
Celebro la vida en su esplendor,
con el peso de las memorias,
y la ligereza de un nuevo comienzo.

Con la sabiduría del tiempo,
brindo por los sueños que aún persigo,
y por la belleza que habita en el ahora,
pues cada año es un regalo,
un poema que sigue escribiéndose 
en la paleta de la existencia.

 

14/08/2024
Nueva Guinea, RACCS

lunes, 12 de agosto de 2024

CHISPAS DE UN PÁLIDO ÉXTASIS

 



Anoche, el niño...


—ya ha llorado y gatea

a través de la ventana,

observa a alguien que alguna vez fue

y escucha los susurros.

Diez años en blanco, sin nada en sus venas ni en su cerebro

y todavía está aquí.

 

No, no y no, no más, ni una sola vez más,

rechaza lo que le hace sentir poderoso;

contra su voluntad, sostiene el fuego

debajo de la cuchara.

 

Se acerca como si diera su último aliento

en el buen sentido de la palabra.

Los vapores y el calor son dulces,

chispas de un pálido éxtasis

que atraen su brazo con besos.

La tentación de la felicidad

se mezcla con una canción extraña,

recuerda y crece, alta, fuerte, hermosa,

hasta que desaparezca, hasta que volátil sea.

Y adiós, buenas noches a esta vida,

volando entre las nubes, sin importar el color—.

 

Y el niño juega en los charcos del camino,

llamando con una sonrisa encantadora.

 

¡Dale, dale otra vez! dice, tomando su mano,

pero le ruega que se detenga.

“No más, basta ya”.

 


12 de agosto de 2024

Nueva Guinea.

Foto de Internet.