viernes, 16 de marzo de 2018

EL CINE RENITH DE EL BLUFF



En los primeros años de la década de los años 70 se construyó el cine RENITH de El Bluff. Ubicado en la bajada de la capilla de la iglesia católica, en dirección al campo de béisbol, el edificio era un galerón de madera a dos aguas, forrado por láminas de zinc y orientado de Norte a Sur. Su parte frontal estaba dividida en dos áreas, una para la boletería y otra para venta de chiverías y, el área de acceso era un pasillo que conducía a luneta y palco.

En el palco los espectadores eran acogidos por bancas de madera con respaldar, mientras que las de luneta eran sencillas, bancas peladas. Detrás del palco quedaba la cabina de proyección y, entre el palco y luneta, un desnivel bien marcado separaba ambos espacios de tal forma que los chavalos más irredentos no pudieran escalarlo para pasarse al palco. De igual manera el precio de los boletos eran diferenciados. En el fondo, varias láminas de plywood pintadas en blanco hacían de pantalla, la casa de doña Marianita, la mamá del Cabe y el Flaco García, quedaba pegada a la pared sur del cine.

La construcción del cine se hizo mediante una empresa que conformó mi papá con Elías Jureidini. En esos años se me encomendaban varias tareas en función de ello. Una de las primeras fue la de escribir los carteles de las películas. En un pizarrón escribía con tiza la fecha y hora, el nombre de la película, los actores principales, si era a technicolor y cinemascope y/o en blanco y negro. Hacía tres carteles, uno se ubicaba en el corredor de la casa de doña Juana Angulo, propiamente frente a la subida de las gradas del cuartel de los guardias, otro en la casa de don José Sanles, al pie de la ventecita de la Machú y el otro en el frontis del cine. Era algo más o menos así:

CINE RENITH
Hoy, sábado 14 de Agosto
Gran Estreno a las 7:00 p.m.
CLEOPATRA
Con Elizabeth Taylor y Richard Burton
En technicolor y cinemascope
Entrada: Palco 5 córdobas y luneta 3.
¡No te la pierdas!

Todos los días había función menos los martes. Los lunes se pasaba la mejor película de la semana anterior. Los rollos de películas llegaban los martes desde Managua en el avión de La Nica.

Recuerdo que cuando preparaba el cartel en la casa de doña Juana Angulo, los trabajadores de la agencia aduanera de don Pedro Joaquín Bustamante, entre ellos Zoilo Carrasco, Jimmy Wilson y Pablo Alvarez, siempre estaban pendientes de las películas que se anunciaban, y al cometer un error ortográfico estaban listos para corregirme. “No jodas Catracho, se te olvidó ponerle el acento al sábado”, decía Zoilo y todos se carcajeaban. Hacían parte de la mañana conmigo, mientras sus inmensas máquinas de escribir con las que preparaban las pólizas de importación y exportación tenían unos minutos de silencio. Otro que estaba pendiente era Kalilita. “Ya sabes, por poner ese rótulo aquí, mi entrada es gratis”, decía.

Antes de comenzar la función, la gente se aglomeraba frente al cine, frente a la capilla de la iglesia católica y en la cancha donde jugábamos basquetbol y volibol. Para ambientar la espera del público se ponía música en un tocadiscos que inundaba los alrededores mediante un megáfono adaptado. La gente llegaba a pedir la música de su preferencia, para dedicársela a alguna chavala de la que estaban enamorados o porque simplemente estaba de moda. Cinco minutos antes de las siete de la noche sonaba la canción El Borriquito de Peret, “el borriquito es como tú, turururuu, que no sabe ni la u, yo sé más que tú”, que daba el aviso del inicio de la película y la gente comenzaba a inundar el cine.

Con mi hermano Tony nos turnábamos para recibir los boletos de entrada. Se preparaban con cartulinas de distintos colores firmadas para diferenciar las de palco y las de luneta, pero nuestros amigos, los broderes, los de la gallada, siempre entraban gratis: estiraban la mano sin nada en ella y recibíamos el boleto invisible. Otros en cambio comenzaron a falsificar las entradas. Enviaban a uno de su grupo a comprar boletos, cortaban con tijeras los pedazos del mismo tamaño y falsificaban la firma. Al contar los boletos y el valor de los ingresos se llegó a notar la diferencia, por ello desde entonces los boletos fueron firmados y sellados.

Los Blofeños se divertían en el cine. Sus películas preferidas eran las de cowboys, de terror, de guerra, de marcianos y amorosas. Y, por supuesto, las mexicanas eran las que más les gustaban. Muchos llegaban al cine a platicar, a verse, a pasar el rato, otros en el plan serio de ver la película, pero los más nefastos ponían chicles en las bancas, le tiraban cosas a la cabeza de los que estaban delante de ellos, razón por la cual se armaron varios pleitos a tal grado que se encendían las luces y se detenía la película para calmar los ánimos. Los mayorcitos iban al cine a cortejar a las chavalas; se sentaban a su lado, se acercaban escurridizos apenas se apagaban las luces, le tomaban la mano, le tocaban las piernas, la abrazaban y trataban de besarla. A una muchacha, no recuerdo su nombre, la apodaron “La Cómoda” porque Federico Chapop insistía en que se sentara a su lado y ella le respondió: “no, no, gracias, aquí estoy cómoda”.

Henry Pineda fue el operador de los dos proyectores de películas por muchos años. En ocasiones se cortaban las películas y cuando ocurría la gente pegaba gritos, silbaba y le daba golpes a las láminas de zinc formando un escándalo, mientras Pineda se esforzaba en arreglarla. Muchas veces se presentó con sus tragos entre pecho y espalda, todo hiposo, y mal pegaba la cinta, escamoteándose varias escenas. En otras, confundía los rollos y se perdía la secuencia de la película porque proyectaba el final por la mitad. Los alaridos de la gente no se hacían esperar y cuando se dormía lo despertaban por el escándalo que armaban. En los momentos culminantes de las películas, esos de mayor tensión, desde afuera del cine, desde la calle, varios desalmados tiraban enormes piedras contra las láminas de zinc o les daban garrotazos provocando, primero un susto colectivo y posteriormente grandes risotadas en los espectadores.

En varias ocasiones se organizaron veladas de boxeo en el cine. Chingorro vs. Zamba Larga, El Guerri vs. Mau Mau, y así entre varios que se habían enemistado y frente al público que pagaba la entrada, se agarraban a guantazos.

El cine fue un espacio de entretenimiento para los habitantes de El Bluff. Varios años después hice un viaje de vacaciones desde Managua donde me encontraba estudiando y encontré que el área de luneta del cine se había convertido en una fábrica de nasas, nasas de madera para la captura de langosta, y en el área de boletería y venta de chiverías funcionaba una carnicería.

No recuerdo por qué dejó de funcionar el cine RENITH. Quizás fue debido al costo del traslado de las películas o simplemente dejó de ser rentable, talvez fue porque las empresas distribuidoras de películas fueron desapareciendo por la influencia de la televisión, las películas en Betamax y en VHS.

Después del huracán Juana regresé al puerto. No encontré ni los cimientos del cine, solamente el recuerdo de la algarabía de la gente dentro del cine, sus gritos y alaridos cuando se cortaba la película. Eso fue lo que quedó del RENITH. ¿Qué por qué ese nombre de RENITH? Varias semanas antes de la inauguración se organizó un concurso que consistía en acertar el nombre del cine y el que lo hiciera tendría entrada gratis por un año. La gente participó con entusiasmo y se recibían sobres cerrados de la persona que participaba con el nombre del cine. Entre estos nombres figuraban Hollywood, El Bluff, Ofelia, Espectacular, Mágico, Estrella, pero solamente Lesbia Brenes, hija del coronel Brenes, atinó. Y resulta que RENITH es el acrónimo de los nombres Ronald, Elías, Norma, Indiana, Tony, Hill,

Ahora me detengo frente a la capilla de la iglesia católica, en la pequeña explanada de la escuela de El Bluff, y miro hacia el sitio donde estaba ubicado el cine RENITH, el cine de El Bluff. Escucho la canción de El Borriquito llamándome, un haz luminoso inunda la pantalla en technicolor y cinemascope, escucho los gritos de la gente y, como si la película se cortara, vuelvo a la realidad. El silencio se expande, la calle actual está vacía, la gente y los amigos de entonces se han ido para no volver. La misma realidad, la misma película de siempre, repetida en diferentes lugares donde la pobreza y la desesperanza se viven a diario.

Viernes, 8 de Marzo de 2018.