Camina altiva en la arena.
Sus huellas, huellas de niña, desaparecen por desplaye de olas.
Sus manos, manos heridas, sostienen dolor invisible de penas.
Su pelo corto, negro teñido, como gaviota al compás del viento quiere
volar.
Su boca, boca marchita, muestra rebeldía de antiguas banderolas.
Sus ojos, café achinados, fulguran ante el azul intenso del mar.
Los pescadores han levantado redes y las canoas descansan en dunas de
arena. Caminan en grupos dispersos en dirección a sus chozas, cargando racimos
de riqueza marina. En la distancia la observan. Uno a uno, sin dudarlo, sin
pensarlo, aporta un pescado hasta formar una piña para ella.
La conocen, lo saben, es su compañera, siempre lo ha sido, desde tiempos
memoriales se quedó sola. Es la peregrina del mar, la que recorre solitaria la
playa en los atardeceres, desvaneciéndose entre islotes como los rayos del sol.
Viernes, 01 de marzo de 2013
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