Ay hijo
de pu....! es lo que grité anoche varias veces cuando don Chon me apretó el ojo
del pie para sobarme. Una cosa es que te lo diga, pero si te has caído y
doblado el ojo de pie, estoy seguro que sabes bien lo intenso que es ese dolor.
Fue una
caída babosa, pendeja, como caída de viejo: repentina, inesperada a tal grado que estuve en el suelo más de dos minutos preguntándome
que me había sucedido hasta que el dolor ardiente del raspón en la rodilla
derecha me saco del trance y un amigo corrió hacia mí a levantarme. Al poner el
pie en el piso, hermana, hermano, imagínate la intensidad del dolor. Trastabillé
al apoyarme y tratar de caminar. Me vi el ojo del pie y noté la hinchazón.
Caí boca abajo con el pecho en
suelo. Me di cuenta que las llaves que cargaba habían volado por los aires y comencé
a buscarlas pero desistí por el dolor. Me senté y vi como crecía la hinchazón. “Tiene
que buscar quien lo sobe”, me dijo la Jammy, la muchacha que me ayuda en la
cocina. “Tiene que ser ya, ahorita que está caliente”, insistió y luego de pasarle
un gel contra el dolor me dio una sobadita que no resistí.
Dos horas después me encontraba en
la zona seis, en la casa de don Chon, el sobador. “Siéntese allí”, me dijo
señalando una silla de plástico doble. “Esa es la silla de los lamentos”, le
dije y me senté. Hermanita, hermanito, ya ni recuerdo lo que le dije, pero un
señor que pasó por aquí hace ratito me dijo: “Anoche casi llora cuando lo sobaba
don Chon”. La verdad es que no aguantaba, le decía que ya no siguiera, que hoy
podía volver a sobarme, que me estaba haciendo verga, que me iba a dejar peor, ¡hijo de puta!, ¡ya,
ya, yaaaa! Luego regresé y me puse cataplasmas de hojas de mango hervidas.
Hoy me amaneció morado. Puedo caminar renqueando, pero de hoy en adelante voy a estar pendiente de mis pasos,
porque contándotelo recuerdo que fue por las luces de un carro que entraba por el
portón las que provocaron que me apresurara para dar el paso falso que terminó
en una zanjita a la orilla del andén. Es un esguince, así le dicen los que me
han visto y una amiga que le conté lo sucedido me dijo: "Ustedes los hombres son llorones, nada aguantan, que tal si parieran ...". Ni modo pues, a estar quieto por unos días.
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