El
aroma del mercado
En una comarca remota de las verdes tierras
bajas de Nueva Guinea, vivía un hombre llamado Esteban. Era un hombre sencillo,
marcado por los surcos de la vida tanto como lo estaba la tierra que poseía Sus
manos fuertes y agrietadas contaban historias de trabajo duro, pero sus ojos,
siempre ensombrecidos, hablaban de una vida sin felicidad plena.
Tenía dos matrimonios fallidos. La
primera esposa lo dejó después de años de disputas silenciosas, ahogadas por la
rutina del campo. "Somos como raíces enlazadas, pero secas", le dijo
antes de marcharse. La segunda fue aún más breve; su juventud y energía
chocaron con la pasividad de Esteban, y ella se fue con otro hombre, llevándose
las pocas esperanzas que él había reunido. No hubo hijos en ninguno de esos
matrimonios, y eso lo hacía sentir incompleto. En una cultura donde la
descendencia era el verdadero legado, vivía como un árbol sin frutos,
sin una sombra que ofrecerle al futuro.
A pesar de todo, continuaba su
vida. Cada mañana, con los primeros rayos de sol, pastaba cuatro vacas y cuidaba
de sus cultivos de yuca y maíz con la esperanza de un mañana mejor, aunque no
supiera para quién. Sin embargo, algo en él había muerto hacía tiempo, y su
risa se había convertido en un eco perdido.
La
llegada de Telma
Una tarde calurosa, mientras llevaba sus productos al pequeño mercado de la colonia más cercana, una figura
desconocida captó su atención. Era una mujer joven, de porte elegante pero
práctica, con una sonrisa amplia y un cabello que brillaba bajo el sol. Telma,
como luego supo que se llamaba, era negociante. Había llegado desde la ciudad
con telas coloridas, utensilios modernos y zapatos de trabajo. Su voz era
melodiosa y llenaba el espacio con una energía contagiosa. La gente de la
colonia, incluido Esteban, no podía apartar la vista de ella.
Telma no solo vendía mercancías; vendía
sueños. Hablaba de ciudades bulliciosas, de oportunidades y de una vida más
allá de los valles verdes. Se sintió atraído por ella como una polilla
a la luz. Había algo en su independencia, en su manera de enfrentar el mundo
que despertaba un sentimiento que creía olvidado: la esperanza.
Un amor inesperado
Con cada visita al mercado, encontraba una excusa para hablar con Telma. Compraba cosas que no necesitaba,
solo para escuchar su risa. Ella lo trataba con amabilidad, aunque al principio
parecía ver en él solo a un cliente más. Pero con el tiempo, la persistencia de
Esteban empezó a derretir sus reservas. Descubrió que detrás de su rostro
severo había un hombre gentil y dedicado.
¿Por qué no vienes conmigo a la ciudad? le
propuso un día, medio en broma, medio en serio. Esteban rio al principio, pero
la idea comenzó a germinar en su mente como semilla en suelo fértil. ¿Qué lo
ataba a la comarca? No tenía esposa ni hijos. Su tierra era todo, pero, ¿de qué
servía una vida sin compartirla con alguien?
Cuando Telma regresó quince días después, Esteban había tomado su decisión. Vendió su pequeña parcela, empaquetó lo poco que
tenía y se unió a ella. Voy contigo, dijo con determinación. Telma lo miró
sorprendida, pero aceptó. Tal vez pensó que sería útil tener a alguien como él,
un hombre trabajador y fiel, a su lado.
La
vida en la ciudad
La ciudad era una tormenta de ruido,
movimiento y promesas. Acostumbrado al silencio de las montañas, se
sentía perdido, pero Telma era su ancla. Trabajó para ella, cargando
mercancías, ayudando en el negocio y aprendiendo poco a poco el ritmo frenético
de su nuevo entorno.
Al principio, todo era un sueño. Telma parecía feliz con él, y Esteban, aunque fuera de lugar, se esforzaba por
adaptarse. Pero con el tiempo, las diferencias comenzaron a emerger. Esteban seguía siendo el campesino sencillo que era, mientras que ella, siempre
ambiciosa, buscaba más. Las ciudades tienen una forma de hacer que la gente
quiera escalar más alto, y no podía seguirle el paso.
Un día, después de una discusión amarga, Telma le dijo que debía irse. "No es tu culpa, pero nuestras vidas no
son compatibles. Yo quiero algo más, y tú mereces a alguien que valore lo que
ofreces". Sus palabras fueron un golpe seco, y aunque trató de
convencerla, ella ya había tomado su decisión. Esteban la vio marcharse con la
misma ligereza con la que había llegado a su vida.
El regreso a casa
Solo y sin propósito, decidió
regresar a su comarca. Viajó durante días, cruzó ríos y valles, cargando no
solo su equipaje, sino el peso de un corazón roto. Cuando finalmente llegó, la comarca
parecía más pequeña, más silenciosa. Nada había cambiado, pero él ya no era el
mismo.
La gente lo miraba con curiosidad. Algunos
lo recibieron con amabilidad, otros con indiferencia. No tenía tierras,
ni casa, pero se instaló como pudo en una vieja choza abandonada al borde del caserío.
Allí pasó sus días en soledad, preguntándose qué sentido tenía seguir adelante.
Una tarde, mientras observaba el horizonte,
un grupo de niños pasó corriendo cerca de su choza. Sus risas llenaron el aire,
y algo en ellos llamó su atención. Una de las niñas, con un rostro que le
resultó extrañamente familiar, se detuvo y lo miró.
¿Eres Esteban?, preguntó con curiosidad.
Sí, ¿por qué preguntas?, respondió.
Mi madre dice que eres mi padre, dijo con
una sonrisa inocente antes de correr siguiendo a los otros niños.
Se quedó paralizado, el corazón
latiendo con fuerza. Al día siguiente, buscó a su segunda esposa, quien le
confirmó lo que la niña había dicho.
Era demasiado joven cuando me fui, confesó
ella. Nunca supe cómo decírtelo. Pero ahora lo sabes.
Una nueva esperanza
Esteban encontró en esa niña un propósito renovado. No importaba
cuántas veces el amor lo hubiera traicionado, ni cuántos sueños se hubieran
desmoronado. En su hija, vio una segunda oportunidad. Aprendió a ser padre,
aunque tarde, y su corazón, tan acostumbrado a la pérdida, empezó a sanar.
Aunque su vida siguió siendo humilde, encontró una felicidad que nunca había conocido antes. No era la felicidad que
imaginó al lado de Telma, ni la que buscaba en los campos o en la ciudad. Era
un tipo de amor más puro, uno que no pedía nada a cambio, y que finalmente le
dio la paz que tanto había anhelado.
22 de junio de 2025.
Foto: Internet.
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