Foto cortesía de Kenny Siu |
Nos encontramos en la calle central; teníamos muchos años de no vernos y el saludo fue efusivo: nos miramos esquivos, nos reconocimos, nos dimos un apretón de manos y un abrazo fuerte. Habíamos estudiado en el Colón y jugado base ball en el mismo equipo. De entrada me invitó a tomarnos unas cervezas y acepté. Éramos cuatro, él y otros dos de sus amigos.
—Voy a estar quince días —dijo Steven. Cuando estoy en el barco, sólo pienso en regresar, me hace falta la familia, los amigos, mi gente.
Nos acomodarnos en una mesa esquinera. Uno de sus amigos pidió cerveza para todos. Estaban bien heladas. Afuera el calor era insoportable, calor caribeño.
—Cuéntame qué haces —preguntó al mismo tiempo que se empinaba la botella. Hizo una llamada por teléfono, habló con uno de sus amigos indicándole el sitio donde nos encontrábamos. Noté el poco interés en la respuesta y dudé en contestarle.
—Compro mariscos en Bluefields y los vendo en Nueva Guinea —dije. Me miró sin prestar atención y volvió a llamar por teléfono. Llamaba a otro amigo con el mismo fin. Terminó la llamada y le dijo a uno de sus amigos que pidiera más cervezas. Esperé un comentario de su parte, no hubo.
Aparecieron cuatro personas. Uno de ellos había conversado con él en la primera llamada, los otros tres eran amigos del amigo de Steven. Los saludó de la misma manera como lo hizo conmigo y, sin terminar, pidió más cervezas. Dos de ellos eran conocidos: habíamos estudiado juntos en el San José y siempre que nos saludábamos en la calle me pedían dinero. Steven pidió la cuenta y pagó. Se hacía tarde, iban a ser las once de la mañana. Me disculpé aduciendo prisa por comprar los mariscos y al despedirme aparecieron otros seis amigos de él. El ceremonial se repitió.
Siempre regresamos a Bluefields por diversos motivos. La mayoría por nuestra familia, que nos espera en tiempo de vacaciones después de pasar largos meses en el barco, en el trabajo que hacemos en otro país, o simplemente por regresar para semana santa, las fiestas de mayo, los desfiles de septiembre o para Navidad. Volvemos con entusiasmo, con alegría, con ganas de reencontrarnos con la familia y amistades, con la música, el sabor de nuestra comida, el olor de nuestra ciudad, sus calles, sus esquinas, su parque, sus callejones, la brisa de su bahía.
El tiempo se nos hace corto y, cuando nos damos cuenta, debemos retornar, a veces sin realizar muchas de las cosas que habíamos pensado previo al viaje. Muchos, como Steven, se la pasan celebrando con sus amigos y los amigos de sus amigos; no se dan cuenta que Bluefields y su gente ha cambiado por múltiples razones. Regresemos a Bluefields con otra mirada y redescubrámoslo.
Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
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